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NOTA: 6.5

El templo de las ilusiones, reseña de la novela que acaba con la trama de Hui y Thu

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Escritora consumada, concept artist en ciernes y adicta al trabajo. Do...


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Imágen destacada - El templo de las ilusiones, reseña de la novela que acaba con la trama de Hui y Thu

El templo de las ilusiones es la segunda parte de la bilogía empezada por La casa de los sueños. En él, Pauline Gedge arroja cierta luz sobre lo que le ha ocurrido a Thu diecisiete años después de la conclusión de la anterior obra, sumergiéndonos de nuevo en las ardientes arenas del desierto en un momento en que Egipto veía completamente corrupto su Ma’at. 

Os avisamos fervorosamente de que, si no habéis leído La casa de los sueños, entonces no deberíais leer esta reseña para no destriparos aspectos esenciales de la apasionante trama de Thu. 

Argumento de El templo de las ilusiones 

Han pasado diecisiete años desde que Thu fue condenada al destierro por Ramsés. Pero el joven Kamen, al igual que la mayor parte de los egipcios de la corte, poco o nada sabe de eso. Ahora, pasa sus días adoleciendo de aburrimiento y deseando que acabe la misión de escolta para regresar a su hogar y a los brazos de su prometida, la bella Tajuru. 

Pero qué poco podía llegar a imaginarse él que su vida cambiaría de la noche a la mañana cuando, al atracar en Asuat, una extraña mujer de educados modales y ojos azules le suplicaría que llevase una caja de madera, con la historia de su vida, al faraón.

Cuando este le entrega la caja al general Paiis, inmediatamente queda envuelto en una trama de conspiraciones, asesinatos, peligro y complots que resucita los antiguos rencores del pasado y que abre, por una vez, una posibilidad de redención para la dama Thu. ?

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Estructura de la obra y voz narrativa 

El templo de las ilusiones está dividido en tres partes de diferente longitud. La primera nos introduce en el punto de vista de Kamen: un joven militar que se ve envuelto en una conspiración simplemente por compasión a una mujer que le despierta simpatía. 

Al estar escrito en primera persona, la introducción de la obra se sumerge en la psique de un adolescente en pleno S.XII, tiñéndolo todo de un aura de inocencia, honestidad y sobre todo un pensamiento que puede parecer simple comparándolo con las complejas reflexiones que Thu realizaba en el anterior libro. Kamen, un joven rebelde y con las ideas poco claras, se enfrenta continuamente con su padre por su futuro (él prefiere que sea comerciante, mientras que Kamen es un apasionado de la vida militar), se lamenta por no poder ir a la frontera a combatir y cargarse de gloria y, sobre todo, se obsesiona con sus orígenes cuando el sueño recurrente de una mano acariciándole con flores lo despierta por las noches. 

Kamen nos permitirá recorrer el río y ver a Thu desde la perspectiva de un auténtico desconocido. Al mismo tiempo, al rebajar su inteligencia (no es, ni de cerca, uno de los personajes más espabilados del libro), sus capítulos se centrarán más en describir los paisajes mientras las preocupaciones típicas de alguien de su edad se van intercalando en los sucesos de intensa trama política (preocupaciones vanas como el deseo sexual que siente por Tajuru o su manía de emborracharse y desaparecer).  

La segunda parte de la novela está escrita desde la perspectiva del escriba Kaha, el cual recordaréis por ser el aprendiz de escriba de Hui que enseñó a Thu lecciones sobre historia de Egipto y el cual la condicionó para que creyese que el Ma’at de Egipto corría peligro por culpa de la incompetencia del actual faraón.  

Kaha, al igual que Kamen, plantea una voz puramente descriptiva, más dada a recordar sucesos pasados y a refrescarle la mente al lector sobre cosas que ya hemos leído que a aportar nueva información. A su lado, sin embargo, veremos a los conspiradores reunidos una vez más en una cena en la que tomarán decisiones sobre el futuro de Kamen y Thu. 

Por último, sin duda la parte más interesante de la obra y en la que Pauline Gedge brilla verdaderamente es la tercera, cuando recupera la visión privilegiada de Thu. La mujer, perdida ahora la exuberante belleza que hacía que la gente la envidiase, sigue teniendo un pronto vengativo realmente delicioso y sus pensamientos vuelven a atrapar al lector en la tóxica relación que tiene con Hui, sus deseos de justicia y la búsqueda del hijo perdido. 

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Había comenzado a leer su historia, que me fascinó al instante. Su caligrafía, fluida y precisa, era firme y bella; su poder de expresión, cautivador. No eran los penosos garabatos de una aldeana, sino las frases seguras de un funcionario instruido.

Un cierre hecho para recordar y contentar a los fans 

El templo de las ilusiones es, ni más ni menos, que una conclusión agradable a lo que había sido un final absolutamente brillante y desgarrador. Si recordamos la anterior novela, a lo largo de una extensa y misteriosa trama Pauline Gegde nos hizo creer, como Thu, que Hui nos amaba y nos protegería al final de la obra. Sus maquinaciones fueron tan magníficas y sutiles que dolió especialmente descubrir que Disenk la criada y la dama Hunro habían decidido engañarnos y traicionarnos al final. El hecho de que Disenk, con la que llevábamos años compartiendo penurias y acompañando en su misión de convertir a Thu en una dama noble, dolió incluso más que cualquier otra, ya que tal y como vimos al final, todo estaba orquestado desde un principio para hacer caer a Thu como chivo expiatorio. 

Lo magnífico de la trama y del final era precisamente que todos los personajes involucrados contaban con una personalidad única y sus propias motivaciones y aspiraciones secretas que chocaban directamente con lo que el lector creía haber interpretado como gestos de amistad. 

El final era desgarrador, está claro, pero al fin y al cabo fue uno de los ingredientes necesarios para crear una obra casi perfecta. 

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Sin embargo, El templo de las ilusiones está escrito más para contentar al lector y darle un happy ending que como obra en sí misma. Sus poco más de cuatrocientas páginas se centra en una única trama (la necesidad de Thu de redimirse frente a la oposición del general Paiis), sin desarrollar demasiado a los nuevos personajes que aparecerán (la dama Tajuru y su padre Nesiamón o incluso el padre de Kamen, que aparece continuamente en diferentes puntos del argumento). La autora reservará este carisma para Hui, siempre perverso, Thu o Isis, una nueva criada que aparecerá a lo largo de la obra. 

Y es que El templo de las ilusiones tiene una trama mucho más lenta y reflexiva donde continuamente se recuerdan escenas del volumen anterior, se describen de nuevo espacios y personajes y donde el peso dramático fluye lenta pero inexorablemente. 

Hay ciertas cosas que a mí, personalmente, no me funcionaron en esta novela. Quizás es porque La casa de los sueños me apasionó tanto que lo consideré una de las mejores novelas históricas que había leído con diferencia y quizás por eso esperaba algo más de la conclusión. 

El siguiente párrafo contiene spoilers. Avisado estás.

Para empezar, se supone que la historia de Thu, transmitida a través de un manuscrito, es una réplica resumida de lo que leímos en La casa de los sueños, pero a pesar de ello cuando Kamen se hace con ella la primera vez, la sospecha de poder ser el hijo de Thu no llega a su cabeza a pesar de ser un tema que en teoría le obsesiona. Sabe que su madre fue una médica famosa que pasó cierto tiempo en la casa de Hui, donde aprendió todo sobre él. Pero a pesar de leer que Thu cumple exactamente con esas características, sus sospechas son vanas y la química o complicidad entre ambos es prácticamente nula a lo largo de toda la obra.

Extraño me pareció también el hecho de que Thu descarte al momento que Kamen pueda ser su hijo cuando este se lo sugiere y la facilidad con la que ambos ignoran el tema en pos de un clímax posterior especialmente oportuno para el argumento. 

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Oh, pobre Kamen -exclamó-. Lo siento mucho. En verdad existen ciertas coincidencias que parecen unir mis circunstancias anteriores con las tuyas, pero no son sino eso: coincidencias. 

La historia de Thu es un recurso empleado continuamente para hacer que personajes completamente razonables que no se creerían una palabra, se conviertan en fervientes y leales compañeros, cerrando las puertas a la desconfianza sembrada en el anterior libro donde prácticamente la autora te quería decir que no debes confiar en nadie. 

Hay por ejemplo una incongruencia cuando Kamen decide esconder en su casa a la dama Tajuru y ambos deciden con Kaha que nadie debe saber que la dama está allí para protegerla del general. 

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Como en la casa de Nesiamón, pusimos mucho cuidado en no dejarnos ver. Era muy importante que ningún sirviente notara nuestra presencia, al menos hasta el regreso de Men. 

Pero acto seguido le cuentan toda la historia de Thu al mayordomo Pa-Bast y este a los criados que asisten a Tajuru en el interior de la vivienda. 

Fue un auténtico placer para mí por fin saltar a la parte en la que Thu, ya habiendo madurado y con sus ideas increíblemente claras, vuelve a tomar el control de la narración y de la historia. Con poco más de treinta años, por fin volvemos a ver a una Thu lógica, reflexiva y con una forma de pensar realmente adecuada para el entorno conspiranoico en el que se ha criado que, sin embargo, todavía toma decisiones impetuosas en ciertos momentos. 

Es especialmente interesante en la obra cómo la autora recupera el tema de la libertad frente a la riqueza: al igual que en la anterior novela Thu temía pudrirse en el Fayum una vez el faraón se aburriese de ella, en esta veremos cómo la belleza e inteligencia de Hunro se ha marchitado fruto del resentimiento y el aburrimiento, concluyendo en una de las frases más potentes de la novela.  

Conclusión sobre El templo de las ilusiones 

Dicen que una de las partes más dolorosas de las pérdidas es no ser capaz de darle un “cierre” a ese suceso traumático que tanto te aflige, y quizás eso es lo que ha querido hacer Pauline Gedge con El templo de las ilusiones. El final de La casa de los sueños fue especialmente duro, doloroso y desgarrador y me tuvo durante semanas echando en falta una continuación sobre la historia de Hui, Thu y, por qué no, Ramsés. 

Pero El templo de las ilusiones no es en absoluto complaciente en ese sentido. Leeremos mucho sobre la vida de Kamen y sobre sus dudas adolescentes y hasta tendremos la ocasión de introducirnos en la mente de un personaje tan querido como Kaha, pero tendremos que esperar a los capítulos de Thu para poder satisfacer nuestra insistente y dolorosa necesidad de cierre. 

Allí, mientras Thu y Hui se contemplan a los ojos, recuperaremos lo que por un momento fue la tensión y la emoción de la anterior novela, los miedos y las dudas creadas y, por qué no, esa necesidad imperiosa de ser reconocidas por el déspota y cruel albino. 

El templo de las ilusiones se me ha hecho sin duda más largo que La casa de los sueños. Muchas descripciones eran innecesarias si habías leído la anterior obra y le he cogido una manía especial a Kamen por lo simplón que es a veces, pero he de confesar que para mí sí que ha sido un cierre satisfactorio. Aunque no haya ardido quien yo creía que más lo merecía, aunque no nos ofrezca más que un puñadito de escenas con Hui. 

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