—Guerreros de Thezmarr —exclamó Hawthorne de nuevo—. El destino que nos aguarda en las ruinas es glorioso si lo deseáis con suficientes fuerzas. Rabiad conmigo, rabia contra la oscuridad y alzaos una vez más como victoriosos protectores de los mediorreinos.
—El puñal más pequeño es el que puede marcar más la diferencia.
Sabía gracias a las lecciones básicas que la familia Fairmoore, la estirpe del rey Artos, era famosa por su magia mental. A lo largo de las generaciones produjo susurramentes, portadores de sueños y empáticos; el rey Artos era lo último. Durante siglos, los reyes Stallard habían sido fuegadores, aunque se rumoreaba que el rey Leiko solamente poseía una gota del poder de sus antepasados, mientras que los reyes Dufort de Aveum eran conocidos por sus videntes de distinta fuerza.
—Bien —Audra le tocó las heridas—. Pues te voy a decir una cosa… Si buscas poder en un mundo de hombres y monstruos, no hay nada más poderoso que el conocimiento y la habilidad de blandirlo. No lo olvides, aspirante a escudera.
Intentó encontrar cierta satisfacción en saber que les había enseñado a todos, incluido a Vernich el Carnicero, que Sebastos Barlowe no había podido con ella. Les había demostrado que era inquebrantable y que su lugar estaba en Thezmarr. Pero nada de aquello serviría si acababa muriendo en un pasillo.
—Ninguna mujer es responsable de las acciones débiles de un hombre cuya masculinidad se siente amenazada muy fácilmente —afirmó Wren, y la fuerza de sus palabras las dejó absortas—. Un hombre de verdad estaría orgulloso de luchar a tu lado. Y sabría que eres una fuerza con la que hay que contar, Althea la de las Nueve Vidas.
Vosotros sois lo que se alza entre ellos y nuestro mundo, así que recordad una cosa: ser un verdadero guardián de los mediorreinos no implica odiar al mal que tenéis delante, sino amar las tierras y a la gente que tenéis detrás. Recordad que no hay gloria alguna en no caer, sino en levantaros del caos tras caer. No me decepcionéis.
—Althea. —Su nombre sonaba a melodía, y él se acercó para reducir el espacio que separaba ambos caballos. Bajó la vista a sus labios y habló con voz ronca—. No hay nada más atractivo que una mujer que sabe lo que quiere.