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Yo fui guía en el infierno: opinión de la novela gráfica basada en el libro de Fernando Arias

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Escritora consumada, concept artist en ciernes y adicta al trabajo. Do...


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Imágen destacada - Yo fui guía en el infierno: opinión de la novela gráfica basada en el libro de Fernando Arias

Argumento de Yo fui guía en el infierno

Yo fui guía en el infierno nos sitúa en pleno Alicante en el 1792. Allí, el joven Angelet recibe el encargo de su padre de guiar al botánico Cavanilles por los montes en busca de plantas para realizar un almanaque. Sin embargo, por el camino se toparán con un pueblo que, perplejo, está echado en el Camposanto. Al parecer han exhumado un cadáver un año después de haber muerto y se lo han encontrado entero, sin signos de putrefacción. El cadáver gime y sangra por la nariz y mientras los adultos discuten las causas científicas o religiosas sobre el suceso, Angelet repara en que todas las tumbas han empezado a gemir.

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Poco a poco a lo largo de su camino por los montes, irán adentrándose en un mundo infernal sacado de una pesadilla, donde los lugareños devoran lobos, los muertos aparecen en oscuras cuevas y el terror se palpa en cada esquina.

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Análisis sobre Yo fui guía en el infierno

Yo fui guía en el infierno es una adaptación en cómic de la premiada novela con el mismo nombre de Fernando Arias. Ambientada en el siglo de las luces, esta novela gráfica presenta la oposición de la Ilustración y el pensamiento en científico en contraposición con la superstición y las firmes creencias religiosas de los pueblos de interior de España.

Desde el principio de la obra, Gerard Miquel juega con el lector creando dobles sentidos de todo lo que vemos, haciendo que la realidad quede oculta tras un velo de misterio y que los bocadillos sean cínicos e inteligentemente humorísticos. Un ejemplo lo podemos ver en las primeras hojas, cuando Angelet ve a su padre recorrer la casa en completo silencio hasta encerrarse en una habitación. Entonces, completamente solo, rodeado por una atmósfera de completo aislamiento, el muchacho dice: «¿Heredaré esa inclinación suya al aislamiento?» y sigue comiendo sin dar pistas de la ironía de la situación.

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Este tipo de situaciones se dan mucho más con él, que ejemplifica la típica figura del pícaro español tan presente la literatura española como por ejemplo la vida del Buscón llamado Pablos de Francisco de Quevedo o incluso en Lazarillo de Tormes. En ciertos momentos se puede ver cómo el autor ha creado una inteligente combinación de figuras y de formas para hacer que Angel parezca que está serio cuándo en realidad está riéndose ante la caída de su señor.

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Un pícaro que sin embargo es el único que se da cuenta de que los muertos gimen debajo de la tierra del camposanto mientras los adultos empiezan a discutir acerca de si se trata de una razón de fe o de una razón de ciencia. Y es que, tal y como expresa Gerard Miquel en el epílogo, Yo fui guía en el infierno materializa las ideas de la Ilustración en el botánico Cavanilles en oposición del oscurantismo y la ignorancia del joven Angel. La novela gráfica se ve continuamente a través de los ojos del propio joven, lo que propicia que poco a poco vayamos sumiéndonos en un infierno tan aterrador y terrible como el que se nos irá desarrollando a lo largo de las páginas.  

El cómic está cargado de simbolismos y de retazos reales, como es el nombre de los propios montes o la localización geográfica en el que se desarrolla la trama, fomentando de nuevo esa ilusión onírica que parece sacada de alguna terrible pesadilla. Una pesadilla que está claro que ha sido extraída de la mente del joven Ángel, el cual no es capaz de pegar ojo prácticamente ninguna noche, propiciando que sus delirios y alucinaciones sean cada vez más acusadas, llevándonos al infierno prometido.

Y sin embargo, sí que hay parte de verdad en este cómic. El famoso botánico Cavanilles realmente existió y estuvo al servicio de Carlos IV en sus diferentes viajes a lo largo del interior español. Sus principales estudios se centraron en las plantas aunque también llegó a realizar diferentes pócimas para tratar la rabia y la homofobia tal y como aparece reflejado en el cómic aunque estas no tuvieron mucho efecto.

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La muerte está presente desde el comienzo de la obra, desde el mismo momento en el que Angelet se marcha a dormir y se despierta con los gritos desesperados de su vecino al cual los lobos le han devorado todas las ovejas.

Al igual que en otras obras de Desfiladero Ediciones como Esperaré siempre tu regreso, Yo fui guía en el infierno hace un ejercicio de sinestesia con el sonido, rellenando los bocadillos con jadeos de un animal, gritos, chillidos y llantos que atraviesan las hojas y nos llegan al cerebro al leer.

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A diferencia del resto de obras clásicas, el infierno no se representa como un lugar al que se desciende, sino que Cavanilles y Angel ascienden sendero a sendero pasando por diferentes pueblos y gente autóctona que, como en La Divina Comedia, van introduciéndoles poco a poco en el abismo de la desesperación.

En ese sentido, queda claro que todo forma parte de las ensoñaciones del propio Angel o Angelet para su padre debido a los detonantes de las acciones: cuando ve el cadáver incorrupto sueña que estos vienen a por él y por su señor y cuando lee el libro sobre los murciélagos y los caníbales empieza a tener delirios con mujeres vampiro.


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La sociedad de la época queda perfectamente retratada en la forma con la que Gerard Miquel representa a los lugareños. Las figuras son toscas, brutas y deformes a propósito, para que den una sensación corrupta y podrida desde el otro lado de las páginas y que refuercen la sensación de ser pueblerinos. En oposición tenemos a los señores, tanto el ilustrado Cavanilles como el barón Bourgoing a los que se representa altos, estirados y cargados de finos y elegantes modales.

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El cómic está impreso y maquetado en una preciosa cubierta rústica con solapa en bicolor marrón pastel y negro. El dibujo de Gerard Miquel acompaña perfectamente al tono de la obra con un trazo simple y muy definido que genera un contraste más que interesante con las siluetas amenazantes y podridas que van poblando la obra desde la mitad hasta el final. Angelet parece uno de esos pícaros con los que las obras infantiles trataban de acercarnos la figura de El Lazarillo de Tormes. Es de agradecer, también, que los cambios temporales y en el escenario se muestren reflejados en el dibujo ya que el joven aparece a menudo lleno de barro, sucio o con profundas ojeras que van evolucionando conforme avanzamos a lo largo de las páginas.  

También es cierto, sin embargo, que la primera mitad del cómic está mucho más detallado y cuidado que las últimas páginas donde quizás el dibujo se simplifica demasiado y los trazos parecen menos intencionales y más apresurados.

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Gerard Miquel juega con el lector deformando a las figuras en ciertos momentos, cambiando los tamaños de las viñetas y rompiendo la pespectiva para traducir las sensaciones de opresión, encierro y pobredumbre que claramente sufre el joven Angelet. Además, Yo fui guía en el infierno incluye cuatro páginas de contenido extra: dos en las que se habla precisamente del contexto en el que está ambientado el cómic y otras dos en la que el autor plasma su testimonio sobre el proceso de creación y dibujo.  

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Nuestra opinión sobre Yo fui guía en el infierno

He leído otras críticas de este cómic que lo tachan de confuso, y he de ser sincera por completo y confesar que me lo he leído al menos cuatro veces para poder realizar este análisis. Si no conoces con antelación la obra de Fernando Arias, es posible que te encuentres un poco perdido en la primera lectura. Pero en mi modesta opinión, esto no es necesariamente malo.

Desfiladero Ediciones se caracteriza por crear cómics que te revuelven un poco las tripas por dentro y que no dejan a nadie indiferente. Desde la preciosa obra de Don Barroso del autor Zarva que supone un homenaje a la lucha de su padre contra el cáncer, hasta Esperaré siempre tu regreso de Jordi Peidró que narra la historia real de un español en un campo de concentración nazi, esta editorial se ha centrado en publicar obras que no sean simplemente un mero entretenimiento más. No importa tanto el dibujo como lo que tengan que contar, y en ese sentido, Yo fui guía en el infierno, cumple.

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Es cierto que el cómic parece que apresura un poco el final con trazos más acelerados y personalmente las últimas viñetas con el incendio, tan llanas y repetitivas, me dejaron con ganas de saber más. Habría querido hablar con Gerard Miquel y preguntarle si su intención era simplificar el dibujo al final o no, porque las primeras páginas del cómic son simplemente magníficas. Esto también se puede entrever en los chascarrillos de ironía y las viñetas inteligentes de las que hablaba anteriormente y que aparecían al principio de la obra o en la distribución de los bloques de texto y la información, que al principio aparece de forma espaciada y distendida, permitiendo que las viñetas narren por sí mismas la acción y que después se acumulan demasiado al final de la obra.

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El nivel de detalle que encontramos en el interior de la casa de Angelet o en las plantas que recoge Cavanilles es simplemente genial. A mí, personalmente, me recordó a las casas hechas de ladrillo y de adobe del interior de España donde se cocinaba directamente de un espetón sobre el fuego.

El resto del cómic cuenta con un dibujo interesante, sencillo pero que funciona en todos los aspectos. En ese sentido, Angelet tiene un abanico de expresiones faciales más amplia que Cavanilles. En su intento por parecer ajeno a las desgracias que vive o por no dejarse contaminar por las supersticiones del lugar, Cavanilles prácticamente no muda el gesto de su cara de su continua expresión de pez, haciéndolo parecer arrogante y simplificándolo de más en nuestra opinión.

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Y es que la primera mitad de Yo fui guía en el infierno es perturbadora, rara y ligeramente escalofriante. Mostrándote a Angelet en su casa, Gerard Miquel sienta las bases de una realidad con la que podemos empatizar que poco a poco se va rompiendo en pedazos. Después, empieza a mostrarte personajes realmente espeluznantes: la podrida Penélope, cuya visión y acercamiento provocan que el joven eche hasta la primera papilla, y el cazador que devora al lobo y que baila, en mitad de la oscuridad, frente a nuestras propias narices.

En general, Yo fui guía en el infierno es una obra que funciona a nivel artístico muy bien y que, a pesar de estos pequeños problemas al final, se disfruta enormemente, hayas leído o no la novela de Fernando Arias.

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