La casa de la muerte es una extraña, simbólica y misteriosa novela que exuda olor a muerte y que nos transporta a un internado lleno de niños que, lamentablemente, están a punto de morir. En ese contexto, Toby, un joven enfadado con la vida que intenta pasar sus últimos días como puede, lucha contra la incertidumbre de no saber cuándo morirá durmiendo la mayor parte del tiempo. Sin embargo, sus días cambiarán para siempre cuando Clara, una niña pija y pelirroja, irrumpe en sus vidas como un soplo de aire fresco.
Un salto fuera del género de Pinborough en un contexto negro
Sarah Pinboroug es una de las voces literarias más famosas en los Estados Unidos y precisamente uno de sus géneros predilectos es la novela negra; sin embargo, La casa de la muerte se sale por completo del ambiente de thriller al el que nos tiene acostumbrada con otros títulos como Detrás de sus ojos.
La obra, claramente inspirada en El señor de las moscas, nos introduce en un internado en el que la sombra de la muerte sobrevuela cada una de las habitaciones y esto queda palpable en la continua atmósfera de desidia que inunda cada una de las páginas. Al igual que en la obra de William Golding, Pinborough no se ha molestado en otorgarle nombres e identidades confusas a los niños que pueblan las páginas. El protagonista es Toby y el resto de los miembros del Dormitorio 4 son Louis, Will, Ashley y, posteriormente, Tom. En un intento de generar unos personajes lo más cercanos a la realidad posible, los dota a cada uno de personalidades recurrentes y conocidas: Toby es el joven adolescente inconsciente de su propio atractivo y enfadado con el mundo; Will el niño ilusionado y Louis el joven genio.
La gran virtud de la obra de Pinborough es precisamente su capacidad para mimetizarse con la psique de diferentes personajes y generar un narrador en primera persona subjetivo y convincente. Este tipo de enfoque es especialmente complejo cuando el narrador es un adolescente o un niño, ya que tienden a plantearse las situaciones de forma radicalmente diferente a la de un adulto: se sobreexcitan, exageran las emociones y ven fantasmas donde no los hay. Toby, el protagonista, es un joven claramente deprimido que reacciona como cualquier adolescente a su encierro: con un enfado y una rabia desmedidas que deja salir y canaliza a través de comentarios obscenos y retando a todo el mundo a su alrededor.
En este contexto sobrevuelan las dinámicas de relaciones entre los propios alumnos masculinos, la competición por el poder de Jake y el intento de cada uno de encajar dentro de su propio mundo. Al igual que en El señor de las moscas, detrás del carácter de los adolescentes hay una violencia intrínseca y claramente animal, en la que los mayores luchan por marcar su territorio y proteger a sus protegidos para mantener una reputación de machos alfas. Estas relaciones se entrecruzan unas con otras al principio de la novela motivadas por la tensión de no saber cuándo y quién será el primero en morir.
Sabe cómo miramos a los chicos que se ponen enfermos: curiosos, expectantes, victoriosos. No quiere sentir que le miran así, y yo tampoco. Mi corazón se dispara como si el tiempo estuviera acelerándose dentro de mí. Respiro profundamente. Quiero que baje su ritmo. No estoy preparado para esto. No creo que nadie lo esté nunca.
Una enfermedad repentina y la incertidumbre de no saber cuándo morirás (breve spoiler)
Pinborough no se esfuerza en crear un contexto extremadamente creativo ni en darle sentido a las reglas de la novela que ha creado. Para justificar el miedo de esos niños que en cualquier momento podrían ponerse enfermos y morir, simplemente establece unas reglas sobre una enfermedad genética que apareció hace más de 300 años y que hizo que el gobierno estableciera análisis de sangre obligatorios para todos los niños menores de dieciocho años que implicaban un internamiento inmediato de aquellos que diesen positivo.
Ellos mismos se denominan los Defectuosos, pero poco más sabemos acerca de la enfermedad y del sistema más que aparece de repente y con síntomas completamente diferentes en un caso y en otro. Como Toby es el protagonista y al mismo tiempo el narrador, este mismo no se pregunta a sí mismo el por qué de la institución, su legalidad (o coherencia dentro de un mundo aparentemente normal) y por qué el personal los detesta tanto como para no verlos como simples humanos.
Lo que está claro es que la sombra de la muerte sobrevuela cada una de las acciones de los niños desde el principio de la obra, pero la obra no es exactamente desesperanzadora sino que más bien se consolida como un canto a la vida. La obra, que tiene todos los ingredientes para una novela gótica sin acabar de serlo, está lleno de metáforas y simbología oculta que esconde que en realidad el verdadero significado de la novela es cómo afrontamos en realidad nuestra propia vida y la importancia que esta tiene para nosotros.
La gran diferencia que supone Clara en la casa es simplemente su pasión por vivir cada día como si fuera único. La novela, que trata a menudo la voluntad de creer en cosas no palpables o físicas como la necesidad de Ashley de refugiarse en Dios para sobrellevar la idea de su inmediata muerte, le da alas a las maravillas que cuenta Clara y que hace que los días de Will, Louis y sobre todo Toby, se llenen de magia. De pronto los niños creen en Narnia, saltan y trepan por los árboles y el propio Toby decide creer en los bolsos de las sirenas y el fantástico mundo de los reinos bajo el mar. El mar nocturno, que se asemeja a la nada enorme y absoluta y que es una metáfora de lo que nos espera al morir, se convierte de pronto en un quizás, una posible puerta al mundo de las sirenas de la cual todavía no se ha confirmado su existencia.
Clara le enseña a Toby que la vida está hecha para vivirse, que todo a nuestro alrededor está lleno de belleza si sabemos aprovechar las oportunidades y que el miedo no tiene sentido cuando solamente tienes en cuenta el presente. De esta forma, la certeza de la muerte va transformándose de un cáncer que se come la esperanza de los niños en su día a día a un hecho simplemente inevitable que a todo el mundo le llegará de diferente forma antes o después, proporcionando de esta forma una profunda y poderosa moraleja sobre la vida.
Pinborough esconde también dentro de las relaciones de los personajes con su entorno poderosas metáforas y mensajes ocultos. Esto ocurre con, por ejemplo, Georgie, el pájaro que recogen Clara y Toby y la necesidad de la joven por curarle para que pueda “volar libre”, haciendo referencia de nuevo a su propia condición médica.
Mi opinión sobre la novela
El estilo de Pinborough no es lo que se diría algo refinado y bonito. La novela, que tiene los ingredientes perfectos de una historia de Seanan McGuire, se cuenta de una forma áspera y ligeramente rugosa, como si los hechos y la introspección de los personajes fueran el único centro de la novela. Sin embargo, tal y como nos acostumbra la autora, el final es simplemente maravilloso. Descarnado, desgarrador y al mismo tiempo dotado de una belleza insólitamente abrumadora. La belleza de la aurora boreal de las islas escocesas y el sabor del chocolate caliente, del amor adolescente y los besos apresurados a escondidas. La belleza de una forma de ver la vida, salvaje, hermosa y abrumadora en la que cada segundo cuenta y en la que decidimos creer, por una vez, en la magia de las sirenas.
Y es por eso por lo que La casa de la muerte es una novela más que recomendada para cualquiera (especialmente si quieres que ese alguien se harte a llorar en mitad de un vuelo de vuelta a España, por poner un ejemplo). La traducción de Francisco Muñoz de Bustillo no pasa desapercibida al proponer incluso una nota a pie de página para explicar los juegos de palabras intraducibles a nuestra lengua de forma que no se pierda la intención de la propia autora.
Sin embargo, un defecto que sí que tiene la novela es la falta de contexto y el setting tan poco desarrollado que tiene la obra. El internado, a pesar de su importancia dentro de la obra no está descrito en absoluto y la enfermedad de la que conocemos pequeños detalles como la aleatoriedad de los síntomas, da suficientes pistas como para llamar la atención del espectador pero no desarrolla en absoluto su origen, su tratamiento a lo largo de la historia o incluso qué clase de características genera en los individuos para merecer el desprecio y la indiferencia absoluta de los adultos.
En cierto momento uno de los niños le comenta a Tobías que no sabe en qué tipo de monstruo de convierten al manifestarse su Defectuosidad, pero luego cuando la enfermedad avanza vemos que ninguno de los niños se transforma en nada en absoluto, sino que simplemente mueren por diferentes causas desconocidas. No hay justificación alguna sobre el odio que despiertan en los adultos o por qué la Supervisora toma medidas en contra de la enfermera que les habla.
Tampoco acabé de entender la presencia continuada de flashbacks de la vida de Toby que intentan transportarnos al pasado del protagonista para darnos una ventana por la que entender las motivaciones del propio joven y que, sin embargo, no acaban de aportar nada a la trama.
Pero el recuerdo que te llevas al final de leer esta obra no es la ausencia de justificación de la enfermedad o el desarrollo del contexto, sino más bien el impecable final con la que Pinborough se atreve a tocar estigmas y temas tan duros como la muerte y la enfermedad en niños o la forma con la que decidimos vivir nuestras vidas día a día.
Línea tras línea, la filosofía de Clara acaba penetrando por los poros abiertos del lector haciéndole preguntarse ¿por qué malgastar un solo segundo en tener miedo o detestarnos los unos a los otros? La vida sabe a chocolate y tiene el color de la aurora boreal: solo hay que saber mirar bien.
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