Una distopía entre el realismo mágico y la mejor tradición de Bulgákov. En un universo paralelo y futuro, en Estonia se ha prohibido el idioma nativo y la población ha sido deportada tras la invasión del zar ruso. Nikolái Gógol resucita y desata el caos fantasmagórico en el hasta entonces subyugado pueblecito de Viljandi. Un desfile de bohemios, libreros, beatniks y seguidores del mesías Gógol intentan escribir unos nuevos evangelios a pesar de los esfuerzos de la policía secreta del régimen del zar por detenerlos y recluirlos en psiquiátricos. Grotesca, erudita, psicodélica, hilarante y onírica, esta es la parábola de una pequeña nación condenada por su gigante vecino a morir en la cuneta de la historia. Pero el apocalipsis de Gógol no ha hecho más que empezar. En La discoteca de Gógol, Matsin mezcla la literatura, la historia y la distopía para ofrecer una reflexión sobre el encaje de las nacionalidades, los idiomas, las identidades y el pasado en el caleidoscopio que es Europa.
Obra ganadora del Premio de Literatura de la Unión Europea
Hay cierta lógica detrás del final de la obra, y sin duda el autor quiere decir mucho más de lo que te encontrarás con una lectura superficial a lo largo de los capítulos. Pero está claro que, a pesar de los maravillosos esfuerzos de Consuelo Rubio y del equipo de Ático, muchas cosas se nos escapan. Detrás de la misoginia patente de Leonhardt y Arkasha, de la forma con la que Katerina y Natasha lloran desesperadas, de la crítica a los sueldos cuyo ahorro de un año paga una crema para las heridas y de la presencia de Gógol, como personaje anecdótico, hay más de lo que yo, como analista, puedo comprender.
La discoteca de Gógol es, por tanto, una obra para amantes del surrealismo ruso y de los mundos oníricos más salvajes y brutales. Su combinación es extraña, contradictiva, interesante y confusa al mismo tiempo. Es decir, no es un libro para todo el mundo ni para cualquier momento de tu vida, pero si le das una oportunidad, parte de él sabrá encontrar el camino hacia ti.