
Escritora consumada, concept artist en ciernes y adicta al trabajo. Do...
¿Qué te parecería si te dijera que existe una novela de fantasía con dragones, profundamente feminista, con una protagonista bisexual y un worldbuilding totalmente ambientado en el folclore irlandés? Pues eso es Un destino forjado a fuego, la novela de Hazel McBride que salta la parte del camino de héroe de la princesa para darnos ya desde el primer capítulo a una reina legítima injustamente apartada del trono que sin duda merece.
A lo largo de sus 520 páginas, Hazel McBride realiza un interesante ejercicio creativo en el que contrapone la adoración a las diosas y el matriarcado de Tìr Teine con las ideas misóginas y retrógradas de la religión verdadera, haciendo un guiño un guiño evidente a la tensión histórica entre el paganismo celta y la llegada del cristianismo a Escocia e Irlanda, que aquí se convierte en el corazón mismo de la lucha por el poder.
Esta es la primera parte de la bilogía Bonded to Beasts. Déjame que te cuente más sobre la novela.
Argumento de Un destino forjado a fuego
Un destino forjado a fuego nos presenta a Aemyra, una joven que pasa los días en la forja con su mellizo y sus padres adoptivos. Durante años ha ocultado el pelo rojo que la marca como hija de la realeza y el increíble poder que, como duileach, atraviesa su cuerpo y que le permite invocar el fuego. Sin embargo, todo cambiará cuando el príncipe exiliado Draevan, su padre, aparece una noche y le confirma que ha llegado la hora de reclamar el trono para sí.
Durante años el falso rey loco ha estado gobernando de forma caótica Tir Teine, y ahora que por fin ha muerto, Aemyra tendrá la posibilidad de reclamar a Kolreath, el dragón dorado para ella, vincularse y hacerse con el trono que por línea de sucesión le pertenece.
Sin embargo las cosas no serán tan sencillas, y cuando la familia real, amparada por los pactistas que pretenden establecer un patriarcado, se oponen a su coronación, Aemyra se verá obligada a exiliarse mientras sus ejércitos se agrupan y el odio que siente por el príncipe Fiorean bulle por sus venas.
Sin un dragón con el que vincularse… ¿quién podrías hacerle frente a un duileach como él?
Un worldbuilding que bulle con la magia y la terminología de las leyendas celtas
El worldbuilding de Hazel McBride bebe directamente del folclore celta, algo que se percibe desde la primera página. En cuanto abres la preciosa edición de Rba Lit decorada con cantos de escamas doradas, te encuentras con un glosario cargado de terminología celta, nombres propios que vienen derivados del gaélico o referencias reales a la religión pagana.
Tìr Teine, el territorio donde se desarrolla la novela, significa Tierra de Fuego en gaélico, un reino matriarcal que rinde culto a la diosa Brigid. Sabemos que en el folclore celta, Brigid era una diosa de poder inmenso: protectora del fuego eterno, patrona de la forja, la poesía, la sanación y la fertilidad. Su llama sagrada permanecía inextinguible en Kildare, cuidada por sacerdotisas que la mantenían viva noche tras noche, y cuyo fuego no debía ser cruzado por ningún hombre sin correr el riesgo de ser maldecido.
La correlación entre la diosa Brigid y Santa Brígida es evidente: igual que el cristianismo absorbió a la divinidad celta para domesticar su culto bajo una figura “aceptable”, la Religión Verdadera en la novela intenta borrar lo femenino y lo mágico para imponer un nuevo orden patriarcal. Esa es precisamente la grieta por donde se cuela la fantasía: McBride ambienta su historia en un pasado con raíces reconocibles, donde los dioses, los ritos y las palabras gaélicas no son solo decorado, y donde la magia se convierte en la única arma capaz de resistir la colonización espiritual y cultural.
Hay muchos otros términos que provienen del gaélico y que aparecen en la novela: aquellos que han sido bendecidos con magia se denominan dùileach, el cual viene del gaélico dùil, que se relaciona con lo elemental, lo nacido del elemento. Y, el resto, como los clanes Daercathian, Leuthanach o los dragones Kolreath o Aervor, cuentan con similitudes fonéticas que hace que resuenen como si lo fueran. Su sonoridad recuerda a palabras auténticas como leòmhann (león en gaélico escocés), y ese eco constante a lo celta convierte el worldbuilding en algo verosímil, como si el relato se apoyara en una lengua antigua real.
No estás sola: la magia y los vínculos sagrados en Un destino forjado a fuego
Y es que el mundo de Un destino forjado a fuego está lleno de experiencias, terminología y matices interesantes, como puede ser el concepto de la Vinculación. Los dùileach de la novela están destinados a forjar un vínculo con criaturas míticas como pájaros fénix, quimeras o dragones, forjando una alianza mental absoluta, irrompible y casi sagrada. No es solamente esto, sino que, como iremos descubriendo, la capacidad de comunicarse con tu bestia mítica depende enormemente de lo honesta que seas con tus propios sentimientos y emociones y de tu capacidad para cultivar la propiocepción.
Ese lazo me recordó inevitablemente a los daimonion de La brújula dorada ya que las bestias míticas con las que te vinculas no son ni una mascota ni un arma, sino una prolongación del alma. Una compañía que asegura que nunca caminas sola, que tu magia está viva y respira contigo.
Asímismo, Aemyra nos habla de cómo sentir la magia del fuego dentro de ella la hace sentirse próxima a la diosa, recordando de alguna manera a esa creencia celta pagana y antigua de que todos portamos algo, aunque sea ligeramente divino, dentro de nosotros.
Adolescentes acercándose a la treintena: las decisiones, casi siempre impulsivas, de Aemyra, como detonante de la trama
Parece que Hazel McBride ha construido a Aemyra sobre una base de ascuas y chispas, porque nuestra princesa es todo impulsividad, todo erotismo, fuerza y poco temple (algo irónico teniendo en cuenta que ha trabajado más de diez años en una forja).
Y es que uno de los motores de la trama es la forma en que Aemyra toma decisiones. Así, veremos a una protagonista que a menudo precipita el avance argumental, lanzándose de cabeza al peligro y forzando situaciones que hacen avanzar la trama a base de impulsos más que de lógica. Aemyra abandona refugios en pleno asedio, se lanza a correr riesgos innecesarios para una aspirante al trono y se enfrenta a cientos de peligros sin medir las consecuencias (situaciones en las que, a menudo, sale mal parada). Estas decisiones pueden resultar frustrantes para el lector, pero son precisamente el detonante de gran parte de la acción: el relato progresa gracias a esa mezcla de inconsciencia y fuego interior que define al personaje.
Y es que sus arrebatos serán los que prendan la mecha de la historia y la empujen a prisiones, alianzas imposibles o choques con Fiorean. Esa impetuosidad la hace tan real como contradictoria: reina legítima por derecho, pero todavía buscando cómo gobernarse a sí misma.
Al principio, toda esa impulsividad podría hacerte pensar que estás ante una novela de corte muy juvenil, pero Un destino forjado a fuego sorprende justo porque no se queda en la superficie: aquí matan a personajes importantes, hay mutilaciones, traiciones y escenas que te dejan con la boca abierta. Varias veces mientras leía me encontré pensando: “no, esto no puede haber pasado, seguro que se resuelve de otra forma, porque en una novela juvenil no se atreverían a ser tan crueles”. Y, sin embargo, Hazel McBride no duda en añadir escenas gráficas y reales que le dan un peso muy distinto a la historia.
Religión, control y resistencia
Uno de los aspectos más potentes de la novela es la manera en que refleja el choque entre el culto a Brigid y la llamada Religión Verdadera. Mientras el templo de la diosa ofrece refugio a las mujeres sin hogar y les brinda la posibilidad de convertirse en sacerdotisas, el nuevo credo patriarcal las reduce a simples úteros: esposas y madres cuya única función es obedecer. La oposición no es solo espiritual, es política y social, y atraviesa toda la trama como un recordatorio de cómo las religiones institucionalizadas han moldeado y silenciado a las mujeres en la historia real.
Los sotanas, los pactistas y los misioneros que aparecen en la novela no son una invención aislada: funcionan como un eco de cómo el cristianismo se impuso históricamente en Escocia e Irlanda. Igual que los misioneros cristianos recorrieron aldeas y clanes para erradicar los cultos locales y sustituirlos por una religión única, en Un destino forjado a fuego vemos a la Religión Verdadera desplegar su poder para someter templos, imponer nuevas jerarquías y reeducar a las mujeres. Es una correlación directa entre fantasía y pasado real, donde la invasión espiritual se convierte en una guerra tan feroz como cualquier batalla de dragones.
Ahí reside uno de los mensajes más claros de Un destino forjado a fuego: la fantasía como espejo de un feminismo feroz. La autora no se limita a poner a una protagonista en el centro, sino que plantea un sistema que se desmorona al borrar lo femenino, y que solo puede reconstruirse si se recupera esa memoria y esa fuerza colectiva.
Entonces ¿recomiendo leer Un destino forjado a fuego?
La respuesta corta es sí. Un destino forjado a fuego no es una novela perfecta —tiene sus momentos de impulsividad forzada y giros que dependen demasiado del carácter temperamental de Aemyra—, pero lo compensa con un worldbuilding sólido, raíces celtas muy bien integradas y una crudeza inesperada para lo que a primera vista parece una historia juvenil.
Si disfrutas de la fantasía con dragones, vínculos sagrados y un fuerte trasfondo feminista, vas a encontrar aquí una lectura que engancha y sorprende. Y si además te atrae ese aire de “épica celta reinventada” con diosas, dragones, fuegos perpetuos y luchas contra religiones opresivas, entonces este libro está hecho para ti.
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