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Intimidades, opinión de la novela gráfica de Leela Corman: mágica, desgarradora

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Escritora consumada, concept artist en ciernes y adicta al trabajo. Do...


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Imágen destacada - Intimidades, opinión de la novela gráfica de Leela Corman: mágica, desgarradora

Intimidades es una maravillosa novela gráfica escrita y dibujada por Leela Corman que nos traslada al Lower East Side de Nueva York a comienzos del s. XX. Con un estilo duro en blanco y negro, la autora nos mostrará cómo es la vida para dos mellizas judías que se debaten entre lo que espera de ellas sus modelos de conducta y sus propias convicciones. 

Una historia desgarradora, realista y fuerte capaz de hacer temblar a cualquiera que encuadra dentro del género conocido como Bildungsroman o novela de aprendizaje. Intimidades se publicó originalmente en el 2012 en España gracias a La Cúpula. Nosotros hemos leído su reedición del 2018 para esta reseña. 

Argumento de Intimidades 

Esther y Fanya han pasado toda su vida entre los incesantes gritos del barrio judío en el que se han criado desde que sus padres emigraron de Rusia. Allí, mientras su madre se dedica a coser y vender fajas para jóvenes ricas, Esther y Fanya tontean con la idea de una vida mejor.

Fanya acabará relacionándose por una casualidad con Bronia, una matrona a la que acusan las chismosas del barrio de practicar abortos. Y Esther, completamente fascinada por el mundo de la farándula, se colará en un cabaret para admirar a las chicas del escenario.  

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Ambas acabarán tomando caminos muy diferentes y aparentemente irreconciliables en Nueva York mientras en Europa el antisemitismo sigue cobrándose una vida tras otra. 

Sobre el estilo visual y el dibujo en Intimidades 

Intimidades es grotesca, potente, compleja y llena de pequeños detalles que la convierten en una obra espectacular. Impresa en blanco y negro, este cómic de poco más de 200 páginas es capaz de trasladarnos a un pasado poblado por una sociedad mezquina, egoísta y cruel de tal forma que bien podría ser una obra contemporánea.  

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Leela Corman toma la decisión deliberada de no estilizar a ninguno de sus personajes. De no crear madres perfectas, bailarinas sacadas de un anuncio retro o incluso de convertir a Esther y a Fanya es muñecas que sigan el canon de nuestros días. A través de cuerpos gruesos y violentos, mujeres que gritan con papada, hombres con enormes barrigas, judíos tan peludos desnudos que su vello corporal se dispara fuera de su espacio, Leela crea un espacio real, creíble y cercano con el que poder identificarnos y que recuerda por su candidez y dureza, al de Marjane Satrapi. 

Especialmente ilustrativa es su forma de representar las narices de las jóvenes Esther y Fanya. La nariz grande, una de las características corporales que tradicionalmente se le atribuyen más al pueblo judío (aunque, como todo, es una generalización), destacan sobre la cara de ambas jóvenes, una mostrando un perfil afilado y agudo de bruja mientras que la otra luce una enorme nariz desproporcionada para su rostro. Este parte de su rostro no hace más que acentuar todavía más la belleza de ambas jóvenes, que verán cómo el hecho de ser bonita puede llegar a ser una maldición que despierte la envidia de las que les rodean. 

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Intimidades está dibujada en blanco y negro, con un trazo muy fino y una forma muy particular de ilustrar a los personajes, los cuales a menudo tienen rostros o cabezas muy grandes para su cuerpo y posturas enormemente expresivas. Está claro que Leela Corman no teme las viñetas saturadas de personajes y el ajetreo y bochorno de un barrio en el que todo el mundo habla de todo y donde no existe la posibilidad de pasar desapercibida quedan magistralmente retratados con las multitudes que presenta. Mujeres de cejas gruesas, con miradas sibilinas y de comentario rápido y fácil que discuten con hombres de una sola ceja y semblante triste. Todo en las viñetas de Intimidades, que no suele romper el orden lógico de disposición de los rectángulos más que para anunciar un nuevo capítulo de la obra, rezuma cuidado y detalle. Es cierto que los escenarios no son lo más cuidado de la obra, pero la magnífica representación de los personajes, a los que incluso retrata con pecas y lunares que se repiten en cada escena, lo compensa con mucho. 

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Es cierto, sin embargo, que al principio de la obra es fácil confundirse a Esther con Fanya (lo cual es razonable, teniendo en cuenta que son mellizas) y más adelante a la misma Fanya con Bronia debido a la similitud de la silueta, rostro y ropa que emplean.

Una obra sobre dos hermanas divididas por lo que se espera de ellas 

Intimidades está marcada por la tragedia y el conflicto. Desde las primeras páginas podemos ver que la madre de Esther y Fanya es tóxica, abusiva y está completamente dominada por el pensamiento machista de la época. A pesar de tener sus escarceos amorosos con diferentes amantes (a la mayoría de los cuales no se les ve nunca la cara como símbolo de lo poco que le importa a la madre misma), solo espera para sus hijas que se casen pronto y que hereden su tienda. Las mellizas, como es habitual en aquella época, ayudan en todo a su madre y, amparadas en su condición de inmigrantes, no asisten al colegio público. 

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La sociedad y el entorno en el que crecen Fanya y Esther está completamente corrupta. Los judíos desprecian a los que no son como ellos y viceversa, las vecinas mienten e insultan y todo el mundo envidia y trata con desprecio al prójimo. En toda la obra no se ven realmente gestos de auténtica generosidad entre desconocidos y detrás de cada buena acción siempre subyace un interés ideológico o económico. 

Esther nos permitirá echarle un vistazo al terrible mundo al que se veían empujadas las mujeres inmigrantes que tenían que vender su cuerpo para sobrevivir. Como su condición de inmigrantes era molesta, cambiaban su nombre por otro más sugerente. Su actuación en el teatro simplemente servía como escaparate para que hombres detestables, a los que no les importaba violar a una menor de edad o golpear a la mujer con la que se acuestan, donde tratan a las prostitutas como trozos de carne y no como humanas. Por otro lado Fanya nos permitirá asomarnos al comienzo de la planificación familiar en los EEUU, cómo el aborto o recomendarle a las mujeres que usasen preservativos estaba prohibido y nos permiten ponerle cara precisamente a aquellas que osaron desafiar la ley para ayudar a mujeres y que acabarían conformando la Liga Americana. 

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En ese sentido, como ocurría con la obra de Justine o los infortunios de la virtud del Marqués de Sade, cada hermana toma una dirección completamente opuesta en su vida. Una, al igual que hacía la familiar de Justine, progresa como prostituta en un bar de cabaret, mientras que la otra evolucionará en base a unos principios éticos realmente férreos. La obra, que nos habla de la hipocresía de la gente que rodea a Esther y a Fanya, recalca el hecho de que no hay ser humano completamente bueno. La madame, por mucho que le dé la oportunidad de prosperar a Esther en su mundo, la trata como a un objeto y comercia con ella mientras que la atenta Bronia, que practica abortos a mujeres que no pueden permitirse tener un hijo, culpabiliza a las mismas y las ataca por haber mantenido relaciones sexuales. 

Y a pesar de sus discrepancias, ambas comparten algo en común: el espíritu emprendedor e individualista americano. A diferencia de sus antepasados, especialmente teniendo en cuenta que vienen de un pueblo judío con raíces muy familiares, tanto Esther como Fanya luchan por lo que ellas consideran correcto, abandonando los prejuicios familiares, las cargas morales de sus padres y maestros y encontrando su propio camino. Una decidirá romper con el hipócrita puritanismo de Bronia y tratar a cualquier mujer que lo necesite mientras que la otra buscará la fama ignorando las envidias y la toxicidad que suponen trabajar en un mundo tan sucio, corrupto y competitivo. 

Sin embargo, a pesar de sus decisiones, el vínculo entre hermanas permanecerá durante todas sus vidas. A pesar del tiempo en el que una no le hable a la otra, no dudarán en acudir en su ayuda cuando más lo necesiten. 

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La historia del pueblo judío es una historia pocas veces narrada 

Intimidades no solamente triunfa por su maravillosa forma de contarnos la difícil vida de Esther y de Fanya, sino también por acercarnos a las tantas veces malcontada y malinterpretada historia de los inmigrantes judíos que huían de un antisemitismo brutal e injusto. Inmigrantes que echaban de menos sus familias y sus hogares, que se aferraban a matrimonios de conveniencia para poder seguir adelante y que sufrían continuamente el racismo por parte de otros que no eran como ellos. 

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Pero también gente que añoraba las recetas de su hogar, que crecieron empeñados en hacer sobrevivir su lengua y que se ampara del yiddish para insultar a aquellos que no son como ellos. Una cultura críptica reflejada en una obra que, sin embargo, no toca en absoluto el tema de la religión ni los conflictos que tienen los mandamientos de la torá y las costumbres judías con las actividades de ambas hermanas. 

Mi opinión sobre Intimidades 

No quería hacer esta reseña porque sabía que en el momento en el que se publicase, para mí se acabaría. El hecho de estar continuamente leyendo y analizando tiene la contrapartida que, una vez que has leído una obra y has escrito todo lo que se te ocurre sobre ella, la tienes que apartar para dejarle espacio a otras que vengan, y me daba mucha pena que esto ocurriera con Intimidades.  

Algo en la forma desenfadada y genial del dibujo de Leela Corman me recordó a la primera novela gráfica seria que tuve en mis manos (Persépolis) y cómo esta misma me empujó a abrir Momoko. Y es que Intimidades es caótica, frenética y pausada al mismo tiempo. Es sucia y de obligatoria lectura. Es perfecta y gana con el tiempo. Intimidades no pretende ser ni idealista, ni feminista ni mucho menos moralista. No busca que saques una conclusión de su historia (porque si lo hiciera, la moraleja sería que los bebés arruinan vidas), ni que te alinees con ninguna de ambas hermanas. Intimista es cruel, es dura y es realista. Te enseña que no existe la gente completamente buena o completamente mala. Y hay una magia magnífica en la forma de Leela de contarnos la historia que mejora lectura tras lectura. 

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Es cierto que, personalmente, hubiera preferido que la traducción de los términos yiddish estuvieran anotados en los piés de página y no en un glosario al final de la obra. La cantidad de nuevo vocabulario que incluye te obliga a menudo a tener que interrumpir la lectura para buscar por orden alfabético el resultado, y el impacto al ver que la madre está llamando “putas” a todas las mujeres del mundo queda un poco diluido. 

Pero sea como sea, es una obra genial que no podía estirar durante más tiempo antes de opinar sobre ella. No creo que nunca olvide Intimidades y es, sin duda, una de las mejores obras que he tenido el placer de leer este 2019. 

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