No tenía patria ni rey, sólo un puñado de hombres fieles.
No tenían hambre de gloria, sólo hambre.
Así nace un mito.
Así se cuenta una leyenda.
De cualquier forma, Arturo Pérez-Reverte consigue que sientas esa misma fascinación por Sidi que debían de tener sus coetáneos al ver cómo cambia de registro en medio de un interrogatorio o cómo vive perpetuamente perseguido por la paranoia del ataque inminente, arrastrándose de un punto a otro sin tener nada más que su palabra y su honor para acompañarlo.
Quizás no es para todo el mundo, está claro. Pero yo estoy encantada de haber podido expandir un poco más la imagen que tenía en la cabeza del glorioso Cid Campeador.