
Escritora consumada, concept artist en ciernes y adicta al trabajo. Do...
Cruces, de Alex Landragin (Duomo Ediciones, 2023), llegó a España bajo una idea o promesa difícil de ignorar: ser la heredera espiritual de El barco de Teseo: aquel experimento literario que Abrams y Dorst lanzaron al mundo como una botella al mar —el libro dentro del libro, notas en los márgenes, y una obsesión que se propagó como un virus entre lectores y bookstagrammers. En este caso, sin embargo, no encontramos post-its de colores ni códigos ocultos, sino algo quizás más sutil e íntimo: una estructura que invita —o desafía— al lector a elegir un camino como ocurría con las obras infantiles de Elige tu propia aventura. Así, tras sumergirte en una pequeña introducción contextual, como lector te obligan a escoger un camino: puedes o bien recorrer el libro como un volumen tradicional, o bien lanzarte a la llamada "Secuencia de la Baronesa", un orden alternativo que entrelaza capítulos dispersos de tres relatos, prometiendo una experiencia de lectura completamente diferente.
Desde el momento en que se anunció su publicación en castellano, Cruces fue objeto de deseo para todos los que seguimos con atención cualquier obra que prometa una experiencia metaficcional. Y fue especialmente irresistible cuando vimos que se publicaba con su propio estuche de cartón y con unas tapas realmente preciosas. Así que no es de extrañar que me sintiera espectacularmente emocionada cuando me lo regalaron y llegó a mis manos.
Pero ¿supera Cruces el hype que tenía una vez te lo has leído? Esta es mi opinión sin trampas ni saltos de capítulo sobre esta obra.
Argumento de Cruces: Tres manuscritos robados que atraviesan el tiempo
El encuadernador y su promesa incumplida
Cruces. Historia de dos almas, comienza con un prefacio provocador: "Yo no escribí este libro. Lo robé".
Con esta confesión, un encuadernador anónimo nos revela cómo recibió el encargo de una rica coleccionista para encuadernar tres manuscritos con una única condición: la de no leerlos jamás. Sin embargo, tras enterarse del asesinato de la mujer, rompe su promesa y le echa un vistazo al cuento, quedandotan impresionado por lo que encuentra que decide publicarlos bajo el título de Cruces. Lo fascinante de esta premisa es que estos tres manuscritos aparentemente inconexos, escritos bajo diferentes voces narrativas, géneros y momentos históricos, están, en realidad, conectados por el misterio de una práctica ancestral proveniente de la polinesia llamado “el cruce” y que la obra, poco a poco, va explicando.
El misterio del cruce como nexo narrativo
Cada manuscrito es totalmente diferente del anterior. El primero de todos ellos, "La educación de un monstruo", se trata de una suerte de autobiografía apócrifa de los últimos años de un Baudelaire moribundo en Bruselas; el segundo, "La ciudad de fantasmas", nos presenta a Walter Benjamin: un alemán judío refugiado ilegalmente en París durante los días previos a la toma de la ciudad por parte del ejército nazi que se enamora de una extraña mujer que encuentra en un cementerio y que acaba involucrado en una trama de espionaje, manuscritos extraños y sociedades literarias secretas; finalmente, "Cuentos del Albatros" nos traslada a una remota isla de Polinesia donde una joven llamada Alula narra su trágica historia de amor tras la llegada de los primeros europeos y la pérdida del amor de su vida por un terrible accidente.
Tres relatos, una misma alma
Estos tres relatos están unidos por un concepto mágico y fantástico basado en un ficticio ritual polinesio llamado "el cruce": un proceso por el cual puedes intercambiar tu alma con la de otra persona simplemente mirándole los ojos. Pronto comprenderás que todos estos personajes masculinos enamorados de improbables mujeres no son más que el amor perdido de Alula, cuya única misión, a lo largo de siete siglos, es encontrarlo a tiempo para evitar que muera sin realizar otro cruce.
Primer manuscrito: Baudelaire y su monstruosa revelación
Una introducción atrapante en forma y fondo
La primera gran decisión a la que cualquiera se tiene que enfrentar cuando empieza a leer Cruces es decidir si quiere seguir el orden natural del libro o la Secuencia de la Baronesa. En mi caso, creo que es importante deciros que yo decidí enfrentarme primero a la lectura de la obra por orden antes de abordar la secuencia de la Baronesa, porque quería ver cuánto cambiaba o entender el juego que se establecía entre los diferentes capítulos.
Fue entonces cuando, dejando atrás la introducción de la obra, me sumergía en el primero de los manuscritos: La educación de un monstruo y creo que es sin duda una manera muy inteligente para enganchar a un lector. Y es que Landragin recrea de una forma muy orgánica y apasionante los últimos días de Charles Baudelaire en Bruselas, dotando al relato de una ira candente y de una suerte de morbosidad ante la enfermedad, la desesperación y la forma de vida del genio de la poesía, adicto al láudano, que resulta del todo fascinante.
La identidad oculta de Baudelaire
Y eso que el relato empieza sin revelar abiertamente la identidad de Baudelaire, pero los detalles históricos van dibujando la figura del poeta francés para aquellos capaces de reconocerlo, hasta que se revela su identidad en el segundo manuscrito.
La atmósfera: entre lo decadente y lo onírico
La atmósfera creada por Landragin en este primer manuscrito es magistral y evoca un aire decadente y misterioso que me recordó irremediablemente a Bloodborne, con esas calles neblinosas, las figuras siniestras en las sombras y una sensación constante de deterioro tanto físico como espiritual. Landragin aprovecha brillantemente el dato real de que en 1866 Baudelaire sufrió un derrame cerebral que lo dejó paralizado y sin habla para integrar este acontecimiento en su narrativa sobre "el cruce" – declarando que esta afasia no fue producto de la sífilis como se cree, sino el resultado de un intercambio espiritual imperfecto.
El segundo manuscrito: Walter Benjamin entre la realidad y la pesadilla
Contexto histórico y realismo narrativo
Y es que resulta cuanto poco inteligente la manera en la que Landragin utiliza continuamente referencias reales para construir tanto el primero como el segundo manuscrito: La ciudad de fantasmas. La vida indolente de Walter Benjamin, ese escritor alemán judío refugiado ilegalmente en París —donde vive con la constante amenaza de ser descubierto y deportado a una muerte segura— se describe con un detalle histórico minucioso que casi te hace olvidar que estás leyendo una obra de ficción y que te transporta a las novelas históricas arquetípicas de la época por su empleo continuo de nombres de calles reales, descripciones de escenarios creíbles y por saber captar la atmósfera de miedo, incertidumbre y espera del momento.
Y es que hay que reconocer el meticuloso trabajo de documentación histórica de Landragin ya que, como os he dicho, menciona calles específicas que efectivamente existen en París, incorpora titulares de periódicos reales de la época (como la última apelación de Reynaud a Roosevelt), habla de espías ejecutados y rumores de derrota inminente... e ncluso incluye pequeños detalles como un fragmento en francés —«J'attendrai le jour et la nuit. J'attendrai toujours ton retour…»— que hace referencia a la canción "J'attendrai", famosísima durante la Segunda Guerra Mundial (una adaptación francesa de la canción italiana "Tornerai" de 1936, compuesta por Dino Olivieri).
Todo ello se entrelaza con una suerte de construcción narrativa que evoca los cuentos clásicos gracias a la introducción de momentos como la anciana bruja vendedora ambulante de libros en 1913, que va por las calles en harapos y ofreciendo novelitas a los turistas de la zona.
La deriva hacia el thriller conspirativo
Sin embargo, tengo que confesar que este segundo relato, hasta que todas las piezas empiezan a encajar, me resultó bastante más difícil de digerir que el primero y me costó conectar con él. Quizás sea debido a que el género de thriller y yo no nos llevamos especialmente bien y me cuesta enormemente conectar con tramas como en la que se convierte este segundo relato, ya que la historia acaba derivando en una trama sobre una serie de asesinatos, con varias personas persiguiendo el manuscrito de La educación de un monstruo de Baudelaire, incluyendo una sociedad literaria cruel y una Coco Chanel que, sin comerlo ni beberlo, se convierte en una artífice de una conspiración para acabar con la enamorada de Benjamin.
Siendo honesta, conforme veía cómo la trama pasaba de esas calles oscuras y deprimentes que eran el Burdeos del primer relato a esta parte de la obra, mi interés por la obra iba decreciendo y hasta me sentí frustrada por momentos. ¿Por qué, con lo bien que iba, me encuentro ahora leyendo sobre un hombre desesperado por amor que se mete en un salón con Coco Chanel y un revólver?
Un giro emocional que da sentido a todo
No fue hasta que llegamos a la gran revelación de final del segundo relato cuando todo hizo “clic” y me di cuenta de que me encontraba frente a una de las obras más románticas que hubiera caído en mis manos.
El cambio narrativo, el salto temporal, y sobre todo esa trama cercana al thriller sobre una misteriosa sociedad literaria con oscuras intenciones, me sacaron por momentos de la narración. Particularmente, la manipulación para que Benjamin acabe intentando asesinar a Coco Chanel —que aparece de golpe en la historia cuando realmente, históricamente, no hay muchas referencias que conecten a Chanel con este círculo intelectual— me resultó algo forzada. Esta parte me convenció muchísimo menos, y hasta alcanzar aproximadamente la página 157, cuando toda la novela hace clic (cuando descubres que en realidad son todo el tiempo los mismos dos personajes cruzándose de cuerpo, solo que uno lo recuerda y el otro no), se me hizo bastante cuesta arriba.
—Quiero vivir la vida de otra persona. No quiero vivir la mía. Es demasiado dolorosa. ¿Es que no lo entiende? Cuando me miro al espejo, me veo con los ojos de otro, los ojos del hombre que me amaba, el hombre al que perdí, el único hombre al que amé nunca. Me duele verme. No puedo apagar la llama del amor que llevo dentro. Cada vez que me veo es un recordatorio más de ello.
El tercer manuscrito: donde todo cobra sentido [spoilers en el interior]
La fuerza sinestésica de la narrativa de Alula
El tercer manuscrito, Cuentos del Albatros, es donde todo comienza a cobrar un sentido maravilloso. Si con el primero me sentí atrapada en la atmósfera decadente de Baudelaire y con el segundo tuve mis momentos de desconexión, este último relato consigue que todos los elementos anteriores encajen perfectamente, transformando por completo la experiencia de lectura.
Lo que más me impactó de esta parte fue lo extraordinariamente sinestésica y visual que resulta la narración. Landragin consigue crear un mundo sensorial tan vívido que casi puedes sentir la brisa marina de la isla polinesia, oler la sal del océano y escuchar el crujir de la arena bajo los pies de Alula. Todo ello, acompañado de la narración en primera persona de Alula, contribuyen a transmitirte la desesperación y el amor de Alula por Koahu y cómo sus vidas, a lo largo de los siglos, se convierten en meros paréntesis hasta volverle a ver.
Una historia de amor eterno revelada
Es aquí donde Cruces se convierte por fin en una auténtica novela de aventuras, pero también en algo más profundo. La historia de Alula y su desesperada búsqueda a través del tiempo y de diferentes cuerpos revela que estamos ante una de las obras más espectacularmente románticas que he leído en mucho tiempo. Cuando comprendes que todos los relatos anteriores son en realidad fragmentos de esta gran historia de amor eterno, cuando te das cuenta de que las aparentes "mujeres misteriosas" que aparecían en los manuscritos anteriores son en realidad la misma alma buscando a su amor perdido... es imposible no emocionarte.
Es justo en este tercer manuscrito cuando Cruces te conquista totalmente, se desdibuja la anhedonia de la anterior parte y te encuentras a ti misma recomendándosela a aquellas personas que sabes que tienen cierta sensibilidad para la historia y el romance. La forma en que Landragin consigue responder a algunas incógnitas, dejando totalmente abierto el círculo narrativo y, sin embargo, enhebrando elementos aparentemente inconexos —el intercambio espiritual de Baudelaire, las pesadillas de Benjamin, los secretos de la sociedad literaria— hacen que tengas cierta sensación de sosiego al acabar a lectura.
Durante mis años de labor clínica me había encontrado con los rescoldos de muchos amores interrumpidos. Pero el de Madeleine era diferente: se trataba de un alma que amaba, que se entregaba, por completo. Era algo tan poco habitual que desee quedarme allí, al calor de su brillo. Aunque a la vez lo percibí con cierta prevención: un amor de esa magnitud era lo bastante poderoso como para calcinarlo todo a su paso y dejar solo cenizas.
La isla de Oaeetee: donde todo cobra sentido
Un ritual ficticio con sabor real
El verdadero corazón conceptual de Cruces late en la ficticia isla de Oaeetee y en ese ritual fascinante que da nombre a la novela. El "cruce" es un ritual fictio producto de la imaginación de Landragin que, aunque no existe en la mitología polinesia real, es capaz de percibirse como algo auténtico y real que evova de formaw inevitable a esas construcciones míticas que David Mitchell crea en su universo interconectado, especialmente en obras como El Atlas de las Nubes, donde las almas también viajan a través del tiempo y los cuerpos.
Inspiración cultural: mana, mitología y feminidad
El ritual en sí mismo es tan sencillo como inquietante: dos personas que, mirándose a los ojos bajo ciertas condiciones, pueden intercambiar sus almas y habitar el cuerpo del otro. Pero lo realmente fascinante es cómo Landragin construye todo un sistema de reglas y consecuencias alrededor de esta idea central, creando una mitología completa que parece inspirarse libremente en conceptos como el "mana" polinesio (esa energía vital que impregna seres y objetos), pero llevándolo a un territorio completamente original.
La isla, con su sociedad matriarcal y su relación con los colonizadores europeos, me trajo a la mente esa mezcla entre antropología y fantasía que encontramos en novelas como La costa más lejana de Ursula K. Le Guin, donde culturas inventadas exploran verdades profundamente humanas sobre el poder, la identidad y el amor.
Reflexiones sobre alma, identidad y deseo
Y es que, en el fondo, Cruces utiliza esta práctica ficticia del "cruce" para plantearnos cuestiones eternas: ¿Quiénes somos realmente más allá de nuestros cuerpos? ¿Es posible que el amor trascienda lo físico y perdure a través del tiempo? ¿Qué ocurre cuando dos almas están destinadas a encontrarse una y otra vez, sin importar los obstáculos?
Una frontera es una ficción, pero una ficción que, a su manera, puede significar para algunos la diferencia entre la vida y la muerte.
Reseña final de Cruces, de Alex Landragin: ¿vale la pena leerla?
Opinión personal sobre la novela Cruces de Alex Landragin
Tras leer los tres manuscritos que componen Cruces y aventurarme incluso por la "Secuencia de la Baronesa", me quedo la sensación de que, en realidad, el verdadero valor de la obra reside en su historia, no en su estructura experimental. Creo que lo que realmente hace brillar a Cruces es la preciosa búsqueda eterna entre dos almas, la meticulosa recreación de escenarios históricos y la forma en que Landragin entreteje lo real con lo fantástico.
Dicho esto, tengo que confesar que, tras haber leído la obra completa, volver a la Secuencia de la Baronesa no me aportó realmente nada nuevo. Lejos de añadir capas de significado o una experiencia transformadora, me resultó realmente confusa y me hizo plantearme seriamente si yo habría disfrutado de la lectura de haber escogido este orden y no el natural en el que está escrita la obra.
—Tú, que eres poeta, ¿no ves que todas las almas humanas tienen el poder de cruzar? Cuando miras a los ojos de otra persona, ¿no sientes en la boca del estómago una especie de anhelo tan poderoso que te da miedo? Cuando estamos entre personas educadas, ¿no evitamos las miradas precisamente por el vértigo que nos produce mirarnos a los ojos? Y ese vértigo ¿no es, más que el miedo a cruzar, el miedo al deseo de cruzar? ¿Es que nuestras almas no se buscan las unas a las otras en su lucha por la libertad de cruzar?
Hay un enorme envoltorio marketiniano alrededor de Cruces que reviste la obra de oro para destacarlo del resto de libros propios de las midlist: la caja de cartón en la que viene el libro, el prólogo con el misterio del encuadernador que decide leer la obra, los asesinatos con los ojos arrancados y este orden pseudo-cronológico montado por la baronesa. Sin embargo, mi sin duda impopular opinión es que esta historia podría brillar perfectamente por sí sola.
Ética, emoción y feminidad en el amor eterno
La idea de ser capaz de intercambiar mi cuerpo, una vez ya esté anciano y decrépito con el de otra persona y perseguir eternamente al amor de mi vida, aunque este no me recuerde ni crea una palabra de lo que le digo, llena mi corazón de un halo de nostalgia precioso que ha ocasionado, sin lugar a dudas, este libro. Es una obra que te hace preguntarte la ética detrás de atrapar el alma de otra persona en un cuerpo enfermo, que eleva la pregunta de qué ocurre con nosotros una vez morimos y que habla de la predestinación del amor en un lenguaje obsesivo y femenino con el que yo puedo sentirme del todo identificada.
Un final que te deja pensando
Cruces no es una obra para comprar y dejar en tu estantería porque “queda bonita”. Es una novela con un precioso trasfondo por sí mismo que te hace preguntarte si alguna vez, serás la Alula de un Koahu. Si cuando te pierdes en la profundidad de sus ojos marrones, eso que sientes oprimiéndote el pecho, es el comienzo de un Cruce al otro lado.
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