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El rey de las polillas, opinión del cómic de Ángel Abellán y Carlos Morote sobre el desamor

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Escritora consumada, concept artist en ciernes y adicta al trabajo. Do...


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Imágen destacada - El rey de las polillas, opinión del cómic de Ángel Abellán y Carlos Morote sobre el desamor

¿Qué ocurre cuando el amor empieza a resquebrajarse? ¿Cuando los problemas aparecen y los ignoramos creyendo que no abrirán agujeros insalvables en nuestra relación?  ¿Qué pasa con las mariposas que un día sentimos en nuestro estómago? Ángel Abellán y Carlos Morote recogen estas preguntas que sin duda todos nos hemos hecho en algún momento de nuestra vida amorosa como pilar de una novela gráfica que gira con fuerza alrededor de una analogía cruel y al mismo tiempo certera. 

La metáfora de las polillas. 

A través de un cómic de prácticamente 125 páginas que destila maestría en cuanto al dibujo y a una colorimetría simplemente maravillosa, los dos jóvenes autores nos sumergen en una historia de acción que, como siempre, esconde mucho más de lo que parece tras sus viñetas. 

Argumento de El rey de las polillas 

Ele y Tonya creían que tenían todo un futuro por delante: su relación, aunque con baches, se mantiene fuerte y uno se apoya en el otro para sobrellevar los problemas que le van surgiendo. Sin embargo todo cambiará la noche de su cuarto aniversario: de pronto un montón de polillas invaden el restaurante donde estaban cenando y un horrible monstruo ataca a Ele y se lleva sus recuerdos más preciados con Tonya.  

Desesperada, Tonya se apoyará de Jen, una agente de policía con problemas similares, para intentar descubrir qué hay detrás de El rey de las polillas, destruirlo y recuperar lo perdido. Aunque quizás, solo quizás, ya sea demasiado tarde. 

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Sobre el dibujo de El rey de las polillas

Lo primero que llama la atención al abrir el precioso tomo de El rey de las polillas es el dibujo y la colorimetría que esconde. Encuadernado en una tapa blanda sobre papel mate de gran porosidad, el tomo de Grafito editorial destaca y atrae desde la primera viñeta por el gran acierto con el que Carlos Morote plantea las viñetas. 

Así, el dibujante emplea por un lado unas viñetas más tradicionales cargadas de elementos de trazo fino y preciosos paisajes, que luego rompe dramáticamente en los momentos de mayor dramatismo para generar una ruptura mental en la mente del lector. Carlos Morote destaca especialmente como paisajista: sus preciosos fondos, cargados de gaviotas que se salen del marco, de polvo que inunda las páginas y de polillas saltarinas contribuyen a generar un efecto dinámico dentro de la experiencia de lectura. Su forma de plantear la historia es además pausada y muy acertada, tomándose suficiente espacio en las viñetas para que las emociones y los sentimientos de vacío de los protagonistas impacten directamente en el lector. 

Así, los silencios dramáticos, la anticipación a la acción en ciertas viñetas y las peleas serán elementos recurrentes en un cómic de apenas 125 páginas que destaca por su calidad artística desde el primer momento.  

Sobre el guion y la historia de El rey de las polillas 

A cargo de la historia se encuentra Ángel Abellán, que ya nos encantó en su momento con Temporada de melocotones. Ángel se ha basado en varias experiencias autobiográficas propias con su pareja a la hora de construir una historia del todo pregnante y que sin duda convence a los amantes de las metáforas y alegorías. En el epílogo del cómic él mismo nos confiesa que muchas de las situaciones están extraídas no solo en sus propias vivencias sino también en las de Carlos Morote, el dibujante.  

En ese sentido, Ángel Abellán se ha esforzado especialmente en crear un backstory para cada uno de los cuatros personajes de forma que el lector pueda identificarse con alguno de ellos. Los que más brillan son sin duda Tonya, optimista y despistada por naturaleza (pero también apasionada y fuerte) y Ele, quizás por su proximidad con la propia historia del autor. Asimismo, el cómic esconde diferentes guiños a Grafito Editorial y a sus editores, así como referencias al mundo del pop de los noventa que enternecerá el corazón de quién lo lea. 

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Una obra más autobiográfica de lo que puede parecer en un primer momento 

El rey de las polillas nos sitúa en la desastrosa vida amorosa de dos parejas, cada una de ellas sumergida en los típicos problemas con los que cualquiera podría verse reflejado. Ele y Tonya empezaron a salir hace cuatro años, pero sus inicios fueron acelerados y nunca se han tomado el tiempo suficiente como para sentarse a hablar de sus problemas. La dinámica de su relación se ve completamente dilapidada y devorada por los problemas de autoestima de Ele y la falta de empatía de Tonya.  

De esta forma, lo que en un primer nació como una relación casual, acaba convirtiéndose en algo mucho más serio que ninguno de los dos tiene demasiado claro cómo sobrellevar. Ele tiene muchos problemas debido al rechazo continuo de las editorales, se juzga duramente y ha acabado desarrollando un trastorno de ansiedad. El cómic explora de esta forma no solo temas tan sensibles como la salud mental, sino también el síndrome del impostor que acecha, persigue y se alimenta de la confianza de cualquier artista.  

Tonya, pelirroja y feliz, con una personalidad que parece extraída de un anime, no comprende lo que siente su pareja ya que no deja que los problemas la avasallen, y con su carácter descuidado de siempre es incapaz de poder ayudarle a sobrellevar su ansiedad o de ponerse en su lugar. 

Pronto estos descuidos se van convirtiendo en un nido de palabras no intercambiadas y de confesiones con sabor a culpa con el que se alimentan las polillas. Esto es, la semilla del desamor. 

Por parte de Jen y de Pablo, ambos chocan dramáticamente: Jen es una mujer impulsiva, con problemas para dormir y con una propensión a reaccionar con una violencia tal que cualquiera le quitaría la placa. Para Jen, la vida es una montaña rusa, llena de atracciones y de altibajos que sobrevolar al lado de su pareja; pero Pablo, que lleva con ella desde que eran niños, el amor consiste precisamente en estar contentos en la rutina. 

Su romance presenta los desafíos de cualquier relación en los que una pareja comienzan siendo ambos muy jóvenes: cada uno ha evolucionado de forma diferente y se han convertido en gente incompatible, pero están demasiado acostumbrados a la presencia del otro como para dejarlo. 

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Las dos parejas presentan enormes problemas de comunicación que acaban funcionando como un atractor de El rey de las polillas: una metáfora del gran evento o crisis que aparece durante las discusiones y que amenaza con llevarse de un plumazo todos los buenos recuerdos que uno tiene. De esta forma, los autores generan una inteligente y omnipresente metáfora sobre el desamor: el conflicto y / o la gran pelea a la que se enfrentan las parejas a veces solo necesita aparecer para quebrantar las bases de una relación aparentemente estable; mientras que en otros casos (como el de Jen y Pablo), esta discusión o desavenencia debe repetirse en varias ocasiones para que uno claudique.

Jen y Tonya sobreviven al ataque de El rey de las polillas, o lo que es lo mismo: son las únicas que todavía ven una parte bonita y positiva en su relación y que deciden luchar por ella. En ese sentido, Ángel Abellán y Carlos Morote hablan de una discusión capaz de romper la pareja sin necesidad de mostrarla en plano: Ele y Pablo se sienten tan dolidos y enfadados por lo que está pasando con sus novias que verlas les produce literalmente dolor de cabeza y mareos. 

En un inteligente juego de planos, 

Jen y Tonya lucharán por recuperar algo que está perdido, dándolo absolutamente todo y poniendo su vida en peligro por mantener la relación a flote. 

En el caso de Jen y Pablo, a veces ni siquiera una relación de amistad es recuperable tras el conflicto (muerte figurada) mientras que en el de Ele y Tonya la búsqueda de un entendimiento al menos sienta un puente para la amistad. 

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Mi opinión sobre El rey de las polillas 

El rey de las polillas apareció en mi vida flotando y salido realmente de ninguna parte. Yo había analizado anteriormente Temporada de melocotones de Ángel Abellán, por lo que sabía con qué me iba a encontrar en un cómic aparentemente inocente cuya portada parecía clamar a los cuatro vientos que se trataba de una obra de acción: con un mensaje soterrado y escondido. 

Así, empecé a leer El rey de las polillas tratando de olvidar la portada, con el cerebro completamente libre de prejuicios sobre lo que me iba a encontrar. Y he de decir que la experiencia es completamente satisfactoria. La novela gráfica gira alrededor de la desmitificación del concepto del amor romántico a través de escenas cotidianas y personajes tangibles que, si bien podrías no ser tú, sí que reconoces en tus amigos y familia.  

Especialmente relevante me pareció la forma con la que ambos autores deciden desnudarse y poner sobre las páginas sus mayores miedos e inseguridades. Y es que aunque el guion es brillante, esta novela gráfica no habría funcionado si no fuera por el espectacular trabajo de viñetas y dibujo de Carlos Morote. Al repetir planos con ligeras variaciones, permite que el lector sienta la tensión del momento, comprenda las emociones de los personajes e incluso pueda seguir las escenas de batalla y acción sin perderse por el camino. 

Los personajes son entrañables y es fácil desarrollar cierto cariño hacia Tonya desde las primeras viñetas. Sin embargo, aunque comprenda el juego de “poli bueno y malo” que realizan con Jen y Tonya, la forma con la que la primera reaccionaba brutalmente, su propensión a la violencia o el hecho de que dispare como una loca a un ser hecho de polillas sin comprobar si puede herir a alguien, me sacaban a veces de la historia. Resulta quizás ridículo por mi parte que en una historia con una alegoría fantástica en la que el desamor es un monstruo hecho de polillas, lo que menos me creyese era el carácter de la mujer policía.

Por último, he de decir que la calidad del cómic es simplemente maravillosa. El papel empleado y el cariño con el que está impreso hace que Grafito Editorial destaque por encima de otros tomos de la competencia. Sí que es cierto que quizás la portada la veo ligeramente saturada de más y que la elección de la ilustración me daba a entender que me encontraría con una novela gráfica de acción / policíaca más que una preciosa alegoría sobre el desamor. 

Pero puedo afirmar sin miedo a equivocarme que esta se trata de una de esas obras que uno no olvida fácilmente después de haberla leído y que las diferentes situaciones a las que se enfrentan las parejas y que tan bien retratan los autores son fácilmente identificables en nuestro día a día. Al menos ya sabemos qué ocurre si vas dejando que se formen agujeros 

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