Sarah acaba de separarse tras muchos años de matrimonio y vuelve desde Estados Unidos a Inglaterra, a casa de sus padres, a pasar las vacaciones. Por casualidad, conocerá a Eddie y pasarán una semana juntos antes de que él se vaya de vacaciones a España. En esa semana conectarán de una manera profunda pero compartirán poca información personal. Convencidos de volver a verse a la vuelta de Eddie, dejan pendiente para entonces el relato más detallado de sus respectivas vidas. Así, se despiden con la promesa de seguir juntos. Pero al finalizar las vacaciones de Eddie, Sarah sigue sin recibir noticias de él, que aunque prometió llamarla nada más llegar, no lo ha hecho. Sarah, incapaz de creer que ha sido engañada por él y por sus propios sentimientos, intenta ponerse en contacto por todos los medios y empieza a creer que algo le ha pasado para no poder llamarla.
?Te llamo luego?dijo. No sé muy bien a qué hora, pero te llamaré. Te lo prometo.
Sonreí. Era todo un detalle de su parte querer librarme de ese miedo atávico y hosco a que otra persona no te llame. Pero ya sabía que me llamaría. Sabía que cumpliría todo lo que me había prometido.
Agobiada, y con otros problemas a su alrededor, Sarah baraja mil posibilidades para intentar explicarse por qué Eddie no ha llamado. Sus amigos intentan mantener los pies en la tierra y hacerle ver que, a lo mejor, se equivoca y no ha sido más que un rollo para él. Y que si no le llama, es porque no quiere verla. Negándose a aceptar esa posibilidad, Sarah se obsesionará cada vez más, haciéndole dudar de sus propias actos o decisiones.
?Un teléfono que no suena hace aflorar lo peor de uno ?aseveró?. De todo el mundo.
Lo que ninguno de ellos espera (y nosotros tampoco) es que al conocerse, Sarah y Eddie han abierto puertas que debían permanecer cerradas.
Con un estilo muy cuidado, dulce, pausado pero no sin falta de ritmo y humor, Rosie Walsh nos transporta a la campiña inglesa, donde nos encontramos con una oveja celestina, un hombre conversando con ella en mitad de un prado y con rincones llenos de paz y de magia.
¿Qué harías si el amor de tu vida desaparece de la noche a la mañana?
Walsh plantea una historia romántica de dos personajes ya maduros, rondando los cuarenta, con un recorrido vital más extenso de lo que habitualmente ocurre en la romántica actual, con unas expectativas claras de lo que quieren a estas alturas de la vida. Y a su vez, sorprendidos con la fuerza con la que han sido alcanzados por el amor, para después hacernos ver cómo es el proceso desde la confusión y la decepción a las dos opciones que quedan: ¿Rendirse o luchar?
Sarah es una mujer que tras años de dejarse llevar por la corriente, recién separada, decide tomar el mando de su vida cuando aparece Eddie. Dejó Inglaterra años atrás empujada por una adolescencia con final traumático. Segura de dejar Estados Unidos para iniciar una vida con Eddie, ve cómo todo se viene abajo cuando no consigue hablar con él. Walsh explica muy bien cómo la segura Sarah se va viniendo abajo y cómo entra en una espiral de dudas, relatando muy bien esa confusión; esos fantasmas que vemos cuando creemos que alguien nos está haciendo luz de gas. ¿Ha sido real lo que he vivido? ¿Me he dejado engañar como una tonta?
Aparté la vista, avergonzada de mi aspecto. Y también asustada. Me había preguntado a menudo hasta qué punto eran conscientes los enfermos mentales del deterioro que sufrían. ¿En qué grado percibían su empeoramiento? ¿Cuán visible era para ellos la línea entre la realidad y la ficción antes de que se borrara del todo?
De Eddie, el desparecido, vamos recibiendo pinceladas por distintas vías. Pero todo lo que vemos configura un hombre bueno, sin dobleces, por lo que también nos resultará inexplicable su mutismo y compartiremos la paranoia de Sarah de que algo raro está pasando. Esos detalles de la semana que pasaron juntos empezarán a cobrar especial significado y nos harán dudar de todo y de todos.
Los secundarios están bien formados y elegidos con mucho acierto. A un lado y al otro del Atlántico, sus historias personales parecen no tener demasiada importancia en la narración principal, pero sus circunstancias y problemas condicionan los puntos de vista y las decisiones de los personajes principales, en mayor medida en el caso de Sarah. Nada de lo que les pasa está dejado al azar.
El orden en el caos
Las descripciones, de situaciones, lugares y pensamientos, son sencillas, sin demasiados adornos, pero resultan ligeras y agradables de leer. Esto hace que absorbamos muy bien el ambiente, el contexto y los pensamientos, sin que la lectura resulte pesada o lenta.
Este pequeño valle siempre me ha parecido un bolsillo trasero. Un lugar donde se guardan de cualquier manera toda clase de historias y recuerdos. Como viejos resguardos usados.
Walsh utiliza un estilo de narración a saltos, donde presente y pasado alternan capítulos. Pero a pesar de la complejidad, ha hilado la historia con la suficiente coherencia para que no te pierdas en la lectura. De hecho, esa estructura le permite jugar al despiste y hacerte creer una cosa cuando en realidad está pasando otra, sin sensación de confusión. Es por eso que en ocasiones sentiremos las ganas de volver a atrás y releer algún pasaje en concreto; no porque no lo hubiéramos entendido, sino porque a la luz de los nuevos datos, la lectura que hacemos de él es completamente distinta. Al igual que en la vida, las cosas son diferentes dependiendo del cristal con que se miran.
Leer El chico que nunca llamó es como hacer un puzzle del que no tienes la imágen completa. Primero sacas las piezas de las esquinas y vas formando el marco, imaginando qué forma tendrá al final. Entonces encuentras una pieza del centro, pequeña, pero muy significativa y crees saber cómo será la imagen final. Pero entonces aparece otra, que puesta junto a la anterior, cambia completamente la percepción que tenías del puzzle. Aunque las piezas van a apareciendo aleatoriamente, a veces sin sentido aparente, cuando tienes la imagen completa no puedes dejar de admirar su belleza, la magia de la configuración del puzzle y de reconocer todo lo que has disfrutado haciéndolo. O en este caso, leyéndolo. Y al final, nada falta ni nada sobra; el puzzle tiene las piezas justas para configurar esa preciosa imagen. No es ni demasiado complejo, ni demasiado sencillo. Ni demasiado grande, ni demasiado pequeño. El puzzle con el tamaño justo para disfrutarlo.
Esta ha sido una lectura que, sin resultar adictiva, ha despertado mi interés en cada momento y me ha transmitido a la perfección los estados emocionales por los que pasan los personajes de Sarah y Eddie. Sophie Walsh te empuja continuamente a sacar conclusiones que luego revienta a golpe de un nuevo enfoque de una misma situación.
El chico que nunca llamó es una historia de amor diferente, donde las dudas, los miedos, los hechos pasados y las cortapisas emocionales de sus protagonistas configuran una historia dulce y trágica, donde las sorpresas del destino, la fe en las segundas oportunidades y el miedo a las ocasiones perdidas te mantendrán en vilo hasta el final.
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