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NOTA: 7.5

La vida invisible de Addie LaRue: reseña de una obra sobre pactos con el diablo y la inmortalidad

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Escritora consumada, concept artist en ciernes y adicta al trabajo. Do...


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Imágen destacada - La vida invisible de Addie LaRue: reseña de una obra sobre pactos con el diablo y la inmortalidad

¿Serías capaz de hacer un trato con el diablo a cambio de la vida eterna? ¿Y si a cambio de ello, tu nombre se desvaneciera de todos los labios y cada rostro que te mira lo olvidara en cuanto desaparecieras de su foco de atención? La vida invisible de Addie LaRue, escrita por V.E. Schwab, propone una premisa tan antigua como el miedo a morir: el pacto con el Diablo a cambio de la eternidad. Sin embargo, en esta obra, Addie no tendrá que entregar su alma hasta que se rinda, y Dios sabe que Lucifer nunca juega limpio cuando se trata de conseguir lo que quiere.

De esta forma, La vida invisible de Addie LaRue se presenta como un canto desgarrado a lo invisible, lo inasible y lo que no deja huella. Una novela que susurra al oído una pregunta que parece sencilla pero que es, en el fondo, devastadora: ¿qué queda de ti si nadie puede recordarte?

Con una premisa digna de un experimento filosófico post-derridiano—vivir eternamente a cambio de no ser nunca recordada—Schwab construye una protagonista que coquetea con la tragedia griega en medio de una obra con ciertos aires a la estética pre-rafaelita y las baladas indie de Florence + The Machine. Y por si fuera poco, lo hace presentando un antagonista (Lucifer) que bien podría haber salido de un desfile de Alexander McQueen: luciendo cuernos invisibles, chelsea boots y un corazón tan vacío como tentador.

Esta es mi reseña de una de las novelas más vendidas de los últimos años (estuvo en la lista de los más vendidos del New York Times durante 37 semanas consecutivas hasta julio de 2021) y por qué, aunque me entretuvo durante un par de días, acabé encontrándole grandes carencias a su argumento.

TODO
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El pacto de Addie LaRue: vivir para siempre, ser olvidada para siempre

Francia, siglo XVIII, Addie LaRue nace en un pueblecito de interior con una única certeza: no quiere una vida pequeña. No quiere ser esposa, ni madre, ni mucho menos una sombra en la historia de otros. Así, rechaza tanto el destino que le ofrecen que, en un momento de desesperación, justo antes de su boda, lanza una súplica a los dioses que responden después del anochecer. Y uno de ellos le contesta.

Luc, una entidad oscura con voz de terciopelo y sonrisa afilada, le ofrece lo que más desea: tiempo infinito. Pero lo que Addie no conoce ni anticipa es el precio real detrás del trato: desde el mismo instante en el que firma, nadie volverá a recordarla. Ni su familia, ni sus amigos, ni los desconocidos que cruzan su camino. Vive al margen de todo relato, incapaz de dejar huella alguna. No puede escribir su nombre, ni pronunciarlo si alguien escucha, ni ser parte de ninguna historia más allá del instante.

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—Tal vez los dioses antiguos sean grandes, pero no son ni bondadosos ni misericordiosos. Son volubles, inestables como la luz de la luna reflejada en el agua, o las sombras de una tormenta. Si insistes en llamarlos, presta atención: ten cuidado con lo que deseas y accede a pagar el precio.

A lo largo de los siglos, Addie se convierte en una figura que habita entre las grietas de la historia: musa sin rostro de artistas, amante fugaz, silueta de fondo en los cafés de París o los bares de Nueva York. Pero su existencia da un giro inesperado cuando, en una librería de Manhattan, por primera vez, un joven la recuerda.

Por primera vez en trescientos años, alguien recuerda su nombre.

El pacto de Addie LaRue: vivir para siempre, ser olvidada para siempre

Addie LaRue nace en la Francia rural del siglo XVIII con una única certeza: no quiere una vida pequeña. No quiere ser esposa, ni madre, ni sombra en la historia de otros. Rechaza el destino que le ofrecen y, en un momento de desesperación, lanza su súplica a los dioses que responden después del anochecer. Y uno de ellos le contesta.

"

—Los dioses antiguos están por todas partes —le cuenta—. Nadan en el río, crecen en el campo y cantan en los bosques. Se encuentran en la luz del sol que baña el trigo, en la tierra de los brotes nuevos y en las viñas que crecen en esa iglesia de piedra. Se congregan en los confines del día, al amanecer y al atardecer.

Luc, una entidad oscura con voz de terciopelo y sonrisa afilada, le ofrece lo que más desea: tiempo infinito. Pero lo que Addie no anticipa es el precio real del trato. Desde ese instante, nadie volverá a recordarla. Ni su familia, ni sus amigos, ni los desconocidos que cruzan su camino. Vive al margen de todo relato, incapaz de dejar huella alguna. No puede escribir su nombre, ni pronunciarlo si alguien escucha, ni ser parte de ninguna historia más allá del instante.

TODO
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TODO

A lo largo de los siglos, Addie se convierte en una figura que habita entre las grietas de la historia: musa sin rostro de artistas, amante fugaz, silueta de fondo en los cafés de París o los bares de Nueva York. Pero su existencia da un giro inesperado cuando, en una librería de Manhattan, un joven la recuerda. Por primera vez en trescientos años, alguien retiene su nombre.

Lo que sigue es una historia que se balancea entre el deseo de ser vista y la inevitable fragilidad de los recuerdos; entre el arte como forma de resistencia y el amor como ancla... o trampa.

Un pacto a media tinta: lo que se gana, lo que se olvida

El pacto con el Diablo es, probablemente, uno de los arquetipos narrativos más potentes y antiguas de la literatura occidental. Desde el Doctor Fausto de Marlowe hasta el Mefistófeles de Goethe, pasando por El retrato de Dorian Gray de Oscar Wilde, la idea de vender algo irrenunciable (el alma, el nombre, la dignidad) a cambio de un deseo desesperado está impregnada de un peso simbólico que fascina y genera cierto morbo a partes iguales. El pacto no es solo un contrato: es un espejo oscuro que revela la parte más oscura y degenerada de aquel que lo firma.

Es por eso lógico pensar que, en el caso de Addie LaRue, el momento en el que esta vende o pone en suspenso, de alguna manera, su alma, tendría que ser de lo más épico y desgarrador de la novela y, desafortunadamente, desde mi perspectiva, se convierte más bien en una declaración de intenciones y dirección de la novela por parte de V. E. Schwab donde nos deja claro que este drama, está suavizado para el gusto de todos los públicos.

La escena sucede la noche antes de su boda concertada en el siglo XVIII, una época en la que el matrimonio era parte de la normalidad para las mujeres, especialmente de las mujeres francesas de pueblecitos religiosos de interior y donde permanecer soltera no era una elección plausible. Está claro que la autora busca presentarnos una heroína normativa al gusto moderno, que quiere ser independiente y odia la idea de casarse, pero en mi opinión, la forma en la que se construye la escena y el pacto, con la desesperación de Addie como vehículo motor narrativo, carece de fuerza y está totalmente desaprovechada.

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En un abrir y cerrar de ojos, media vida desaparece.

No quiero morir como he vivido

No quiero nacer y ser enterrada en la misma parcela de diez metros.

De hecho, de alguna manera, yo lo percibí como una pataleta infantil de Addie en lugar de un momento de tal desgarro emocional que la empujase a los brazos de la muerte.

Podríamos haber asistido al peso real de esa decisión si Schwab hubiera optado por mostrarnos a Addie casada, atrapada, privada de su arte, silenciada como tantas mujeres que existieron solo para reproducir y obedecer. También si el marido pactado fuera cruel o simplemente realista con el estándar heteropatriarcal de la época y ella temiese pasar de los amorosos brazos de su padre a los de un viudo propenso a la violencia.

TODO
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Hubiera comprado más del argumento si ella, conscientemente, hubiera acudido a los brazos del dios de la noche en lugar de que fuera un pueril accidente que la empujara a los brazos de un poderoso lord divino.

Y es que la desesperación está, sí, pero no se sostiene lo suficiente: no hay un terrible matrimonio consumado que la reduzca a la nada o que ponga su vida y su felicidad en peligro (como sí que hay en Retrato de casada de Maggie O’Farrell), no hay privación real, no hay trauma palpable.

Luc: el diablo que no arde, solo susurra

Luc, por su parte, es una figura fascinante... y frustrantemente ambigua. Nunca se presenta abiertamente como Lucifer, pero cumple todos los arquetipos: seductor, manipulador y cambiante. Es el Diablo de las pinturas barrocas y de los cuentos moralistas. Sin embargo, su amenaza es tan estética como emocional. Es hermoso, es oscuro, es cruel, pero rara vez sentimos que sea realmente peligroso más allá de su eterna insistencia en “hazme tuyo”. El pacto con él se convierte en una especie de relación tóxica a largo plazo, más parecida a una ex pareja posesiva que al destructor de almas que cabría esperar.

Luc no es exactamente un villano. O no lo es en los términos clásicos. Pertenece más bien al arquetipo del dark romance antagonist, ese tipo de figura que no está ahí para destruir a la heroína, sino para obsesionarse con ella, moldearla, provocarla, perseguirla... y, en última instancia, amarla, aunque a su manera. En este sentido, Luc es primo lejano de Rhysand (Una corte de rosas y espinas), de Hades en su versión reescrita (Lore Olympus, cualquier fanfic de Wattpad...), o incluso de Thomas Sharpe en La cumbre escarlata. Es el amor prohibido, peligroso y exquisito que existe en la frontera entre la fascinación y el control.

Y es que Luc no desea el alma de Addie porque sí: la quiere a ella, la quiere rendida, doblegada, consciente de que no puede más y necesita entregarse. Su juego se basa en el desgaste, en la paciencia, en crear las condiciones perfectas para que ella le pertenezca por voluntad, no por contrato. Por eso no la fuerza, solo la sigue. Por eso no la castiga, solo la seduce. Y por eso, aunque Addie lo odie, la narrativa lo convierte en su interlocutor más íntimo: el único que la recuerda, el único que la reconoce, el único que está ahí siempre.

Esta reinterpretación moderna del Diablo como un eterno novio emocionalmente no disponible convierte al pacto en una relación de poder, sí, pero también en una historia de amor que por momentos diluye su conflicto central. Lo que podría haber sido una reflexión feroz sobre la agenda femenina, el derecho a narrarse y a decidir, y el precio de la libertad, queda envuelto en terciopelo oscuro y promesas rotas que nunca se desgarran del todo.

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Si vives lo suficiente, aprendes a leer a las personas. A abrirlas como un libro y te das cuenta de que algunos fragmentos están subrayados y otros escondidos entre líneas.

Henry: Orfeo en una librería de Manhattan

Si Luc es la noche que susurra promesas de eternidad, Henry T. es el día nublado que se pregunta si es suficiente. Humano, frágil, lleno de dudas e inseguridades, Henry aparece en la historia como un rayo de luz tibia —casi irreal— en la existencia espectral de Addie. Es el primero en recordar su nombre. El primero que la ve. Y eso, en el universo de la novela, es un acto radical.

Y aquí se da uno de los juegos más sutiles —y quizás más inteligentes— de Schwab: el paralelismo entre Henry y Luc. La narración utiliza las mismas metáforas, las mismas imágenes y hasta los mismos giros descriptivos para hablar de ambos: los rizos oscuros, la piel pálida, su silueta en la distancia... Ambos son la figura masculina que se presenta como consuelo o como amenaza, pero con una diferencia clave: Luc te desea solo cuando te rindes; Henry, solo cuando eres capaz de ver quién es en realidad.

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Nunca has sentido inclinación por nada. No sientes ningún arrebato impetuoso que te empuje en una sola dirección, sino un impulso suave que te dirige en un centenar de rumbos distintos, aunque ahora todos parecen estar fuera de tu alcance.

Y, sin embargo, los dos son figuras limitadas por el tiempo: Luc, eterno y estancado en su obsesión; Henry, efímero, condenado a una permanente anhedonia y depresión, víctima de su estado de ánimo turbulento. Lo cual nos lleva a la metáfora más bella y trágica de la novela: que Henry y Addie son como Orfeo y Eurídice: y cada vez que echa la vista atrás, está perdida.

Es un eco constante, una idea que atraviesa la novela con suavidad: Addie no puede ser sostenida. Es la mujer que se desvanece cuando el otro se da la vuelta. Es el mito griego revisitado desde la modernidad: esta vez, el amor no fracasa por desobediencia, sino por diseño. Addie está condenada a ser la nota que se desvanece cuando la música termina.

Con Henry, aunque sea por un breve momento, ella existe. Y, sin embargo, el saber que son los únicos capaces de ver y recordar al otro, ¿no les arrebata de alguna manera la elección? Saber que nadie más en el mundo te recordará, ¿no te obliga a pasar por alto aquellas cosas que no habrías tolerado en tu pareja si pudieras elegir libremente?

Ahí lo dejo.

TODO
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¿Merece la pena leer La vida invisible de Addie LaRue?

La respuesta corta es: . La vida invisible de Addie LaRue es una lectura que atrapa, que fluye con ritmo cinematográfico y que, a pesar de sus carencias, deja un eco suave, casi pictórico, en el lector. Su premisa es poderosa, y aunque no se explora con toda la crudeza o profundidad que podría haber alcanzado, sí consigue abrir una puerta interesante al concepto de identidad y legado.

Lo mejor de la novela —sin duda— es la forma en la que Schwab permite que Addie encuentre grietas en la maldición a través del arte. Su imagen, su presencia, su historia se filtra en cuadros sin firmar, en esculturas callejeras, en letras de canciones que nadie sabe a quién pertenecen. Y eso, al margen de la narrativa, es una metáfora bellísima, ya que dictamina que el arte es el último bastión contra el olvido.

Es cierto que la novela a veces se desliza por el plano estético más que por el filosófico, y que muchas decisiones narrativas están suavizadas para gustar a un público amplio y encajar en el género de young adult. Pero también hay momentos de verdad, de lirismo, y de emoción genuina, donde tanto Luc como Addie se convierten en un retellying moderno de la historia de Orfeo y Eurídice.

Así que sí: si te atraen las historias que caminan entre la sombra del amor imposible, la identidad disuelta y la obsesión de dejar huella, Addie LaRue tiene algo que ofrecerte. Puede que no lo recuerdes todo cuando cierres el libro, pero algo —una frase, una imagen, una cicatriz leve— se quedará contigo.

Y quizás eso sea justo lo que Addie quería.

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