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La vegetariana

Autor: Han Kang
9.5

Hasta ahora, Yeonghye ha sido la esposa diligente y discreta que su marido siempre ha deseado. Sin ningún atractivo especial ni ningún defecto en particular, cumple los requisitos necesarios para que su matrimonio funcione sin sobresaltos. Todo cambia cuando unas pesadillas brutales y sanguinarias empiezan a despertarla por las noches, y siente la imperiosa necesidad de deshacerse de toda la carne del frigorífico. A partir de ese momento, Yeonghye impondrá en casa una dieta exclusivamente vegetariana que su marido aceptará entre atónito y molesto. Este será un primer acto subversivo seguido de muchos otros que la llevarán a la búsqueda de una existencia más pura y despojada, más cercana a la vida vegetal, un lugar donde el poder erótico y floral de su cuerpo romperá las estrictas costumbres de una sociedad patriarcal y ultracapitalista.

Situada en Corea del Sur, La vegetariana es la historia de una metamorfosis radical y un acto de resistencia contra la violencia y la intolerancia humanas. Galardonada con el Premio Booker Internacional, esta bella y perturbadora novela catapultó internacionalmente a la que es una de las voces más interesantes y provocadoras de la literatura asiática contemporánea.

Lo más leído del libro

Solo confío en mis pechos. Me gustan mis pechos, pues con ellos no puedo matar a nadie. ¿Acaso las manos, los pies y los dientes, e incluso la lengua y la mirada, no son armas con las que se puede matar y herir a cualquiera? Pero los pechos no. Mientras posea estos pechos redondos, estoy segura. ¡Todavía estoy a salvo!


Recordó que se decía, sin despertarse del todo, que si aguantaba ese instante todo estaría bien por un tiempo. Recordó que borraba el dolor y la vergüenza que sentía con el letargo que le proporcionaba el sueño. Recordó que en la mesa del desayuno, a la mañana siguiente de esas noches, sentía el impulso de clavarse los palillos en los ojos o de echarse sobre la cabeza el agua hirviendo de la tetera.


Cuando volvía tarde a casa de alguna reunión, se abalanzaba sobre mi mujer impulsado por el alcohol. Incluso sentía una inesperada excitación cuando le bajaba los pantalones sujetándole los brazos, mientras ella forcejeaba. Dirigiéndole insultos en voz baja mientras ella se me resistía con todas sus fuerzas, lograba penetrarla en una de cada tres oportunidades. Entonces se quedaba mirando el techo en la oscuridad con los ojos vacíos, como si fuera una esclava sexual forzada por los nipones.


¿Qué es lo que cortaré con mi cuerpo que me estoy poniendo tan afilada? 


Ya no puedo dormir ni cinco minutos seguidos. Apenas me abandonan la conciencia, sueño. No, ni siquiera se puede decir que sean sueños. Son escenas breves que me asaltan de forma intermitente. Ojos feroces de bestias, formas sangrientas, cráneos abiertos y de nuevo ojos de fieras. Son ojos que parecen nacidos de mis entrañas. Cuando abro los míos temblando, me miro las manos.

Reviso si mis uñas siguen todavía blandas, si mis dientes siguen todavía romos.


Volvió a recorrer con la vista los objetos de la casa. Nada de lo que había allí era suyo. Del mismo modo que su vida no había sido nunca su vida.


Que en realidad le era imposible tener cerca a Yeonghye, que no podía soportar las cosas que ella le recordaba, que, en el fondo, sentía rencor hacia su hermana, que no podía perdonarle la irresponsabilidad de perder la cordura y, menos todavía, que se hubiera ido sola al otro lado de los límites tras haber hundido su vida en un lodazal.


Que en realidad le era imposible tener cerca a Yeonghye, que no podía soportar las cosas que ella le recordaba, que, en el fondo, sentía rencor hacia su hermana, que no podía perdonarle la irresponsabilidad de perder la cordura y, menos todavía, que se hubiera ido sola al otro lado de los límites tras haber hundido su vida en un lodazal.


Tomó conciencia de todo esa tarde de primavera en el andén del metro, cuando le parecía que la muerte estaba solo a meses de distancia, cuando creía que la roja sangre que fluía continuamente de su cuerpo era una prueba de ello. Supo que ella estaba muerta desde hacía mucho tiempo. Que su dura vida no era más que teatro y pura fantasmagoría. La cara de la muerte, que se había acercado para ponerse a su lado, le era familiar, como si fuera alguien de su propia sangre que hubiera perdido hacía tiempo y volvía a encontrar.


 Él, que había guardado tantas imágenes aladas en su videocámara, no había podido volar cuando más lo necesitaba.


Han Kang

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