
Escritora consumada, concept artist en ciernes y adicta al trabajo. Do...
Carl el Mazmorrero me llegó acompañado de una advertencia por parte de la editora de Nova: «ten cuidado», rezaba, «es adictivo»; y yo empecé a leerlo creyéndome el hype a medias. Al fin y al cabo, se trataba de una novela distópica de fantasía que recogía el testigo de la siempre brillante obra de Ernest Cline, *Ready Player One.*
Y lo cierto es que, sin ánimo de exagerar, Carl el Mazmorrero cumple y hasta multiplica esa advertencia. Sus capítulos cortos, su narrativa acelerada llenas de giros de guion, su humor cínico y mordaz y esa clarísima inspiración en una mezcla entre Solo Leveling y Los juegos del hambre entra como una botella de Radical de frambuesa helada en verano: rápido, sin plantearte las consecuencias y dejándote, al final, con ganas de más.
Mat Dinniman no solo construye un universo distópico lleno de peligros y secretos, sino que lo hace con un sentido del humor que saca a relucir al geek que todos llevamos dentro: ese que disfruta encontrando referencias ocultas en cada esquina: desde Magic the Gathering hasta Dark Souls pasando por las mejores series de culto.
Este es el comienzo de mi descenso a la mazmorra. ¿Me acompañas?
Argumento de Carl, el Mazmorrero; la primera parte de una heptalogía supervisada por la IA
Desde que abandonó la Guardia Costera, Carl ha dejado que sus días pasen sin pena ni gloria. Y lo cierto es que la situación ha empeorado ahora que su ex-novia, Bea, lo ha abandonado dejando detrás a su gata de competición: Princesa Donut.
La misma que una noche, a las dos de la mañana, decide que es el momento perfecto para saltar a un árbol, obligándole a salir al exterior en calzoncillos, con una chaqueta y unos diminutos crocs rosas… justo a tiempo para ver cómo todas las superficies del planeta acaban aplastadas de la noche a la mañana.
Solo, con la gata histérica en brazos y helándose de frío, Carl escucha la voz de una inteligencia artificial que le comunica que el planeta Tierra ha llegado a su fin, que ha sido seleccionado —junto con un puñado de supervivientes aleatorios— para participar en un experimento de supervivencia de proporciones épicas y distópicas: adentrarse en una mazmorra al más puro estilo de videojuego de rol, llena de monstruos, trampas letales y desafíos imposibles.
Su misión, si quiere conservar su vida (y la cordura de Princesa Donut), será avanzar piso tras piso, con pocas armas, menos instrucciones y una buena dosis de sarcasmo para sobrellevar lo absurdo de la situación. Porque en este nuevo mundo, Carl no es un héroe legendario; es simplemente un tipo cualquiera atrapado en un juego mortal, donde cada decisión puede ser la última y donde las reglas las pone una inteligencia artificial que parece disfrutar con la ironía más que un guionista de Black Mirror.
LitRPG adictiva donde todo tiene una segunda lectura
Carl el Mazmorrero se inscribe en lo que se conoce como LitRPG (Literatura Role-Playing Game), es decir, dentro del subgénero de obras que como en Ready Player One o Solo Leveling, los mundos, reglas y personajes se adcriben dentro de un contexto que parece extraído de un videojuego.
Y es que las obras de las que bebe esta heptalogía dividida en dos trilogías (y muy curiosamente señalado en la cubierta de Nova con tres pequeñas calaveras dibujadas en forma de píxel art) son muchas pero se encuentran perfectamente cohesionadas. Por un lado nos encontramos la base de la novela: el descenso de la mazmorra en el que cada piso esconde un infierno mayor y que clarísimamente es una referencia gamificada y oscura a La divina comedia de Dante. Por otro lado, el Sindicato y partido político de los kua’tin, que todo lo observan y hacen desaparecer a quien hable negativamente del partido o de su raza (al más puro estilo de Orwell en 1984), genera rápidamente un enemigo político que, es evidente, tiene más trascendencia en la novela de lo que parece. Luego iremos a ello.
¡Logro desbloqueado! ¡Pedazo de monstruo!
¡Has matado a un niño! ¡A un niño!
Vale, vale. A menos que seas un psicópata, sabemos que no te levantaste esta mañana pensando: «Hoy es un buen día para ir a matar niños». Te diremos algo para tranquilizarte. Todos los niños de los enemigos que mueren en esta mazmorra no fallecen en realidad. Los trasladamos a una zona de espera donde están a salvo y reciben un trato amable y atento hasta que vuelven a reunirse con sus padres al final de la temporada.
¿Te sientes mejor? Bien.
Recompensa: ¿Sabes estos últimos veinte segundos, cuando tu conciencia ha conseguido al fin encontrar algo de paz? Esa es la recompensa. Y también es mentira. Los bebés están muertos. Muertos por tu culpa. Vas a ir al infierno, que lo sepas.
También has recibido una caja de cabronazo de bronce.
El Sindicato y el sistema de las mazmorras, capitaneado por una inteligencia artificial cruel, han creado una mazmorra kilométrica que se extiende por el subsuelo del planeta y que ha llenado de cámaras, montruos, salas de descanso y grandes putadas de todo tipo con un único propósito: conseguir audiencia. Y es que al igual que la obra de Suzanne Collins, Los juegos del hambre, toda esta situación no es más que el patio de recreo de un grupo de personas muy poderosas y muy aburridas que disfrutan incondicionalmente del sufrimiento de los que consideran inferiores. Y donde, al igual que Katniss Everdeen, Carl será esa molesta piedra política en el zapato del sistema.
Vaya, planteándolo de esta forma, parece que estamos delante de una novela seria… y eso es solo una verdad a medias.
Killing… ¿monsters? La realidad detrás de los monstruos que los mazmorreros asesinan
Carl el Mazmorrero es todo humor, ironía y sarcasmo. Si bien los primeros capítulos pueden resultar algo obvios conforme la IA va describiendo el sistema de inventario, las habilidades, la elección de clases y el reparto de puntos cuando matas monstruos (especialmente si tienes experiencia con juegos de rol o videojuegos convencionales), poco a poco la absoluta desventaja de la que parten Carl y la Princesa Dónut hacen que te encuentres enganchado a la lectura intentando descubrir cómo van a salir airosos de cada una de las situaciones. Y te conviertes, de esa forma, en un espectador pasivo de sus infortunios y victorias, pero también en un cómplice de sus asesinatos.
Porque sí, hay continuos momentos de moral muy gris dentro de la mazmorra: como cuando lanzan una bomba a una habitación de un jefe sin saber que está lleno de bebés y embarazadas; o los enfrentamientos con algunos “monstruos” con consciencia y personalidad que lloran, suplican y piden auxilio en sus últimos momentos. La IA fuerza a Carl a realizar verdaderas atrocidades en las que, de alguna manera, emulas a los propios kua’tin: como los trolls, hadas, orcos, colmilludos y otros bichos son inferiores a nosotros, pueden etiquetarse como “monstruos” y puedes hacer con ellos lo que te plazca.
—¿De verdad había bebés ahí dentro? ¿Bebés goblin? —pregunté.
—Sí, había muchos. Solo los vi un momento, pero eran muy monos. Algunos llevaban unas chaquetitas que les quedaban grandes, como la de ese Yoda bebé. Eran adorables. Creo que le diste a uno con el carrito. También había goblins mayores y embarazadas. ¿Has visto? Ahora tenemos nivel 8. De nada. —Dónut alzó la vista y miró hacia las alturas—. No ha salido el retrato policial ese, así que supongo que la presentación del enfrentamiento con el jefe no aparece si no estás encerrado en la habitación con él. Qué mal. Me resultó muy divertido.
—Cagondiós —repetí. No me importaba matar a todos los goblins y monstruos del mundo, pero ¿bebés? Eso era muy chungo y no sabía muy bien cómo sentirme. No, sí que sabía muy bien cómo sentirme. Como un cabronazo.
Y Carl lo sabe. Vaya que lo sabe. Pero está distraído por la voz de la gata Dónut, que es el evidente alivio cómico de la novela, y de una IA con un fetiche hilarante con sus pies que no deja de vacilarle y de ponerle una y otra vez en peligro para que nosotros y el resto de pseudoespectadores de Twitch, estemos entretenidos.
La evolución de los personajes, referencias pop y oasis de realidad en un mundo de mentiras
Toda la mazmorra es un escenario preparado para el espectáculo, y precisamente por eso los momentos de “verdad” son escasos pero profundamente intranquilizadores: como cuando vemos a Mordecai, su guía, abrazado a la fotografía de su hermano, borracho y llorando en la cama (o muchos otros pequeños momentos que ya incurrirían en spoiler). Todos estos instantes de horror nos permiten entrever que, detrás de los chistes, el humor sarcástico y los continuos giros de guion que no le dan tregua a nuestro gato parlante favorito y nuestro sexy espachurrador mazmorrero, se esconde algo mucho más oscuro.
Y es que si nos lo planteamos de otra manera, es cuanto poco lógico el mensaje subyacente oscuro: porque tienes que entretener a un grupo de aliens que han destruido tu planeta y te hacen enfrentarte a verdaderos monstruos mientras, al mismo tiempo, te esfuerzas por caerles simpáticos para que te patrocinen. Y es que además, se ensañan con ello a través de un instrumento propagandístico abusivo y ofensivo en el que muestran al resto de especies las pésimas condiciones de vida del planeta para evitar levantar quejas contra la brutalidad que cometen o censuran cualquier comportamiento o comentario que no les beneficie.
Habilidad DEI nivel 3.
Una cosa es coger una granada y lanzarla, pero hacen falta unos cojones del tamaño de un huevo de basilisco para fabricar una bomba. Y más aún si tenemos en cuenta la chatarra poco fiable que encuentras aquí abajo. Cada nivel de esta habilidad aumenta el daño que infligen los dispositivos explosivos improvisados en un 10 % y reduce a la mitad las probabilidades de que tenga lugar uno de esos catastróficos momentos «Oh, oh…».
Conforme la novela avanza, también lo hace el punto de interés de la trama: al principio el protagonismo recae más bien en el propio sistema más que en el personajede, pero luego, poco a poco, Carl empieza a reivindicar su propio espacio cuando deja de comportarse como un NPC que flota de un lado a otro arrastrado por las circunstancias (al más puro estilo de Sung Jinwoo de Solo leveling) y empieza a tomar decisiones.
La IA es sin duda lo mejor y equilibra perfectamente un tono informativo (en el que informan de parches de errores, como en los logs de los juegos que podrías tener instalado tú mismo en Steam), con un tono irónico y sarcástico que se burla del jugador continuamente y que lo vacila en público para deleite de, sorprendentemente, Carl y toda su audiencia.
Poción de habilidad.
Beber esta poción añade un nivel a la habilidad Determinar valor. Si tienes suerte, ahora al fin te darás cuenta de que esas cartas de Magic: The Gathering no son más que un pedazo de cartón inútil y que tendrías que haber gastado tu dinero en algo valioso de verdad, como una cinta de correr. O champú.
Entonces… ¿no es una novela de humor?
Mucho se ha hablado de Carl el Mazmorrero y las obras de Matt Dinniman online, y hay discrepancia de opiniones sobre si esta es, en realidad, una novela cargada de humor, porque si lo hay, es un humor profundamente negro.
Si bien Carl el Mazmorrero se presenta envuelto en sarcasmo, referencias pop y un humor cínico que recuerda por momentos a Rick and Morty y aunque te partas por momento leyéndolo hasta el punto de que la crueldad de la IA te parezca morbosa, la sensación de comedia es solo aparente. Ya que de alguna forma, este es el mismo tipo de chiste que cuenta tu amigo enajenado cuando se compara con Batman porque sus dos padres murieron. ¿Vas pillando por dónde voy?
El humor de la novela no es tanto un objetivo como un mecanismo defensivo. Carl no se ríe porque le haga gracia la situación, sino porque no tiene otra forma de sobrellevar lo grotesco. Su ingenio no consiste en soltar frases lapidarias al estilo House, sino en resistir sin perder por completo la cordura. En ese sentido, el humor funciona como una máscara; una forma de procesar el trauma y la constante amenaza. Y es que la sátira aquí no busca hacer reír, sino incomodar.
Entonces ¿debería leerme Carl el Mazmorrero?
La pregunta es cómo has llegado hasta aquí y no te has hecho ya con el libro. Carl el Mazmorrero es intenso, dinámico, divertido y morboso. El humor retorcido que tiene junto con toda la subtrama política y el clarísimo viaje del héroe subyacente lo convierten en, sin duda, una de esas obras que permanecerán para siempre dentro de los top tier de los amantes de la literatura de género. Por un lado porque es irreverente y subversivo, por otro porque te partes leyéndolo (ya que todos somos un poco hijos de puta) y porque mantiene el interés al más puro estilo de reality show coreano donde continuamente están pasando cosas.
Porque cuando terminas el libro te quedas con ganas de más y comprendes que no has acabado con la lectura: simplemente has alcanzado un nuevo piso. Y para entonces, ya estás demasiado dentro como para retroceder. Te reíste, sí. Pero ahora no puedes evitar preguntarte quién está observando, quién se está divirtiendo con el sufrimiento de los humanos... y si de verdad has sido el jugador o simplemente otro monstruo más en el show.
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