Las brujas y el inquisidor, Premio Primavera de Novela 2023 de Espasa, se ambienta a comienzos del S.XVII, momento en el que se desarrolló la caza de brujas más virulenta de España. En 1610, la pequeña localidad navarra se convirtió en el centro de una serie de juicios por brujería conducidos por el Tribunal de la Inquisición en Logroño.
Elvira Roca Barea, ensayista consumadas con obras como Imperiofobia y leyenda negra y ganadora de una gran variedad de premios y reconocimientos como el premio Los Libreros Recomiendan, otorgado por el Gremio de Libreros de España o el Premio Héroes Olvidados concedido por la Fundación Blas de Lezo, se aproxima a este episodio de la historia a través de los ojos de tres jesuitas, una mujer noble francesa y un juez especializado en demonología.
Este es su relato sobre las brujas de Zugarramurdi, y esta es mi reseña acerca del mismo.
Argumento de Las brujas y el inquisidor
Bernardo de Sandoval, inquisidor general, está preocupado por el brote violento de brujería que se expande lentamente desde una pequeña aldea de Logroño, de la que le llegan noticias de fornicaciones con satanás, niños acólitos de sectas demoníacas, asesinatos a menores y todo tipo de barbaridades que atentan contra los principios de la Iglesia Católica.
Para poder arrojar algo de luz y verdad a esta situación, envía a Alonso de Salazar y Frías a investigar el asunto. El jesuita está convencido de que existen demasiadas irregularidades en los testimonios de las confesiones como para ser tomadas en serio, pero la sombra del juez Lancre, un hombre obsesionado con colgarse la medalla de haber conseguido expulsar al demonio de esa zona hasta tal punto que emplea métodos barbáricos contra los testigos, le impide actuar directamente. Es por ello que enviará a su sobrino, Baltasar y a su fiel amigo Alarcón en una misión para descubrir la verdad y encontrar el origen de esta epidemia.
Hablemos del contexto histórico: ¿qué ocurría en España y por qué Zugarramurdi se convirtió en un foco satánico?
A principios del siglo XVII, Europa estaba sumida en tensiones religiosas y políticas exacerbadas por las guerras de religión entre católicos y protestantes, lo que contribuyó a un clima de miedo y superstición. En este contexto, el pequeño pueblo de Zugarramurdi en Navarra se convirtió en un foco de la histeria colectiva de las brujas. La ubicación de Zugarramurdi, en la frontera entre España y Francia, la convirtió en un escenario propicio para el temor a las influencias externas y la subversión religiosa. Esto se vio intensificado por la inestabilidad política de la época, ya que Navarra había sido un reino independiente con fuertes vínculos tanto con España como con Francia antes de ser incorporada completamente a la corona española en 1512 bajo Fernando II de Aragón.
—Qué inmenso desierto es el desengaño que media entre la ida y la vuelta. No hay torre que el tiempo y la experiencia no derriben.
El escenario transfronterizo también se complicaba por las relaciones entre Enrique IV de Francia y la monarquía española. Enrique, quien inicialmente fue criado en la fe protestante antes de convertirse al catolicismo para asegurar el trono francés, fue visto con desconfianza tanto por los protestantes como por los católicos más extremos. Su conversión al catolicismo, bajo la famosa afirmación "París bien vale una misa", fue percibida por muchos como un acto de conveniencia política más que de verdadera fe. La proximidad de Zugarramurdi a Francia y sus problemas religiosos subrayaron los temores en España sobre la pureza de la fe católica y la amenaza de subversión protestante, lo que en parte explica la intensidad de la respuesta inquisitorial en esta pequeña localidad navarra.
La tensión en la frontera hispano-francesa fue exacerbada aún más por las ambiciones territoriales de ambos reinos. A lo largo del siglo XVI y principios del XVII, tanto España como Francia buscaron consolidar y expandir sus dominios, lo que llevó a conflictos directos e indirectos en varias ocasiones. La política matrimonial, las alianzas cambiantes y las guerras eran muy comunes y se utilizaban como herramientas para fortalecer las posiciones dinásticas y territoriales de ambas coronas. En este escenario de constante competencia y desconfianza, la figura del inquisidor actúa no solo como guardián de la fe, sino también como defensor del orden político establecido. La Inquisición, por lo tanto, se convierte en un instrumento no solo de control religioso, sino también de estabilidad política, intentando aplacar cualquier influencia extranjera que pudiera desestabilizar la precaria unidad interna de los territorios bajo el mando español. En este contexto, el caso de Zugarramurdi y la subsiguiente caza de brujas pueden ser vistos como un reflejo de un esfuerzo más amplio por afirmar control y autoridad en una región de importancia estratégica crítica.
El caso de Zugarramurdi, que alcanzó su clímax en 1610, se caracterizó por ser uno de los episodios más notorios de persecución de brujas en la historia de España. La localidad, situada en una región remota de Navarra, fue el escenario donde se desataron acusaciones de brujería que culminaron en un juicio masivo llevado a cabo por la Inquisición en Logroño. En este juicio, más de cuarenta personas fueron acusadas de participar en aquelarres y de practicar hechicería. Las confesiones, extraídas bajo tortura, llevaron a la condena y ejecución de varios acusados, mientras que muchos otros recibieron penas severas.
Lo que pretende la novela y cómo lo cuenta.
No es fácil extraer qué pretende Las brujas y el inquisidor debido a su extensión y a la forma con la que Elvira Roca Barea ha decidido abordar la trama y el argumento, pero creo que, sin miedo a equivocarme, creo que la autora tenía por objetivo sacar a relucir dos temas principales: la presencia de inquisidores que comprendían que la situación en Zugarramurdi no era más que un peligroso episodio de histeria colectiva; y el origen de esta fantasía colectiva.
Y todo ello pretende contarlo la autora desde un locus externo a Zugarramurdi, sin darle en ningún momento visión a las llamadas brujas, las autodeclaradas culpables, los procesos e interrogatorios, los juicios, las penas, las condenas, los encarcelamientos ni la vida privada de los aldeanos que convivían con el pánico a ser culpados por un vecino envidioso o a que las brujas sustituyeran a sus hijos por demonios en un descuido.
El tapiz de los personajes: una obra falsamente coral con múltiples puntos de vista
En su lugar, Las brujas y el inquisidor quiere que construyas el relato de Zugarramurdi a través de elucubraciones, cartas, actas, rumores y disquisiciones de diferentes personajes. Y por ello esgrime un abanico de personajes que podría hacer que etiquetásemos esta novela como “coral” sin que lo llegue a ser realmente, ya que el amplio repertorio de personajes que gozan de narrador en esta obra lo hacen a menudo de forma espontánea, sin que comprendas del todo qué papel juegan en un suceso tan aparentemente localizado y sin que posean en todas las ocasiones (menos con Baltasar, Alonso y Madame de d’Hauterive), un desarrollo de su trama personal, una evolución como personaje ni mucho menos una conclusión o solución a sus problemas personales.
Este es el caso del juez Pierre de Lancre, al que se le dedican varios capítulos a su obsesión por arrancar el mal demoníaco de Zugarramurdi y que la autora emplea como excusa para introducir páginas y más páginas explicativas sobre el contexto político entre Enrique IV, Navarra, Francia, España y los nobles afrancesados que cambian su apellido para encajar en una sociedad que consideran superior. Desafortunadamente, tras acompañar a Pierre de Lancre por el interior de Saint-Pée e ir con él a las extrañas fiestas de Madame d’Hauterive, Pierre y su perspectiva demonizadora de cualquier cosa que parezca pagana, desaparece de escena sin que sepamos si lleva a cabo su cruzada o cómo interactúan sus órdenes con una Inquisición que se inmiscuye cada vez más en la situación.
En Saint-Pée también contaremos con un par de capítulos con Henri, un joven pastorcillo que entra como criado y que ante la visión de las torturas y la gente quemada por Lancre se obsesiona por huir del castillo; de la cocinera Ana Martil que se las ingenia para no levantar la ira de Lancre y salvaguardar su vida y la de sus criadas y, extrañamente, también de don Tristán de Urtubi que estña muy indignado al comienzo de la obra porque no se usara su castillo como sede para los juicios y que luego aparecerá otra vez al final de la obra para guiar a Baltasar hasta Madame d’Hauterive.
Esta proliferación de personajes, con sus capítulos sueltos y esporádicos donde tendremos que contextualizarnos acerca de su pasado, su historia, sus vivencias y su relevancia política para la trama, sigue ocurriendo incluso en el último tramo de la obra, donde conocemos a los inquisidores enemigos de Alonso, a un escribano famoso y otro repertorio de figuras esporádicas que dan su opinión sobre la obra.
La elección de descentralizar la atención sobre Zugarramurdi para contar lo que sucede a su alrededor
Está claro que esta elección de personajes no es casual. Elvira Roca Barea ha elegido a propósito mostrarnos cada una de las esferas que, de alguna manera, estarían relacionadas con el tema de la brujería en Zugarramurdi: la política con Madame de d’Hauterive y sus allegados políticos; la que vive de los permisos del rey de Francia para atajar el mal con virulencia como es Pierre de Lancre; la de los nobles que a su alrededor se preocupan bien poco por la situación, el vulgo que lo sufre desde los ojos de los plebeyos en Saint-Pée y la iglesia con Alonso.
"Yo soy de la opinión contraria —sigue Boguet— y considero que hay que ejecutar el niño brujo en la edad de la pubertad e incluso antes si un bebé, en cuanto se identifica en él la malicia. Por ello afirmo que vale más condenar a muerte a niños brujos que dejarlos vivir con gran desprecio de Dios y el interés público."
Nicolás Rémy era del mismo parecer: “Con el pretexto de la juventud, algunos se niegan a condenar a muerte a los niños. Pero se equivocan, y esto lo demuestra de una parte la crueldad y monstruosidad que caracteriza a estos niños y de otra parte el hecho de que no hay esperanza de poderlos corregir”
Y todo ello pretende vehiculizarse o, al menos, centralizarse en la investigación de Baltasar y Alarcón, los cuales deberían funcionar como hilo conductor para poner orden a pensamientos, actas, cartas, reuniones, confesiones y susurros de manera que el lector pudiera hacerse una idea del cuadro completo que comprende las brujas de Zugarramurdi.
Sin embargo, como ya te puedes imaginar, no funciona.
Al descentralizar toda la atención de Zugarramurdi, no incluir en ningún momento a las mujeres que se autoinculpaban como brujas dentro de la narración como personajes de per se, a los niños que afirmaban ser acólitos de la Iglesia satánica, a ningún habitante de Navarra que fuera víctima de acusaciones, a ningún hombre o mujer que hubiera sido detenido o simplemente a cualquier protagonista real de la acción, se genera una poderosa disonancia entre lo que el lector espera encontrarse de la obra y lo que tiene en su interior. No en vano se llama el libro Las brujas y el inquisidor, de forma que esperas encontrarte, aunque sea de paso, a alguna bruja como punto central de la historia.
Asimismo, quizás para darle veracidad a la trama, descubriremos que una gran parte de la novela se destina a narrar los viajes de Baltasar y Alarcón, primero a Logroño y después a París, donde la autora se explaya demostrando su profundo conocimiento por la gastonomía del S.XVII y la forma de cocinar y aderezar los platos a través del gracioso personaje del fraile, que se hace querer por tu tozudez y cariño desde el primer momento. Sin embargo, al recapitular la historia llegando al final, te das cuenta de que en Zugarramurdi pasan menos de dos capítulos, y es una auténtica pena porque en los momentos en los que la obra va al quid de la cuestión (la búsqueda de la marca demoníaca en el cuerpo del servicio de Saint-Pée por parte de Lancre o la conversación de los niños sobre los sapos a los que vestían como ofrendas del diablo) la obra se vuelve espectacularmente interesante y te motiva enormemente a seguir leyendo.
Así, una no puede evitar lamentarse de no tener realmente el foco en estos momentos en lugar de acompañar a Baltasar y Alarcón a París para tomar el té y conocer la teoría del origen de los brujos de la mano de un judío escondido; o leer sobre las fiestas en las que Lancre intentaba concienciar a la nobleza francesa de los peligros de la brujería; leer todo el contexto de la historia de los plúmbeos del Sacromonte o simplemente conocer toda la historia de don Tristán de Urtubi que tampoco es tan relevante para la trama de per se.
Lo que sí que cuenta Las brujas y el inquisidor
Por otro lado, la novela explora las raíces de la histeria de la brujería en Zugarramurdi, sugiriendo que los orígenes de estos temores y acusaciones pueden ser mucho más complejos y multifacéticos de lo que inicialmente parece. Elvira Roca Barea profundiza en cómo factores como la rivalidad política entre Francia y España, los intereses económicos y las tensiones sociales contribuyeron a un caldo de cultivo propicio para el surgimiento de acusaciones de brujería. Al hacerlo, la autora no solo narra un episodio oscuro de la historia, sino que también plantea preguntas sobre la naturaleza de las verdades aceptadas y cómo las narrativas dominantes pueden ser moldeadas por intereses ocultos y miedos profundos arraigados en la psique colectiva.
La obra también explora las variadas metodologías aplicadas en el tratamiento de la brujería, contrastando notablemente la Inquisición española con la figura del juez francés Pierre de Lancre. El libro resalta cómo la Inquisición, representada por personajes como Alonso de Salazar, parece inclinarse más hacia una investigación basada en evidencias, mostrando cierta resistencia a dejarse llevar por las habladurías y las supersticiones que alimentaban el miedo entre el pueblo. En contraste, nos cuentan cómo Lancre se presenta como un extremista en su tratamiento de las brujas, llegando a ejecutar a más de cincuenta personas, muchas veces quemándolas vivas con base en acusaciones poco sólidas.
Roca Barea insinúa de esta forma no solo que no todos los inquisidores eran unos locos extremistas como la opinión pública cree, sino que también resalta cómo estas dinámicas políticas podrían haber influido en la persecución de las brujas, convirtiéndola en una herramienta para manejar disputas más amplias.
Así, tal y como he dicho anteriormente, Lancre sirve para contextualizar la situación política con España y añade además un toque del racismo imperante entre la nobleza y apoderados franceses sobre los campesinos navarros.
En segundo lugar, el país es tan pobre, estéril e ingrato, y ellos, cuando no están en el mar, tan vagos y perezosos, que la vagancia los lleva ya antes de llegar a viejos a una especie de mendicidad intolerable, y digo intolerable porque para ellos vivir de los españoles se les ha contado maravillosamente su soberbia y arrogancia. Pero incluso de mar están escasos y no tienen más puertos que Ciburu y San Juan de Luz, que, en realidad, es lo mismo. Las dos localidades están unidas por un puente levadizo que ninguna
También podremos ver la enorme documentación de la autora sobre el tema, que aunque no alimenta la trama de per se porque no te muestra los sucesos de Zugarramurdi, sí que salpican continuamente los diálogos, ya que Alarcón, Baltasar y Alonso continuamente citan obras de estudio de brujería, tanto en latín como en francés, haciendo que incluso en ocasiones se perciban estas interacciones como algo poco natutal.
En el último medio siglo los tratados sobre brujería proliferaban en Europa y habían dejado obsoleto el viejo Malleus maleficarum, superado por obras más completas y detalladas. En 1563 había aparecido De Praestigiis Daemonum et Incantationibus ac Veneficiis del holandés Johannes Wier. Don Bernardo sabía también de la existencia de varios textos muy importantes de origen francés, pero no había podido conseguir ninguno de ellos. En 1578 un magistrado francés, Pierre Grégoire, había escrito Syntaxis artis mirabilis sobre artes ocultas y hechicería, una obra bastante influyente a la que había que unir De la démonomanie des sorciers, de otro magistrado y hombre muy importante, Jean Bodin, que había visto la luz en 1580. Y pocos años después, en 1595, apareció Libri Daemonolatreiae libri III de Nicolas Rémy, otro magistrado francés. La proliferación de textos franceses escritos por hombres de leyes, jueces y magistrados tenía perplejo a don Bernardo.
Mi opinión de Las brujas y el inquisidor
Como muy probablemente ya te hayas dado cuenta, me encuentro en una tesitura complicada con Las brujas y el inquisidor. Por un lado está claro que Elvira Roca Barea es una escritora dotada y talentosa, capaz de atraer y captar la atención del lector por momentos, como ya he explicado anteriormente. La construcción de Baltasar y Alarcón, así como la de Lancre y sus ojillos extraños que a todo el mundo intranquilizan, es más que correcta y consigues empatizar y llegar al corazón de estos personajes gracias a sus descripciones y a la forma que tienen de reaccionar.
Desafortunadamente, esta magnífica habilidad para perfilar personajes interesantes como Henri o Ana Martil, se diluye en una trama cargada de información política y de una multiplicidad de otros personajes que no interesan tanto, ya que le quitan el espacio que necesitaban los personajes principales para ir evolucionando.
—Oh, sí. Muchas cosas puede ganar y ha ganado. Muchas. Imagina cuántas hogazas de pan, cuántos tarros de miel, cuántas jarrillas de leche, cuántos cabritos o lechones han sido ofrecidos a la vieja Graciana a cambio de que no haga daño a los manzanos o para que cure a la vaca o para que enferme a la de un vecino con el que otro tiene una vieja disputa por las lindes... Suma a esto amores no correspondidos, embarazos no deseados, madres temerosas de que eche mal de ojo a sus criaturas. Sí, la vieja Graciana ha tenido mucho poder en su aldea. Con los años, conforme aumentaba su prestigio y el temor que todos le tenían, ella misma fue creyéndose su papel de bruja. Aprendió a asustar con relatos terroríficos y hace ya mucho que no sabe distinguir entre el personaje que lleva interpretando tantos años y ella misma. ¿Que si ha ganado? Sus hijas han seguido el mismo y lucrativo negocio, por algo será.
Con haberle dotado de más capítulos a Henri para mostrarnos a través de sus horrorizados ojos a los presos de Saint-Pée o haber puesto en más dilemas morales a Ana Martil, hubiera mejorado mucho la obra. Y es que a menudo parece que la obra trata más sobre cómo se ha estudiado la brujería y las metodologías académicas de aproximación al satanismo del momento que de las propias brujas de Zugarramurdi. El origen del poder absoluto de Pierre de Lancre no se siente como algo tan relevante como para para ocupar gran parte del arco final de Baltasar y de Alarcón y, al no haber conocido a ni una sola de las mujeres inculpadas por brujería, la tensión dramática del juicio de Zugarramurdi en la que ves cómo las queman vivas carece de emoción para el lector porque no ha tenido ni un segundo para conectar con ellas.
Así pues, la obra de Roca Barea, aunque rica en contexto histórico y detallada en la descripción de los eventos, se siente dispersa debido a la multiplicidad de perspectivas y la falta de un hilo conductor claro. Aunque la intención de ofrecer un amplio abanico de puntos de vista es evidente, el resultado es una narrativa que se siente fragmentada y desconectada de los eventos centrales de Zugarramurdi. La ausencia de foco en las víctimas directas y en los momentos clave del conflicto resulta en una obra que, pese a su potencial, no logra, para mí, capturar completamente la complejidad emocional y humana del episodio histórico que intenta retratar, aunque sí que nos abre los ojos a una perspectiva nueva sobre los orígenes de la brujería y el papel de algunos inquisidores en la misma.
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