Solo un año después de la publicación de Mujercitas, Louisa M. Alcott publicó Aquellas mujercitas. Si su anterior obra trataba precisamente del paso de cuatro niños a la adolescencia, en esta las jóvenes se encontrarán finalmente con su destino predicho.
Argumento de Aquellas mujercitas
Tras la boda de Meg con John, esta se ha mudado a otra casita más pequeña y cuca que la familiar donde llevará a cabo sus primeros experimentos como dueña de una casa y futura mamá de dos criaturas.
Mientras tanto, en el núcleo familiar, Jo ha conseguido que varias de sus novelas se publiquen en periódicos locales y se plantea si no sería mejor degradar su estilo al del folletín para obtener más dinero. El alocado Laurie sigue con sus pasatiempos de siempre, incapaz de dejar la escuela por la insistencia de su abuelo. Amy, por el contrario, se ha convertido en una señorita muy dulce que asume sobre sus hombros todas las responsabilidades de la familia y finalmente Beth se ha convertido en una joven algo debilucha debido a la enfermedad que contrajo años atrás.
Poco a poco irán pasando los días inundando a cada una de las March en la terrible pregunta de ¿qué les depara el futuro? ¿Es que no hay nadie en el mundo para ellas? Y… ¿qué ocurrirá con el joven Laurie y sus apasionados deseos?
Una historia de tres hermanas
Aquella mujercitas es una continuación de la historia de las jóvenes March, y como tal se consolida como la consumación del proceso de crecimiento de la familia, con todos sus desafíos y pormenores. Si la anterior parte era realmente un manual de comportamiento para jóvenes basado en los principios de la virtud puritana, esta segunda parte pretende ahondar en otra serie de conflictos que pueden tener las jóvenes casamenteras.
En ese sentido todo el eje de la acción se centrará únicamente en Meg, recién casada con su maravilloso John; Jo, que huye del matrimonio y Amy, la cual empieza a convertirse en la dama que siempre había querido ser. Beth, después de la terrible enfermedad que sufrió en la anterior parte, mantendrá su vida en un standby mientras su salud va empeorando, convirtiendo su presencia en la obra como algo más secundario que incluso la figura del tan amado padre.
Louisa May Alcott busca de esta forma revelar los problemas a los que podrían enfrentarse tres tipos diferentes de muchachas de buena virtud, de manera que el libro les sirva como guía para enfrentarse a sus dudas y a sus problemas. La primera situación que sacará a relucir es la vida de una joven moderna que acaba de casarse. Meg pronto se verá desbordada por el trabajo que supone mantener una casa y hacer feliz a su marido día tras día. Conforme va pasando el tiempo y esta da a luz a dos preciosos bebés, todas sus inseguridades como madre y su vanidad tanto tiempo retenida, salen a la luz. De nuevo, por mucho que en la ética y los valores contemporáneos nos parezca absurdo y machista, para Louisa May Alcott era esencial recomendarle a las jóvenes que acababan de casarse o de ser madres, maquillarse y arreglarse para recibir a sus maridos del trabajo e incluso justificar que estos tengan que buscarse el entretenimiento en otro sitio ya que los niños molestan al patriarca de la familia. Meg se encontrará con su primera pelea marital cuando la situación le desborda, incapaz de ser dura con sus bebés malcriados o de preparar una comida a tiempo para el invitado sorpresa de John.
A pesar de lo rancio del consejo, Louisa May Alcott era una mujer de su época e incluso se puede extrar (filtrando adecuadamente) un buen consejo o dos de las aventuras de Meg, como la recomendación de no quedarse encerrada por mucho que tu trabajo sea ama de casa y de separar algo de tiempo para ti y para tu matrimonio.
Jo, por su parte, se debate entre su afición por la escritura, a la que se entrega para ganar algo de dinero, y el purismo al que le gustaría dedicar sus obras. Como cualquier escritor profesional, Jo a menudo teme que si realiza obras menos comerciales, el público no la aceptará. Al mismo tiempo, una de las más ambiciosas de las jóvenes March que siempre habló de aventura, tendrá que ser la más juiciosa de todas cuando recibe una declaración de amor económicamente muy rentable pero del todo inoportuna.
Por último, Amy echará sobre sus hombros las obligaciones sociales de la familia y crecerá como complemento perfecto para enseñarle a Jo la virtud de ser amable, contenida en la lengua y educada, llegando a protagonizar incluso varios capítulos en los que la niña Amy, siempre caprichosa en el pasado, se vuelve juiciosa a ojos de otros.
Sobre el género de Aquellas mujercitas
Al igual que en Mujercitas el género de novela se mezclaba con los cuentos que Jo contaba a sus amigos y hermanas, Aquellas mujercitas nos traslada a lo más profundo de Europa y al norte de los Estados Unidos a través de cartas que Jo y Amy intercambian con su familia. Lamentablemente, solo podremos ver el lado de una de las dos y solo podremos intuir el carácter pesimista y negativo de las respuestas de los March por las reacciones de las dos jóvenes.
Si en la anterior novela veíamos una maravillosa caracterización de la rivalidad americana contra la británica, esta novela es mucho más simple en el sentido en que no amplía demasiado el abanico de personajes que ya conocíamos. De estos, el señor Bhaer es el más interesante de todos: un alsaciano que tuvo que abandonar su país y que es, a todas luces, un inmigrante. De esta forma, la obra demuestra la buena disposición de los americanos por aceptar a personas de otras tierras siempre y cuando estos se comporten con el decoro puritano del que tanto presumen las March y la autora.
No nos olvidemos que en 1871, cuando se escribió la novela (y en la que se ambienta la acción), los Estados Unidos estaban recuperándose de la Guerra Civil, sí, y la situación en América empezaba a encauzarse hacia la paz, pero en el resto de Europa no era así. Alemania se unificó en 1871 y dio comienzo a su II Reich en un momento en el que los sindicatos y las huelgas europeas sacudían con violencia la sumisión de la clase obrera explotada hasta entonces, por lo que tiene sentido la partida de Mr. Bhaer y su familia.
De cualquier forma, esta segunda obra no ilustra las situaciones de pobreza que tan elegantemente describía la primera parte, ni tampoco trabajará demasiado en conceptos como la humildad y la generosidad de las chicas, demasiado ocupadas en banales asuntos amorosos como para percibir nada que no sean ellas mismas y sus emociones.
Mi opinión sobre Aquellas mujercitas (spoiler)
Recomiendo encarecidamente la lectura de Mujercitas y Aquellas mujercitas seguida. Y la razón para ello no es otra más que el hecho de que Aquellas mujercitas no consigue hacerle sombra realmente a su antecesora. Como comentaba anteriormente, de la guía puritana de comportamiento de cuatro niñas con una genial representación del estado del país, de la pobreza de los inmigrantes o de la condena que puede ser tener demasiado dinero y nadie con quien compartirlo, en esta segunda parte no hay espacio para nada más que para el amor.
Como si hubieras cogido los temas de la primera parte y los hubieras pasado por un tamiz muy amplio, quedándote solo con lo superficial. Para empezar, algo comprensible de cualquier forma para la época, Louisa May Alcott siente una desesperada obsesión por casar a todas sus niñas (o matarlas si fracasan en esta sagrada misión). Las cartas en las que Amy y Jo relatan sus viajes son sin duda lo mejor de la obra, porque el resto será una continua dramatización de los sentimientos de Laurie, Amy y Jo sin demasiado interés.
Personalmente, y a riesgo de cometer spoilers, el romance entre Jo y el Sr. Bhaer, por muy conveniente que fuera me pareció del todo interesante y hasta creíble pero la relación forzada que se da entre Laurie y Amy no solo tarda demasiado en arrancar (una cantidad ingente de páginas de él pensaba, ella dibujaba y le reñía…) sino que parece demasiado ventajoso para ser real. No hay ningún tipo de química entre los dos y está claro que la mayor parte de las lectoras esperábamos que por fin Laurie y Jo dejasen salir toda la tensión sexual entre los dos y se volviesen alocados aventureros en el que él tocase el piano por Europa y ella escribiese a su lado sus historias.
Así que el final de la obra me dejó un regusto a conformismo bastante amargo. Conformismo porque John no me parece suficientemente bueno para Meg (sé que son otros tiempos, pero eso de que el marido no deba ni siquiera ver a los bebés al llegar a casa porque le molestan no me pareció victoriano, sino más bien absurdo), conformismo porque toda la idea de ambos libros es que las chicas superaran sus defectos y Amy acaba casándose con un rico que le conviene, y por último conformismo porque al final el libro parece concluir que el final de la vida de una mujer es cuando se casa.
Y qué pena me da, que esa joven que se cortó la trenza para ayudar a su familia y esas reuniones tomando chocolate caliente alrededor de una chimenea se hayan acabado para siempre. Casi te hace detestar a los hombres que te las han quitado. Y entonces recuerdas que Louisa May Alcott escribió dos libros más sobre la familia March, y de alguna forma, empiezas a perdonarlos.
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