Ahora que se acerca el frío invierno, es el momento perfecto para reunirse al lado de una chimenea con latte de calabaza calentito y una novela clásica y cargada de amor. Nosotros, personalmente, os recomendamos la lectura de Mujercitas, la novela de Louisa May Alcott publicada en 1868 que narra un año en la vida de cuatro jóvenes que pasan sus días esperando el regreso de su padre, el cual se ha marchado a servir en la Guerra Civil.
Argumento de Mujercitas
A lo lejos, escondidas en una casita que vivió tiempos de gloria pasadas, cuatro hermanas se afanan cada día día por realizar sus tareas e intentar ser buenas mientras su padre sirve como coronel en la Guerra de Secesión.
Meg una joven de extraordinaria belleza que trabaja como institutriz para un grupo de pequeñas bestias, se lamenta cada día por la riqueza perdida por sus padres y por su vida de humilde institutriz. Jo es una joven que rechaza todo tipo de convencionalismo sobre el carácter femenino y a la que le apasiona escribir y hacer reír a todo el mundo. La tercera hermana es Beth, una joven ángel extremadamente tímida y obsesionada por el piano y la música. Y por último, nos encontraremos con Amy, una niña mimada y muy vanidosa que continuamente se pelea con las que le rodean.
Las cuatro se esforzarán por conseguir hacer a su madre orgullosa mientras combaten el tedio del aburrimiento. Sin embargo, todo cambiará cuando un día Jo decide ir a presentarse al joven rico de la casa de al lado: un chico llamado Laurie con el que cometerá todo tipo de deliciosas travesuras.
Un poco sobre la historia de Mujercitas y cuándo se ambienta
Mujercitas, a pesar de las injustas críticas que ha recibido a lo largo de la historia por ser demasiado “cursi”, fue en realidad una auténtica revolución literaria para la época. Louisa May Alcott, la autora, se inspiró en su propia niñez creciendo en una casita de Massachusetts con sus otras tres hermanas para sembrar las personalidades y la historia de estas cuatro jóvenes simplemente revolucionarias.
La repercusión de su publicación no se hizo de esperar y varios medios especializados la categorizaron como un “clásico” incluso desde el mismo día de su lanzamiento. Posteriormente ha sido traducida a decenas de idiomas con mejores y peores traducciones que ensombrecen la genialidad de la autora (algunas ediciones incluso adaptaron el nombre de alguna de las hermanas March, llamando a Josephine, Giovanna); así como adaptaciones a obras de teatro, ópera, musicales, series de televisión e incluso varias películas (una de las cuales se estrenará este 2019).
La obra está ambientada en la Guerra de Secesión americana, conocida también como la Guerra Civil de los Estados Unidos. Aunque el Congreso nunca llegó a emitir una declaración de guerra propiamente dicha, la toma de poder del presidente Abraham Lincoln hizo estallar las tensiones entre el sur de los EE.UU. (los llamados estados confederados) y los nacionalistas. La guerra, que se extendió a lo largo de cuatro años, se granjeó la vida de más de 500 000 hombres.
Fréderic March, el padre de las protagonistas de la novela, lucha contra el ejército confederado pero en ningún momento de la novela llega a debatirse acerca de la justicia de su causa o de la maldad y perversión de los siete estados sublevados.
Mujercitas: una novela acerca acerca del conflicto entre el deber familiar y su independencia
Mujercitas parece ser una novela que no va a ninguna parte: al fin y al cabo, desde el principio una narradora omnisciente nos presenta a las jóvenes March como personajes que forman parte de una novela. Sin embargo, los temas que rodean los inocentes días de las jóvenes están cargados de un fuerte simbolismo, una enorme cantidad de moralejas y enseñanzas de vida influenciadas por la ética protestante y una visión del comportamiento femenino que hizo que la calificaran como “revolucionaria” en su época.
Y es que Mujercitas orbita en torno al conflicto que sienten las jóvenes March entre el deber familiar y su propia independencia. Louisa May Alcott era completamente consciente de las expectativas que tenía la sociedad del S. XIX hacia el comportamiento de una mujer y desde el comienzo de la novela Margaret (Meg en adelante) continuamente está riñendo a su hermana Jo y al resto para que estas adopten comportamientos considerados femeninos para la época. Conductas como correr por la calle, reírse a carcajadas o simplemente viajar en el coche de un buen amigo (por mucho que este fuera respetable y ambos demasiado jóvenes para realizar cualquier tipo de actividad considerada indecorosa) es un auténtico escándalo para lo único que importa si eres una mujer: tu reputación.
Pero lejos de quedarse en una crítica vacua y superficial, la autora hace algo mucho más inteligente y es que dota a cada una de las cuatro hermanas de una personalidad completamente diferente, de forma que cada una tenga un “pecado” considerado de mal gusto o poco deseable para la mujer del S. XIX. A través de la exploración de este defecto, Louisa May Alcott aprovecha para aleccionar a las jóvenes de cómo deben comportarse según la ética y la moral protestante de la época.
Así vemos cómo Meg, extremadamente superficial y obsesionada por las riquezas perdidas, vivirá un capítulo que le muestre que el dinero no es la verdadera razón de la felicidad (hablaremos más de ello en los siguientes apartados); y que Amy, siempre tan egoísta y vanidosa, tendrá que aprender a agachar la cabeza en ciertos momentos y a anteponer la felicidad de su familia a la suya propia.
El libro continuamente muestra la lucha de tres de las March por anteponer el bien familiar al suyo propio. Jo y Amy, ambas artistas independientes que sueñan con un gran futuro profesional, se plantearán en múltiples ocasiones si no es egoísta dejar la casa de sus padres y a sus hermanas por un capricho. Meg, a pesar de su belleza, no piensa nunca en casarse y antepone la voluntad de sus padres hacia los potenciales romances que van surgiendo a su propio criterio. La única que cumple todos los requisitos de la perfecta dama vista es Beth, la cual se desvive por complacer a las demás.
La novela, de hecho, emplea la historia de El progreso del peregrino, de John Bunyan como pilar para tratar el hecho de que cada joven luche contra sus defectos. De hecho, Louisa May Alcott tituló varios de los capítulos con alusiones directas a la historia de Bunyan y la propia Jo le propone al resto de sus hermanas que jueguen a los peregrinos como hacían en el pasado. Todo este pilar permite que la obra explore las manías típicas de las jóvenes de la época y le aporte un modelo al que admirar (como ocurre hoy en día en el que las jóvenes se piden “ser” una chica de una banda de música o de una serie de televisión, eso mismo ocurría en la época) y que le muestre la forma de superar sus defectos.
La pobreza que causa la guerra, el trabajo y la patria
La Guerra de Secesión de cuatro años de duración no fue la panacea para el bando de los nacionalistas que muchos se creen y de hecho se granjeó casi el mismo número de soldados caídos en un bando que en el otro. Los March, que prestaron dinero a un amigo endeudado, no son tan ricos como antaño y sus hijas tienen que trabajar para poder mantener a la familia a flote.
La novela ambienta la sociedad de la época con gran maestría, realizando pequeñas críticas con un par de líneas y retratando otras que tienen en común un poderoso amor a la patria y un mensaje soberanamente caritativo con todo el mundo. Pero no por ello se exime de mostrar la radical pobreza con la que unos niños alemanes devoran el pan como única cómida en toda la semana, cómo una madre deja morir a su bebé por no poder permitirse un médico o incluso llega a hablar de los irlandeses (emigrantes poco deseados en aquella época) con un deje de asco y rechazo, comparándolos casi con alimañas.
También nos mostrará la diferencia entre los nuevos ricos que solían llenar el continente (como los Moffat, a los cuales se les describe como amables pero superficiales y vanidosos), y los antiguos (los Laurence), mostrando las cualidades insalvables entre unos y otros.
A través de la pobreza a la que se han visto abocadas las March, Louisa May Alcott alecciona a las jóvenes de la importancia del trabajo como valor supremo para mantenerse en una posición de dignidad. A través del capítulo ‘El experimento’ o incluso con las ocupaciones de cada una de las niñas, demuestra cómo un poco de trabajo no solo aligera el espíritu sino que también ayuda a forjar un buen carácter. Esto no es de extrañar teniendo en cuenta que Louisa May Alcott creció en Nueva Inglaterra, una zona puritana donde el trabajo duro se considera un valor religioso superior que te aproxima a dios.
Meg es precisamente la que mejor le sirve para ilustrar este tema: la joven, que vivió la época dorada de los March, no deja de lamentarse de su pobreza y de tener que trabajar. Durante un fin de semana a la que le invita una amiga más rica que ella, Meg se sentirá especialmente desdichada por no tener ropa ni complementos que la hagan lucirse. Los Moffat, a pesar de su aparente amabilidad, se descubren como personas crueles y superficiales, demostrando que la riqueza no es un sinónimo de la bondad de la valía de la persona con la que hables.
De hecho, en este apartado Louisa May Alcott establece un mensaje poderosamente feminista al mostrarnos cómo Meg, vestida de tal forma que casi no era capaz de caminar, se convertía en, literalmente “una muñeca manejada por todos”, realizando un símil con cómo algunas prendas que se supone que están hechas para convertir a la mujer en un un espectáculo estético agradable a los ojos masculinos, la incapacitan para poder, simplemente, ser una persona.
La pobreza causada por la guerra no se muestra en ningún momento desde una perspectiva crítica, sino más bien como la consecuencia de algo inevitable. Es sorprendente leer cómo todas las mujeres (y los hombres que pueden luchar) sacrificarían a sus seres más queridos sin pensarlo dos veces por la patria.
“«Mucho ha hecho usted por su patria», dije, sintiendo respeto y compasión a la vez. «Ni una pizca más de lo debido, señora. Iría yo mismo si sirviera para algo, pero como no sirvo, ofrezco a mis hijos, y lo hago libremente.» Hablaba con tanta alegría y parecía tan sincero, tan contento de ofrecer todo lo que tenía, que me sentí avergonzada de mí misma. Yo había ofrecido un hombre y pensaba que era demasiado, mientras él había ofrecido cuatro sin protesta alguna”.
El libro no duda en mostrar una imagen de los americanos nacionalistas como buenos, compasivos, trabajadores y amables con mil anécdotas: el pescadero que regala comida a la madre hambrienta o el médico que se niega a cobrar sus servicios, ofreciendo de esa forma una imagen de nación unida bajo los mismos valores de ética, bondad y moralidad protestante.
Esta perspectiva de la búsqueda de la felicidad a través del trabajo y del dinero ganado, un valor tan americano, consiguió llegar al corazón de muchos lectores de la época que vivían bajo la promesa de un futuro mejor a través de su propio esfuerzo. Esto chocaba con los valores de la vieja Europa, donde la riqueza por lo general se mantenía en manos de unos pocos y se iba heredando sin tener en cuenta la capacidad o el mérito del que lo ganaba. De hecho, en cierto momento de la obra podemos ver cómo Laurie el joven le presenta a las March a una joven inglesa la cual, impresionada por la belleza de Meg, decide que es digna de ser su amiga hasta que descubre con horror que trabaja de institutriz.
Jo quiere ser un hombre, y sí, esto se publicó en el S.XIX sin mucho revuelo.
Una de las claves de esta novela a pesar de su tono aleccionador y su guía de buen comportamiento para jovencitas es precisamente la forma con la que se opone a los estereotipos de género de la época de una forma contundente pero dulce y cercana. El primer gran mazazo en la mesa lo pone Jo: una joven que desde la primera página desea ser un hombre en todos los sentidos: no solamente es que ellos tengan permitido divertirse, sino que Jo siente verdaderamente una fascinación por la ropa de hombre (que encuentra más cómoda), sus actividades (afirma adorar el patín) y sus modos. De hecho, si nos fijamos, la propia Josephine emplea un diminutivo corto que fácilmente podría confundirse con la de un joven varón.
Independientemente de ello, Jo tiene sueños masculinos para la época: quiere conseguir ganarse la vida ella sola sin tener que depender de un marido, detesta la idea del matrimonio y busca una profesión donde se le permita decir lo que piensa y desarrollar su pasión por la escritura.
Precisamente por ello hará tan buenas migas con Laurence, el cual también emplea un pseudónimo corto y aparentemente femenino como Laurie. Laurence es tildado varias veces como un joven “poco masculino” que sueña con perseguir una profesión como pianista (ocupación en la época reservada para las mujeres) en lugar de ser marino mercante o comerciante como su abuelo.
Ambos a lo largo de la novela demostrarán ser un soplo de juventud y aire fresco y su bondad y generosidad continuas son sin duda una de las razones que permitieron a los más reticentes a permitir estos comportamientos en su momento a transgredir al ver la falta de maldad que escondían.
Mi opinión personal de Mujercitas
Entiendo que esta obra sea detestada en el colegio o en los primeros años de instituto, que es cuando me hicieron leerla a mí. Recuerdo en específico las tapas blandas negras con la tenebrosa ilustración de cuatro jóvenes sin vida en los ojos y el título en inglés que amenazaba con un examen oral a la vuelta de la esquina. Pero cómo no odiarla: la obra está llena de un simbolismo, una sensibilidad y una dulzura que solo aprendes a valorar cuando eres mayor y has pasado por tu fase rebelde.
Leer los sermones de la Madre continuamente increpando a sus hijas por faltas que hoy en día no nos parecen más que muestras de carácter, instándolas a trabajar siempre sin quejarse y a desprenderse de todas sus riquezas es extraño en la mente de una joven criada en el capitalismo, pero cobra especial importancia al comprender el contexto de la obra.
Un contexto que habla de puritanismo, de guerras, de pobreza y de lucha contra los estereotipos de género. Un contexto sin el cual no entenderías el bochorno que tendría que haber sufrido Jo al llevar un vestido quemado a un baile de sociedad ni lo agraviada que se sintió Meg al descubrir a los Boffat conspirando sobre su futura boda. Un contexto que, como en todas las obras clásicas, la ensalza y la hace maravillosa, disfrutable y simplemente deliciosa y que creo que debería incluirse en todos estos títulos como al menos un resumen de pocas páginas.
Por suerte esta vez he podido leer Mujercitas desde la edición de tapa dura de RBA que tiene un precioso color en su portada y un forro estampado de flores maravilloso en sus contraportadas. Esta versión, de hecho, incluye tanto la primera parte de la obra (Mujercitas), como su continuación, Aquellas Mujercitas, publicada en 1871. Su edición, el papel y los títulos de cada capítulo sobreimpresos sobre cada página la convierten en una forma realmente profesional y dulce de volver a la obra de Alcott, aunque personalmente hecho en falta alguna ilustración, foto de la autora o un resumen breve del contexto de la época.
Sin embargo, estos aspectos no han ensombrecido el hecho de que llorase de nuevo como una amarga magdalena en el capítulo de la escarlatina, que me emocionase con cada carta y telegrama como ella o que desarrollase mi particular pasión por un personaje en específico (es Jo, soy como Jo, que lo sepáis). Aunque si bien es cierto que el estilo de Louisa May puede ser muy dulce a veces y que no soporta un atracón de lectura de una tarde (especialmente por los cuentos intercalados), creo que es una obra que cualquiera con la madurez e información suficiente puede disfrutar. Eso sí, a sorbitos, de taza de té en taza té, no os vayáis a empachar.
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