1636. El emperador está en Namhansanseong. El Estado de Joseon ha sido invadido, conquistado y arrasado por el ejército de los manchúes, los cuales descienden desde el norte en pleno invierno aprovechando que los ríos se han congelado.
Será en este contexto en el que Kim Hoon, premiado autor surcoreano, nos traiga una de las novelas históricas más verosímiles y que ha cosechado un auténtico éxito en su país. Porque Kim Hoon no decora los hechos ni pinta con palabras bonitas la auténtica incompetencia de un emperador y una corte incapaz de ponerse de acuerdo frente al avance enemigo. Página tras página, veremos el horror que la falta de previsión, las excesivas reservas a tomar acción y el invierno van provocando en un ejército que trata de sobrevivir en una fortaleza impenetrable.
Argumento de Namhansanseong. La fortaleza helada.
1636. Tras la caída de Anju, el ejército manchú capitaneado con Ynnguldai, la mano derecha del khan, invaden y conquistan la península de Joseon sin encontar prácticamente resistencia. Es la segunda vez que el ejército del khan se adentra en las tierras de un rey coreano que le rinde pleitesía y obediencia al emperador chino y a la dinastía de los Ming, recientemente derrochada por los manchúes.
En este contexto, el emperador, incapaz de presentar batalla y tras haber demorado demasiado la toma de decisión de entrar en acción, decide retirarse a una fortaleza prácticamente inexpugnable conocida como Namhansanseon. Sin embargo, ni el castillo está preparado para sobrevivir a un asedio, ni el ejército cuenta con suficientes víveres para sobrevivir un crudo invierno, rodeado de tropas manchúes, en lo que sin duda podría convertirse en una gigantesca tumba helada.
La historia de un asedio que nadie te ha contado
Las historias sobre fortalezas suelen equilibrarse entre las historias de los héroes incomprendidos que cambian y mejoran el funcionamiento de una fortaleza desde dentro gracias a sus impopulares dotes de mando; y las de la epicidad más bruta y absoluta. Sin embargo, Namhansanseong no hace ni una cosa ni otra. Sin ser una novela demasiado pausada, consigue transmitirte la desesperación y la desidia de un ejército sin recursos parado en mitad de la nieve que ve pasar los meses sin prospectivas de éxito. Al mismo tiempo, sin caer en un estilo recargado, Kim Hoon crea una novela basada en múltiples puntos de vista que, sin ser exactamente una obra coral, despliega frases y descripciones de paisaje de una belleza simplemente excepcional.
Namhansanseong, la fortaleza helada, es una novela única en todos los sentidos, y esto es debido a sus tres cualidades principales.
La primera de todas ellas es el rigor histórico. Como he dicho anteriormente, Namhansanseong no busca embellecer los sucesos para exaltar la figura del emperador de Joseon. Desde la mismísima primera página Kim Hoon nos retrata a un pueblo fuertemente dividido en castas y estamentos, donde los más ricos y elevados se preocupan excesivamente de un protocolo y ciertos rituales obsoletos en tiempos de guerra y asedio; y donde los más pobres reniegan de ese temor y fervor reverencial que deberían sentir por un emperador demasiado alejado del sufrimiento de su pueblo como para hacer algo.
[...] por más que el vasallo muriese, protegiendo al rey y este muriese a su vez abrazado a su tablilla ancestral, el pueblo sobreviviría para reconstruir la nación.
De esta forma, el autor nos presenta a cortesanos perpetuamente enfrentados en una dialéctica influenciada por el confucianismo más enrevesado, que ofrecen continuamente argumentos contrarios al emperador sobre qué debe hacer a continuación. De esta forma, las voces que se alzan solicitando la rendición del emperador son tachadas de cobardes; mientras que las que apoyan un suicida enfrentamiento a las puertas se tildan de irresponsables. Sea como sea, el emperador no tiene suficiente comida, combustible, armas o caballos ni para enfrentar al ejército de los manchúes, que descienden desde el norte bajo el liderazgo de Ynnguldai, ni para mantener vivo al pueblo de la fortaleza en la que se ha refugiado.
Sin ser una obra coral, el libro nos presenta a diferentes personajes envueltos en el día a día en ese infierno helado en el que se ha convertido Namhansanseong: los ancianos que se sientan con la espalda contra las murallas, los generales que reciben azotes y latigazos por parte de sus superiores cuando llaman a retirada a los pocos hombres que han salido a combatir en una avanzadilla; a un herrero que envió a su mujer y a sus hijos lejos; o incluso al maestro de ceremonias. Especial relevancia tendrán los capítulos en los que vemos a Lee Sibaek, un esclavo coreano que ha obtenido un alto puesto entre los manchúes debido a su ferocidad en combate y que decide servir libremente a la dinastía Qing; o aquellos en los que podemos ver al khan en persona o a su general Ynnguldai, los cuales se presentan como figuras diametralmente opuestas a la corte de Joseon.
Y es que los manchúes se muestran para Kim Hoon como un ejemplo claro de dominio, valor y eficiencia militar. Al contrario que los coreanos, el ejército de la dinastía Qing no busca la gloria en un combate singular, sino que emplean técnicas de desgaste; sobreviven perfectamente al invierno debido a sus tiendas hechas de pieles y a su dominio sobre los recursos conquistados y se anticipan a los movimientos de los enemigos sin subestimarlos a pesar del aparente “alto al fuego” que ha establecido Ynnguldai a los pies de la fortaleza. Los enemigos rodean al emperador buscando que el hambre provoque un más que probable motín interno mientras observan desde la montaña cómo los caballos caen famélicos al suelo, cómo arrancan las raíces de las juntas de los ladrillos para hacer sopa o cómo el emperador, en su ridícula cortesía confuciana, les desea feliz año y les manda regalos. Los machúes son groseros, escupen en el suelo, orinan en el río y se rodean de perros a la hora de comer, pero son eficientes. Y frente a la ritualidad de los coreanos, los cuales condenan a la muerte a alguien que habla de fluidos corporales delante del emperador, que miden continuamente sus palabras y que se preocupan en exceso de su reputación pasada y futura por cualquier acción que tomen, su presencia resulta reconfortante.
El Khan tenía una mirada aguda que desprendía llamas. Observaba tan intensamente que parecía que fuese a derretir a su interlocutor. Nadie era capaz de soportar el contacto visual con él. Era rápido y firme en sus determinaciones. Decidía el curso de acción mientras deshuesaba carne de pato asada y daba órdenes mientras masticaba y escupía huesecillos.
Así, la sensación general que tienes y que intenta transmitir con todo el éxito posible Kim Hoon es que no ocurre nada en el interior de Namhansanseong. Las cocineras preparan lo que pueden para que el emperador no muera de hambre mientras que los cortesanos buscan formas creativas para impedir que sus soldados mueran de frío y de hambre haciendo sus rondas nocturnas por las murallas.
Una obra de una gran delicadeza poética
Kim Hoon no se ahorra los detalles necesarios para mostrarte el horror de una fortaleza helada, el relincho de los caballos al morir o el cinismo de los soldados, enfadados con sus gobernantes, que ven cómo les tienen que ir amputando uno a uno los dedos por congelación. El horror que se vive en la fortaleza es palpable desde las primeras páginas, tras la caída de Anju, cuando 150.000 manchúes se dirigen a por el emperador para obligarle a postrarse ante su gran soberano.
Sin embargo, el autor es capaz de mostrarnos la belleza de los paisajes nevados, del sentir de la gente de Joseon o simplemente de aquel presente congelado a través de unas frases de gran belleza que, sin lugar a dudas, no podrían provenir de un autor occidental por su delicada forma de fluir en la narración.
Así, comienza el libro poniéndonos ligeramente en contexto, hablando de cómo el emperador de Joseon ya ha realizado la maniobra de esconderse dentro de una isla o de una fortaleza cada vez que vienen los invasores esperando que el invierno coreano los expulse hacia lugares más cálidos.
Aquel invierno el ejército de los manchúes se adentró en la provincia de Hwanghae hasta Pyeongsan, el rey presentó sus respetos ante las tablillas ancestrales del santuario de Jongmyo y se marchó a la isla de Ganhwa. Los enemigos llegaron lejos esperando que el río se congelase en el invierno profundo y su ofensiva se concentró en el sur con Seúl como único objetivo.
Su cobardía, incapacidad de acción y sobre todo la forma enrevesada y ridícula con la que hablan los cortesanos, magnificando sus emociones y tachando a cualquiera que opine al contrario que ellos como traidores merecedores de que les decapiten, hace que las conversaciones de la corte a veces sean frustrantemente realistas; mientras que las cartas que reciben de los manchúes: agresivas, insultantes, directas y brutas, se convierten en un auténtico placer y deleite para el lector.
Explícame la razón por la que sigues llamando emperador a los Ming y prohíbes a tus siervos y súbditos llamármelo a mí. Incluso os atrevéis a tacharme de ladrón y bárbaro, pero me gustaría saber por qué siendo rey de una provincia permaneces sentado bajo un bonito tejado vistiendo seda en lugar de dar caza a los ladrones.
Mi opinión sobre Namhansanseong. La fortaleza helada
Namhansanseong ha sido un auténtico descubrimiento para alguien como yo, que he retomado la lectura de novelas históricas desde hace poco menos de un año. Kim Hoon consigue realizar un retrato de los problemas del confucionismo y de una excesiva jerarquía de mando en un momento en el que la toma de decisiones era absolutamente vital. Su relato, aunque pausado por momentos y exasperante cuando comprendías que los cortesanos y el emperador no harían nada, es sin lugar a dudas inolvidable dentro del género.
Es de apreciar cómo Quaterni ha decidido tomar una obra de un autor tan desconocido en España e imprimirla en una tapa blanda pero sólida y en una edición que soporta cualquier embiste y cualquier viaje que le eches encima. Sí que he de decir que el final quizás me pareció algo apresurado y que me hubiera gustado, tras tantos meses de inactividad, que Kim Hoon hubiera profundizado algo más en la decisión del emperador y sus consecuencias.
Es evidente que, con mis conocimientos sobre historia de Corea, seguro que se me han pasado muchos detalles, pero el autor deja claros los sobornos por parte del estado al pueblo para que estos se encarguen de las misiones más peligrosos; las diferencias entre funcionarios de primer y segundo nivel; o incluso la importancia que tiene el honor para los súbditos de Joseon.
Una novela que sin duda le recomiendo a los lectores pacientes amantes de historia sobre Asia que quieran aprender un poco más sobre un mundo hasta el momento escondido detrás de la literatura china. De cualquier forma, si os apetece saber más sobre mi opinión y la de Yolanda de ‘Que el sueño me alcance leyendo’, os animo a que escuchéis el podcast del certamen de novela histórica Ciudad Úbeda en el que comentamos este libro.
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