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NOTA: 7.5

La casa al final de Needless Street: opinión de un libro sobre un secuestro y un monstruo

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Escritora consumada, concept artist en ciernes y adicta al trabajo. Do...


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Imágen destacada - La casa al final de Needless Street: opinión de un libro sobre un secuestro y un monstruo

Al otro lado de la calle, escondido detrás de una casa llena de polvo y maleza con las ventanas tapiadas por oscuros tablones de madera, se esconde un monstruo. Este monstruo no se ha escapado de los cuentos clásicos con los que tus padres te desean buenas noches desde tu cama, aunque sin duda comparte ciertas características porque hay quien dice, que también devora niñas.  

La casa al final de Needless Street es una obra retorcida, por momentos inquietante y sin lugar a dudas muy recomendable con la que Catriona Ward nos sirve el terror de bandeja de plata. Es posible que lo que vayas a digerir parezca el típico thriller trillado con pistas a la vista, pero cuidado, porque nada es lo que parece en este librito de tapa blanda que ha sido capaz de ponerme los pelos de punta en más de una ocasión. 

Argumento de La casa al final de Needless Street 

Una niña ha desaparecido una apacible tarde de verano en un lago lleno de gente. Poco a poco, conforme pasan las semanas, la falta de pistas se convierte en una nube oscura que destroza todo lo que toca: la vida de Karen, policía de pueblo acostumbrada a casos más pequeños; la de la familia de la pequeña desaparecida; la de Dee Dee, su hermana y sobre todo la de Ted: un hombretón grande que la prensa destacó en primera plana como uno de los principales sospechosos. 

Está claro que algo no anda bien con Ted: vive encerrado en su gran caserón, con las ventanas tapiadas por enormes maderos y con su gata Olivia como única compañía. Ted bebe mucho, especialmente cuando los fines de semana su hija, una niña de la edad de la desaparecida, ronda por la casa… 

Una novela de personajes inquietantes 

Catriona Ward nos presenta, envuelto en un lazo azul, una novela con tintes oníricos y surrealistas basada en tres narradores principales: Dee Dee, una joven obsesionada con la desaparición de su hermana; Olivia, una gatita que pasa el día dentro de casa y el infame Ted. Y es que la autora juega continuamente con las emociones de los lectores obligándoles a tomar partido y a ser testigos de una serie de torturas y crímenes pasados capaces de ponerle los pelos de punta a cualquiera. Como ya hizo en su día Michael Hanneke con Funny Games, La casa al final de Needless Street convierte al lector en un cómplice pasivo y explota al máximo el morbo que tiene cualquier persona en busca de detalles jugosos de un crimen o un asesinato truculento. 

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No está muy profundo. Me gusta desenterrar a este de cuando en cuando para mirarlo. Desenvuelvo el plástico. El vestido yace en mis brazos, de un gris claro a la luz pálida de la luna. Ojalá pudiera verlo otra vez al sol, con su verdadero color, el azul marino oscuro del océano, como en las fotos. Pero no puedo hacer esto durante el día, claro. 

Para ello, la autora, una auténtica genial en lo que hace, se basa en los prejuicios y el conocimiento general que tenemos todo el mundo sobre los secuestros a menores, las investigaciones y el típico perfil psicológico del zumbado que le haría daño a niñas pequeñas. Cada capítulo salta de un personaje a otro, ofreciéndonos una perspectiva en primera persona de la joven obsesionada por la justicia que busca incansable a su hermana; de la gata de Ted (Olivia), y del hombretón encerrado en su casa. 

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Dee Dee representa el arquetipo de heroína de thriller americano ignorada por la policía. En sus capítulos podemos ver cómo Karen, su principal contacto en la investigación por la búsqueda de su pequeña hermana Lulu, es una mujer cansada que, aunque no se dice explícitamente, mantiene una comunicación frecuente con Dee Dee simplemente por pena. De esta forma, la autora emplea el arquetipo novelístico del crimen emocionalmente devastador que a la policía no parece importarle para generar un sentimiento de profunda injusticia y búsqueda de respuestas en la mente del lector. 

Esto se agrava precisamente por el hecho de contar con Dee Dee como narrador en primera persona y ver cómo este despiste de un par de minutos destrozó la vida de una familia feliz. La joven, obsesionada con solucionar un increíble mal del que ella misma se siente especialmente culpable, dedica su vida a resolver el caso. Obsesionada con que su hermana sigue viva, cautiva en alguna parte, busca al hombre que la prensa retrató como el sospechoso número uno a pesar de haber sido descartado por la policía. En la retorcida y desesperada mente de Dee Dee, solo encontrando a Lulu sana y salva y volviendo a ser una familia podrá expiar su falta. 

Es fácil identificarse con Dee Dee: es joven, no ha logrado nada en su vida y está completamente sola. Es una outsider, una marginada decidida a hacer lo que haga falta por descubrir al secuestrador de su hermana. La autora trabaja la construcción del personaje hasta tal nivel que llega a implementarle pequeños detalles propios de las personas que sufren de un trastorno de ansiedad generalizada, como el hecho de que siempre lee el mismo libro (las personas con ansiedad suelen ver las mismas películas una y otra vez o leer los mismos libros porque el hecho de saber lo que pasará les reconforta). 

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Cuando termina, abre el libro al azar y sigue leyendo. Nunca lee otro libro. Le gusta leer, pero nunca se sabe lo que te va a hacer un libro, y no puede correr el riesgo de bajar la guardia. Al menos, los protagonistas de Cumbres Borrascosas entienden que la vida es una terrible elección que hay que hacer día tras día. «¡Déjame entrar! ¡Déjame entrar!», suplica Catherine. 

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Bien es cierto que en mi opinión el personaje de Dee Dee podría haber dado mucho más juego, especialmente por la gran cantidad de espacio que se le da en la novela para el escaso efecto que ejerce sobre la propia trama. No podemos ignorar que si Dee Dee no hubiera aparecido en la novela, esta habría transcurrido igual y habría tenido la misma conclusión, pero el personaje contribuye a dotar de credibilidad a la historia y de aportar el toque de thriller siniestro que tan bien le va.  

Recojo los pájaros vivos. Se apelotonan en mis manos, en una masa palpitante. Son como un monstruo de mis pesadillas, con ojos y patas por todos lados, los picos muy abiertos. Trato de separarlos y las plumas se separan de la carne. Los pájaros no emiten sonidos. Puede que eso sea lo peor. Los pájaros no son como las personas. El dolor los deja en silencio. 

El segundo personaje con el que nos encontraremos es Olivia: la gatita de Ted, obsesionada por tranquilizarlo y por hacer que se vea a ojos del lector como un ser humano y no como el monstruo que desde la primera página nos dicen que es. Olivia, a pesar de ser un gato, tiene una voz interior humana. Al igual que los felinos de Haruki Murakami, la mascota de Ted tiene muy claro lo que considera justo y lo que no y adolece cuando su dueño, poco cabal, no le da de comer. Su presencia parece completamente accesoria en el libro, pero en el fondo tiene un toque más que inquietante: Olivia adora a Ted y solo ve su parte buena y mientras todo en la obra te indica que estás delante de un secuestrador y asesino perturbado, la presencia del animal contribuye a aportar un contrapeso a toda la historia. 

Ted: monstruo y amigo del vecindario

Y entonces llega Ted: el pilar de la obra y lo que da verdadero sentido a La casa al final de Needless Street. Ted es un auténtico desastre: un hombre que se nos presenta como alguien peligroso desde la primera página. Lo primero que nos cuentan de él es que su tamaño corporal asusta: no solo es alto y gordo sino que además le faltan jirones de pelo en la cabeza y tiene una larga y brillante barba pelirroja. Todo lo que sabemos a partir de ese punto, deja de cuadrar y de tener sentido: y ahí es donde radica la magia, porque este narrador tan poco fiable, que a menudo introduce terceras voces y que modifica las descripciones de la estancia a plena voluntad, es, como poco, inquietante. Sabemos que al parecer tiene una hija que le visita los fines de semana, pero es difícil imaginarse a Ted, un soltero empedernido incapaz de comunicarse con otros seres humanos, teniendo una hija con una mujer. Ted bebe desmesuradamente, nunca sale de casa (a excepción de sus visitas al “hombre bicho”, que es como llama a su psiquiatra) y tiene accesos de violencia brutales. 

Además, tiene muchos secretos. Secretos oscuros que impiden que abra las ventanas de su casa o que deje entrar a nadie. Secretos que lo protegen de que la gente sepa realmente cómo es. 

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—¿Esta es su única residencia, señor Bannerman? No tiene otras propiedades cerca de aquí? ¿Una cabaña en el bosque, algo por el estilo? 

Se secó el sudor del labio superior. La preocupación le pesaba como un yunque en los hombros. 

—No —dije—. No, no, no. 

Si le contara lo del lugar de los fines de semana, no lo entendería. 

Ted cierra la puerta de su casa con llave cada vez que entra o sale, y ha instalado tres cerrojos de seguridad. Queda con mujeres a través de un perfil falso de una web de citas y luego las acecha desde una esquina, observándolas en silencio, mientras ellas se desmoronan al ver que el caballero del chat no se ha presentado. Es artero y extraño, rodeado de mil normas que lo hacen turbador y alarmante y que lo posicionan desde un primer momento en la mente del lector como alguien que claramente no está bien. 

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Pero ojo, porque en La casa al final de Needless Street cualquier juicio de valor puede volverse rápidamente en tu contra. Catriona Ward confunde, despista y juega con los dobles sentidos, generando varias micro historias en cada personaje y soltando casi por accidente, pequeñas pistas que nos guiarán hacia conclusiones retorcidas y crueles. 

Catriona Ward domina el arte de la narración, eso está claro. 

Desde el primer momento en el que tus ojos caen en las primeras líneas de La casa al final de Needless Street sabes que te encuentras ante una maestra de la narrativa. La autora inicia su obra con un potente cliff-hanger y va bordeando alrededor de las vidas de los involucrados en la desaparición de la niña del lago de la misma forma en que lo hacen los populares documentales de Netflix sobre crímenes truculentos. Esto es: centrándose en las emociones, involucrando al espectador y soltando pequeñas pistas, casi como por despiste, que guíen al lector a menudo en la dirección equivocada. 

Hoy es el aniversario de la Niña del Helado. Fue junto al lado, hace once años. La niña estaba allí y de repente ya no estaba. Siempre es un mal día cuando descubro que hay un Asesino entre nosotros.  

Mi opinión sobre La casa al final de Needless Street 

Soy toda una novata en cuanto a obras de terror se refieren. Y este libro, que retorcidamente se te presenta como un thriller para luego empezar a poner frente a tus ojos todo tipo de sucesos, pensamientos y sentimientos deleznables y grotescos, ha sido una experiencia completamente nueva. Catriona Ward se sube al podio de las autoras más idóneas para leer en este mes de tinieblas con una obra que se introduce en la mente de un aparente psicópata mientras te hace preguntarte, una y otra vez, si las respuestas son tan obvias y tan sencillas. 

El comienzo es lento y algo dificultoso ya que Ward necesita sentar muy bien el terreno para que luego sus diferentes giros y quiebros de guion sean razonables y creíbles; y es cierto que los capítulos de la gata Olivia por momentos me parecía que desentonaban con el resto de la atmósfera podrida, retorcida y enfermiza del libro, pero conforme vas avanzando en la trama y llegas a la segunda mitad te das cuenta de que todo tenía un por qué. Todo tiene un sentido y yo como lectora, que me creo tan lista, con mi portaminas y mis washi tapes preparados para encontrar cualquier incoherencia en el texto, tengo que confesar que me quedé sin respiración varias veces en el transcurso de la lectura; que se me puso el estómago al revés con muchas descripciones y que me ha costado dios y ayuda hacer esta reseña intentando revelar lo menos posible de una trama que tenéis que descubrir vosotros mismos. 

¿Mi recomendación para ello? No cerréis las puertas y las ventanas: es posible que el mal que La casa al final de Needless Street te provoque ya esté dentro. 

1 comentarios en este post

Y
Yolanda13 Octubre 2021Responde
Siempre he dicho que la vida de los asesinos en serie es durilla: escondidos en lugares putrefactos, de noche, pasando frío, haciendo llamadas a las tres de la mañana en plan "jaque en tres jugadas", vigilando, escondiendo sus muertitos...No tiene mala pinta esta novela, quizá me anime. Besote

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