El estadounidense Brian Panowich creó una gran saga familiar con su debut Bull Mountain, la primera entrega de una serie de novelas que mantiene a la generación de los Burroughs como protagonistas dentro de un entorno lleno de violencia y de dramas familiares. Su medición de la intriga, la exposición agresiva de los sentimientos y emociones humanas y un estilo directo y crudo le otorgaron el premio International Thriller Writers a mejor primera novela en 2016 y el premio Pat Conroy a la mejor novela negra, así como la selección por parte del Georgia Center of the Book y varias nominaciones a otros galardones como el Townswend Book Prize o el Barry Award.
La mayoría de veces una larga lista de premios o nominaciones no nos dicen nada, pues más de una vez son un chasco para los lectores que, como yo, huyen de ellos y se apartan de los superventas y los aclamados por la crítica. Pero en el caso de Brian Panowich y su obra Bull Mountain ya os digo que están más que justificados.
El mundo es un lugar roto
En el norte de Georgia yace un condado donde el sentido del honor es retorcido y donde el mundo es un lugar roto. Reinando la familia de los Burroughs, Bull Mountain es un lugar hostil que comenzó sus andaduras criminales al comerciar con moonshine, después con marihuana y ahora con metanfetamina. Todo comienza en el desfiladero de Johnson donde Brian Panowich nos introduce las intenciones y a algunos de sus personajes, con una cronología de violencia infundada desde hace casi un siglo. El único objetivo es mantener un reinado de lazos familiares, pero cuando hay dinero y poder de por medio, qué podría salir mal... Exploraremos hasta dónde es capaz de llegar cada uno de los personajes para proteger, traicionar, honrar o destruir a su propia familia.
En Bull Mountain no hay espacio para la hipocresía. A lo largo de las páginas veremos cómo unos muestran su descontento o cómo otros no se molestan ni en disimular su indiferencia o desprecio en situaciones que lo requieren.
Rye clavó los talones en la grava y apretó los puños; iba a tener que zanjar el asunto.
Intercalando la narrativa de Burroughs a Burroughs a lo largo de los capítulos, una sangrienta odisea de tormentos interiores nos darán el lado más crudo del autor, observando la relación entre padres e hijos e introduciendo una estructura cinematográfica que recuerda a Donald Ray Pollock y su El banquete celestial. Y ya que estamos con los recuerdos (y que nos gusta comparar), podríamos asemejar la maestría de los diálogos, el miedo y la adaptación que esconden a la novela Letra torcida, letra torcida de Tom Franklin; a esa atmósfera de misterio que envuelve a la montaña para dejarla como protagonista y la trama asfixiante de Daniel Woodrell y su Bajo la dura luz, o al desmoronamiento personal que leemos en Caminos ocultos de la estadounidense Tawni O'Dell. Los giros argumentales vienen cargados de plomo y crueldad hacia todo aquel que ose traicionar al legado familiar, seas hombre, mujer o niño.
Brian Panowich nos deja una saga familiar bien construida y una narrativa sublime. En ella nos cuenta que los Burrought arrastran tres generaciones asentadas en el norte de Georgia, y ahora solo quedan dos hermanos que no se llevan en gracia. Por un lado tenemos a Halford, la mente detrás de la diligencia de armas, drogas y territorio, y Clayton, el sheriff que quiso huir a Waymore Valley para vestir el traje de la ley. Pero como en toda saga familiar necesitamos la narración del pasado, y de ahí nos llega una estructura narrativa que intercala capítulos entre presente y pasado para formar un coherente e impactante arco argumental. Todo comienza en 1949 cuando un joven Gareth, de apenas 9 años, tiene que ver cómo su padre asesina a su tío y, por si esto fuera poco, deberá ayudarlo a enterrar el cuerpo y guardar el secreto. Poco a poco, en cada página, vamos a conocer a personajes que no nos van a decir nada, que parecerán meros secundarios para enriquecer la trama, pero nada más lejos... porque entonces saltaremos al entorno pretérito y todas las voces episódicas cobrarán importancia.
El chico asintió, pero la emoción empezaba a hacerse notar y andaba con los ojos clavados en las alargadas armas. Su padre lo había dejado practicar con el calibre .22 para que se acostumbrara al retroceso y a la mira, pero tenía ganas de coger un arma para hombres.
La repugnancia, el asco y la culpa hacia lo que te rodea
Clayton quiso distanciarse de su familia y el dominio criminal, de la repugnancia, el asco y la culpa hacia todo lo que le rodea. Por miedo a convertirse en lo que más odiaba, por las heridas físicas y psicológicas que arrastra. Y se convirtió en el sheriff del condado McFalls. Son sus capítulos los que nos darán la parte más emocional del autor: explosión de sentimientos y debilidades, de cómo aún la distancia te arrastra al oscuro hoyo familiar. En un mundo dominado por hombres, agresiones y vehemencias, contemplaremos cómo ese furor pasa de padres a hijos como si se tratase de genética. Niños que tendrán que jugar a ser adultos en un mundo cruel, que tendrán que vivir situaciones insanas sin ser conscientes de ellas... Y aunque en menor medida vemos papeles femeninos, sí que nos dejarán la intención de que, quizá en futuras novelas, tal vez en su segunda parte Como Leones, vayan a imponerse a este juego masculino.
Bull Mountain de Brian Panowich deja una novela negra embellecida con un drama familiar donde seguiremos la historia de una banda de verdugos y en la que no faltará misterio y tensión. Habrá giros de guion, habrá dolor en muchas escenas impactantes, pero sobre todo habrá una obra digna de merecer ser leída.
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