La buena suerte, Premio Nacional de las Letras Españolas, es una novela de ficción contemporánea escrita por Rosa Montero que gira alrededor de un único tema: la forma con la que los seres humanos nos enfrentamos a los golpes de la vida y cómo debemos aprender a ser felices.
Este análisis carece de spoilers.
Argumento de La Buena suerte
Pablo Hernando, arquitecto de éxito, está convencido de que su vida es un infierno. Agobiado por su pasado y desesperado por huir y dejarlo todo atrás, decide bajarse en una parada del tren aleatoria, comprar un piso cochambroso que ha visto desde la estación y empezar una nueva vida sin decirle a nadie dónde está.
Quiere castigarse con la fealdad de pueblo Pozonegro en el que ha ido a parar, con el horror del piso y con su propia autocompasión. Sin embargo, su vecina la joven Raluca, no le hará fácil la tarea de desaparecer. Raluca está convencida en que la vida merece la pena ser vivida desde una perspectiva optimista y positiva, y con su arrebatador estallido de energía irá sacando poco a poco a Pablo de su hermetismo y autocompadecimiento.
Desmitificando el éxito profesional como forma de obtención de la felicidad
La buena suerte de Rosa Montero se suma a la gran oleada de obras de ficción que están apareciendo últimamente en todos los campos artísticos que se oponen directamente al manoseado tantra de “persigue tus sueños profesionales para alcanzar la felicidad”. Al igual que la recién estrenada película de Disney Pixar, Soul, La buena suerte llama a la calma e invita a reflexionar sobre dónde podemos encontrar la felicidad o, más en específico, cómo podemos reformular nuestros pensamientos para sentirnos afortunados.
Así, entre un abanico de personajes creíbles, rudos, poderosos y cargados de una enorme cantidad de defectos que los humanizan hasta hacerlos prácticamente palpables, Rosa crea a Raluca y a Pablo como dos partes opuestas de formas con las que enfrentarse a la vida. Raluca, abandonada cuando era solo un bebé, ha tenido una vida claramente miserable: ha pasado de casa en acogida a casa en acogida, su ex-novio era un miserable que ha estado en la cárcel y no tiene verdaderos amigos en su trabajo. Sin embargo, Raluca es feliz. A través de los brevísimos capítulos en primera persona con los que la autora agiliza la lectura y hace accesible la obra, Raluca nos va mostrando su esfuerzo consciente por ver el lado bueno de las cosas. Así, perdona a su madre por su abandono, convierte la adopción fallida en una oportunidad de evitar un hogar lleno de malos tratos y a su ex en simplemente un escalón hasta encontrar el amor. Raluca solo espera cosas buenas de la vida y de la gente, y con esta implacable convicción se va dirigiendo a lo largo de la vida, ayudando al resto.
Este optimismo congénito y afianzado de Raluca podría haber desembocado en un personaje flojo y poco convincente que viviese su vida a expensas de agradar al resto; sin embargo, Rosa Montero es capaz de darle verdadera fuerza y coraje, haciendo a Raluca enfrentarse a todo tipo de desencantos y matones con la cabeza bien alta. Para mí, que poco a poco me iba enamorando del personaje de Raluca conforme leía la obra, el libro es una declaración de intenciones sobre el coraje necesario para enfrentarse con optimismo a la vida.
—¡Que suerte! Yo es que siempre he tenido muy buena suerte, ¿sabes? Y menos mal que soy así de afortunada, porque, si no, con la vida que he tenido, no sé qué hubiera sido de mí.
El optimismo de Raluca raya casi en el fanatismo: está tan obsesionada por ver las cosas desde una óptica favorable, que cuando nos introducimos en su cabeza es fácil empatizar como lector con el propio Pablo que, asombrado, se pregunta cómo es posible que piense de esa forma.
Pablo, por el contrario, es un fatalista. Habiendo obtenido el éxito en todos los campos de su vida, arrastra sobre él la convicción de ser incapaz de amar. Esto, sumado a su pasado traumático, ha generado en él mismo un trastorno de ansiedad y paranoia contra el que lucha casi a diario desde hace años. De esta forma, Pablo ha memorizado decenas de formas para sobrevivir a accidentes y catástrofes de todo tipo: desde caer en unas arenas movedizas hasta sobrevivir a un terremoto. Su forma de escapar a la ansiedad se basa específicamente en el control, lo cual inevitablemente le ha derivado en una obsesión maníaca con la limpieza. En ese sentido, la autora es capaz de construir un personaje convincente y creíble dentro de las diferentes fases de su depresión ya que nos muestra cómo la enfermedad le genera una indolencia tal que le impide limpiar u ocuparse de sí mismo durante varios días.
La depresión y la lucha por la supervivencia: lo mejor de la obra
La representación de la depresión, como hemos dicho, es con diferencia uno de los puntos fuertes de la novela. Y es que la obra no gira alrededor de tópicos, no se autocompadece a sí misma ni emplea un tono trágico con el que hablar de ella. Sin mencionarla ni una sola vez a lo largo del libro, es capaz de hacer comprender muy bien al lector cómo la semilla de la depresión se instauró en el cuerpo de Pablo doce años atrás y ha ido ramificando hasta impedirle realizar cualquier tipo de actividad o de acción que le permita salir del pozo oscuro en el que ha caído.
La llegada de Pablo a Pozonegro coincide con un momento de extrema depresión y hundimiento personal para él. Incapaz de trabajar sobre sus propios miedos y de comprender cómo se siente, Pablo destruye con su hermetismo su futuro en el estudio y daña a varias personas de su alrededor por su incapaz de ver más allá de sí mismo. Al igual que en la vida real, nadie comprende la actitud de Pablo o su comportamiento, y desde Regina, su antigua socia, a la gente de Pozonegro, rápidamente se lanzan a culparlo y a exigirle una explicación que ni él mismo comprende.
Es especialmente ilustrativo el hecho de que en Pozonegro sea donde Pablo encuentre finalmente la redención y la felicidad. El lugar, sucio, oscuro y decadente, es una manifestación perfecta del mundo interior de alguien con depresión: lúgubre, inclemente en verano y lleno de mala gente. Dentro de Pozonegro, nadie es amable, nadie es feliz: desde Carmencita, la tóxica compañera de trabajo del Goliat donde trabaja Raluca, hasta Benito el que le vendió el piso o incluso el director del banco. Así, la figura de la mujer gótica que va arrastrándose escena tras escena parece ser providencial y condensa en su ser toda la negatividad de Pozonegro en ella misma.
El mensaje de la autora, de nuevo está claro: puedes llegar a encontrar la felicidad en cualquier parte, solo tienes que buscarla.
Mi opinión sobre La buena suerte
Hace mucho tiempo, en una biblioteca pública del pueblo donde yo vivía, me recomendaron tres libros: Liberad el feminismo, 10 ingobernables: Historias de transgresión y rebeldía y Pasiones, de Rosa Montero. La experiencia de lectura fue magnífica y Pasiones me apasionó tanto que estaba deseando leer algo más de Rosa Montero. Estaba convencida de que La buena suerte, ganadora de un premio literario y además segunda edición, sería una de esas obras que nunca olvidaría. Desgraciadamente no ha sido así.
La buena suerte es un libro magníficamente bien escrito y está claro que Rosa Montero se siente muy cómoda a la hora de crear capítulos cortos y adictivos y personajes muy bien construidos. Pero aunque Pablo resulta fascinante al principio de la obra, conforme vas avanzando en la misma te das cuenta de que hay una ausencia importante de conflicto y que lo único que te impulsa a avanzar leyendo es descubrir quién es Marcos o qué pasó con él para despejar esa incógnita del puzzle.
El libro es sin lugar a dudas entretenido, pero carece de sustancia, carece de un clímax al final, de un momento de suma tensión, de simplemente un proceso que haga que la obra genere poso dentro de ti y acabe cambiándote de alguna manera tras su lectura. Sé que pronto olvidaré a Pablo y a Raluca, y la verdad es que es una pena.
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