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NOTA: 8

La bahía del espejo, opinión de una obra llena de sombras y espejismos

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Escritora consumada, concept artist en ciernes y adicta al trabajo. Do...


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Imágen destacada - La bahía del espejo, opinión de una obra llena de sombras y espejismos

Sabía que Catriona Ward no iba a decepcionarme. Lo sabía y aún así decidí, en uno de mis momentos más oscuros y ansiosos, adentrarme en La bahía del espejo esperando que, como el resto de los libros de la autora, fuera una historia que va in crescendo hacia un terror psicológico enrevesado y enfermo. Y sin embargo, lo que me encontré dentro de sus primeras páginas me llenó de inquietud desde el primer instante.

La bahía del espejo es el libro del metalibro, que como una muñeca matroshka, va desenrollándose capa tras capa ante los espantados y espero que ojipláticos lectores, dejando, tras de sí, un poso con olor a sangre y a sal.

La casita costera y el triángulo de amistad: un verano en 'La Bahía del Espejo

Escribo esto con el corazón hecho un puño en el pecho, helada y aislada en una casita de campo similar a la que Catriona Ward describe siempre en sus obras. El frío y la soledad son los ingredientes con los que la autora comienza a construir cada una de sus historias. Y esta empieza en Nueva Inglaterra, en una casita costera herencia de un tío lejano del que Wilder, el protagonista, ya ni se acuerda.

Wilder es como tú y como yo: un adolescente sin amigos, al que le hacen bullying en el colegio, con demasiada ansiedad social como para creer que en algún momento hará amigos, que alguien lo aceptará como es con sus enormes ojos de insecto, que hará amigos. Por eso ese verano es tan especial: porque conoce a la preciosa Harper, pelirroja y destructiva, que bebe sin parar sobre los botes de los barcos o en la playa arañándose las rodillas pálidas con las piedras y la arena. Y a su lado está Nat, un joven de la zona, el tercer vértice de un triángulo perfecto. Porque en seguida Wilder y ellos se hacen amigos. Porque pronto Wilder encuentra en ellos el hogar que nunca ha tenido.

TODO
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¿Qué importa si a cambio tiene que acompañarlos a una cueva donde se rumorea que descansan las almas de tantas mujeres ahogadas a lo largo de los años? ¿Qué más da si es víctima de alguna broma pesada, si debe acompañarles al prado donde la piel se le pone de gallina y luego tiene pesadillas con las voces que parecen susurrar las ánimas perdidas entre los huecos de las rocas de la costa? Wilder es feliz. Tiene amigos, y eso es lo único que le importa.

Este mundo es muy duro. Necesitamos algo mejor. Necesitamos libros.

Incluso se permite desoír esa historia inquietante que se repite una y otra vez en el pueblo: la de cómo, el verano pasado, un hombre desconocido se colaba en las casas de los vecinos y sacaba fotografías de los niños durmiendo, poniéndoles un cuchillo en el cuello, y cómo antes de irse, dejaba una polaroid como prueba de que había estado allí encima de la mesa de la cocina.

Una ambientación inquietante: las piezas que no encajan, la ansiedad que yo siento.

Catriona Ward crea con la magnificiencia que la caracteriza una obra intranquilizadora desde el primer momento, donde todos los personajes guardan un misterio o manías extrañas que los hacen ser susceptibles, ya no solo de ser el hombre del puñal, sino de guardar un mal primigenio en el interior de su alma. Así, el padre de Wilder desaparece cada noche y evita todo lo posible pasar tiempo con su madre y con él; Harper realiza brujería negra y su sonrisa tras las llamas es la de un animal con muchos dientes; Nat se niega a entrar en las casas de la gente y alrededor del mar y de la costa de la casita, parece nadar una diosa ahogada que de alguna manera nos recuerda a la idea bíblica del Leviatán.

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Nada provoca tanta ira como saber que nadie te ve.

Y es que entiendo a aquellos que dicen que es la mejor obra de Catriona Ward hasta la fecha, ya que es, con diferencia, la que mayor tensión psicológica y dramática imprime a los escenarios y a los personajes. De esta forma, o al menos tal y como yo viví su lectura, el primer estado de inquietud que te generan esas piezas que no encajan, esas historias contadas de forma rápido y superficial sobre las mujeres ahogadas, la idea de la diosa ahogada arrastrándote al fondo del océano y del hombre del puñal como reminiscencias de peligros del pasado que pueden o no llegar a repetirse, dura realmente poco antes de que la autora empiece a desplegar ante ti una serie de catastróficos descubrimientos, muertes y detalles escabrosos que dejan profundamente traumado a un Wilder ya propenso a la ansiedad.

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Nadie me había dicho que la pena se parecía tanto al miedo.

TODO
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Y ahí es cuando la autora coge su maestría creando personajes duales donde el bien y el mal más enquistado y repugnante oscilan a partes iguales dentro del cuerpo de niños como había hecho con La pequeña Eve y empieza a trabajar el desarrollo de Wilder desde una perspectiva basada en el trauma recibido en Nueva Inglaterra. Y acompañaremos a un chico que se medica, que toma ansiolíticos a puñados en busca de un escape, que tiene pánico a la oscuridad y los sitios cerrados, condenado al ostracismo que ser diferente y necesitar ayuda provoca entre los universitarios que le rodean.

Wilder, que es un personaje casi de tipo reflejo, que no reacciona de forma moralmente reprobable y que está hecho para que tú, como lector, puedas identificarte en él: en su soledad y miedo al rechazo, en su obsesión por encontrar respuestas en el pasado y, sobre todo, en su insomnio vengativo y molesto que Catriona describe con una maestría espeluznante, dotándolo de una sintomatología física que lo paraliza, lo ciega y lo atrapa como haría este tipo de trastorno en la vida real.

La metanovela: la obsesión del escritor empapa las páginas y traspasa al lector en La bahía del espejo

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Si algo aprenderemos leyendo la novela es que Catriona Ward ha sido brutalmente honesta en esta novela al abordar el germen y el cultivo que rodean a los escritores como ella. Y es que La bahía del espejo, más que de un crimen, trata acerca de cómo lo procesan las personas que fueron testigos de su brutalidad y cómo buscan, a través de la escritura, redimirse.

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Yo ya no podía más. Iba a clase a toda prisa para que los demás no me pararan por el pasillo, o me llevaba un libro a la hora de comer para que no me miraran a los ojos. Así, al menos podía fingir que no oía lo que decían de mí. Tenía las manos rojas y despellejadas de retorcer la ropa para escurrirla, las corbatas empapadas de agua del retrete y lejía, a veces de otras cosas. […] Algún día tiene que terminar. Aguanta, me digo una y otra vez. Luego iré a la universidad, y todo será diferente. Voy a escribir libros.

Ahora, sin caer en spoilers, la obra funciona como una muñeca matroshka donde solamente el lector que ha llegado al final es capaz de desentrañar las piezas del puzzle que ha montado la autora para mostrarte que hay algo que no concuerda, que no es correcto y que lleva toda la novela avisándote de que, de alguna manera, tú solito como lector te has metido en el agua y has dejado que la marea te arrastre tierra adentro hasta ser incapaz de volver a la costa.

En ese sentido, la obra se carga de metáforas sobre nadadoras atrapadas en un mar de medianoche braceando hasta un puntito de luz que creen que es el muelle; de juegos de palabras que recuerdan el mecanismo de defensa contra la ansiedad de Skylar y Wilder, de visiones y apariciones con tinta verde derramándose de forma natural y líquida sobre el texto.

Y entre todos ellos, las reflexiones de Catriona Ward sobre lo que significa ser escritor. Y esto lo hace de nuevo a dos niveles: el más evidente, a través de los personajes que escriben y que se obsesionan por poner lo ocurrido en la bahía dentro de sus páginas y que se enfrentan a los temores típicos de un autor, y otro a un nivel de metalenguaje a lo largo de fascinantes citas y reflexiones de Wilder.

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Los escritores somos monstruos, de verdad. Devoramos todo lo que vemos.

Así, nos encontraremos con los temores más elementales de un autor representados en la obra: el miedo a fracasar, a no escribir nunca una obra tan buena como la primera, a la página en blanco, a no encontrar el foco de la historia o ser denunciado y vilipendiado por la crítica. Y dentro de este trauma y temor, va perfilando poco a poco los principios fundacionales de lo que Catriona considera que forma parte de la estructura de un buen escritor: el haber sufrido un terrible trauma en el pasado como forjador de carácter, el monstruo que llevan dentro aquellos que dedican su alma a contar historias, los fantasmas de los personajes que mutan con las notas y se aparecen al lado de tu cama.

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Y una no puede evitar preguntarse… ¿es esto, Catriona? ¿Es esto lo que te ha hecho a ti tan brillante como escritora?

Mi opinión de La bahía del espejo

La bahía del espejo es, sin lugar a dudas, un libro complicado. Su primer tercio consiguió golpearme directamente en la boca del estómago y hacer que empatizara hasta un punto capaz de sumergirme en un balanceo de tristeza al comprender la soledad de Wilder, su necesidad de encajar, su obsesión por encontrar amigos que realmente lo entiendan.

Aquí es donde realmente creo que brilla la obra, ya que a lo largo de estas primeras 150 páginas, Catriona Ward desenmaraña una trama de personajes que evolucionan a toda velocidad, con sus claroscuros y sus miedos y dota, asimismo a la narrativa, de fascinantes e intranquilizadores giros de guion capaces de dejarte un pelín inestable.

A partir de esta primera introducción y del paso de Wilder por la universidad, la obra toma un giro más introspectivo y melancólico. Y es que la trama, una vez pasado el trauma, se centrará más en las maneras en las que los personajes procesan este trauma de sus mil y retorcidas maneras. Y, es cierto que a mí personalmente, acostumbrada a los golpes de mesa de la propia Catriona, me sorprendió no encontrar un gran golpe emocional al final de la obra.

Lo que sí que es cierto es que, juzgando en retrospectiva, La bahía del espejo es una novela capaz de provocar poso e intranquilidad y hacer que la observes de lejos, pensando en todas las pistas que la autora ha ido dejando a la espera de que el lector recapitulara, inquieto tras digerir las verdades escondidas bajo dos capas de narrativa, que por fin llega a procesar al final.

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