En "La palabra perfecta", Fran Heredia es un maestro gruñón y enamoradizo que vive escondido en un pueblo del sur hasta que le implican en el secuestro de unos niños. Acusado por un fiscal, con problemas en su escuela y forzado por una monja para que busque en la gran ciudad a los niños, descubre un país sin gobierno, donde se maquina el mayor crimen de la historia de España. Gracias a una serie de cómplices inesperados y a viejos socios que le llevan al límite, Fran se pone a prueba para luchar por la literatura, y como recompensa descubre su palabra perfecta, que puede ser, quizá, la que le salve la vida.
La palabra perfecta es una trepidante historia de cultura, monjas y niños secuestrados
La palabra perfecta es una trepidante historia de cultura, monjas y niños secuestrados
—El pájaro ese t’a mentao, Fran —oí decir a Román. El chico de los mandaos, Román, era un sordo incallable (lo siento, seguiré inventando palabras, y no puedo escribir mandaos de la manera oficial, «mandados». Es imposible pronunciar «mandados». Pruebe. Mandaos). pero seguía siendo el mismo crío desgraciado que se había quedado sin padres siglos atrás. Vivía entre los brazos del pueblo, comiendo aquí y allá, durmiendo en una casa que los desempleados le limpiaban por turnos. Él les daba los duros que pillaba haciendo recados, y así vivía su tiempo. Debía ser corto de oído desde siempre, pero lucía ojos de búho, vista de lince y una capacidad sin igual para leer los labios a distancia, y para entrometerse en conversaciones ajenas. Román no había renunciado al verbo. Su palabra perfecta era habichuela.
- ¿Cómo trabaja el Plan Estratégico de Desarrollo de las Lenguas en la región?
- Muy bien, gracias.
- Concrete, por favor.
- Enseño literatura en inglés, peruano, mandarín y bielorruso. Soy nativo, por parte de madre.
- Mire usted, don Francisco, se está jugando el puesto. Puedo determinar que no es competente para dar las clases que le corresponden con arreglo a las normas establecidas por los planes de escolarización del cuatrienio. Y en ese caso…
Una pobre muchacha se encontraba una tarjeta de crédito por la calle, la usaba para comprar leche con la que alimentar a sus dos hijas pequeñas y le caían dos años de cárcel. Por ladrona. Quintana tenía ejemplos de sobra. Un jovencillo robó un móvil, se arrepintió a los minutos y lo devolvió. Aún con atenuantes, ingresó en prisión dejando solos a un padre incapaz y a un hijo sin madre. Todo porque tenía antecedentes por robar caramelos en la tienda del barrio. Y por un teléfono.
Al encuentro no faltaba nadie. Estaban los y las padres y madres reunidos y reunidas en la asociación de asociaciones de padres y madres liberales y liberalas; la asociación libre de profesores de colegios públicos de la tierra; en medio de los anteriores, los sindicatos de estudiantes, que no entiendo yo para que se sindican los estudiantes si los estudiantes lo que tienen que hacer es estudiar y no defender unos derechos laborales que quizá nunca adquirirán por la vía normal, la del trabajo. Conozco las acepciones de la palabra sindicato. Y sé que el mayor derecho del estudiante es ése, estudiar (acentúo los pronombres y el adverbio sólo por rebeldía. Sé que la norma dice otra cosa, insisto).