Entre 1593 y 1692 se llevaron a cabo 140 juicios por brujería en el norte de Noruega y 91 personas, en su mayoría mujeres, fueron condenadas a muerte por prácticas de brujería. La isla de Vardø fue un epicentro de estos juicios, donde en el invierno de 1662-1663 se llevó a cabo uno de los mayores juicios de brujería en Escandinavia. En este período, 30 mujeres fueron juzgadas, de las cuales 18 fueron quemadas vivas, dos murieron bajo tortura y una fue sentenciada a trabajos forzados.
Esta es su historia contada yal y como Anya Bergman lo ha querido: con un toque dulce a leyenda nórdica y el amargo hedor de la misoginia puritana.
Argumento de Las brujas de Vargo.
Ingebord era feliz como solo una niña criada en una zona costera, helada y en auténtica escasez de alimentos puede ser. Al fin y al cabo, tiene a su lado a su madre, su hermanita Kirsten, su hermano y su padre. Sin embargo, cuando una tormenta se lleva la vida de su hermano y posteriormente la de su padre, Ingebord se da cuenta de que de la noche a la mañana, se ha convertido en el pilar lógico de su casa: su hermanita se pasea con una borrega a la que llama Zacarías por el pueblo y su madre, sin otro sustento posible, ha empezado a verse en secreto con el hijo del comerciante más poderoso de la zona: un hombre casado que solo puede traerles problemas.
Mientras tanto, Anna Rhodius, botánica, es arrastrada a la fortaleza de Vardo acusada de traición. Ha tenido que dejar atrás suss pociones, tinturas, libros y comodidades de Bergen y ahora vive hacinada en una casucha maltrecha donde el gobernador la trata como algo peor que a un perro. Sin embargo, su esperanza se renueva cuando le ofrecen un trato: si ayuda al gobernador a cazar a las brujas del pueblo, este intercederá en su favor para que sea perdonada por el mismo rey que la ha despechado.
Una historia basada en hechos reales que habla de la sororidad, la magia y que resucita uno de los episodios más trágicos de la historia de Escandinavia.
Hablemos un poco del contexto histórico: sobre los juicios de brujería de Vardo.
En el siglo XVII, Noruega, especialmente en la región de Finnmark del norte, fue el escenario de intensas cazas de brujas. Entre 1593 y 1692, se llevaron a cabo 140 juicios por brujería en esta remota zona, con 91 personas condenadas a muerte, en su mayoría mujeres. Esta ola de persecuciones llegó a su punto álgido en el invierno de 1662-1663, con los juicios de Vardø, donde 30 mujeres fueron juzgadas; 18 de ellas fueron quemadas vivas, dos murieron bajo tortura y una fue sentenciada a trabajos forzados.
Son años duros para Dinamarca y Noruega, donde Federico III de Dinamarca y Noruega (1609-1670) gobernó tras la inesperada muerte de su hermano mayor. Algo que no cuentan en la novela, y que cuesta ubicar y contextualizar de no conocer este dato, es que el rey delegó mucho de su poder a los gobernadores locales, quienes tenían gran autonomía y, a menudo, abusaban de su autoridad en las regiones periféricas como Finnmark (hecho que Anna Rhodius denuncia continuamente y que la acaba condenando al destierro, cuya relevancia solo puedes comprender al enfrentarlo con los datos históricos reales).
Lo que está claro es que la persecución de la brujería no solamente era algo en boga en el momento, sino que el propio Federico III empleaba las acusaciones de brujería con cierta recurrencia para suprimir disidencias y asegurar la lealtad de sus allegados. Nadie estaba a salvo de las denuncias de brujería, que en ocasiones llegaban a incluir a niños, los cuales eran, asimismo, torturados para que confesasen y denunciasen por igual.
Las acusaciones incluían crímenes como causar tormentas, envenenar alimentos o lanzar maleficios sobre el ganado y las personas. Eran duras acusaciones (que magníficamente refleja la novela), ya que atacaban el miedo de una comunidad ya de por sí castigada por las difíciles condiciones climáticas y la pobreza extrema.
La pobreza de las comunidades de Vardo y la indefensión femenina ante la falta de un varón en aquel contexto.
Vardø cuenta con una comunidad pesquera expuesta a los vientos del Mar de Barents y, tal y como muestra la obra, era una región particularmente vulnerable donde la supervivencia dependía a menudo del éxito de la pesca. Las mujeres pasaban largas temporadas solas mientras los hombres estaban en el mar y no tenía ninguna manera de poder ganarse la vida. Se esperaba de ellas que cuidaran al ganado y la casa, y cuando sus maridos fallecían en el mar, la escasez de víveres de la aldea las condenaba a ellas y a sus hijos a morir de hambre. Esta total dependencia masculina e indefensión económica que se muestra al comienzo de la novela con Zigri, la madre de Ingebord, y cómo su hija ha de buscarse de la vida desesperadamente, recolectando algas y huevos de gaviota para no ver a toda su familia agonizar de hambre.
Un paraje precioso, un lugar donde las mujeres fuertes enraízan
Anya Bergman nos presenta en su novela un abanico de personajes femeninos que, a pesar de vivir en condiciones extremas y en un contexto profundamente misógino, demuestran una fortaleza y resiliencia impresionantes. Ingebord, por ejemplo, debe asumir responsabilidades adultas tras la muerte de su hermano y su padre, convirtiéndose en el pilar de su familia a una edad muy temprana. Su lucha por sobrevivir y proteger a su hermana menor y a su madre refleja una fuerza interior notable, que se ve potenciada por su determinación y su capacidad para adaptarse a circunstancias adversas. Anna Rhodius, por otro lado, utiliza su conocimiento y astucia para negociar su supervivencia en un entorno hostil, donde ser mujer y poseer conocimientos de botánica y medicina la convierte en blanco fácil de acusaciones de brujería. No son solamente ellas como protagonistas las que demuestran una enorme entereza, sino que veremos la capacidad resolutiva y las férreas creencias y valores morales que acompañan a Maren Oluffsen, autoproclamada bruja y vegetariana en un contexto tan inhóspito. Solve Nilsdatter muestra una entereza envidiable al buscar algo de felicidad a pesar de estar atrapada en un matrimonio abusivo, mientras que la viuda Krog se resiste en todo momento a soltar mentiras sobre ella u otras mujeres.
—Las brujas son las marginadas —explicó Maren—. Las que son diferentes. Las que son escupidas. Profanadas y maltratadas. Juntas nos confortamos, nos damos fuerza.
Bergman logra transmitir la dureza de la vida en el norte de Noruega sin restar belleza a su narrativa, utilizando un estilo sinestésico que convierte el paisaje ártico en un personaje más de la novela. Desde el primer momento, cuando Anna Rhodius es arrastrada por la nieve, la autora emplea descripciones ricas en sensaciones que hacen palpable el frío, la textura de la nieve y la majestuosa presencia de la aurora boreal. Estos elementos, que subrayan el contraste entre la brutalidad de las cacerías de brujas y la sublime naturaleza que rodea a los personajes, nos demuestra que, de alguna manera, todavía existe belleza en un entorno donde el mal lo encarnan los hombres que se llenan la boca hablando de dios y de la brujería.
Me quedé contemplando la luna mártir en su inmensidad plateada mientras la furia me recorría de pies a cabeza. Me dejé bañar por la luz de la luna e hice un juramento. No sería una mártir complaciente, muda y humilde, porque iba en contra de mi propia naturaleza.
La ambientación y documentación histórica en Las brujas de Vardø
Anya Bergman logra una ambientación excepcional en Las brujas de Vardø, llevando al lector al corazón del siglo XVII en el frío norte de Noruega. La meticulosa documentación histórica se evidencia en la manera con la que la autora, de una forma totalmente naturalizada, nos habla de la vestimenta de Anna Rhodius, de la gastronomía local de sus gentes y de las supersticiones más extendidas dentro del pueblo. Bergman nos transporta con precisión a un mundo donde los samis temen a los cristianos y los cristianos malviven con pánico a las señales de la aurora boreal, salpicando el texto con términos en noruego para darle al texto la candidez y la proximidad que se merece.
La víspera de San Juan. De todos los días del año, Ingeborg solía adorar este día radiante en particular. Las familias de pescadores de las aldeas locales se reunían alrededor de una gran fogata en la suave media luna de la playa de Ekkerøy. La cerveza rebosaba de las jarras de peltre. Se degustaba carne fresca de foca asada en palos y cuencos de rømmekolle espeso y cremoso, preparado por las mujeres que poseían vacas. Cuando el reverendo Jacobsen les daba la espalda, los niños saltaban y jugaban descalzos sobre la arena fina.
Una de las partes que a mí personalmente me enamoraron más, es cómo la autora describe el uso medicinal de algunas plantas a través de Anna Rhodius, integrando las creencias de la época que combinaban botánica con astrología. Asimismo, la autora introduce de forma intercalada con el texto cuentos basados en la mitología nórdica y la tradición oral. Estas historias, en las que las tradiciones paganas se mezclan con las creencias cristianas sirven como un vínculo profundo con la naturaleza y permiten a los personajes reconectar con sus raíces y el entorno que los rodea, encontrando en ellos la sabiduría ancestral una guía para enfrentar sus desafíos cotidianos. Esta mezcla de mitos y creencias resalta la persistencia de la espiritualidad y la conexión con la tierra, incluso en tiempos de opresión y miedo.
Siempre me había sentido segura en una biblioteca, como si los libros estuvieran allí para protegerme, como una fortaleza de palabras, pensamientos y aprendizaje.
Al mismo tiempo, la ambientación de la obra oscila entre agujeros putrefactos como la mazmorra de las brujas, llenas de mal humor, pulgas e infecciones; o la propia casa comunal con agujeros en el techo de turba, con grandes espacios de nieve dulce, instantes en los que los alimentos se perciben como un remanso de dulzura y paz. Este aspecto se manifiesta maravillosamente en la narración, como cuando se menciona la leche, el pan y la mantequilla y cómo la verdadera brujería se presenta como una forma de comunión profunda con la naturaleza.
Sororidad, martirio y cómplices dentro de los juicios de brujería.
Las brujas de Vardø de Anya Bergman no escatima en mostrar el martirio que sufrieron las mujeres acusadas de brujería en el siglo XVII. La impunidad con la que los hombres podían torturar y ejecutar a mujeres, sin necesidad de pruebas fehacientes, se despliega con brutal honestidad en la obra, mostrándonos sin que le tiemble la mano los abusos a los que se veían sometidas y la total indefensión en la que se encontraban. Las mujeres, desprovistas de protección masculina al estar todos los hombres pescando mar adentro y acorraladas por el miedo, eran vulnerables a las acusaciones arbitrarias de cualquier hombre o mujer y no era necesario presentar más que un testimonio para condenar a la peor de las torturas a cualquier persona que se relacionaba contigo.
Ante la ausencia de pruebas concretas para determinar la culpabilidad de una acusada se la “convencía” de su necesidad de confesar torturándolas, manipulando a sus hijas y familiares y hasta prometiéndoles en falso la liberación y comodidas básicas si confirmaban haber mantenido pactos con el diablo. De hecho, la muerte durante la tortura no traía consecuencias para los torturadores, quienes actuaban con total impunidad. En este contexto, Bergman emplea el personaje de Maren, quien, consciente de la indefensión de las mujeres, habla sobre cómo la única forma de defenderse frente a los hombres en esa sociedad patriarcal, es hacer que les teman. Esta idea contrasta y choca de frente con la idea, herencia del principio de sumisión y aceptación del inevitable castigo de la tradición judeocristiana que muchas mujeres llevaban dentro y que el resto de personajes esgrimen, convenciéndolas de que lo mejor es suplicar clemencia, implorar perdón y esperar la llegada de un salvador masculino que, valga la obviedad, nunca aparece, ****impidiéndoles actuar y llevándolas a ser violentadas sistemáticamente.
¿Era esto lo que el amor podía hacerle a una mujer? ¿Convertirla en una necia?
La autora no se corta en absoluto al mostrarnos escenas de violencia profunda y desgarradora que indignan al lector. Estas escenas son un recordatorio brutal de la injusticia y la crueldad a la que fueron sometidas tantas mujeres. Además, Bergman retrata cómo los hombres manipulaban a las mujeres, haciéndolas cómplices de esta violencia sistemática y dividiéndolas entre ellas, haciendo que se denunciaran y se acusaran las unas a las otras. De esta forma, Las brujas de Vardo emplea el personaje de Frau Rhodius, al que la autora aporta una nueva dimensión frente a su imagen heredada, como una clarísima víctima del Síndrome de Estocolmo: enamorada de un hombre que la desprecia, que la ha desterrado y que espera que se pudra en una casa comunal, colaborando con un hombre violento y repugnante que horas antes ha amenazado con prenderle fuego si así puede garantizar su seguridad y la de las personas que ama a pesar de haber entregado toda su vida a la sanación de otros.
—Gobernador del distrito, escuchad bien, ya que queréis que la hija traicione a la madre, la madre a la hija, la hermana a la hermana, las primas, las amigas, ¡que todas las mujeres se traicionen entre sí! —declaró—. Pero ¿qué pasará cuando no quede ninguna mujer, ni una sola joven con vida en toda la península de Varanger? ¿Qué haréis los hombres? —Se volvió hacia la multitud de mujeres isleñas reunidas y las señaló con el dedo—. No quedará ninguna de vosotras para cuidar del ganado, cocinar la comida para vuestros esposos ni lavar su ropa sucia. —Se volvió de nuevo hacia el gobernador y dio otro paso hacia él—. No quedarán mujeres para violar ni para que den a luz a vuestros hijos. Ninguna para que rece por vosotros. ¿Y en qué acabará? En un mundo sin mujeres, ¡solo Dios, sus hombres y el diablo siempre con vos!
Sin embargo, la obra también destaca momentos de sororidad y resistencia, como el admirable acto de la viuda Korg, quien se niega a denunciar a otras mujeres, mostrando un rayo de esperanza y solidaridad en medio de tanta oscuridad.
Mi opinión sobre Las brujas de Vardo
Creo que si has llegado hasta este punto te queda claro que Las brujas de Vardo me ha parecido una novela absolutamente preciosa y totalmente adictiva. A pesar de que tengo una cruzada personal con las novelas que emplean la palabra “brujas” en su título como reclamo editorial sin que esté realmente justificado, en este caso creo que de alguna manera los motivos detrás de la historia soportan esta decisión.
La historia me atrapó desde la primera página y consiguió sorprenderme al ver que no iba en la dirección en la que yo esperaba. El personaje de Maren Oluffsen es cautivador con su forma de ver la vida, siempre libre y con opciones a pesar de las situaciones y si para mí las brujas de Vardo no ha obtenido una nota más alta es porque el final me resultó… quizás un poco deus ex machina para una novela de ficción histórica.
De cualquier forma, no se puede negar que Las brujas de Vardo es una novela más que recomendable que apasionará a las amantes de la novela histórica que quieran profundizar más en todo el tema de la brujería y el misticismo. Solamente recuerda no dejar en casa las cáscaras de los huevos que uses para cocinar: dicen que las brujas las usan para atraer tormentas.
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