Había una vez, en una pequeña librería de Londres, una joven soñadora llamada Posy Morland, quien vivía rodeada de libros y se escondía tras las páginas de sus novelas románticas favoritas. Un día, cuando la excéntrica y anciana dueña de Marcapáginas murió, Posy se vio obligada a hacerse cargo de la librería, que se encontraba en una situación lamentable, y salir así de su cómodo refugio de romances de ficción.
La pequeña librería de los corazones solitarios, crítica de una novela romántica para un rato entretenido
La pequeña librería de los corazones solitarios, crítica de una novela romántica para un rato entretenido
¿Dónde quedaba el romanticismo? ¿Dónde quedaba aquello de dos extraños cuyas miradas se cruzan en una estancia abarrotada, la emoción de reconocerse, de estar experimentando algo profundo y mágico, de dos corazones, que se encuentran y se reconocen?
Ella, en cambio, tenía más bien madera de flotadora, feliz de andar en sus cosas y que la marea la llevara, y todo aquello era un poco demasiado, un poco pronto cuando todavía iba dando tumbos por culpa de la falta de Lavinia.
“Y además, sea como sea, nunca se pueden tener demasiados libros”.
?La literatura de chicas no tiene nada malo ?anunció?. Lo único malo es que a esas novelas escritas eminentemente para mujeres, sobre mujeres y por mujeres se le atribuye con tono burlón y displicente el nombre de “literatura para chicas”, como dando a entender que carece totalmente de mérito literario.
“¡No puede permitir que hagas eso, Morland! El futuro de la tienda no puede depender de los gustos literarios de un puñado de solteronas patéticas que son incapaces de conseguir un hombre y por esos se ven obligadas a leer sobre el asunto en las páginas edulcoradas de una novela romántica”