A cierta altura del camino, comienza nuestra vida a parecernos valiosa más por
aquello que da que por aquello que recibe. Tiene que ver en ello la certeza del fin de
las cosas que no son cosas, aquellas cuyo exceso de sentido radica en el sentido que no
alcanzamos a abarcar.
Alberto Caride ya lo sabe y en este poemario, La rama nunca se desgaja limpia
del leño, lo comparte con nosotros. Nos otorga la posibilidad de mirar lo que queda del
camino desde su vertiente de ofrenda, porque sus versos son testigo y consecuencia de
otros versos que cabalgaron desde otras vidas a la suya hasta acoplar en la fascinación
presente el sentido de la existencia.
Los pequeños pies de nuestro hijo caminarán entre árboles que sin saber plantamos para él. Sus manos, crecidas, parecidas seguramente a las nuestras, tomarán un día
un libro que sin saber escribimos para él. Pues no es la voluntad de ser recordados lo
que cuenta, sino la de que alguien considere su vida digna de ser vivida porque un día
decidimos olvidarnos de nosotros mismos y convertirnos en ofrenda intangible, eterna,
misteriosa. Es el misterio lo que no muere nunca.