Se acaba de «liberar» -ejem- una importantísima vacante para dirigir, al tiempo, la casa de la moneda de Ankh-Morpork y el banco más importante de la ciudad. Y ¿quién mejor para ocuparla que Húmedo von Mustachen, ex delincuente y gran artista de las estafas, de encanto legendario? Es una oferta que no puede rechazarse. Sobre todo cuando la hace el despiadado tirano de la metrópoli, lord Vetinari.
Es una suerte que Húmedo necesite distraerse de su rutina de funcionario. Imposible aburrirse cuando tiene que hacerse cargo de la reforma de unas prácticas bancarias centenarias, por no hablar de los empleados viciados, un cajero jefe posiblemente vampírico y un presidente que hay que pasear cada día. Y menos mal que es un superviviente nato, porque su turbulento pasado está a punto de salir a la luz y el Gremio de Asesinos no tardará en dar con él... Ah, y además un mago de trescientos años persigue a su novia...
Húmedo está haciendo enemigos por doquier, cuando lo que debería estar haciendo es... ¡dinero a mansalva!
Se habla a menudo de la facilidad con la que cualquiera envenenaría o asesinaría a don Tiquismiquis, pero después Húmedo sale a la calle y lo deja desatendido en múltiples ocasiones sin que por ello se perciba el más mínimo atisbo de inquietud. Algo similar ocurre con la invención del dólar, el cual acaba lamentablemente relegado en segundo plano cuando los gólems llegan a la ciudad.
En definitiva: Dinero a mansalva es una obra más que disfrutable, cargada de humor y de risas y con toda la retranca que le caracteriza al autor, pero no exenta de sus pequeños errores y traspiés. Pero ¿quién soy yo para sacarle defectos a uno de los mayores autores de fantasía del siglo? Al fin y al cabo, nadie dijo que Ankh-Morpok fuera perfecta, pero sí que resulta sumamente fascinante.