Argumento de Patria
Patria nos sitúa en el tumultoso País vasco entre los años 70 y 90 en España. Dos familias están irremediablemente unidas: Miren y Biturri quedan todas las semanas para ir a merendar a la churrería del pueblo donde viven, mientras que sus maridos Joxian y el Txato son pareja de mus y miembros del club de ciclismo al que no faltan, religiosamente, todos los domingos.
Pero todo cambiará cuando un día ETA marca como objetivo al Txato. Las consecuencias para ambas familias, son nefastas. Unos, se volverán abertzale radicales cuando descubren que su hijo Joxe Mari ha ingresado en el grupo por la libertad de Euskal Herria, mientras que los otros ven cómo su día a día se sumerge en el fango del odio hasta que un día el Txato es cobardemente asesinado en la puerta de su casa.
Esta es la historia del odio y el rencor de dos familias enfrentadas por la política, la necesidad y la corriente del odio que dominó el norte de España durante casi medio siglo.
Análisis de Patria
Patria hace una sublime reconstrucción de la España entre los años 70 y 90. Aramburu, el autor, a menudo ha declarado que su novela no es una crítica ni una valoración social ni politica sobre ETA ni sus ideales, pero a pesar de ello es capaz de retratarnos con una exactitud realmente magistral la atmósfera opresiva y peligrosa que se vivía en los pueblos bajo el influjo de propaganda independentista en cada remanso.
Y en eso hace una tarea sublime. A lo largo de sus seiscientas páginas, conoceremos el pueblo de Gipuzkoa en el que se desarrollan los hechos con tanta exactitud que parecerá el nuestro propio: la carnicería de la Juani, la iglesia y sus campanas repiqueteando con fuerza, la plaza, la huerta pegadita al río o incluso la nave donde el Txato guardaba sus camiones. Calles que reconoceríamos si las recorriéramos ahora y que en Patria estaban llenas de consignas políticas pidiendo la liberación de los presos etarras y de pintadas anunciando quién iba a ser el siguiente en morir.
—Pues jodo. Se acabó el Txato. Es lo que tiene la guerra, que deja muertos.
El libro comienza con la declaración oficial del cese de la violencia por parte de ETA y la vuelta de Biturri al pueblo. A partir de ese momento, la novela y los sucesos que ocurrieron van girando alrededor del punto central del drama de las dos familias: el asesinato del Txato. Capítulo tras capítulo podremos ver los antecedentes de cada uno de los personajes de ambas familias, poniendo especial hincapié en los hijos y en cómo cambiarían cuando la tragedia se hiciera real: Nerea que tonteaba con ETA, Xabier que en su día se planteó ser feliz o la propia Arantxa que usaba la reputación de su hermano para faltar a los acontecimientos obligatorios independentistas del pueblo.
El dolor de las víctimas, que se regodean en él mismo, tercas y orgullosas, incapaces de salir del pozo de miseria en el que otros les han arrojado, queda perfectamente representado en la conversación de Xabier con su hermana, a la que acusa de egoísmo por decidir reconstruir su vida y marcharse lejos, donde el estigma de “la hija del que mataron” quede muy atrás.
—Haces de lo que le pasó al aita una versión para tu uso privado. Le buscas una salida a la medida de tu conveniencia o de tus planes o como quieras llamarlos. Al final te quedas como Dios, empiezas una nueva vida en Casacristo de la Frontera, con palmeras al borde de la playa, y no se te ocurre pensar que quizá, con semejante manera de proceder, aumentas el dolor de los que se quedan aquí.
De esta forma, Patria divide de una forma definitiva y brutal la familia del Txato y la de Joxe Mari, creando una frontera absolutamente insalvable y construida con el rencor, las frases nunca dichas, las suposiciones y la falta de entendimiento. La España de la posguerra, en la que las nuevas generaciones y su mensaje de paz y pasar página chocaban radicalmente con el rencor de los heridos, queda magníficamente relatado en un libro profundamente descarnado y sin lugar a dudas, todavía doloroso y palpitante.
Me preguntó la última vez que vino a verme si hemos pensado un nombre para el niño. Antes de responderle ya me fijé en que arrugaba la frente. Conque, de broma, le dije que se llamará Juan Carlos, como el Rey. Por poco se desmaya.
Gracias a una espectacular documentación, Patria nos hace vivir las limitaciones de aquella época, la presión social de la gente que se supone que son tus amigos pero que te venderían a la mínima de cambio si supieran que ETA va a por ti o que no compartes sus ideas políticas, los saludos o incluso el papel de la iglesia, íntimamente relacionada con el movimiento político independentista.
—Escucha, Serapio. Quien no me quiera ver en el pueblo, que me pegue cuatro tiros como al Txato, porque pienso seguir viniendo tantas veces como me dé la gana. Total, lo único que podría perder, la vida, ya me lo rompieron hace muchos años. No espero que nadie me pida perdón, aunque, la verdad, ahora que lo pienso, me parecería un gesto bastante humano.
Cada uno de los personajes está descrito y construido de una forma simplemente brillante, sentando los cimientos de personalidades complejas, que evolucionana lo largo de la trama y que tienen algo que ofrecernos. Cada uno de ellos, sean de la familia de Biturri o de Miren, tienen sus propios fantasmas, formas de expresarse, manías y defectos que el autor resalta continuamente en gestos y muletillas. Joxian se rasca los riñones cuando bebe, Xabier se queda hasta tarde mirando la tela de araña, Nerea se maquilla para atraer a su marido y Arantxa todavía se siente atractiva después del accidente. Sus construcciones no solo se limitan a aspectos externos, sino también a sus propias convicciones e ideas tanto políticas como religiosas, demostrando cómo Biturri perdió la fé en Dios pero no la costumbre de acudir a la Iglesia tras la muerte de su marido, o cómo Miren hace pactos que luego rompe con San Ignacio.
Si se celebra una misa, se queda más tiempo. Entonces se dedica a negar entre sí cuanto afirma el sacerdote. Oremos. No. Este es el cuerpo de Cristo. No. Y en ese plan todo el rato. En ocasiones, vencida por el cansancio, echa con la debida discreción una cabezada.
Y al mismo tiempo, repartidas entre estas larguísimas páginas, Aramburu aprovecha para dar pequeñas píldoras de filosofía y existencialismo, de perdón y de amor en una España dividida, supurante y todavía dolida por unos sucesos que todavía hoy nuestros padres pueden recordar.
Escribí en contra del crimen perpetrado con excusa política, en nombre de una patria donde un puñado de gente armada, con el vergonzoso apoyo de un sector de la sociedad, decide quién pertenece a dicha patria y quién debe abandonarla o desaparecer. Escribí sin odio contra el lenguaje del odio y contra la desmemoria y el olvido tramado por quienes tratan de inventarse una historia al servicio de su proyecto y sus convicciones totalitarias.
Nuestra opinión sobre Patria
No eres consciente del mundo en el que te metes cuando abres por primera vez Patria. Y menos todavía si no tienes demasiados datos en tu cabeza sobre el terrible cisma de separación que hubo entre el pueblo vasco, ETA y España hace menos de treinta años.
La primera impresión que me llevé yo ante las primeras páginas de Patria fue increíblemente negativa. El autor no respeta los puntos ni las comas: escribe como le sale, sin que un editor haya puesto encima la pluma y le haya explicado que no puede terminar las frases como a él le suene. A menudo me encontré releyendo trozos, incapaz de comprender el constante salto de ideas con el que Biturri nos introduce en su vida. Su bamboleo del presente al pasado, sus inquietudes y rencores, su rabia hacia todos los que la rodean, incluyendo su familia.
Entonces, pasas del primer capítulo. Y no sabes por qué. Patria ya te ha atrapado. Como una fría noche de lluvia en la que caminas con un paraguas y las botas encharcadas por dentro, Patria se te mete hasta en los huesos. Quizás es porque Biturri y Miren se te presentan en un primer momento como mujeres despreciables, como villanas sin corazón incapaces de otorgarle una palabra de amor a sus hijos: Biturri empieza la novela criticando a Nerea por intentar reconquistar a su marido; Miren la sigue odiando a todos los del pueblo y posicionándose como una abertzale radical.
Y es que además estos comeplantas son gente rara, llena de manías. ¡Qué forma de hablar! Haciéndose la profesora, dando todo el rato explicaciones. ¡Una simple auxiliar de enfermería! A mí no me la pega. Esa ha jipado al médico tontaina, que sabe mucho de intervenciones quirúrgicas, pero de vivir con una mujer no entiende nada, y ha dicho: este para mí. Una divorciada más lista que el hambre. Una mujer de segunda mano, que se ha bañado en todas las aguas habidas y por haber.
Está en el realismo de estas dos mujeres, tan magníficamente bien construidas, lo que te hace inclinarte por la ventana que es la historia de ETA.
La historia del dolor del pueblo.
Una historia cargada de víctimas y de verdugos. Una historia fría, cruel, gris, injusta y tan realista que por un momento te olvidas de respirar. Y una historia con heridas todavía muy recientes. No podemos olvidar que en el 2013 todavía hubo más de 200 personas coreando “Gora Eta” cuando recibieron el féretro de Thierry, el que había sido el número uno en la banda. Una historia que, al menos yo, no estudié en las aulas y que sin embargo forma parte de la historia de nuestro país.
En mi completa ignorancia del tema, creía que Eta era un organismo formado por un puñado de radicales independentistas que creaban cócteles molotov con materiales de andar por casa y que mataban solamente a guardias civiles y a políticos importantes. Sin embargo, Patria te abre los ojos ante su forma de actuar desde dentro y hacia fuera: los empresarios que tenían que pagar, tuvieran o no, el impuesto revolucionario si querían seguir viviendo; la emigración de las empresas; el miedo en las calles; los coches bomba que explotaban llevándose a niños y a inocentes, a políticos que acababan de ocupar su cargo, a hombres y mujeres que siempre habían probado ser buenos y leales a Euskadi.
El cura cedió. Se ofició el funeral, sonaron las campanas a muerto, había pocos vecinos de la localidad en la iglesia, algunos políticos del espectro constitucionalista, algunos parientes venidos ex profeso y poco más. ¿Empleados de la empresa? Ninguno. En la homilía, ni una palabra sobre el atentado. Trágico suceso que a todos nos conmociona.
Y no puedes evitar que tu corazón se llene de pena y de escozor, de rencor y de cierta molestia al descubrir que el pueblo del Txato, con tal de no caer en la desgracia, decidieron denegarle el saludo al día siguiente de ver las pintadas. No había espacio para la fidelidad, ni para el amor ni para el compañerismo. Fríamente, Aramburu pone de manifiesto la cobardía de los mejores amigos que al día siguiente cuando te ven en apuros te cuelgan el teléfono, la falta de escrúpulos y de ideales, la ausencia moral de valores éticos y, sobre todo, lo miserable que puede llegar a ser la gente.
Te ves a ti misma inclinada sobre la lápida, como si fueras Biturri, gimiendo:
Txato, Txato, Txatito, con el bien que le hiciste al pueblo. Con lo bueno que eras siempre…
Y te dolerá el corazón mientras te dices a ti misma, una y otra vez, que esa podrías haber sido tú o cualquier persona a la que tú ames. Podría haber caído, de forma tan injusta, después de pagar todos los años las fiestas del pueblo, de traer un camión con tierra desde otra comunidad para ayudar a un amigo, de ofrecer su casa a todo el mundo, como cayó el Txato.
Y sin embargo, Aramburu es capaz de hacerte empatizar con todos los personajes de la obra. Con Xabier, demasiado cobarde y amargado para ser feliz; con Nerea que solo quiere dejar atrás lo que le pasó a su aita; con Gorka y sus intentos desesperados para no unirse a ETA como sus compañeros e incluso con Joxe Mari, el revolucionario asesino que nunca sintió el más mínimo cargo de conciencia, pero que al final se quedó solo y calvo en la cárcel.
Es cierto, sin embargo, que Patria llegó a hacérseme largo. Muy largo. Cuando llevaba trescientas páginas leídas, en una obra que se basa única y exclusivamente del recuerdo de los personajes involucrados en la tragedia del Txato, me preguntaba qué más podría ofrecerme el libro y he de reconocer que tenía en mi interior un sentimiento agridulce: quería seguir leyendo, sobre todo para descubrir la oculta perspectiva de Joxe Mari que el autor se guarda para el final de la obra, pero al mismo tiempo echaba de menos poder dedicarme a otro tipo de libros más placenteros, ya que todo lo que necesitaba saber sobre la muerte del Txato, ya me lo habían contado.
De hecho, una de las partes que más me conmocionó fue precisamente el hecho de que Xabier, contrario a sus creencias, acude a la presentación del libro de un escritor que no es otro más que el propio Aramburu hablando de sus intenciones transparentes con la obra. Intenciones que quedan perfectamente de manifiesto al no ocultar que la Guardia Civil torturaba por diversión a presos de ETA en las cárceles, datos que expone con la misma fría objetividad con la que hablaba de la ruindad en los atentados de ETA.
Y son los mismos que nos maltratan los que luego hablan de democracia. Su democracia, la suya, la que nos oprime como pueblo. Por eso te digo yo, con el corazón en la mano, que nuestra lucha no sólo es justa. Es necesaria, hoy más que nunca. Es indispensable, puesto que es defensiva y tiene por objeto la paz.
Conclusión sobre Patria, la obra de Aramburu
¿Merece Patria haber obtenido la fama y el reconocimiento como obra que ha obtenido? La respuesta es un sí rotundo. A pesar de que su caótico estilo al escribir no es de nuestro gusto (manías que luego suaviza a lo largo de las casi setecientas páginas y que nos han hecho la obra un poco más larga de lo debido), Patria es una obra que consideramos de obligada lectura para entender el turbulento período de los 70, 80 y 90 en España. Patria es una obra con una magnífica documentación, una brillante construcción de personajes y una atmósfera única que no te dejará indiferente.
No lo diremos dos veces: tienes que leer Patria.
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