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NOTA: 9.4

Juego de Reyes de Dorothy Dunnet es la novela histórica que tendrías que estar leyendo

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Escritora consumada, concept artist en ciernes y adicta al trabajo. Do...


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Argumento de Juego de Reyes

¡Lymond de Crawford ha vuelto! En una Escocia tensa que lucha contra las continuas intrigas de Inglaterra por conquistarla y anexionarla a su imperio, dentro de las casas de los nobles no se habla de otra cosa más que del joven Francis Crawford.

Lymond, el segundo hijo de Sybilla Culter, es un noble acusado de traición tanto en Escocia como en Inglaterra que va por libre con un ejército de borrachos, asesinos y forajidos. El joven Culter parece no tener moral o valores éticos y se mueve por el mundo estafando, robando, asaltando y prendiendo fuego a quien se le ponga a tiro. Pero ¿son sus acciones tan egoístas como parecen? ¿Y será capaz su hermano Richard de darle caza de una vez por todas y de vengarse por todo el daño que Lymond le causó?

Análisis de Juego de Reyes

Juego de Reyes pertenece a una de las mayores autores de novela histórica del Reino Unido. En el interior de sus páginas viviremos el conflicto entre escoceses e ingleses tratado de una forma muy diferente a la que nos tienen acostumbradas historias como las de Braveheart o Jefes escoceses. De esta forma, Juego de Reyes realiza continuos saltos de espacio para colarnos en el interior de los salones de las damas, lores, duques, reyes y gitanos que conforman el entramado de Escocia en pleno S. XVI. Un siglo en el que el protestantismo luchaba directamente contra los escoceses, en el que Rey de Inglaterra soñaba con anexionar Escocia a sus propias tierras y en el que estaba considerado básico entre la nobleza escocesa poder hablar con soltura el francés, tierra con la que estaba hermanada.

Dorothy Dunnet entrelaza de esta forma las vidas no solo de los invasores ingleses, sino también de los propios escoceses, sean partidarios o no a la causa británica. Sin crear un juicio previo o presentarnos a los personajes como “villanos ingleses” y “honrados escoceses”,Dorothy Dunnet se atreve a zambullirse en una escena política real y palpable en el que nunca sabes cuáles son los intereses políticos de unos y de otros, creando tanto personajes malvados seguidores de la pequeña reina escocesa como nobles de corazón que resguardan las tierras conquistadas por los ingleses.

Y lo más interesante es que cada uno de sus personajes se expresa y habla como se esperaría que lo hicieran: Johnny Bullo, el gitano, es ambiguo y burlón; Lord Grey ácido y duro y Buccleuch directo y bruto. Frente a la simpleza directa y franca de Tom Erskine o del propio Richard Culter nos encontraremos con la dialéctica cuidada y rebuscada del propio Lymond o incluso de Christine, la cual no se queda atrás cuando ve necesario medir su ingenio. La obra está completamente llena de citas y referencias a obras clásicas, juegos de palabras y saltos de un idioma a otro, los cuales incluyen el francés, el español, el alemán o el gaélico.

Esta característica que parece pomposa y rimbonbante en un primer momento, retrata muy bien la sociedad de la época en la que el conocimiento de los clásicos y la memorización de textos eran la seña que demostraba si una persona era culta, y por tanto un señor digno de respeto, o alguien que pertenece a la plebe, lo cual es decisivo alrededor de la figura divina que se construye alrededor de Lymmond: un forajido que se autodenomina a sí mismo “un borracho y un degenerado” y que sin embargo viste ricamente como un noble y se esfuerza en envolver todo lo que hace con bellas palabras.

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He tenido una tarde de lo más penosa. Un musulmán echaría la culpa a mi ifrit, un gimnosofista explicaría que el papingo era en realidad mi tatarabuela y un cristiano, qué duda cabe, «lo llamaría la venganza del Señor». Como simple e inofensivo pagano, yo digo que ha sido un engorro del demonio.

El contexto histórico está fantásticamente recreado. La separación estamental se muestra magníficamente en Juego de Reyes, demostrando el honor que se tienen los caballeros, entre los cuales la palabra de uno basta (circunstancia que emplea a menudo Lymond para salirse con la suya) o incluso narrando las diferentes posiciones físicas que toman en función de su escala social en eventos como el disparo al papingo.

Lejos de mostrarnos una Escocia propia de Outlander, con duendes, hadas y fríos castillos encantados llenos de frecuentes pelirrojos en faldas, Dorothy Dunnet le pone un toque de realismo a su novela dando detalles que en la ficción más fantástica sobre Escocia, se suelen pasar por alto. Un realismo tal que demuestra las dificultades de mantener un castillo sin cerveza, ya que el agua no es potable; el frío que hay por los caminos o el hecho de que ser pelirrojo allí es tan extraño como aquí y que suele provocar que su compañía se refiera a él como el “pelirrojo”.

Al mismo tiempo, presenta una gran variedad de personajes, con sus diferentes opiniones enfrentadas y caracteres desarrollados: Christine, una joven ciega en absoluto inválida, que odia la violencia porque sí; el señor Crouch, gordo y parlanchín del que dicen que no se calla ni debajo del agua; Lord Grey y su peculiar ceceo o incluso la estupenda Agnes con sus ideas de feminismo que parecen salirse por completo de la época o del lugar o Richard con un honor tan inquebrantable que acaba siendo intransigente.

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Decís que os desagrada ser dominado, y supongo que también todo lo que ello conlleva: un superior indiferente, la imposibilidad de poder escoger o decidir libremente y todo eso. - Había colocado los codos sobre la mesa, cubriéndose el rostro con los dedos para que nada, a excepción de su cansada voz, pudiera traicionarla -. Yo también odio todo eso. No sé si puedo seguir así, Richard.

Y en las preocupaciones de todos ellos está Lymond: un joven que aunque parece renegar de su título, fuerza a todo el mundo a llamarlo por él. Lymond juega al despiste, a demostrar que no siente fidelidad por nadie, a robar y desvalijar a unos y otros mientras desprecia el dinero, a emborracharse con hombres de baja cuna, sentirse como un noble y luego admirar como a un hermano a un gitano. Lymond de por sí es un esperpento de personaje, el conductor de toda la novela y el eje central sobre el que gira un argumento que realmente no cuenta con ningún misterio ni motivante más que seguir leyendo, esperando ver cómo la astucia de este personaje mal apodado como Robin Hood, deja quedar a los unos como a unos tontos y a los otros como borregos.

La novela cuenta con tramas y argumentos circulares, casualidades y hechos inevitables que se entrecruzan como los hilos que forman un precioso tapiz en el que los hombres tienen el valor que le otorgue la facción política a la que se adhieran.

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Solo que no es la violencia entrenada y con propósito la que me aterra: es aquella que es negligente y casual. Toda la gente que había hoy… hacían apuestas con las posibilidades que tenía Culter de sobrevivir. También está la violencia desagradable e inconsecuente, como la de la feria esta noche. O esa que encuentra la diversión en encerrar a mujeres y niños en una cueva ahumándolos hasta la muerte. Matar al ganado y quemar las cosechas por diversión. O= después de Pinkie, cuando el ejército se vino abajo y los Durham y los York y los chicos de Newscastle y los lasquenetes, los italianos y los españoles en sus preciosos caballos cazaban hombres con sus espadas como si fueran moscas por las arenas de Leith, en el camino de Holyrood y en el camino de Darlkeith.

Es sorprendente ver cómo van evolucionando los personajes a lo largo de la novela, presentándose primero como honrados caballeros para ir pervirtiéndose capítulo tras capítulo debido a las inseguridades, las tramas políticas, las suposiciones y las frases interrumpidas. Un ejemplo claro de todo esto es Richard Culter, cuya progresión no queremos revelar en el análisis, Dandy o el mismo Will Scott que aparece en las primeras páginas como un muchacho tonto que se siente cómodo en el papel de un admirador.

Conforme te sumerges en el mundo de Dorothy Dunnet, descubres que cada uno de los personajes se expresa de forma completamente diferente. Lymond y Christine, por ejemplo, usan un vocabulario más enrevesado, cargado de referencias a autores clásicos. En ese sentido, Lymmond, que es consciente de su atractivo y su aplastante lógica, usa su inteligencia como una forma de ostentación para despistar a sus interlocutores de sus verdaderas intenciones; mientras que Christine, que habla tantos idiomas como Lymmond, se adapta a la persona con la que hable.

Cada personaje tiene una personalidad única y un pasado y una historia que se van desplegando frente a tus ojos. Y es que con Dorothy Dunnet nunca se sabe: los personajes secundarios no lo son tanto; los villanos puede que escondan intenciones nobles y los nobles ser como niños deseosos de amor. Cualquier cosa puede pasar en este libro que hasta el final, no te revela la partida de ajedrez que se está desarrollando frente a ti. Un libro cargado de historia y de magia de una forma a la que seguramente no estás acostumbrado.

Nuestra opinión de Juego de Reyes

Juego de Reyes no se trata en absoluto de una novela fácil, de la misma forma que no lo es El señor de los anillos o Juego de Tronos. Con una prosa en ocasiones compleja y con un sinfín de personajes que cuentan con nombre, apellidos, apodos, títulos nobiliarios y apelativos cariñosos, a menudo seguir la trama de Dorothy Dunnet se convierte en algo difícil para los foráneos a este tipo de trabajada novela histórica. Sin embargo, al igual que los otros libros citados, el verdadero premio se reserva para los que prevalecen, porque cuando eres capaz de desentrañar el embrollo de personajes y de fortalezas con la que Dorothy crea todo el contexto, te encuentras de pronto fascinada ante personajes tan humanos que erran y sienten como uno mismo.

Al principio de la novela, los personajes hablan una y otra vez de Lymond, el cual no es otro más que el título de Francis Crawford, el hermano de Lord Culter. Al hacer referencia a la forma con la que las damas susurran su nombre, es fácil que el lector llegue a pensar que Lymond es un conquistador un sex symbol. Es precisamente por eso que sorprende tanto descubrir que en realidad se trata de un rufián, un bandido y un ladrón cuyas primeras acciones lo llevan a lanzarle un puñal a una mujer embarazada.

Lymond resulta increíblemente odioso al principio: su forma de hablar tan particular, tan rebuscada y tan prepotente es capaz de sacar de quicio a cualquiera, lo cual se refleja muy bien en cómo reaccionan los personajes a su alrededor. No es un personaje digno, ni un personaje honroso: a pesar de que viste con mucha pomposidad y se rodea de joyas, disfraces y dinero, a menudo sus hombres comentan que se pasa la mayor parte de los días borracho como una cuba y que desaparece en la peor de las compañías.

Lo que sí queda claro desde el principio es que Lymond es extremadamente inteligente. Y cuando superas las cien primeras páginas de la novela empiezas a encontrar su sello en todo lo que hace. Cuando un noble recibe a un hombre no identificado y recibe una carta, sabes al momento que es Lymond; si uno de los ladrones sufre un revés y aparece un “misterioso encapuchado” que se lo lleva, sabes que es Lymond; si un hombre adolece en la cama con un golpe en la cabeza pero habla de forma culta y refinada, sabes que es él. En cualquier parte donde lo soez y la sofisticación se unen en un conjunto extraño y seductor, descubres la figura de Lymond.

Y entonces, de golpe, te encuentras a ti misma esperando que aparezca igual que las damas que se reían: no porque Lymond fuese atractivo sino porque simboliza el caos, la diversión y el desorden.

La novela sorprende en muchos puntos, y te quita el aliento en otros. Es complicado empatizar con personajes como Sybilla y hace falta cierto contexto histórico previo para comprender la magnitud del conflicto político que Dorothy nos está narrando: la forma en la que el rey británico intenta comprar la lealtad de los escoceses, la falta de recursos de estos para defenderse, la inestabilidad de algunos nobles que están contra la espada y la pared o las continuas traiciones entre unos y otros. 

De golpe, conforme navegas por las páginas con un interlineado escaso y una tipografía pequeña, cargando con seiscientas páginas que parecen interminables, descubres que no quieres dejar el libro en ningún momento. La prosa de Dorothy es difícil como lo es leer Tristán e Isolda o Choque de reyes por primera vez; los personajes se entrecruzan continuamente de un lado para otro. Y sin embargo, es embriagador y apasionante, y cada giro de página despliega nuevas emociones, y las conversaciones entre personajes son tan apasionantes que acabas mordiéndote las uñas, chillando y bramando, llorando con ellos.

Atención, a partir de aquí hay detalles importantes del final

En nuestra opinión, la novela toma un punto de inflexión en el momento en el que Richard, por fin, atrapa a Lymond. Tras un extenso, tenso y extenuante combate, ambos hermanos Culter llegan a un punto de inflexión que pone sus principios y sus estrategias completamente del revés. 

Lymond arriesga su vida por salvar a la reina de Escocia; Richard, obsesionado por hacer que su hermano pague por todo lo que ha hecho, volcando sus inseguridades sobre él, descubre que la vida de este está en sus manos y ambos pasan algo de tiempo por fin hablando, por fin entendiéndose, por fin escupiendo todos sus problemas el uno en el otro.

Y ahí es cuando por fin el bruto y estúpido de Richard, que golpeó a Lady Sommerville, que acusó a la preciosa Mariotta de ser una adúltera y que tienda a compadecerse a sí mismo más que a nadie, empieza a redimirse. Y también es cuando vemos por fin a Lymond en una postura de indefensión, libre de artificios, tirado en el suelo, convaleciente, medio muerto y cargado de emociones que no hace más que ganarse la simpatía del público. Al menos yo, personalmente, no pude parar de leer en este punto, temiendo por su vida, creyendo que finalmente Dorothy Dunnet podía ser tan cruel como para dejarlo morir en mitad de un descampado, reconciliado con su hermano y odiado por todo el mundo.

La novela está tan cargada de matices que a veces la autora se reserva el hecho de explicar ciertos detalles. En algunos puntos del libro, Lymond parece obrar de forma errática y extraña sin ser de esa forma. Cuando Kate Sommerville le prepara un baño a Lymond y manda a su criado a bañarlo, el joven Culter echa de forma violenta a la ayuda hasta quedarse solo en su habitación. Además, siempre guarda mucho recelo en cerrar las puertas donde se está cambiando con llave.

Esto es porque, al haber servido en galeras, la forma más habitual de motivar a los presos a remar más rápido, era azotándolos. No es posible para un hombre tan vanidoso, que usa su físico como principal arma de seducción, permitir que otros vean su espalda plagada de cicatrices y de marcas de latigazos. Y mucho menos, permitir que se corriera la voz.

Alrededor de Lymond hay todo un universo de irrespetuosa inteligencia y es fácil empatizar con su forma de ver la vida. Él es una persona demasiado astuta para la sociedad en la que vive, a menudo malinterpretado por gente menos elevada y condenado al ostracismo. Ve las cosas a planos más amplios que los otros, y eso acaba provocándole una terrible y pesada soledad a la que combate con nada más que la obstinación y la arrogancia.

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La versatilidad constituye una de las pocas cualidades que resultan universalmente intolerables en el ser humano. A uno pueden dársele bien el griego y la pintura y ser bien considerado. Pueden dársele bien el griego y el deporte y ser estupendamente considerado. Pero si se le dan bien las tres cosas, se le considerará un mentiroso. La genialidad provoca en los demás la mayor de las desconfianzas.

Lymond es un personaje suficientemente carismático como para hacerse un hueco en el corazón de todos los lectores; es suficientemente atractivo como para conquistarnos y es suficientemente inteligente como para robarnos un suspiro.

Así que, sí, Juego de Reyes no es una novela fácil. Pero de nuevo, nada que merezca la pena lo es. ¿No es cierto?

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