La novela El túnel es la primera obra publicada por Ernesto Sábato – después de una serie de ensayos que escribió con anterioridad – publicada en el año 1948, después de haber abandonado definitivamente el mundo científico para dedicarse por completo a la producción literaria.
Ernesto Sábato, autor de El túnel, forma parte de la corriente de escritores argentinos denominada “la generación intermedia”, que comprende a autores nacidos entre el año 1905 y 1925 que empezaron a publicar en la década de los años 40.
Estos escritores se encuentran a caballo entre las dos tendencias predominantes del panorama literario argentino de la época: el movimiento Florida, que atribuía la importancia del texto a la forma, incorporando novedades estilísticas de los países europeos, y la línea Boedo, de corte más social, con el ojo puesto más en el contenido que en la forma, con temática más comprometida, por lo general tratando el tema de la situación de los indios en el país.
La generación intermedia no se clasifican en ninguna de estas dos tendencias y toman rasgos característicos de cada una de ellas: dan importancia al contenido de sus historias bajo una perspectiva más intimista, con los pensamientos del hombre y sus problemas como eje principal de la trama, sin descuidar por ello el aspecto formal.
La contradicción y dualidad del propio Sábato marca la personalidad de muchos de los protagonistas de sus historias. El escritor siempre sintió un inclinación por el mundo de la ciencia, al que le dedicó años de estudio y profesión antes de terminar abandonando este camino para desarrollar sus inquietudes creativas en el campo de la escritura.
Sábato se definió siempre como un hombre contradictorio, aspecto que se refleja con fuerza en todas sus obras y El túnel no es una excepción, siendo el protagonista de la misma un hombre dual y de extremos: Juan Pablo Castel.
El túnel es una novela corta narrada en primera persona desde el punto de vista de Juan Pablo Castel, un pintor que intenta expresar los motivos que lo llevaron a cometer un sonado crimen por el que se encuentra entre rejas. El empleo de la primera persona y la presentación del personaje, recordando un poco al género epistolar sin llegar a serlo, hace de esta una novela de todo punto inmersiva, pues consigue que desde un primer momento buceemos entre los pensamientos de Castel y sigamos su flujo lógico de pensamiento.
Después de la breve justificación del propio relato-confesión, el protagonista nos lleva atrás en el tiempo en un flashback – recurso empleado constantemente a lo largo de la obra, miramos al pasado sabiendo en todo momento la situación en que se encuentra Castel en el presente – hasta el momento en que conoció a María Iribarne.
Bastará decir que soy Juan Pablo Castel, el pintor que mató a María Iribarne; supongo que el proceso está en el recuerdo de todos y que no se necesitan mayores explicaciones sobre mi persona.
El instante de unión de los dos protagonistas, en el que sus destinos se cruzan, se produce cuando María visita la exposición de Castel y repara en una escena de uno de los cuadros del pintor, de título La Maternidad, que para el resto pasa desapercibida.
En La Maternidad en un primer plano se presenta a una madre jugando con su hijo, mientras que en segundo plano se ve a una mujer sola mirando al mar a través de una ventana. Se contraponen aquí dos escenas: una de plenitud y otra de desesperanza pura, lo que hace más terrible esta escena de la esquina en la que repara la protagonista femenina. Esta escena, en palabras del propio Castel, sugiere “una soledad ansiosa y absoluta”.
Con excepción de una sola persona, nadie pareció comprender que esa escena constituía algo esencial. Una muchacha desconocida estuvo mucho tiempo delante de mi cuadro sin dar importancia, en apariencia, a la gran mujer que había en primer plano, la mujer que miraba jugar al niño. En cambio, miró fijamente la escena de la ventana y mientras lo hacía tuve la seguridad de que estaba aislada del mundo entero: no vio ni oyó a la gente que pasaba o se detenía frente a mi tela.
Desde que ve a María Iribarne, el protagonista siente la necesidad de hablar con ella y saber qué piensa, así como los motivos por los que reparó en esa pequeña escena de La Maternidad, creyendo percibir aspectos de sí mismo en María y la posibilidad de poder comunicarse con ella de una manera más profunda que con el resto de personas de su círculo.
Empieza así una relación amorosa extraña entre ambos, después de un par de encuentros casuales en la calle días después de la exposición, abocada a la tragedia y a la desesperación (como la propia María advierte en más de una ocasión y el temperamento de Juan Pablo no hace más que confirmarlo).
María es la madurez, la madre (nombre muy adecuado para este personaje por su referencia claramente bíblica y maternal). Ella es la parte estable, invariable, el timón o sostén de Castell, quien siente que sin ella no tiene nada. Castel es volátil, débil, un niño casi en una búsqueda constante de lo que nunca volverá, la infancia y el tiempo pasado.
En ciertos puntos de El Túnel, Castel compara a María con su madre, viéndola como un apoyo, una balsa de seguridad en el mar incierto de la vida y las relaciones insustanciales.
Esta relación termina derivando en necesidad para Castel, quien necesita a María a su lado. Sin embargo, María está llena de misterios e interrogantes que no se resuelven por más preguntas que le haga Juan Pablo o por más que esté con ella y sienta la ilusión (que ella en ningún momento alimenta, salvo de forma pasiva mínimamente) de que es suya.
La unión física falla entre ambos, siendo la demostración definitiva de que ella no siente lo mismo que él había imaginado y de que no se encuentran en el mismo plano ni son tan similares. Por más que lo intente, Castel no puede ser feliz con María y tampoco, ni mucho menos, sin ella.
... Y comenzó a parecerme que cualquier mujer debe sentirse humillada al ser calificada así, hasta las propias prostitutas, pero ninguna mujer podría volver tan pronto a la alegría, a menos de haber cierta verdad en aquella calificación.
El propio Castel afirma no saber a qué se refiere con su reiterada idea del amor verdadero, que no para de exigirle a María. El pintor tiene una idea vaga, ilusoria y ficticia de lo que significa. No quiere a María, la necesita y la utiliza para paliar su soledad, dañándola y dañándose a sí mismo más que buscando la felicidad mutua. Tiene grabada a fuego la idea de fusionarse con otro ser para conseguir la plenitud y encuentra la señal de que María podría ser la única destinada para él a raíz de la escena del cuadro.
María podría ser la melancolía, la personificación del tiempo perdido que no regresa, que no arroja ninguna respuesta por mucho que se vuelva a él una y otra vez. Un tiempo esquivo, presente en todo momento, que duele ver en las manos de otro porque sentimos que no lo aprovecha o no se lo merece tanto como uno mismo. El tiempo perdido se reduce a un recuerdo, una vivencia pasiva que no altera nuestra vida sino para empeorarla, volvernos más ansiosos y dejarnos más vacíos de lo que estábamos. Cuesta recordarlo sin deformarlo en la memoria y nunca se puede tener por completo, porque, si alguna vez fue nuestro, ya no lo es y nunca tendremos garantías de ello.
Si tuviéramos que representar a los dos personajes principales con elementos de la naturaleza, en un intento de metáfora de ambas personalidades, claramente María sería aire y Castel quedaría representado por el fuego. El aire aviva el fuego, pero es imposible retener o poseer el aire por mucho que uno se esfuerce. Esto no hace más que frustrar terriblemente a Castel a lo largo de la novela y dirigir la acción hacia un trágico final anunciado desde la primera página del relato.
Nunca llegamos a saber quién es realmente María, cómo vive y a quién quiere – si es que quiere a alguien o siente un afecto especial por alguien o solo adopta un papel pasivo – realmente. El final de la historia queda abierto y somos nosotros quienes tenemos que sacar una conclusión.
Castel, por su parte, está desencantado con el mundo y con la humanidad. Es cuando está al límite por sus dudas cuando realmente puede pintar con mayor libertad, retorciendo las formas de sus cuadros y creando imágenes más grotescas y enfermizas. Sus cuadros experimentan un cambio a lo largo de la novela al compás de su evolución psicológica hacia la obsesión y la locura. El protagonista no para de dudar constantemente de si lo que deduce es cierto o no, tiene una difícil relación con los demás y con el medio que lo rodea, guiándose siempre en última instancia por la lógica como única conductora fiable para llegar a la verdad.
De entre las reflexiones del personaje, éste aborda temas como el amor absoluto (imposible desde la perspectiva pesimista de la novela), la incomunicación del hombre moderno, la soledad y la desesperanza. En este aspecto, Sábato realiza un gran trabajo psicológico para retratar la compleja personalidad del protagonista, además de construir con maestría unas complejas y elaboradas teorías, a cada cual más enrevesada y terriblemente lógica y fría. También son destacables sus conocimientos filosóficos y el desarrollo de muchas teorías de pensamiento presentes en las reflexiones de Castel y en su punto de vista, lo que termina de perfilar a un personaje de psicología muy amplia.
Cerca del final de El túnel, Castel nos revela su visión de la vida como un túnel por el que circula solo, en oscuridad, con pequeños fogonazos de luz, pero que no se cruza con ningún otro. Sólo en ocasiones sintió el personaje que el túnel de María y el suyo habían discurrido en la misma dirección toda la vida hasta encontrarse, pero cuando se descubre solo, en su túnel de siempre es cuando se sabe sin salvación posible, completamente solo en un mundo que le es tan ajeno sin una mano amiga o una mirada cómplice.
Sábato emplea en la novela altos temporales constantemente, no tiene especial cuidado en construir un tiempo narrativo realista puramente, se mueve por la historia con flashbacks y no evita el empleo de elipsis temporales para quedarse con los hechos clave. El tiempo parece correr más lento en las esperas, cuando Castel reflexiona sobre lo que ha sucedido anteriormente e intenta sacar conclusiones acerca de la personalidad y los actos de María. Sin embargo, en las ocasiones en que el protagonista se emborracha en el libro se nos muestran las acciones cortadas, una detrás de otras como una sucesión que se parece más por momentos a una enumeración.
En un primer momento Sábato concibió la novela como el relato de un pintor incapaz de comunicarse con nadie, inmerso en sus cuadros como única vía de expresión. El pintor terminada desquiciándose hasta el punto de ser incapaz de comunicarse también con su mujer, que había sido la única que había logrado comprenderle. Esta idea original derivó en lo que terminó siendo una historia más centrada en los celos y en la encarnación misma de la desesperación.
En palabras del propio Sábato:
… Los seres humanos no pueden representar nunca las angustias metafísicas al estado de puras ideas, sino que lo hacen encarnándolas… Las ideas metafísicas se convierten así en problemas psicológicos, la soledad metafísica se transforma en el aislamiento de un hombre concreto en una ciudad bien determinada, la desesperación metafísica se transforma en celos, y la novela o relato que estaba destinado a ilustrar aquel problema termina siendo el relato de una pasión y de un crimen.
El túnel es, en definitiva, una obra acerca de la desesperanza, del desasosiego, de la soledad y la imposibilidad de la comunicación con los demás. Castel es una persona terriblemente solitaria, que no encuentra ningún puente entre él y el resto de personas y que, cuando le parece que ha encontrado a alguien similar, se ve traicionado por su propia fantasía y cae en la locura.
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