Sobre la autora de El verano que aprendimos a volar
El verano que aprendimos a volar es la primera novela de Silvia Sancho con Pámies Editorial. Silvia Sancho nació en Madrid en 1981. Se define a sí misma como una joven que ha crecido con La Bola de Cristal, las riñoneras y los walkman. Entre sus autoras favoritas están Isabel Allende y Nuevo Vale. Estudió Historia en la universidad y trabajó en múltiples campos hasta encontrar su verdadera pasión en la vida: escribir. El verano que aprendimos a volar es su primera novela junto a Phoebe Editorial, el sello romántico de Ediciones Pàmies.
Argumento e El verano que aprendimos a volar
Lara está decepcionada con la vida. Tal y como le habían prometido, desperdició su vida estudiando sin parar en la universidad para poder trabajar de aquello que le gusta. Sin embargo, cuando descubre que lleva años sin encontrar trabajo acaba aceptando el único puesto de trabajo que le ofrecen: de secretaria en un camping de verano. Allí conocerá a Asier, un chico guapísimo cargado de pasión y emociones que la tienta continuamente. Pero entre ambos existen múltiples barreras que les impedirá ser felices del todo: Lara tiene un novio llamado Ramiro al que insiste en serle fiel y Asier esconde un terrible secreto.
Juntos, aprenderán a dejarse llevar, a ser felices y a volar, dejando atrás las ataduras que arrastran desde hace años.
Análisis de El verano que aprendimos a volar
El verano que aprendimos a volar, es una novela que como su nombre indica, te ayuda a volar. Si eres una de esas chicas / personas que te da miedo dar el paso, que no tienes demasiado experiencia con los chicos o que nunca te has "soltado la melena" y acostado con un chico que consideres muy atractivo una noche loca, entonces te sentirás identificada con Lara.
Lara es una chica de buena familia de Madrid que se ha pasado toda su juventud estudiando para un prometedor futuro que no ha llegado. Sin embargo, cuando conoce a Asier, sus emociones cambian de la noche a la mañana y se deja llevar por un joven con mucha más experiencia que ella que la hace volar hasta las cotas del deseo, de la satisfacción sexual y del amor.
Mi naturaleza ingenua me hizo creer que estudiando algo que me gustara, por muy difícil que fuera, podría, al menos, ganarme la vida. Que si me esforzaba, me especializaba, daba lo mejor de sí misma, al final, triunfaría. No conté con que, si no hay oportunidades, el esfuerzo no puede ser recompensado.
Lara está al principio del libro en una relación con Ramiro, un joven egoísta e insulso incapaz de complacerla en la cama que se presenta como contrapuesto a la figura de Asier, haciendo que este último destaque y brille con más fuerza si cabe. Y es cierto que Silvia Sancho consigue hacer algo que muchas autoras de novelas románticas intentan pero que pocas logran: hacer que tú, como lectora, tengas miedo de que Asier o el personaje masculino, esté jugando con la protagonista.
Prácticamente en todas las novelas románticas o eróticas él siempre tiene más experiencia que la protagonista, a la cual inicia en el mundo de los placeres sexuales gracias a su vasta experiencia. Estos personajes suelen ser fríos, poco comunicativos o con tendencia a la violencia (tal y como sucede con La promesa de Grayson). Sin embargo, las lectoras entrenadas ven siempre en este arquetípico héroe erótico el punto de ternura y de romance necesario para saber que no acabará dejando tirada a la protagonista.
Una marca amoratada y circular en un lateral de su cuello llamó mi atención. Una gotita la atravesó. Luego otra. Y otra más. Se escurrían desde la base de su pelo oscuro y descendían con rapidez. Me embaucaron. Brillaban en contraste con su piel bronceada, se deslizaban sinuosas por sus clavículas, se confundían con el escaso vello de su pecho y seguían bajando...
Pero con Asier no es así. Las 100 primeras páginas cuando este insiste en que Ramiro le está siendo infiel simplemente por sus propias conjeturas crees que Asier solo busca aprovecharse de Lara. Y temes porque nuestra aliada acabe con el corazón roto.
El verano que aprendimos a volar es una novela arquetípica mitad romántica y mitad erótica con un lenguaje muy sencillo y fácil de seguir y una edición, como siempre, cuidadísima. Es un verdadero placer pasar las manos por la cubierta y ver que han molestado de realizar un efecto de relieve con planchas calientes para darle un valor añadido de por sí a la obra. Incluso la portada engancha y atrapa, haciendo que el tomo salte directamente a tus manos.
Como en muchas novelas del género contemporáneas Silvia Sancho incluye referencias a muchas canciones con las que pasan el día tanto Asier como Lara, otorgándole un plano tridimensional que el lector puede escoger buscar, poniendo la música en alto para experimentar las mismas sensaciones que Lara.
Nuestra opinión sobre El verano que aprendimos a volar (incluye spoilers)
El verano que aprendimos a volar empieza de una forma increíble. Tiene un ritmo maravilloso, que hace que sintamos el calor que siente Lara hacia el personaje principal se traslade a nuestro cuerpo simplemente leyendo sus líneas. Pero conforme la relación entre ambos se va estabilizando y van logrando entenderse, nos encontramos en una especie de limbo romántico que no sabemos hacia dónde va.
Todas las novelas de este género guardan un as bajo la manga que supone el punto de conflicto o drama justo en la mitad de la obra antes del desenlace feliz. En La promesa de Grayson fue el pasado con su padre; en Una noche y nada más era su socio y amante del pasado y en El verano que aprendimos a volar se trata de ese secreto que guarda Asier y que por nada del mundo quiere revelar.
Un secreto que le sirve de excusa y punto de misterio durante prácticamente toda la novela y que después la autora resuelve en un corto párrafo en el que Asier no entra demasiado en detalles sobre sus emociones, sentimientos ni por qué lleva un verano entero poniendo en peligro su relación con Lara simplemente por una excusa tan banal.
En los últimos capítulos, cuando ni Asier daba su brazo a torcer en cuanto al tema de revelar su pasado ni Lara conseguía procesar sus sentimientos, montando una escena por cada pequeño detalle que le disgustaba de su relación y rellenando páginas y más páginas con peleas y sexo de reconciliación, se nos hizo larga la novela. Por un momento, el único elemento que mantiene juntos a ambos personajes es el sexo y esta situación se alarga demasiado a pesar de que nosotras, como lectoras, estábamos deseando descubrir el tremendo trauma de Asier y qué ocurrió en su pasado.
Nos sobró en ciertos puntos los momentos a lo slice of life del romance entre Lara y Asier y que Silvia Sancho profundizase un poco más en el trauma de Asier, en lo que esta traición supuso para él y en cómo lo soluciona al final de la obra. El gesto romántico final con el que todo se soluciona es sin duda un añadido dulce que nos conmovió al extremo, especialmente al imaginar la lluvia y las luces de Madrid al recibir a ambos amantes. Sin embargo, después de lo que nos ha insistido Asier con que su situación no se arreglaría en años, el hecho de que reaparezca siete meses después de ignorar a Lara con la pipa de la paz afirmando que todo está solucionado le resta credibilidad al personaje. Al menos nosotras tenemos una recomendación para Lara: el que hace una, hace ciento. ¡No le creas!
Un detalle que sin embargo nos encantó fue la inclusión de música en el libro como I won't complain de Benjamin Clementine o, simplemente, la repetición de un leimotiv que se quedará para siempre con nosotras: el "tú pides, yo vuelo". Estamos seguras que al ser la primera novela publicada por Silvia Sancho, este pequeño problema de ritmo al final de la trama no le impedirá crecer como una gran autora dado la enorme calidad que tiene la obra al principio. Y por supuesto, cuando lance su siguiente novela, seremos las primeras en leerlas.
Ya sabéis, porque cuando "ella pide, nosotras volamos".
Conclusión sobre El verano que aprendimos a volar
El verano que aprendimos a volar es una novela ligera y fresca ideal para el verano. Encontraréis en ella muchas pasiones, increíbles momentos y una atmósfera libre y entretenida. Flaquea un poco al final, pero el regusto final es, cuanto menos, positivo.
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