Escritora consumada, concept artist en ciernes y adicta al trabajo. Do...
Si Sangre y acero era una historia de empoderamiento femenino cargado de matices sobre una joven que lucha contra la injusticia de no poder combatir en un mundo dominado por una profecía oscura que desplaza a las mujeres del combate, Promesas y ruinas es un estallido de sensualidad que pone foco en la parte más roman de esta tasy.
Y es que esta segunda parte de Leyendas de Thezmarr, impreso en un genial tomo de tapa dura con los cantos pintados por parte de RBA LIT, no es apto para personas con la líbido baja. Después de que Thea y la Mano de la Muerte hayan acabado tirándose de los pelos (tanto en el más puro sentido romántico-erótico como de combate), en Promesas y ruinas tendrán que afianzar su relación como Maestro y alumna. Pero ¿cómo es posible cuando la pasión que los recorre podría cambiarlo absolutamente todo?
Argumento sobre Promesas y ruinas
Thea creía que Wilder permanecería a su lado tras revelar la verdad sobre su origen: que proviene de Delmira, la tierra maldita que las leyendas borraron de los mapas y que, por si fuera poco, es muy probablemente la heredera de la familia real desaparecida. Sin embargo, Wilder se aparta de su lado, dejándola sola para procesar los duros sentimientos que la empujarán una y otra vez a poner a prueba sus límites con el entrenamiento.
Ya no es escudera, ni aprendiz. Es una guerrera. Y como tal, deberá entrenarse para una guerra que aún no tiene nombre pero que está poblada de presagios. Así, conforme la verdadera enemiga de Thezmarr muestra sus cartas y amenaza la estabilidad y la paz del imperio, Thea luchará para encontrar una forma de aprender todo lo que necesita de Wilder sin que la evidente tensión sexual entre ambos lo estropee todo.
Poder, identidad y las cicatrices que no se ven: cómo luchar contra algo que forma parte de ti
Uno de los puntos centrales de la novela es, precisamente, el tema de la magia de Thea. Tras haber descubierto en la primera parte, Sangre y acero, que posee la magia de las tormentas, nuestra impaciente protagonista tendrá que luchar contra dos puntos centrales y especialmente dolorosos relacionados con ella: la frustración por no ser capaz de dominarla y la necesidad de suprimirla o emplearla sin ningún tipo de límite.
Y es que, a diferencia de su hermana, que siempre ha sabido que era una portadora de tormentas y cuyo talante es mucho más tranquilo y asertivo, Thea no quiere ni pensar en el conflicto abierto que supone aceptar su magia. Porque, en comparación con el combate y la lucha, en los que ha sido siempre instintivamente buena, no es capaz de encontrar la serenidad necesaria para controlar su magia de tormentas. Por si esto fuera poco, el rayo y la vibración de poder le recuerdan perpetuamente quién es y el legado al que no quiere enfrentarse: el hecho de que es la heredera de un reino caído y que podría perfectamente reclamarle al resto de los monarcas que la ayuden a volver a levantar su imperio.
Pero sabemos que Thea no tiene tiempo. Y, si no, Helen Scheuerer, la autora, se asegura de recordárnoslo cada pocos capítulos sacando a colación la piedra del destino. Además, a lo largo de la trama iremos viendo cómo su magia se convierte por momentos más en una condena que en una solución
Promesas y ruinas no cae en la simplificación del típico mensaje en el que te aseguran que debes ser fuerte y aceptarte a ti misma, sino que simplemente se presenta como un elemento más de peligro o un obstáculo que sortear, saltar e ignorar mirando siempre para adelante. ¿Acaso no es eso lo que lleva haciendo Thea desde que comenzó su aventura como luchadora de Thezmarr?
El deber frente al deseo: la tensión más que resuelta entre Wilder y Thea
Quizás este punto alguno lo considere un ligero spoiler, pero creo que es necesario comentarlo. Si en Sangre y acero Thea y Wilder habían pecado ocasionalmente de dejar el deber a un lado y entregarse al placer, en Promesas y ruinas esto pasa… muy frecuentemente.
Y cuando digo que ocurre muy frecuentemente me refiero a que el estallido de tensión y su dinámica de enemies to lovers acabará solucionándose de partir de las primeras cien páginas de la novela y luego su lujuria guiará una gran parte del libro que se podría considerar como el “valle” de esta épica historia. Porque sí, es posible que haya enfrentamientos contra seres oscuros, mitología escondida, visitas a reinos y otras escenas más que épicas, pero también debes estar preparada para saber que el 70% de este libro está compuesto de escenas spicy explícitas. Si es lo que te gusta, enhorabuena porque es posible que hayas encontrado tu próxima obra favorita.
El conflicto entre Thea y Wilder es el mismo que en la primera parte: Thea se siente abocada a tener que elegir entre tener un mentor que realmente le enseñe sin limitaciones, algo que la acercaría a su sueño de convertirse en una Guerrera de Thezmarr, y su deseo de vivir, de amar y de elegir.
Al mismo tiempo Wilder quiere protegerla del mal que acecha Thezmarr, del horror del Rito, de los oscuros capaces de hacer que se transforme en un monstruo, de la profecía de Anya, de los secretos y traumas que lo embargan y, sobre todo, de su propios sentimientos hacia ella. Conforme va avanzando la obra la Mano de la Muerte y su pupila comprenderán que, no importa lo que hagan, existe una poderosa atracción que los mantiene cerca el uno del otro y contra la que no pueden luchar separados.
El sacrificio como motor emocional de la historia: no es reino donde amar en libertad
Sangre y acero ya nos había dejado claro que la vida de Thea requería de un sacrificio constante: convertirse en una espadachina le implicó alejarse de sus amigas y de su hermana, dormir en un lugar frío, amenazador y sucio e incluso tener que buscar de forma creativa la manera de poder tomar un baño.
Sin embargo, en Promesas y ruinas la idea del sacrificio se vuelve todavía más pesado y nos demuestra que lo anterior era solo un juego de niños. Aquí nos encontraremos con personajes que se rompen o se callan por el bien común y cómo este sufrimiento silencioso deja marcas y los fractura por dentro. Se cuestiona continuamente si merece la pena luchar siendo tan pocos, estando tan débiles y sobre todo, intentando mantener en pie un reino que está totalmente en decadencia.
El desgaste corporal de las batallas, las guerras, los incómodos viajes y la lucha se convierte también en desgaste emocional, y esto da en parte título a la novela: una obra cargada de Promesas de que todo irá bien, de que los reinos sobrevivirán, que Thea pasará el Gran Rito y que vivirá feliz con su magia bajo control al lado de Wilder; cuando en realidad, todo está construido sobre ruinas, secretos y mentiras.
Así que bueno, quizás Promesas y ruinas está lleno de momentos spicy, conversaciones de taberna vacuas, diálogos con sus compañeros y dudas existenciales porque, de alguna forma, Helen Scheuerer quiere darte un respiro a todo ese dolor normalizado como parte del proceso de convertirse en una guerrera; porque quiere demostrarte que la sexualidad es tanto un alivio como como una forma maravillosa de reafirmar que siguen siendo humanos.
Entonces ¿merece la pena leer Promesas y ruinas?
Déjame que antes de nada te pregunte…¿te gusta MUCHO el spicy? Porque si no es así, es posible que Promesas y ruinas, a pesar de la evolución de los personajes, lo fascinante que sigue siendo el worldbuilding, la presencia de la guerra inminente y la magia de tormentas de Thea, te cueste cogerlo con ánimo.
Porque hay una gran cantidad de escenas spicy repartidas a lo largo del texto, a veces de forma tan frecuente que incluso chocan con el avance previsto de la trama. Cada una de ellas es original, imaginativa, y, seamos honestas, spicy hasta decir basta, mientras Thea va domando a un hombre bruto como él solo que la primera vez la tomó contra un árbol y que ahora prácticamente se arrastra a sus pies.
Es intensa, es épica, sigue siendo increíblemente feminista y tiene un cliff-hanger al final del segundo libro que hace que me clave las uñas esperando a la tercera parte. ¿Cuanto más tendré que esperar para ver a la Mano de la Muerte en acción?



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