Cuando el reverendo Carl Corbin apareció por primera vez en televisión predicando el movimiento de las Mujeres y Hombres Puros e instando a la población a devolver la gloria pasada a América, muchos no creyeron en la influencia de sus palabras. Día tras día, mes tras mes, mujeres como Jean se ocupaban solo de aprobar sus exámenes o salir con sus novios en vez de tomar cartas en el asunto. Hasta que fue demasiado tarde.
Jean McClellan lo ha perdido prácticamente todo: su trabajo, su independencia y ahora también su voz. Frustrada verá cómo le ponen a ella y al resto de mujeres una pulsera que les permite decir solo 100 palabras diarias. Y cuando el contador rojo se cierra alrededor de su hija Sonia de cuatro años, todo lo que le quedará es pensar en qué se equivocó. Dónde cometió el error que volvió a su propia familia en sus enemigos, a su hija en una niña muda y a sus vecinos en espías silenciosos. Y sobre todo recordará aquellos momentos en el pasado en el que su amiga Julia King le dijo que debía salir a las calles a manifestarse… y ella prefirió no hacer nada.
Una revisión de El cuento de la Criada de Margaret Atwood
Si has leído o visto El cuento de la criada entonces es más que probable que encuentres una gran cantidad de similitudes entre la obra de Christina Dalcher y la de Atwood.
Ambas obras son distopías del futuro ambientadas en los EE.UU. y donde el declive proviene de un movimiento cristiano / religioso. En ambas las mujeres carecen de independencia fuera de la figura de sus maridos / familiares varones más próximos, son vigiladas con lupas y sus tareas se limitan al ámbito doméstico. Pero a diferencia de la obra de Atwood, donde las diferencias estamentales son fundamentales para entender la obra (por un lado están las Martas, por otro las Esposas y por otro las Criadas), en Voz el sistema de gobierno está empezando, por lo que ninguna mujer tiene prácticamente ningún papel en el mundo.
El resto de los elementos son tan similares que resulta genial poder compararlos: las furgonetas negras en las que desaparece la gente, las cámaras orwellianas situadas por todas partes, los gestos y señales ambiguos que te hacen dudar de la fidelidad al movimiento de las personas que te rodean o incluso el miedo inherente de las mujeres que, cuanto más callan, más seguras están.
Los temas centrales de ambas distopías es avisar de las consecuencias de la inacción dentro de política por parte de las mujeres o de lo fácil que sería arrebatarle los derechos a la mitad de la población femenina y que nadie mueva ni un dedo. Frente a las teorías y la lógica de que “eso es imposible incluso por temas económico”, el propio fascismo religioso o totalitarismo encuentra su camino poco a poco, sin que nos demos cuenta.
Sin embargo, lo que más me llamó la atención a la hora de leer primero la obra que le dio fama a Atwood y después la de Dalcher, es la presencia de una poderosa voz intimista en primera persona que narra los cambios sufridos en la sociedad y su propio encarcelamiento como mujer a lo largo del día a día en una sociedad machista. A diferencia de la novela de Atwood (que no de la serie de Hulu), la protagonista de Voz es una mujer con carácter, culta, que realiza profundas divagaciones morales y éticas y que, a diferencia de Defred, no acaba en una profunda depresión con carácter suicida.
Las diferencias están ahí, pero las similitudes son mayores. Sin lugar a dudas nos encontramos ante una obra que homenajea El cuento de la criada. Solo que en este caso, estarán contando tus palabras.
Christina Dalcher no escoge las palabras al azar
Voz es un orgasmo intelectual. Christina Dalcher emplea a la maravilla su conocimiento del lenguaje para que el miedo se te meta en el cuerpo desde el comienzo de la novela. Palabras como “terror” o “burbuja” que generan diferentes sensaciones y emociones dentro de la cabeza del lector, donde mezcla escenarios tan hogareños y acciones tan cotidianas como el hecho de preparar la cena se conviertan en cárceles y prisiones; o cómo la imposibilidad de hablar hace que empieces a desenamorarte del hombre con el que un día decidiste compartir una vida.
Los personajes de Voz son coherentes. Uno de los detalles que más me encantaron de la novela fue el hecho de que la propia Jean hable de los veranos que pasaba bebiendo gin tonics en su porche y cómo posteriormente emplea la condensación en los vasos del gin tonic como metáfora para hablar de sudor. Este tipo de construcciones vuelve creíbles y flexibles a los personajes, provocando que el efecto angustioso de la propia distopía permanezca presente entre los lectores.
De esta manera y gracias a la vista privilegiada que nos otorga el narrador en primera persona, podemos encontrarnos con la dualidad dentro de los personajes: Steven, el niño demasiado infantil para unas cosas y demasiado adulto para la política; Patrick que se muestra en todo momento como un marido atento y cariñoso que, en el fondo, es un cobarde supremo o incluso la joven Sonia, feliz de ganar un premio aunque sea a costa de su propia voz.
El síndrome de Wonder Woman o por qué las cosas parecían mejor antes
Una de las premisas del reverendo Carl para imponer su estilo de vida basado en 1950 es que las cosas estaban mejor porque las mujeres no eran infelices. Es fácil realizar estadísticas basándose en el hecho de que en aquella época no se recogían datos suficientes sobre la salud mental de las mujeres, y sobre esta base de desconocimiento es sobre la que montan sus estadísticas sesgadas.
Pero lo que es innegable es que actualmente existe una gran presión alrededor de la idea de “ser mujer”. Es lo que sociológicamente se llama “el síndrome de Wonder Woman”. Hoy en día ya no basta con ser una buena madre y ama de casa, sino que se le pide a las mujeres que estén delgadas, lleven el pelo perfectamente retocado, sean guapas y vayan a la moda, sean la perfecta líder, en perfecto equilibrio emocional, que sean divertidas y cultas, que puedan bailar y cocinar… vamos, que sean PERFECTAS.
La incorporación de la mujer al ámbito laboral no implicó un reparto de tareas equitativo dentro de la unidad familiar, sino que estas descubrieron de pronto que nunca eran suficientemente buenas en nada de lo que hicieran: en el trabajo, comparándose siempre con otras colegas femeninas (como hace Jean con Lin Kwan) o en su casa al no poder prestarle suficiente tiempo a su familia.
Y a pesar de lo fuerte que sea la propia protagonista, a pesar de lo claras que tenga las ideas, ella misma no puede evitar fustigarse de vez en cuando al ser incapaz de proteger a sus propios hijos.
«Mala madre»
El papel de Jackie vestida de rojo.
Una de las partes que más me llamó la atención del libro fue la forma con la que se describe a Jackie Juarez, la consagrada feminista que salía en la televisión poniendo el grito en el cielo y encarnando el papel de lo que los burros llamarían una “feminazi”. Y está claro que la autora ha querido recalcar esta palabra con la imagen que nos va creando de ella: excéntrica, propensa a juzgar, histriónica en su vestimenta, que acude a los debates vestida de rojo y que, literalmente, lleva siempre maquillaje de Bobbie Brown. Por un lado, a todos nos recuerda a esa gente que considera un acoso sexual invitar a una chica a tomar un café y que muchos detestan, pero por otro es la voz de la razón. La única que vio lo que estaba pasando y que intentó hacerse escuchar gritando cada vez más fuerte.
Y lo maravilloso de lo que hace Christina Dalcher en esta novela es el hecho de que el comportamiento agresivo de Jackie, su forma de juzgar a las “blancas en la burbuja” y su manera de vestir o defender agresivamente sus argumentos, hacen que el lector, inconscientemente, la deteste. La catalogue como una feminazi. Y sin darte cuenta, mujer u hombre, te has convertido en un lector cómplice de los mismos antagonistas que le arrebataron la voz al mundo.
Por el contrario, el grupo de las Mujeres Puras van vestidas de color pastel, enarbolan estadísticas y datos basados en sesgos y no puedo evitar realizar paralelismos con partidos políticos actuales como Vox y sus datos sobre las falsas denuncias de violencia de genéro. Y no debemos olvidar, que por mucho que esto sea una distopía, no está tan lejos de suceder. Todas las alarmas están sonando. Pero insistimos en encerrarnos en nuestra burbuja y eso, al final, nos acabará matando.
Mi opinión sobre Voz y la majestuosa forma de escritura de Christina Dalcher (spoilers ahead)
Voz empieza como una obra maestra. Lo cogí el viernes con manos temblorosas y tuve que forzarme a mí misma a tomarme pequeños descansos para no devorarlo entero y para procesar su intrincado lenguaje, el uso tan maravilloso que hace los adjetivos y cómo logra crear esa atmósfera tan opresiva propia de las distopías.
Leer Voz después de haber leído El cuento de la criada o 1984 es maravilloso ya que encontrarás una gran cantidad de referencias a la obra plagando los textos. Además, sumado a los capítulos cortos y cargados de cliffhangers hacen que la primera mitad de esta novela sea tan deliciosa como para encabezar la lista de las mejores obras del 2019.
Y digo la primera mitad porque, lamentablemente, el final de Voz no está a la altura del resto del libro. Desde el momento en la que la doctora McClellan empieza a trabajar en el suero de Wernicke y nos metemos en aguas de thriller con conspiración política para acabar con el mundo de por medio, la obra empieza a escorarse a la izquierda y va perdiendo orientación hasta el punto que tienes que pararte varias veces para volver a situarte dentro de la acción.
Que hay muchos spoilers, de verdad
En mi humilde opinión, la trama con Lorenzo, el perfecto amante italiano que se comporta como el único personaje de todo el libro que no tiene defectos (haciendo que desconfíes al momento de su credibilidad), sobraba enormemente dentro de la obra. No solo este aparece como un barco salvador, sino que en el intento de la propia Christina por santificar a Patrick al final de la obra o por mantener la buena percepción que tenemos de la propia Jean, Christina Dalcher decide matar a Patrick en una heroica pero muy confusa acción que salva al país pero acaba con su vida.
La muerte de Patrick le permite a Jean llevarse a los niños de vuelta a Italia, donde puede disfrutar de una vida sin cargo de conciencias ni culpas, habiéndole lavado por completo todo resto de culpabilidad o de tristeza a los protagonistas. Steven, que se arrepiente y se redime de sus acciones o incluso la propia Julie King, a la que sacan de una prisión perdida de la mano de dios en apenas un par de días tras la caída del gobierno (aunque hay mil ejemplos de que esto puede llegar a demorarse hasta años en todos los países, como estipula el relato autobiográfico de Una flor), a tiempo para asistir al funeral de Patrick.
La figura de Julie King funcionaba maravillosamente bien hasta que la rescatan al final del libro, volviéndola corpórea y desproveyéndola, de esa forma, de esa materialización de la conciencia feminista que era antes. Y Lin Kwan y su bella amante habrían causado más impacto siendo mártires de la situación que como simples acompañantes de la trama final.
En una revolución como la que hemos visto y, sobre todo, en un ataque al gobierno como el que realizan los personajes al final de la obra, uno suele mancharse las manos. Ni todos son tan buenos (Poe, Del, la granjera, la vecina reconvertida…), ni todos son tan valientes como el soldado Petrowski, ni es conveniente finalizar una obra tan exquisitamente realista y bien escrita con un final de cuento.
Los finales felices existen, sí, pero la acción, el ritmo y la coherencia de las escenas no acompañaban al resto del libro. Y es una pena, porque Voz, la mayor parte del tiempo, me dejó sin palabras.
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