Lo que está claro es que la capacidad de conmover de Miguel Ángel San Juan conmigo ha funcionado al mismo nivel que una película como El diario de Noah: no me está contando nada nuevo, pero la forma de emplear las palabras y su increíble lírica hacen que cada relato pese sobre mi corazón y me arranque más de un suspiro.
Quizás es porque estoy en un momento de mi vida de grandes cambios, o quizás forme todo parte de mi imaginación, pero en muchos relatos y poemas parecía que Miguel Ángel San Juan me hablaba directamente a mí, que intentaba decirme algo. Pero quizás ahí radica la magia de Dulce limón: en que cada relato apela a un corazón y a un sentimiento, en que sus relatos, tan breves y tan cortos, pueden ser revisitados en cualquier momento. En que sin duda es una obra que encarna a la perfección el dicho de “no hay que juzgar un libro por su portada”, porque Dulce limón es mucho, mucho más.