Esperando a Marlene es una novela psicológica que en un primer momento, por su edición y por su título, no parece esconder la explosión psicológica y mental que oculta, pero que en cuanto te introduces en ella acabas sumergido en sus giros, quiebros y cambios de sentido.
Argumento de Esperando a Marlene
Estefan no recuerda en qué día vive. Por no recordar, ni siquiera sabe exactamente dónde está. Cada semana se reúne con una mujer llamada Teresa que, con mucha paciencia, va apuntando sus respuestas y sus delirios. Delirios de que vuelve a ser un niño, que vuelve a estar con su mujer Marlene, que la vida no se ha interrumpido de golpe y que él, nunca jamás, la asesinó una fría tarde cualquiera.
Antes de nada, ¿quién es Álex Vollmer? ¿De dónde ha salido?
La edición de Esperando a Marlene es modesta pero con buen gusto. Llama la atención por la idónea elección de la silueta del test de Rorschach en azul y morado con el que a principios del siglo pasado se evaluaba la personalidad de una persona sometida a un examen psicológico. Pero sobre todo lo que salta a la vista es la profesionalidad con la que está escogida la encuadernación y el diseño de las tapas.
Samarcanda no suele tener unos diseños tan minimalistas y equilibrados. Y no me vayáis a malinterpretar, eso no quiere decir que no impriman portadas bonitas, pero es que la de Esperando a Marlene salta a la vista no solo por la elección del azul (un color frío, deshumanizado y muy pacífico) y el morado (que en Occidente asociamos a los mártires, algo que cobrará especial significado cuando acabéis la obra), sino que también las mezclas tipográficas son… realmente exquisitas.
Y cuando abres la tapa y te introduces en mitad de una obra de una chica llamada Alex Vollmer de la que no sabías nada y que sospechabas que se trataba de una novel más, el estilo elegante y poético de su forma de redactar es capaz de hacer que te sacudas en la silla, confusa por un momento. Y entonces una oscura sospecha empieza a cernirse sobre ti. Es posible que Alex Vollmer se trate de una de esas raras escritoras polifacéticas capaz de redactar bien y diseñar mejor. Es posible que Esperando a Marlene sea la revelación que esperabas esta semana después de lecturas sosas e insípidas. Y lo mejor, es que no me equivocaba.
Una novela psicológica escrita en primera persona.
Esperando a Marlene se enfrenta al terrible reto de meternos en la cabeza de un enfermo mental que sufre continuos delirios y que nosotros, como lectores, nos sintamos tan ubicados dentro de sus paranoias como confusos estamos al escuchar las preguntas de la psiquiatra. A través de las sesiones con Teresa iremos viviendo y conociendo el pasado de un hombre que desde un primer momento se confiesa como un auténtico enamorado y apasionado de su mujer: una joven brillante y preciosa que lo ama con locura y a la que llama Marlene.
El problema y la dificultad de la novela radica precisamente en el hecho de ver todos los sucesos desde la óptica de Estefan, de cómo conjuga su mente la presencia de su psiquiatra en la sala con su retroceso a su infancia y cómo su mente va encontrando atajos y desvíos para no enfrentarse a los temas críticos que acabaron en un primer momento con su salud mental.
Todo ello va acompañado de continuas pérdidas de memoria, de interés o incluso de consciencia con las que Estefan se evade y hace desaparecer el núcleo de la acción al lector. Y a pesar de ello, en ningún momento te notas confundido. El continuo divagar de los pensamientos de Estefan y su forma poética de expresarse provoca que en cualquier momento suelte una revelación que haga que todo lo que creíste saber sobre el universo de Esperando a Marlene se sacuda y ya no sepas realmente qué es real y qué no. Y eso, sumado a las escasas 165 páginas de las que se compone la novela, hacen que al final tengas que devorarla de una sentada.
Y puede parecer que la obra no avanza hacia ninguna parte, ya que no cuenta con una presentación, un nudo y un desenlace al uso, pero el cambio en la medicación de Stefan y los avances en la terapia serán lo que hagan precipitarse un final que, no podría haber sido de otra forma, resulta vertiginoso.
La bondad en la mente de las personas y la figura de la Virgen María (spoilers a partir de aquí)
Conforme la realidad se va intercalando como pequeños retazos de claridad que no hacen más que arrancarte sorpresas como lector, vamos viendo la verdad detrás de la virginal y pura Marlene y detrás de ese santo hombre que tanto la quería y la adoraba. Y aquí, tal y como pone el título, voy a hacer spoilers. Prevenidos estáis.
Cuando uso la palabra “virginal” no es de forma alegórica ni con el fin de embellecer el análisis, sino que realmente Estefan adora el recuerdo de su amada Marlene de la misma forma con la que un creyente adora a la Virgen María o a una santa. La religión está presente de forma muy firme en la mente de Estefan: en cierto momento establece que solo Dios puede dictaminar algo sobre el matrimonio y a ella la describe continuamente con expresiones que se usan a menudo para designar a la madre de Jesús, hablando de su bondad y su pureza innata que la ponen, por tanto, lejos de todo mal y de todo pecado.
En cuanto empezamos a entrever frases reales de Marlene rápidamente nos daremos cuenta de que no es tan pura ni tan dulce, y para reforzar este planteamiento, la autora apoya las entradas de la mujer con palabrotas, exclamaciones o incluso momentos en los que demuestra una terrible crueldad.
Y de esta manera, la bondad y la pureza que nos vendía Estefan al principio de la novela, se desdobla para mostrarnos un hombre que era un maltratador y que gritaba como un loco, obsesionado con una niña de una forma tan enfermiza que hasta se masturba pensando en ella con apenas seis años.
No la dejaría marchar nunca.Le susurraría al oído que siempre sería mía y que nunca la dejaría marchar….
Un hombre que sigue los pasos de su padre (una estadística demuestra que los hijos de hombres maltratadores tienen una mayor probabilidad de convertirse ellos mismos en maltratadores), que fuerza a una joven hasta que la obligan a casarse con él y que continuamente se siente perdido en un mundo extremadamente conservador en el que importa más el qué dirán, el mantener a su mujer recluida en su casa y el machismo más opresivo que el preguntarle a su mujer qué necesita para ser feliz.
Y en medio de este trasfondo, Alex Vollmer juega con los adjetivos y con las palabras de manera que se entrelazan frente a nuestros ojos, empleando continuamente metáforas que nos permiten intuir el desenlace de la obra, como esta en la que nos transmite, sin decirlo directamente, el final de la muerte de Estefan:
Me tapé la boca y contuve la risa. Mis labios se llenaron de la tierra de mis manos.
Mi opinión sobre Esperando a Marlene
Como ya os he comentado arriba, Esperando a Marlene ha sido toda una sorpresa porque se trata de literatura de calidad, y después de varias decepciones literarias con las que me he topado, el hecho de poder introducirme en un texto tan complejo y al mismo tiempo así de profundo ha sido realmente refrescante. Después de leer las primeras páginas, tuve que marcharme al trabajo y estuve todo el día estresada deseando volver a casa para terminar el relato.
Es una obra que tiene que disfrutarse lentamente, degustándola, sin lecturas apresuradas ni buscando rápidamente la acción o los diálogos. Sí que es cierto que quizás yo habría eliminado la información de la contraportada como hizo la gente de Gigamesh con Crepuscular, ya que es cierto que saber que Estefan ha asesinado a su mujer o que esta ha matado a su hijo hace que desde el principio creas que Marlene está muerta y que nunca volverá a por él, y si no lo supieras todavía podrías llegar a creerte que ella volverá, lo cual generaría una sorpresa al descubrir que ha muerto y otra más al saber que está viva.
Y también es cierto que el principio es mucho más potente que el final. Las escenas con las que Alex Vollmer arranca, confesándonos cómo Estefan se masturba con el recuerdo de una niña pequeña o sus ataques, son mucho más violentos en la presentación de los personajes que en su desenlace, de manera que pierde un poco de fuelle en su final.
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