Con una claridad particular, como si le pusieran un cristal de color ante los ojos, o tal vez se lo retiraran, a ella se le ocurre que tiene intención de matarla.
Al parecer no tenía sitio en la mesa. La silla en la que solía sentarse estaba ocupada en ese momento por el ama de cría, que tenía a Pietro envuelto en la mantilla, dándole de mamar.
Cuando la ciudad dio paso al campo le habría gustado espolear su montura, clavarle los talones en los flancos y volar por encima de las piedras y la tierra, avanzar por el paisaje llano del valle a gran velocidad, pero sabía que no debía hacerlo, que su sitio estaba detrás o cerca de él, su la invitaba, jamás delante, y así siguieron, al trote.
Lucha contra la mano que lo sujeta. Fingen, es un juego y ambos lo saben. Podría arrancarle el vestido en un momento, con su consentimiento o sin él, si fuera un hombre completamente distinto. […] Según su punto de vista, darle acceso a su cuerpo sin ponerle trabas es un precio pequeño a cambio de las muchas libertades y poderes de los que goza.
Ifigenia iba alegremente hacia el altar, creía que a la ceremonia de boda, pero al final fue el altar del sacrificio. Agamenón le degolló la garganta con un puñal.
Lucrezia se da cuenta de que su madre los quiere más a ellos, que, para ella, son insustituibles, que Isabella es la predilecta de su padre y nunca hace nada mal, que nunca les ha quedado cariño suficiente para ella, que siempre será la hija de la que se acuerdan a destiempo, la que se tolera en el mejor de los casos, y quiere preguntar por qué los quieren a ellos y a ella no.