Durante años Tituba vivió bajo la horrible certeza de que nunca, jamás, nadie recordaría su nombre. De que los años que pasó sometida a terribles sufrimientos pasarían desapercibidos para la historia y que, de esa forma, su alma se perdería en el olvido. Sin embargo, Maryse Condé, Premio Nobel Alternativo de Literatura, tenía otros planes. Decidida a contar la cara menos visible de los juicios de Salem, la autora tomó la figura de la joven esclava antillana que señalaron como bruja y creó a su alrededor una novela sobre los diferentes aspectos de su vida.
Puede que no todo lo que leas en este libro sea históricamente fiel a la realidad, pero ya te puedo anticipar que es, sin duda, una perspectiva fresca e innovadora de los famosos juicios de brujas en Salem.
Argumento de Yo, Tituba, la bruja negra de Salem
Tituba nació de un acto de imperdonable crueldad, fruto de la violación de un marinero cualquiera a su madre en un barco esclavista. Tras ser repudiada y abandonada por su nuevo Amo, Tituba crece al lado de una madre que evita mirarla y de un padre adoptivo que odia el dominio del hombre blanco con el que humillan a su raza.
Pronto, la desgracia se abate una vez más sobre la pequeña niña y esta pasa a ser la aprendiz y protegida de una mujer bruja que vive aislada de la sociedad. A pesar de sus enseñanzas y de sus sabios consejos, Tituba pronto tejerá una soga que la aparte de la protección que tiene el aislamiento del resto, arrastrándola sin remedio de una situación desgraciada a otra hasta ser partícipe, de primera mano, de la histeria que provocó los famosos juicios de Salem.
Una historia de malas decisiones, brujas poderosas y el fuerte olor a tierra de Barbados.
Yo, Tituba, la bruja negra de Salem es una obra extraña. Publicada originalmente en 1986, ganó en su día el Gran Premio de Francia de literatura femenina antes de que Impedimenta se decidiera a reeditarla en una preciosa edición de tapas blandas negras y grandes hojas del color del fuego en el centro de la portada.
Jennifer y mi madre enseguida trabaron amistad. Después de todo, no eran más que dos niñas atemorizadas por el rugido de las bestias nocturnas y por el teatro de sombras que ofrecían los flamboyanes, las jícaras y las ceibas de la plantación.
La historia, contada en primera persona, sigue el camino de una joven hija de esclavos que va tomando una mala decisión tras otra a lo largo de su vida y que lamenta cada paso que ha dado en su camino. Con un poderosísimo arranque casi poético y con una prosa realmente plástica que llama a la reflexión, Maryse Condé nos abre las puertas a la vida de los esclavos maltratados por sus amos, a la la rebelión inútil de los trabajadores de los campos, a la histeria puritana americana y el antisemitismo presente en aquella época. Así, la protagonista va viajando de un punto a otro desde Barbados hasta Massachusetts, siendo vilmente maltratada por dos figuras recurrentes en la obra: los hombres, egoístas y traicioneros; y los blancos (a los que la obra denomina como “los gentiles”). De esta forma, el libro gira una y otra vez alrededor de la inocencia de Tituba, que la lleva a confiar siempre en hombres malvados y mujeres blancas traicioneras, y su perpetuo dilema entre su deseo de usar sus poderes de bruja para vengarse de los que la han dañado, frente al miedo que tiene de convertirse en un ser malvado como ellos.
Porque está claro que el mal en esta obra tiene rostro de hombre, a veces incluso de color.
Maryse Condé arranca así Yo, Tituba, la bruja negra de Salem con una declaración desgarradora y poética capaz de atrapar la atención del lector desde la primera página.
Abena, mi madre, fue violada por un marinero inglés en la cubierta del Christ the King un día 16**, mientras el navío zarpaba rumbo a Barbados. Yo fui fruto de aquella agresión. De aquel despreciable acto de odio.
El ritmo de la obra se mantiene estable a lo largo de todo el libro hasta las cincuenta últimas páginas y recorre la vida completa de una niña esclava, adoptada por una anciana con poderes chamánicos, que decide renunciar a su libertad a cambio de tener una vida con amor. En ese sentido,
Yo, Tituba, la bruja negra de Salem, cuenta con una perspectiva refrescante y sorprendente, al recalcar cómo muchas personas blancas, libres y aparentemente acomodadas son más infelices y prisioneros que los esclavos de los campos.
Así, su narración tan plástica y cercana nos muestra la felicidad del esclavo capaz de celebrar una fiesta una vez al año; la libertad con la que los hijos de los trabajadores forzosos de los campos jugaban o incluso la hermosura de una tierra disputada perpetuamente entre blancos explotadores y cimarrones iracundos. Todos estos relatos y este optimismo rápido y cercano se entremezclan con situaciones verdaderamente dramáticas y terroríficas, basadas en hechos reales y narrados con la templanza del que los contempla como si fueran parte de su normalidad: esclavos que se tragan la lengua para no ser separados de sus esposas, mujeres violadas en los campos y luego ahorcadas por intentar defenderse y humillaciones por doquier.
Marysé Conde no suaviza la narración; no evita mostrar todo el desprecio con el que los dueños de las plantaciones trataban a las personas de color, que en más de una ocasión era peor que a los animales, y llena los diálogos de tal desprecio y rabia que uno puede comprender perfectamente la posición de la protagonista cuando una y otra vez tiene que recordarse que, para ellos, simplemente no son personas.
En ese contexto, la supervivencia de las minorías se convierte en un tema de conflicto en la obra. Este no solamente se explora en la figura de los esclavos negros, con el principal exponente de John Indien, sino también en la de los judíos que emigraron de Holanda y Portugal a los Estados Unidos, desesperados por escapar de una caza de antisemitismo que se expandía como la pólvora. Pero lo más interesante sin duda es el enfrentamiento perpetuo que se da desde la primera página entre Tituba y John Indien. La joven bruja, adicta a los placeres de la carne que le ofrece John Indien, se verá desde el primer momento abocada a tener que humillarse frente a blancos arrogantes e ignorantes que la acusan de todo tipo de perversidades. Para su marido, la situación está muy clara: si los “gentiles” le creen un ignorante y un estúpido, fingirá que lo es, y se arrodillará frente al que tenga delante en pos de la supervivencia. Tituba, hija de una esclava ahorcada por defender su honor, no lo ve tan claro, y durante años se la considera rebelde por negarse a besarle los pies al que los oprime y los trata como a escoria.
Este conflicto llegará a su punto de ebullición durante los juicios de Salem, momento en el que la joven se dará cuenta de que, si no traiciona a todo el mundo, si no miente y finge que ha visto a Satanás y señala cómplices donde no los hay, dándole de esta forma el espectáculo que buscan los jueces y el pueblo de Salem, ella misma arderá en la hoguera.
Historicismo poético alrededor de Yo, Tituba, la bruja negra de Salem
Yo, Tituba, la bruja negra de Salem, es una obra que gana en profundidad cuando analizamos el año en el que fue publicada (1986) y la revolucionaria óptica con la que la autora aborda la experiencia histórica de un pueblo sometido al dominio de otro.
La obra se distancia de esta forma de la novela histórica tradicional ya que ficcionaliza la voz suprimida de un personaje real: Tituba, la bruja negra de Barbados acusado los juicios de Salem 1692. Para ello la autora hace gala de una subjetividad vertiginosa planteando una novela en la cual el personaje principal se debate entre dos conceptos en principio opuestos por la novela: el misticismo y la razón lógica.
Así, Yo, Tibuba, se enclava más bien en un género ficción o de fantasía que sin embargo cuenta con una gran profundidad cuando se analiza el enfoque historicista y feminista de la propia autora. Cómo realmente con la visión interiorista y en primera persona de la esclava negra de Salem podemos ver la posición de las mujeres dentro de las casas, su sometimiento a sus maridos y su forma de sufrir una especie de síndrome de Estocolmo al acabar volviéndose contra la propia Tituba en la búsqueda de cierto acuerdo o cariño por parte de sus opresores masculinos. Su presencia dentro de la propia novela es al mismo tiempo una reivindicación por las voces silenciadas y perdidas de las mujeres negras que realmente fueron parte de nuestra historia y que de forma deliberada fueron suprimidas de testimonios y textos clave.
Esta loable intención aleja de la misma forma la novela del género histórico ya que es inevitable que la autora tenga que realizar un ejercicio imaginativo y, como ella misma indica al final de la obra, incluso inventarse el final de su historia. Así, la autora apuesta por crear un personaje cargado de compasión, amor y empatía que no teme ofrecer su ayuda a los más desfavorecidos incluso a costa de su propio bienestar. De hecho, precisamente esta solidaridad entre mujeres de diferentes razas y estatus sociales es uno de los puntos más interesantes del propio libro.
Es especialmente ilustrativa también la presencia de las mujeres dentro de la obra. No solo por parte de Tituba y de su instructora, Man Yaya, si no especialmente como retrato de las mujeres de los juicios de Salem. A pesar de la presencia de la fantasía dentro de la obra, la autora sienta unas reglas muy claras y evidentes acerca del mundo místico y de la presencia de las fuerzas sobrenaturales y declara desde el primer momento que las manifestaciones demoníacas de las niñas son solo un episodio de histeria hecho para ganarse la atención del público adulto.
Sin embargo, toda la obra, desde la mismísima presencia de la primera mujer para la que trabaja Tituba, nos va dando pistas de cómo el puritanismo de aquel lugar relacionaba lo femenino con el pecado tal y como hacen otras obras como La legenda aurea (Santiago de la Vorágine. S.XIII) o incluso el infame Malleus Malleficarum (Institoris y Sprenger, 1486).
Caroline Walker (1992) declaró precisamente al estudiar la disciplina y el control al que se veían sometidas las mujeres religiosas en la Baja Edad Media que, al ser esta restringida a lo racional y lo carnal como las descendientes de Eva que eran (y por tanto, como la encarnación suprema del pecado original), las mujeres solo podían encontrar su realización en el placer y en la carne negada.
Esto está perfectamente presente en el personaje de Elizabeth Parrish y de sus dos hijas, las cuales son despreciadas, humilladas y atormentadas por el pastor, el cual se afana en explicarles que cualquier tipo de manifestación de movimiento o de sexualidad es un pecado carnal.
—¿Qué dice vuestro inflexible esposo ante la transformación de vuestro cuerpo
Se echó a reír:
—Mi pobre Tituba, ¿cómo quieres que se dé cuenta? [...] Me posee sin quitarme ropa ni despojarse de la suya, apurado por terminar con ese acto odioso
El mundo de Salem se presenta de esta forma como un microcosmos que condensa todo el puritanismo, el heteropatriarcado y la obsesión por controlar a las mujeres y sus libertades que tenían en aquel momento la sociedad americana. En mitad de este contexto, Tituba se verá abocada a confesarse como bruja y acusar al resto de las mujeres al comprender que no existen lógica ni discurso posible frente a unos hombres que relacionan directamente la raza de negra con la maldad y a la mujer como la encarnación de todo el pecado.
Mi opinión sobre Yo, Tituba, la bruja negra de Salem
Yo, Tituba, la bruja negra de Salem, es una obra sin lugar a dudas extremadamente valiosa para el año en el que se publicó y que forma parte del contexto cultural literario de cualquier apasionado por las buenas historias. Nadie puede negar que la figura de Maryse Condé ha cambiado el panorama literario y es todo una suerte poder contar con esta preciosa edición de Impedimenta, impresa en tapa blanda, y con notas al pie por parte de la traducción de Martha Asunción Alonso que sin lugar a dudas permiten que la intertextualidad y el lenguaje propio de la autora y la cultura de la isla de Barbados y de los pueblos africanos lleguen al lector.
No he podido evitar darme cuenta de lo muchísimo que he está obra ha influenciado a otras historias posteriores que he tenido la suerte de poder disfrutar, tal y como La chica salvaje (Delia Owens. 2018).
La historia de Tituba es fascinante y el ritmo de la autora es tan ágil que uno siempre tiene la sensación de que podrá seguir leyendo durante toda una tarde sin cansarse. Sin embargo, sí que es cierto que eché en falta que la autora profundizara algo más en las emociones de la propia Tituba va ya que en ciertas ocasiones sus decisiones parecen impulsivas y precipitadas, lo cual choca de frente con el personaje aparentemente sabio que nos presentan una vez esta se encuentra en America.
La perspectiva feminista de la obra es clara en su forma de retratar el sometimiento del género femenino al heteropatriarcado más puritano, racista e ignorante, pero la dependencia sexual y carnal de Tituba por los hombres me desconcertaba continuamente durante su narración.
A pesar de ello no puedo evitar recomendar la lectura de una obra que sin lugar a dudas marcó un antes y un después dentro de la historia de la literatura precisamente por el enfoque con el cual la autora ha decidido introducir la cultura de los esclavos de Barbados, presentarnos a una raza oprimida y recuperar la voz de una mujer, como tantas otras, silenciada por el yugo de hombres temerosos e ignorantes.
Ya nunca te olvidaré, Tituba.
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