Análisis de la literatura zombie y de cómo el auge del argumento de los muertos vivientes responde en realidad a los temores de la sociedad americana y europea del S.XXI
de todo el mundo pudieran no solo abstraerse de los problemas inmediatos de su día a día, sino también poder enfrentarse a miedos como el envejecimiento, la ruptura de la sociedad, la pérdida de la seguridad ciudadana o incluso la muerte.
Así, los muertos que salen de sus tumbas en busca de carne y cerebros frescos han acabado convirtiéndose en un enemigo común y carismático tanto en el género cinematográfico como en videojuegos, literatura y todo tipo de formatos de entretenimiento o cultura. Desde sus orígenes en obras como Soy leyenda (Richard Matheson. 1954) o El día de los trífidos (John Whydan,1960) a obras de culto como The walking dead, la figura del zombie se ha convertido hoy en día en un importante referente cultural debido a su múltiples facetas.
Pero ¿qué hay detrás de las mentes y del furor de los consumidores de obras sobre zombies? ¿Por qué nos interesa tanto ver a personas de a pie condenadas a pasar por un calvario apocalíptico?
La popularidad del género viene motivado por el hecho de que, si bien toda la ciencia detrás de muertos que caminan y pseudo-razonan es absolutamente imposible, uno de los finales del mundo conocido más plausibles sí que podría venir derivado de un virus de laboratorio que se le escapa al becario de turno. Es decir, que el apocalipsis por enfermedad es creíble y, por tanto, convence y vende mejor que otras historias de fantasía.
La literatura zombie provee de un mecanismo de escape perfecto, ya que no solo nos entretiene sino que también nos entrega un espacio para que los lectores planteemos la forma en la que la sociedad y nosotros como individuos reaccionaríamos. Y es que la base de esta literatura se sustenta sobre el miedo: miedo a los desconocido para algunos, a tener que valerse por uno mismo en un mundo hostil, o simplemente a un grupo de “personas” o “seres” desconocidos a los que tendemos a deshumanizar (aka, los inmigrantes).
El gran boom de literatura y adaptaciones cinematográficas zombie se dio entre el 2000 y el 2016 como necesidad de evasión de una sociedad en la que el enemigo y el peligro inminente era demasiado real, cargado de presiones económicas y disputas internas que exigían a los ciudadanos un comportamiento ejemplar y un ejercicio de cesión de derechos en pos del orden público. No es de extrañar esto teniendo en cuenta que en el 2001 el atentado de las Torres Gemelas puso al mundo en jaque, y solo dos años después empezaría a publicarse el icónico cómic de The walking dead. Tras esto, llegó la gran revolución que generó la que he llamado primera ola de literatura zombie: Guerra Mundial Z (Max Brooks, 2008), Cell (Stephen King, 2008), Guía de supervivencia zombie (Max Brooks, 2003), seguida evidentemente de cerca por una segunda ola donde se exploraban nuevas formas de interactuar o tratar con los efectos causados por el caos de los zombies (Apocalipsis Z (Manel Loureiro, 2017), Los caminantes (Carlos Sisí, 2019), Cruzero (Óscar Nadal, 2017) o videojuegos como The Last of Us (Naughty Dog, 2013).
Evidentemente, todas estas obras beben de los clásicos cinematográficos sobre muertos vivientes (La noche de los muertos vivientes (1968) o La noche del cometa (1984)), pero estas eran obras que bordeaban el género del terror con el de la comedia y con un paradigma argumental radicalmente diferente.
Para comienzos del 2000 y el 2010, la literatura zombie permitía evadirse de una forma completamente diferente a cualquier tipo de obra fantástico / histórico medieval, ya que los zombies son los grandes niveladores de la historia de la literatura. Tras expandirse el virus, este no distingue entre riqueza, casta o estatus social, sino que nos pone a todos al mismo nivel: al de caminantes en busca de carne fresca. Esta falta de normas en un momento en el que los EEUU acababan de mandar a más de 2.000 soldados a una guerra que la opinión pública no acababa de apoyar (Guerra de Irak), en unos años en los que varios países tomaron un control a veces desmedido por la amenaza terrorista, en el que la economía mundial se hundía y los aeropuertos te obligaban a descalzarte por primera vez antes de embarcar, generaba una sensación de pánico y liberación al mismo tiempo.
Es decir, que la literatura zombie triunfó porque tenía un efecto catártico.
Como dice Strickland, Thomas. (2019). Zombie Literature: Analyzing the Fear of the Unknown through Popular Culture. 6. 48-56.:
La muerte se celebra en el carnaval como algo inevitable, algo que el género zombi hace de forma más que evidente. Es este miedo a lo desconocido asociado a la muerte que rodea al carnaval el que muestra el valor que tiene para la sociedad dejar de lado esas emociones.
La literatura zombie, en ese sentido, nos permite trascender de nuestra experiencia individual y convertirnos en un agente de una emoción que otros también comparten, de manera que se convierte en una de las herramientas de crítica social más interesantes.
Las obras sobre zombies siempre cuentan con elementos comunes: la raza humana es devastada por un virus que contagia y asesina a los seres humanos provocando que estos se vuelvan seres ávidos por el consumo de la carne / cerebros. A partir de ahí, las cualidades y capacidades del zombie cambian en función del autor. En Soy Leyenda de Richard Matheson, los muertos vivientes no podían moverse bajo la luz del sol; mientras que en Apocalipsis Z o 28 días después podían correr distancias maratonianas sin cansarse.
Lo que sí que está claro es que el punto de interés de todas estas obras está en el componente humano: cómo reaccionan personas de a pie frente a la caída de su país y el abandono de un gobierno a menudo demasiado incompetente para hacerle frente a una desgracia de tales magnitudes. Estas obras demuestran a menudo no solo lo inútiles que somos sin el apoyo logístico de una sociedad del bienestar con una infraestructura compleja en la que unos dependen de otros; sino también el descarnado consumismo americano obsesionado por gastar o la falta de confianza de los ciudadanos del S.XXI por sus dirigentes.
El análisis del género zombie no puede separarse de las ideologías sociopolíticas que lo influencian. Simone do Vale (2010) cuando analizaba las «caminatas zombie» las definía como «manifestaciones del miedo que la sociedad le tenía a amenazas externas tales como el terrorismo, el VIH, los desastres económicos y naturales o las enfermedades contagiosas y nuevas». No es por ello de extrañar que estas obras siempre hagan una distinción entre «ellos» (los zombies, muertos vivientes y contaminados) y «nosotros». Esta misma separación es la que se emplea para generar odio a grandes comunidades tales como personas de otras etnias y naciones y que vivimos, por ejemplo, con el odio y rechazo hacia los chinos en la primera oleada de COVID 19.
Serán precisamente las obras más transgresoras del género las que intenten mostrarnos el otro lado tras la frontera de los zombies. Libros como Soy leyenda (Richard Matheson, 1954); o La mala costumbre de morir (Dani P. Carazo, 2019) las que pongan el dedo en la llaga mostrándonos la humanidad que esconden aquellos que han sido infectados.
Y es que lo cierto es que la mayor parte de los lectores de obras de zombies se apoyan y sustentan en la pregunta de “y si”. ¿Y si el gobierno falla, perdemos la electricidad y la conexión a internet y tenemos que empezar a valernos por nosotros mismos? La literatura sobre infectados / contaminados nos permite anticiparnos a nuestras decisiones y plantea tanto un mensaje destructivo sobre la maldad innata del ser humano, como, a menudo, un aparente comentario esperanzador: porque los protagonistas, salen adelante. Sufriendo pérdidas y experimentando un horrible dolor, sí, pero sobreviven.
Esto por no hablar de aquellos libros que presentan zombies con consciencia, capaces de superar la barrera de la muerte y de ofrecer una visión poco ortodoxa de inmortalidad humana, apelando de esta forma el miedo al final que tienen todos los seres humanos.
En conclusión, la literatura zombie cuenta con un poderoso origen en el miedo colectivo a los sucesos que hicieron temblar los cimientos de la sociedad entre los años 2000 - 2015. Hechos como la expansión de enfermedades como la gripe aviar, el desembarco de las tropas en la guerra de Irak o el atentado del 11S provocaron que la sociedad se viera abocada a un momento en el que el consumo de literatura de evasión zombie les permitía imaginar, temer y disfrutar de un momento sin normas, donde sólo el más hábil puede sobrevivir.
Quizás por eso y por las reglas comunes que han establecido tantos autores el apocalipsis zombie ya nos resulte un lugar tan conocido, cercano y, por qué no, familiar.
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