Tras hacer un pacto con el diablo, Addie entrega su alma a cambio de la inmortalidad. Sin embargo, ningún trato faustiano está exento de consecuencias: el diablo le entregará la inmortalidad que tanto desea, pero le quitará algo que ella anhelará durante toda su existencia: la posibilidad de ser recordada. Addie abandona su pequeño pueblo natal en la Francia del siglo xviii y comienza un viaje que la lleva por todo el mundo, mientras aprende a vivir una vida en la que nadie la recuerda y todo lo que posee acaba perdido o roto. Durante trescientos años, Addie LaRue no será más que la musa de numerosos artistas a lo largo de la historia, y tendrá que aprender a enamorarse de nuevo cada día, y a ser olvidada a la mañana siguiente. Su único compañero en este viaje es su oscuro demonio de hipnóticos ojos verdes, quien la visita cada año en el día del aniversario de su trato. Completamente sola, a Addie no le queda más remedio que enfrentarse a él, comprenderlo y, tal vez, ganarle la partida. Pero un día, en una librería de segunda mano de Manhattan, Addie conoce a alguien que pone su mundo del revés... Por primera vez, alguien la recuerda. ¿Será este el punto final de la vida de Addie LaRue? ¿O tan solo serán puntos suspensivos?
—Tal vez los dioses antiguos sean grandes, pero no son ni bondadosos ni misericordiosos. Son volubles, inestables como la luz de la luna reflejada en el agua, o las sombras de una tormenta. Si insistes en llamarlos, presta atención: ten cuidado con lo que deseas y accede a pagar el precio.
—Los dioses antiguos están por todas partes —le cuenta—. Nadan en el río, crecen en el campo y cantan en los bosques. Se encuentran en la luz del sol que baña el trigo, en la tierra de los brotes nuevos y en las viñas que crecen en esa iglesia de piedra. Se congregan en los confines del día, al amanecer y al atardecer.
En un abrir y cerrar de ojos, media vida desaparece.
No quiero morir como he vivido
No quiero nacer y ser enterrada en la misma parcela de diez metros.