Las predicciones de Adán Uno, afable líder de los Jardineros de Dios, se han hecho realidad, y el Diluvio Seco ha asolado el planeta y parece haber acabado con toda traza de vida humana. Solo dos mujeres parecen haber sobrevivido a la gran catástrofe natural: Toby, que se ha atrincherado en un balneario de lujo, y Ren, una joven artista de trapecio encerrada en Colas y Escamas, un distinguido club donde trabajan «las chicas guarras más limpias de la ciudad». Y mientras Toby y Ren deciden cuál será su siguiente paso, en el mundo exterior campan a sus anchas los gobernantes corruptos y proliferan las nuevas especies transgénicas, que amenazan con destruirlo todo. El año del Diluvio, que es tierna y sombría a partes iguales, nos descubre a la Margaret Atwood más brillante e imaginativa.
Sus términos y conceptos se introducen en tu vocabulario conforme lo vas leyendo y notas dentro de ti cómo los preceptos de los Jardineros, su odio por el capitalismo y su obsesión por reciclar acaban abriéndose paso por tu propio subconsciente. Adán Uno es un auténtico genio de la propaganda, y aunque sus canciones e introducciones en primera persona me resultaban monótonos y de relleno, las apasionantes vidas de Ren y Toby hicieron que no pudiera soltar el libro en ningún momento y que lo llevase a todas partes para seguir husmeando en su día a día.
Toby y su paranoia, las abejas y sus secretos, Ren y su obsesión por un amor perdido. Todo ello se junta en una historia menos deprimente que Oryx and Crake, con más ritmo y realismo hasta que su realidad se junta con la tuya. Por un segundo, leyendo esta obra, me convencí de poder ver frente a mí el fin del mundo: uno con sabor a té de setas, olor a miel de abejas y el ensordecedor ruido de los últimos humanos en pie sobre la tierra.