Ayer estaba yo disfrutando de los cuatro rayos del sol que se han colado por primera vez este verano en Galicia con el tomo de Laura Dean me ha vuelto a dejar cuando un potente e incisivo pensamiento recorrió mi cabeza: qué padres más majos tienen todos los adolescentes en Laura Dean y otros cómics que he leído por el estilo.
Cómics como Freezer, Lucky Penny y otra serie de historias de adolescentes que tienen algo en común con una vastísima cantidad de historias que han caído en sus manos: y es que los padres siempre se representan enormemente polarizados. Esto es, o son las personas más atentas y cool que existen, al estilo de los padres de Frederica en Laura Dean me ha vuelto a dejar, o son simplemente delincuentes inexistentes a los que poco, o nada, les preocupan sus hijos.
Pero… ¿qué pasa con los padres reales? ¿Dónde están los padres tóxicos? Esos que conviven con sus hijos, solucionan mínimamente sus necesidades físicas pero son tan enormemente egoístas que les preocupa prácticamente nada la salud mental de los mismos. Padres a los que una fina línea les separa del abandono y donde sus cuidados se reducen a imponer normas y dejar latas con sopa de tomate en el armario (eso cuando no les da por tener una “cena familiar”).
Y entonces lo recordé: los padres del maravilloso cómic de Cuéntalo.
Cuéntalo, una maravillosa novela gráfica sobre el estrés postraumático que sufre una víctima de una violación, tiene un ingrediente que la mayor parte de la gente podría pasar por alto y que, sin embargo, forma uno de los pilares de la depresión por la que pasa Mel: sus shitty parents. Padres de mierda centrados en un molde de cómo debe comportarse su hija a la que su bienestar mental y anímico les preocupa tan poco que no se paran a pensar ni una sola vez en sus sentimientos.
Padres tan egoístas y chapados a la antigua que tienen un esquema de cómo creen ellos que debería comportarse su hija y que hacen comparaciones simplonas y absurdas entre su rendimiento escolar y en casa de un año para otro y a los que, simplemente, no les importa cómo esté su hija.
Porque las señales están ahí, claras, ensangrentadas y a la vista: las autolesiones, los labios sangrantes, su depresión, su incapacidad para hacer nada que requiera el mínimo esfuerzo, su aislamiento social o incluso el bullying que sufre. Pero ellos, simplemente, eligen no verlo.
Ahora planteaos que las cosas hubieran sido diferentes. Planteaos que al menos uno de los dos adultos se hubiera parado a decir: «vaya, creo que mi hija no está bien. Creo que necesita apoyo emocional». Con que uno de los dos hubiera, como dijo Daenerys, roto la rueda, habría sido más que suficiente. Mel habría descubierto en su casa un entorno seguro donde hablar por fin, donde confesar la terrible experiencia por la que había pasado y donde obtener la ayuda que tanto necesitaba. Pero en lugar de eso, a lo largo del cómic, conforme la joven va encontrando valor poco a poco, este tiene que dirigirse hacia fuera de su hogar: hacia chicas desconocidas, rumores en un cuarto de baño y confesiones aceleradas que se ven como un riesgo enorme para una persona al borde del suicidio.
Y es entonces cuando me paro a pensar en lo simplemente maravilloso que es el trabajo de Laurie Halse Anderson y Emily Carroll. Porque no habría sido la misma historia con una madre empática o un padre que se tomara las molestias de hablar con su hija; porque está claro que ese nivel de abandono emocional casi llevó a Melinda al borde del suicidio. Los padres de Melinda prueban en varias ocasiones ser tóxicos de manual, cumpliendo cada una de las circunstancias que los define que como tal: son autoritarios, manipuladores (continuamente vuelcan sus problemas de pareja en sus hijos), poco tolerantes y muy intransigentes. A lo largo del cómic, emplean la violencia verbal en varias ocasiones para intentar imponer su criterio y se comunican poco o prácticamente nada con su hija durante toda la historia. Sacan las cosas de contexto como arma arrojadiza el uno contra el otro, mostrándose enormemente egoístas y proyectando sus propios fracasos en una hija a la que quieren obediente, sumisa y dependiente sin que esta pueda tener una vida fuera de su propio control.
Y cuando la gente lee el cómic solo piensa en lo crueles que son sus amigas adolescentes y en lo malvado que es el chico violador. Que no les resto importancia pero… ¿dónde queda la responsabilidad de los padres? ¿Podemos cantar un hurra por una novela gráfica que no normaliza el hecho de que no todo el mundo tiene caring and loving parents completamente ok con la bisexualidad de sus hijxs o que parecen haber realizado un máster en empatía adolescente.
No todas las madres sienten un amor biológico potente por sus vástagos ni todos los padres son el tipo enrrollado del coche que te lleva a tomar un helado si has tenido un mal día. Cuéntalo demuestra que a veces, en el sitio donde una víctima puede sentirse menos protegida y a salvo, es en su propia casa. Solo que no hay mucha gente que se atreva a contarlo.
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