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Opinión de Cruzados: Agustin Tejada nos abre la puerta a la verdad tras la I cruzada

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El género de la novela histórica contemporánea, es a menudo, en mi opinión, un espacio de confort donde autores ligeramente documentados puedan explorar aventuras basadas en la ficción con la excusa de asentarlos en un siglo o en un año pasado en específico. Pocos, por no decir solo unos escogidos, se atreven a agarrar por el cuello un suceso histórico y a arrojar luz sobre un episodio lavado de la historia. 

Gracias al cielo, Agustín Tejada Navas es uno de ellos. Cruzados, su última novela y la primera que analizo en Momoko, es una obra de ficción histórica que se comienza en Toledo, en 1096. A través de la historia de cuatro personajes, Agustín ofrece una honesta, descarnada y a menudo sarcástica visión de la santa y sagrada primera cruzada convocada por el papa Urbano II. Tras los pasos del primer ejército de Pedro el Ermitaño, el autor desvela los saqueos, carnicerías, pogromos, asesinatos y motivos económicos que había detrás de esta “santa” misión que llevó a miles de europeos a reconquistar la llamada Tierra Santa. 

Argumento de Cruzados de Agustín Tejada  

Toledo, 1096. España es un territorio continuamente disputado por árabes y cristianos, dividido por fronteras inconvulsas y perpetuos ataques de un bando y de otro y por el opresivo poder de la iglesia católica. En este contexto, Alonso, un joven monaguillo que está a punto de tomar definitivamente los hábitos, recibe la amarga noticia de que su familia ha sido apresada y condenada a muerte por venderle caballos al enemigo. 

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Desesperado por salvar su vida, obcecado en su inocencia, Alonso solicitará ayuda a su maestro y protector, el obispo Bernardo el cual tiene complejos y sobre todo ambiciosos planes para su joven pupilo. Sin esperarlo, Alonso de Liébana, un don nadie sin dinero, se verá de camino al concilio de Clermont en el que el papa Urbano II convocó las Cruzadas. A su lado irán Hervé, un caballero francés con una penitencia inusual; Fray Genaro, el inmediato superior de Alonso y custodio del dinero; Moraima, la barragana del fraile; y Hameth, un esclavo sarraceno extremadamente astuto cargado de mentiras. 

Juntos se verán forzados a acudir a un lamentable, empobrecido y fatídico peregrinaje a lo largo de una Europa hambrienta de hambre y venganza en pos de una misión sagrada que haría enrojecer al propio Jesucristo. 

Una novela histórica descarnada, cruel y con olor a ceniza 

Agustín Tejada Navas se encuentra en el punto que converge de un diagrama de Venn literario entre la novela histórica a la que estamos más acostumbrados y una pasión descarnada por desproveer a los héroes y las historias sagradas de su velo de luminosidad. De esta forma, el autor no teme escoger del abanico de personajes que podría crear a unos que representen realmente lo que era vivir en el S. XI y que sean, estéticamente, poco comerciales. Cuesta recordar, por ejemplo, que Hameth es un esclavo al que le han cortado las orejas y al que le han marcado la cara para siempre, ya que su astucia y la planta con la que el autor lo asienta en la historia hace que reconstruyas los huecos estéticos en tu cabeza por la de cualquier personaje aparente. Pero el autor está ahí permanentemente para recordarnos las penurias de los hombres, la cojera del Cid, el rostro barbilampiño y las ideas de niño inocente de Alonso; la maldad de algunos hombres santos y la pobreza extrema que arrastra a mujeres inteligentes a convertise en las compañeras de cama de frailes maltrechos. 

Así, los personajes de Agustín son completamente lo opuesto a los héroes sin defectos que nos llegan impresos en los libros de historia. No solo su apariencia, sino también sus acciones a menudo están cargadas de una falta de moral y una fealdad del todo comprensibles para la época que los vuelve reales, palpables y sobre todo, humanos. 

La sensación perpetua que tienes con Cruzados es la de un sálvese quién pueda ya que la división estamental queda perfectamente retratrada no solo a un nivel particular en el desarrollo de cada uno de los personajes, sino también en la forma con la que retrata la picaresta española en las acciones de gente abocada a tener que saltarse cualquier regla humanitaria para poder sobrevivir.  

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No hay gloria en la iglesia, el papa ni mucho menos en tierra santa y esto nos queda claro desde el inicio. Así, Alonso de Liébana representa de alguna forma la ceguera con los que un lector contemporáneo, acostumbrado a recitar las gloriosas batallas contra “el infiel” en las cruzadas en una suerte de catecismo repetitivo, va abriendo los ojos ante la barbarie, crueldad y egoísmo que se escondían detrás de aquellas misiones. Desde la figura de Fray Genaro, un hombre que tolera e incentiva la masacre a los pueblos judíos para enriquecerse y vivir de sus vicios; hasta la crueldad del propio prior de San Servando que corta las orejas a un hombre esclavizado por el simple hecho (aparente) de haber nacido en la fe equivocada. Como un anticipo de esta falta de virtud en la institución eclesiástica y sus miembros, el autor nos presenta a Alonso de Liébana con cierto aire de retranca que demuestra lo poco elevadas que eran las tareas de los novicios en aquella época. 

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Desgraciadamente, mi primer trabajo no consistió en desplumar pollos al amor de la lumbre, sino en destripar terrones de arcilla en los campos del monasterio. De sol a sol. Un día tras otro excepto los domingos. Esa fue la manera en la que el prior —«fray Juan» le decíamos, aunque era francés como el obispo— quiso inculcar en mí la filosofía benedictina: ora et labora; hasta que alcances la perfección espiritual o hasta que revientes por el camino. 

A partir de este momento Agustín presentará personajes por lo general herméticos, cargados de secretos y de historias personales que les costará compartir con el resto del grupo. Su desconfianza en tiempos sembrados de traiciones, mentiras, corrupción y grandes discursos vacíos es lógica. Así, el autor presenta personalidades opuestas como la de Hervé y Hameth, extremadamente complejas, que chocarán contra la absurda inocencia con la que Alonso ve la vida. No solo se vale el autor de los protagonistas para enriquecer la historia sino que también aprovechará el marco de la época para retratar a personas tan ilustres como Ana Comneno,  la hija mayor de Alejo I, mientras redacta su famosísima obra Alexiada; Raimundo IV de Tolosa, uno de los pilares de la I Cruzada, o incluso a la emblemática figura de Rodrigo Díaz de Vivar (o Sidi, para los sarracenos). Sus personajes masculinos son carismáticos, poderosos y fuertes. Es quizás en la construcción de los arcos narrativos de los personajes femeninos donde más veo que tiemblan estos cimientos tan bien construidos: Moraima, la cuarta protagonista de la obra, empieza con una personalidad fuerte e independiente que desaparece justo a la mitad del libro y su presencia, al igual que la de Ágatha, que se unirá posteriormente al grupo, se vuelve algo simplemente anecdótico en la vida de Alonso.  

Un momento de la historia recuperado del olvido 

El discurso de Urbano II provocó un cambio drástico en la historia: su llamamiento a recuperar Jerusalén fue solo el comienzo de cuatro grandes cruzadas que acabaron con la muerte de entre 25 - 30 millones de personas. Gracias a la industria del cine, la imagen que nos ha llegado de los templarios son caballeros de brillante armadura y túnicas blancas sobre las que reposa la cruz roja paté. Sin embargo, pocos saben que este épico enfrentamiento comenzó de la mano de un loco como Pedro el Ermitaño, un puñado de caballeros empobrecidos y gente miserable sin hogar.  

De esta forma, desde el comienzo de la obra, Agustín realiza un llamamiento a la tolerancia y la comprensión, mostrando personajes de ambos lados: tanto ateos y agnósticos como militantes de cristo y seguidores de Mahoma. Su elenco, en absoluto casual, le permite exprimir el verdadero pilar y tema central de la obra, que es la búsqueda y la naturaleza de la verdad: un concepto extremadamente flexible y traicionero que se presta a múltiples interpretaciones. 

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Los llamaban «caballeros villanos», tal vez porque defendían el nombre de Dios y su propio bolsillo con el mismo entusiasmo. 

De esta forma, todos los personajes y arcos narrativos de la obra están basados, de una forma u otra, en el entendimiento de “la verdad”: desde la tozudez irreflexiva con la que Alonso defiende la inocencia de su padre y de sus hermanos, hasta la forma con la que el Papa Urbano II y el resto de frailes y supuestos “santos” inventan historias sobre la maldad de los musulmanes para enaltecer a los campesinos de a pie. Y es que detrás de esa supuesta sagrada misión, se escondían intereses políticos de nobles empobrecidos que iban tras la promesa de tierras; de un Papa enfrentado con el poder germánico; de Alejo I de Constantinopla, continuamente amenazado y rodeado por fuerzas mahometanas; y de la más vil búsqueda de riquezas. 

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Quinientos veteranos que venían a engrosar los escuadrones de caballería pesada que ya teníamos, hasta hacer un número de unos mil milites Christi. Y, aún así, a pesar del incuestionable poderío de aquel respetable ejército, las huestes de Pedro el Ermitaño seguían estando formadas, en su inmensa mayoría, por familias de campesinos sin tierras; por vagabundos y salteadores de caminos; por tullidos, jugadores, prostitutas y marginados sin bolsa de dinero ni armas para una guerra. 

Tanto a nivel argumental como en el arco de cada uno de los principales personajes, cada uno de ellos tendrá que enfrentarse al desconcierto y la confusión de vivir en un mundo cargado de afirmaciones, discursos y aparentes verdades absolutas a las que ni Alonso, ni Hervé podrán aferrarse en sus momentos más duros. Así, la novela nos muestra la crueldad y arrogancia del llamado “ejército de Cristo”, sus calamidades y sus masacres, llegando incluso a mostrar episodios desconocidos de la historia como el canibalismo al que el ejército empobrecido de Pedro de Amiens se vio abocado para no morir de hambre. 

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Mi opinión sobre Cruzados 

Cruzados es una novela histórica adictiva, rápida de leer y escrita con el dinamismo tan especial que caracteriza a las obras contemporáneas. A través de capítulos cortos cargados de acción, el autor nos presenta una novela de viajes en pleno S.XI con más implicaciones políticas de las que podría parecer. Así, Agustín Tejada enmarca personajes ficticios tan apasionantes como Hameth, un esclavo sarraceno mutilado; o Bernardo de Séridac, un obispo inteligente e ilustrado; con otros reales como Pedro de Amiens, Alejo I, el general Tatikios o hasta Kilij Arslan.  

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—Qué fácil les resulta a algunos aplastar piojos con guanteletes de plata—afirmó, masticando las palabras con rabia—.Qué sencillo es predicar desde el pedestal de las libertades. 

La obra fluye y se convierte en un entretenimiento realmente grato para los amantes de novela histórica, llevándonos de la mano de un conflicto bélico a otro sin que temas, lamentablemente, por la muerte de los personajes principales. A diferencia de otras obras del género, sí que he echado en falta ese miedo en el cuerpo que me asaltaba en las primeras batallas de Alonso, Hervé y Hameth contra diferentes malhechores que encuentran por el camino y que desapareció al ver quesalían siempre indemnes de las más difíciles situaciones. 

Un libro más que recomendable que consiguió convencerme desde el principio hasta el final (parte de la culpa la tiene la magnífica construcción de Hameth, un personaje críptico, sarcástico y cargado de sorpresas a lo largo de toda la obra). Está claro que Agustín Tejada domina el difícil arte de imprimir un ritmo narrativo ágil a una historia tan compleja como esta y eso, querido lector, es un auténtico rara avis en el género de histórica. 

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