Pero lo que está claro es que nunca, jamás, en toda mi vida, podré olvidar el capítulo del pequeño Izan cuando lo sacaron del coche y le pusieron el collar de perro. No podré olvidar su miedo, la perversión del viejo, su forma de hablar de forma inhumana de las torturas que realizó. Jamás podré olvidarlo.
Cualquier cosa, con tal de atrapar a esos hijos de puta.