De pronto sentí una punzada en medio de la barriga y un dolor peor que el de un calambre. Cuando miré hacia abajo, tenía el dardo envenenado clavado en el ombligo. ¡Braulio había hecho diana! Grité muy fuerte y Braulio también gritó. Los dos gritamos tanto, que el importantísimo pare de Braulio bajó al garaje y, al verme con el dardo clavado, llamó a la ambulancia. Braulio seguía gritando pero yo no: a mí me dolía mucho la barriga y me entraron muchas ganas de dormir.