He estado releyendo Memorias de Idhún estas últimas semanas. La trilogía formaba parte de la larga lista de obras que quiero analizar en Momoko porque considero imprescindibles en una web como esta y entre las que se encuentran The Sandman, todo Harry Potter, El señor de los anillos o, por poner un ejemplo más real y cercano a ser factible, la trilogía de La Materia Oscura.
Antes de que sigáis leyendo he de avisaros de que este artículo tiene spoilers hasta el final del segundo libro de Memorias de Idhún; es decir, hasta el momento en el que Jack, Victoria y Kirtash se encuentran por fin después de tanto vagar, tanto devaneo y tanto esperar cada uno en una esquina de ese mapa que me parece ridículamente pequeño para que se lo hayan atravesado mil veces de cabo a rabo oscilando entre sentimientos de “se me ha muerto Jack” o “quiero matar a Jack”. Y aunque la primera parte me enganchó soberanamente y está claro que La Tríada está mil veces mejor escrito, mejor pensado y más evolucionado en todos los sentidos, ahora que están a punto de enfrentarse a Ashran no encuentro putas ganas de seguir leyendo.
Y es extraño, porque es viernes, y por lo general estas últimas semanas siempre deseaba que llegara este día para tirarme en la cama o en un sofá y leer, devorar obras y cómics hasta que me sangraran los ojos. Pero quizás por el hecho de que sin lugar a dudas a La Tríada le sobran fácilmente 200 páginas en las que se repite una y otra vez lo mucho que Victoria quiere a Jack y a Kirtash, lo mal que estaría sin alguno de los dos o incluso el muy innecesario momento (en mi opinión) en la que le clava la espada a un lado del corazón al shek por haber matado a Jack, no me apetece terminar la novela.
A cien páginas del final, tengo el impulso de dejar la obra y coger Voz, que tantísimo me atrae, o incluso Yurei, la obra de Satori Ediciones. Quiero ser rebelde por una vez, hacer una lectura diagonal para ver cómo fracasan en su intento de acabar con Ashran (algo tiene que pasar o no habría tercera parte) y pasar rápidamente a algo que me apetezca más leer. Quiero sentir en la boca el salado sabor de la maldad, de los compromisos rotos y la satisfacción interna de cometer maldades que nadie comparta. Porque desde el principio, desde que se creó Momoko, siempre he tenido como regla terminar todos los libros que voy a analizar.
Y ahora me encuentro frente a este enorme tocho en blanco y rojo, en un punto donde hace años abandoné la lectura, consciente de que me encuentro ante un buen libro, ante una buena novela, que no me llama nada en absoluto. Y me pregunto… ¿qué ha fallado? ¿Sigue siendo una buena novela aunque ya no tenga ganas de leer la conclusión? ¿Es porque temo encontrarme con otras sesenta páginas de lo importante que es el uno para el otro y lo necesario que es que estén los tres juntos?
¿Has sido tú o he sido yo, Memorias de Idhún? ¿Cuando se echó a perder nuestra relación?
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