Una órbita cerrada y compartida es la segunda parte de la saga La Peregrina, escrita por Becky Chambers y publicada por Insólita editorial. En esta obra con final autoconclusivo, la autora emplea a un contexto y un entorno en el espacio con diferentes razas para tratar temas como la dismorfia corporal, la transexualidad, la familia, etc.
Argumento de Una órbita cerrada y compartida
Desde el mismo instante en el que Lovey despierta dentro de su kit corporal, sabe que algo va mal. No está cómoda mirando a su alrededor y procesando la información a través de los límites de su propio cuerpo y mucho menos soporta no poder conectarse a los Enlaces para procesar todas las preguntas que se van formando a su alrededor.
Solo tiene claras unas cuantas cosas: que lo que ha hecho responde a los deseos póstumos de alguien que no es ella; que si la Confederación Galáctica la pilla acabarán todos muertos y que la única amiga que tiene es Pepper.
Sin conocer nada del pasado de esa joven y extrañamente simétrica mecánica, se dejará arrastrar hasta Puerto Coriol en busca de un futuro mejor en el que pueda aprender por fin cómo ser ella misma.
Una continuación de una novela que todavía no he podido olvidar
Una órbita cerrada y compartida es la digna sucesora de El largo viaje a un pequeño planeta iracundo: una space opera que hizo que el término hopepunk resonara fuerte dentro de la literatura de género. La primera entrega, primero autopublicada por una joven autora que había perdido la esperanza de presentar sus personajes al mundo, se hizo con el premio Ignotus a Mejor Novela Extranjera en 2019, así como el premio Altea a mejor traducción por el trabajo de Alexander Páez. Y ahora, por fin, podemos leer esta segunda parte gracias al esfuerzo de Insólita Editorial.
Una órbita cerrada y compartida transcurre tras los sucesos que se desarrollaron en El largo viaje a un pequeño planeta iracundo pero, aunque ambos libros son autoconclusivos y tocan personajes completamente diferentes, yo recomendaría seguir la lectura lógica de los volúmenes publicados para poder comprender sobre todo el choque emocional de Sidra al intentar adaptarse a un cuerpo y una vida que no ha escogido ella.
A diferencia de su predecesora, esta obra cuenta con dos líneas temporales: la de Lovey, que posteriormente se hará llamar Sidra; y la de la infancia de Pepper cuando no era más que una joven niña de probeta seleccionada para trabajar en un complejo deshumanizado. Cada una de estas partes intercaladas en primera persona, cambian por completo su forma de narrar la acción, de forma que los capítulos de Sidra son más lentos, introspectivos y pesimistas mientras que los de Jane rebosan acción, rapidez y se paran mucho menos en las descripciones de los escenarios. De esta forma, contrapone los puntos de vista de dos mujeres que, de forma similar, son percibidas como seres artificiales por la Confederación Galáctica: algo que provocará sin lugar a dudas una profunda inestabilidad dentro de su autopercepción como humanos y como individuos y con lo que tendrán que luchar internamente a lo largo del tiempo.
El poder del nombre: otros no definen mi sitio en el mundo
El libro es en realidad un viaje completo al autodescubrimiento de dos seres completamente apartados de la sociedad.
Por un lado contamos con Sidra: una IA considerada nada más que una herramienta que desafía las normas y las leyes de la Confederación Galáctica al decidir instalarse en un kit corporal. De esta forma, Becky Chambers nos presenta una vez más a una IA que se muestra amable con los seres humanos y otras razas sapientes que la reducen al simple hecho de ser una herramienta. Y es refrescante este enfoque considerando la absurda cantidad de IAs malvadas que aparecen en todo tipo de obras de diferentes géneros, donde los cuerpos antropomorfos solo sirven para que las IAs se vuelvan calculadoramente agresivas y asesinas contra sus creadores.
La vida es aterradora. Nadie tiene un libro con las reglas. ninguno de nosotros sabe qué hace aquí. Así que la forma más fácil de mirar a la realidad a los ojos y no perder la cordura es creer que se tiene el control sobre esta. Y si crees que tienes el control, entonces crees que estás en la cima. Y si estás en la cima, la gente que no es como tú… Bueno, debe de estar por debajo ¿no? Todas las especies hacen esto. Lo hacen una y otra y otra vez.
La presencia de Sidra en el libro simboliza un viaje distinto al que estamos acostumbrados en el que se personifican las etapas de nacimiento, crecimiento, adolescencia y posteriormente la madurez propia de la edad adulta en cada una de sus fases. De esta forma, cuando Lovey sale al mundo en un cuerpo que no controla, tendrá que aprender a procesar los estímulos apabullantes de la gente, los colores, la enorme cantidad de información que aparece a su alrededor ahora que no está en el interior de una nave y, sobre todo, sus propias emociones al respecto. Como un niño tímido al que llevas por primera vez a un parque atestado, la primera reacción de Lovey será la de encerrarse en sí misma y volver a intentar replicar un entorno seguro y confortable en el que siente en pleno control (subirse a los taburetes en una esquina y aparentar ser una cámara de control).
Al mismo tiempo, la adolescencia se personaliza cuando esta comprende las limitaciones de su propio cuerpo y empieza a culpar a los que la rodean de su inconformidad, arremetiendo con violencia contra todo lo que la rodea. Poco a poco, Lovey, después llamada Sidra tendrá que ir comprendiendo su propia identidad y construyéndose un “yo” en el que se sienta cómoda. Su discurso, en el que se queja de estar en un cuerpo que la constriñe, que no la representa como individuo y que le produce rechazo al verse en el espejo, es muy similar a los sentimientos y emociones de los jóvenes transgénero que no son capaces de reconciliarse con un cuerpo que sienten simplemente que no “encaja” con ellos.
De esta manera, igual que trataba el tema del género fluido en El largo viaje a un pequeño planeta iracundo a través de razas como los harmagianos, esta segunda parte se centrará en normalizar la transexualidad y la posibilidad de elegir cambiar cualquier aspecto de nuestro cuerpo que nos haga sentirnos que no encajamos. De hecho, a lo largo de toda la obra, Sidra hace una separación consciente entre el “yo”, que engloba únicamente su núcleo de datos y procesamiento; con el cuerpo que le han otorgado, al que se refiere siempre como “el kit”.
—¡Ya lo estoy intentando! ¡Quieres que haga algo para lo que no estoy construida! ¡No puedo cambiar cómo soy, Pepper! No puedo pensar como tú ni reaccionar como tú solo porque esté atrapada tras una cara del mismo tipo. Esta cara, estrellas…, no tienes ni idea de qué es pasar ante ese espejo de al lado de al lado de la puerta cada mañana y ver un rostro que pertenece a otra persona. No tienes ni idea qué es estar atrapada en el cuerpo que otra persona…
De la misma forma, a lo largo de la obra también establecen la existencia del “alma” dentro de una IA como un conjunto de datos y experiencias que trascienden del hardware o de los componentes físicos y que los define como individuos no replicables. De esta forma, Becky Chambers establece de forma repetida a lo largo de la obra que una IA no puede duplicarse y pretender que sea exactamente la misma, al igual que Lovey no era Sidra o que cualquier unidad de Lovelace comprada tampoco será un duplicado de Sidra.
—No—dijo Sidra—. Esto es el núcleo. No soy yo. Es solo donde se ejecuta la mayoría de mis procesos. Por ahora, es… supongo que es mi cerebro.
Asimismo, Becky Chambers hace un llamamiento a la esperanza a todos aquellos que sufren algo similar con un mensaje increíblemente claro al introducir al figura de Tak, la aeulona tatuadora: aunque la verdad parezca incomodar en un primer momento a algunos, mucha más gente de la que te crees reflexionará sobre sus propias ideas y acabará comprendiéndote.
También es esencial en la obra la propia percepción del yo y la construcción de una identidad por ti misma y no impuesta por el resto. De esta forma, tanto Lovey como Jane deciden cambiarse el nombre por uno que realmente les represente en todo momento. Lovey, incapaz de llamarse como una inteligencia artificial que no ha aprendido a ser consciente de sus propios sentimientos, opta por un nombre terrícola aleatorio mientras que Jane se libera de un nombre que no era más que un código alfanumérico otorgado por una sociedad que ni siquiera sabe quién es ella.
Una obra construída sobre la idea de la aceptación, la familia y la esperanza.
Si hay algo en común en toda la saga de La Peregrina es cómo Chambers trata continuamente problemas y dilemas del presente desde una perspectiva cándida, dulce, futurista y sobre todo, cargada de esperanza. Y eso es lo que irradia permanentemente esta obra de devoradores de saltamontes e insectos, de masticadores de grillos y desguaces gigantes y de niñas abandonadas para morir en un vertedero poblado solo por perros salvajes.
Para Chambers está claro: todo es amor y por tanto, deberíamos tratar a todos los que nos rodean con el respeto y la tolerancia con la que nos gustaría que nos trataran. Así, en esta obra nos demuestra que las familias no tienen por qué ser estructuras rígidas y convencionales, cuando en realidad una IA instalada en una nave abandonada puede funcionar mejor como madre que cualquier persona que te haya parido; e incluso algo tan aleatorio como dos compañeros de huida y una IA colada por una tatuadora aandrisk pueden llegar a formar incluso su propia unidad
familiar.
Mi opinión sobre Una órbita cerrada y compartida
Qué tiene Chambers que es capaz de llegarme al corazón de esa manera. La saga de La Peregrina cayó de forma totalmente accidental en mis manos y ya se ha convertido sin duda en una de mis space operas favoritas y aunque he de confesar que no empaticé tanto con Sidra como con el resto de personajes de la anterior entrega, sí que caí rendida ante Jane 23 y su IA, Lechuza.
Y es que la obra de Chambers esconde muchas cosas y normaliza muchas otras, mostrando el sufrimiento de las personas transgénero a las que les imponen cómo deberían ser; sacando a relucir los problemas derivados de la crianza en probeta seleccionada de seres humanos o incluso enterrándome en un baile que no es más que otra forma de presentar las diferentes formas de vivir (o escoger no formar parte) de la sexualidad.
Así que no he podido evitar devorar el librito impreso por Insólita, derramar unas cuantas lágrimas sobre él y luego irme corriendo a señalar mis frases favoritas del final. Porque… ¿quién no querría formar parte de esa órbita tan cerrada y tan bonita?
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