¿Qué hace que una novela histórica pueda alzarse, soberbia e incólume, contra cualquier crítica posible que intente desterrarla del género al que sin duda pertenece? La respuesta a esta pregunta parece morar dentro de los breves, maravillosos y sin duda documentadísimos capítulos de Olvido y Crueldad, la segunda novela con la que Álvaro Lozano se presenta al mundo de la mano de Edhasa y que hoy ha conquistado, sin sortilegio alguno, mi frío corazón.
Olvido y crueldad es una de esas novelas maravillosas cuyo exterior se compara al interior. Su cubierta, que no puede ser más bonita, esconde una edición preciosa, con ilustraciones en el interior de las tapas y un cuidado por los márgenes al que ya nos tiene acostumbrada Edhasa. Dentro, Álvaro Lozano ha cuidado su narración para conseguir trasladarnos los crueles años de un rey castellano del que, desafortunadamente, poco se habla.
Esta no es la historia de Pedro I de Castilla, sino de aquellas mujeres que tachadas de putas, brujas, traidoras y mezquinas, acabaron abrasadas debido a los fuegos de su ira. Dejadme que os cuente, con mis palabras, lo maravillosa que ha sido.
Argumento de Olvido y Crueldad de Álvaro Lozano
Olvido y Crueldad no es una novela al uso. En lugar de presentarnos un tiempo lineal donde se realiza una presentación de una historia con su desarrollo plagado de obstáculos, Álvaro Lozano opta por dividir la obra en diferentes secciones, cada una de los cuales pertenece a una de las mujeres alrededor de la vida de Pedro I de Castilla.
De esta forma, Álvaro Lozano estrangula, retuerce y adapta los tiempos y ritmos de la vida de Pedro I de Castilla desde que este es nombrado rey hasta su muerte a través de los ojos de las mujeres que lo acompañaron. Y lo hace con el magistral dominio de un cuentacuentos versado, capaz de ponerte en contexto histórico sin necesidad de largas explicaciones, haciendo que el clímax de la vida de cada una de estas protagonistas cuente con su propio ciclo de introducción, nudo y desenlace, a menudo augurado pero siempre emotivo.
Una historia de mártires, putas, barraganas y damas vilipendiadas
Dentro del tapiz histórico de Olvido y Crueldad, Álvaro Lozano teje con maestría las vidas entrelazadas de mujeres que marcaron el destino de Pedro I de Castilla, pero cuyas propias historias a menudo han sido eclipsadas por la grandiosidad de los acontecimientos históricos. Son las historias de la digna Urraca Ossorio, madre de traidores, que enfrenta impertérrita la hoguera aferrándose a un honor que el cielo parece querer arrancarle de las manos. Es la historia de Leonor de Guzmán, amante del rey Alfonso y madre de los gemelos que darán forma a la guerra civil castellana y que desgarra el alma acompañando el féretro de su amante, acompañada de chacales en busca de venganza.
Es la historia, escrita en tercera persona, de la dulce Blanca de Borbón, primera esposa de don Pedro, olvidada, utilizada y despreciada, abocada a una eterna espera mientras su marido se entretiene con batallas, justas y el lecho de la fascinante María de Padilla, su verdadero amor. Su figura, envuelta en mitos de paganismo y brujería, emerge gracias al epílogo del autor como la verdadera fuente de inspiración de la novela y por tanto la razón póstuma de que hoy podamos disfrutar de esta historia.
Finalmente, tras testimonios de madres de aspirantes a reyes, esposas aspirantes a amantes y amantes que se creen reinas, Álvaro Lozano concluye el libro primero con la leyenda de María Coronel, cuyo rostro desfigurado por el aceite hirviendo se convierte en un acto de desesperada rebeldía contra todo lo que don Pedro representa; y de su hermana Aldonza, que creyó estar a la altura de las más enrevesadas tramas palaciegas.
Así se entretejen las historias de las mujeres que pueblan Olvido y Crueldad: a través de un homenaje que el autor ejecuta a estas mujeres, cuyas vidas se entretejen en el legado de Pedro I, mostrando que, a pesar de ser relegadas a las sombras de la historia, sus historias son tan cruciales como la del propio rey.
[…] solo si acumulan su insignificancia, una muerte sobre otra en una pila cadavérica y fantasmal hasta alcanzar números astronómicos, marcarán una diferencia. Y aquí ha sido una sola vida, un aliento que se exhala por última vez en el momento menos oportuno, lo que va a cambiar radicalmente su existencia hasta el punto de amenazar con ponerle fin.
Un retrato de las voces olvidadas de la historia de la vida de don Pedro con una maestría inusitada
Álvaro Lozano realiza un profundo escrutinio de las vidas de las mujeres en la época de Pedro I de Castilla, poniendo especial énfasis en la intrincada red de dependencias y restricciones que marcaban su existencia en un mundo dominado por los hombres. Lejos de ser meras figuras ornamentales en el tejido de la historia, estas mujeres emergen como seres de ingenio, astucia y resiliencia, que a menudo debían maniobrar con sutilidad en los márgenes del poder para asegurar su supervivencia y prosperidad. Álvaro Lozano no escatima en mostrar el alto precio que pagaban por estas ambiciones, frecuentemente en forma de su honor mancillado, una pésima reputación, el desprecio de esas damas que se creían superiores por ostentar poco más que un apellido grandilocuente en una suerte tributo narrativo a la cruel economía de la reputación y el poder en su tiempo.
Y es que Olvido y crueldad aborda con una particular y privilegiada sensibilidad el sentir de las mujeres del momento, haciendo además continuo hincapié en lo difícil que es para un autor de novela histórica llegar a representar los pensamientos de gente tanto tiempo ya fallecida. Una de las formas en las que lo hace es mostrando el conflicto entre el deber católico y las pasiones personales de las protagonistas, un dilema encarnado en los personajes de María Coronel y su hermana Aldonza. Mientras María se aferra a su fe y deber como escudo y guía, encontrando en la vida del convento un refugio, Aldonza representa la complejidad de la ambición y el deseo que aparecen restringidos bajo lo que la sociedad esperaba de las mujeres y que tanto Aldonza como Leonor o, sin ir más lejos, la magnífica María de Padilla, desafían a través de sus ambiciones, su comportamiento y su búsqueda de la libertad (una libertad ambigua donde unas buscan poder, otras riquezas y otras simplemente tiempo y espacio para poder amar).
[…]dirán de ella que ha embrujado al monarca, o tal vez que han sido sus hechicerías las que han provocado la transformación monstruosa de un cinturón, regalo nupcial de doña Blanca para el rey, en una serpiente cuyo veneno a punto ha estado de matar al soberano. En cualquier caso, casi todas las historias que se rumorean sobre el comportamiento del rey en esos días en que todavía se odió contra don Pedro no está tan extendido, es María de Padilla la artífice del desastre. Siempre hay un denominador común, un ansia latente por convertirla, ya entonces, en dominadora de una magia infernal. Y vive Dios que, si realmente María de Padilla fuera bruja, si conociera sortilegios y encantamientos que en verdad funcionaran, no dudaría en emplearlos para deshacerse de la tal Blanca y retener a su lado, para siempre, al rey don Pedro.
Esta dicotomía entre fe, pasión y deber se extiende a otras mujeres en la novela, quienes, cargadas de matices y a pesar de ser retratadas como figuras de piadosa devoción y honor, como ocurre con Urraca Ossorio, enfrentan crisis de fe que las llevan a cuestionar los cimientos mismos de su existencia y las cadenas invisibles que las atan.
Todavía se atreve a rezar a Dios conforme sus pies, descalzos y ensagrentados, van dejando su impronta sobre el limo que la laguna ha descubierto. Digo que se atreve a rezar a Dios porque hasta este momento no ha sido capaz de hacerlo. Su fe se resquebrajó al oír la sentencia. Dudó de Él por permitir un final tan amargo, y duda ahora de si sus pecados han sido más grandes de lo que pensaba y por eso se merece el castigo o, por el contrario, simplemente Dios la ha abandonado por su insignificancia, su intrascendencia en este mundo.
Álvaro Lozano profundiza en cómo el destino de estas mujeres se ve inexorablemente entrelazado con el de los hombres. Así, te permite comprender, con apenas un par de líneas contextuales para cada uno de los capítulos, cómo los hombres eran libres de traicionar a sus reyes, cometer todo tipo de bajezas y vilezas, tomar amantes, deshonrar a sus parientes, mentir y engañar y su destino, de una forma u otra, acababa arrastrando a sus mujeres con ellos. Cómo desde los primeros capítulos vemos la caída de Leonor de Guzmán, amante del rey, quien apenas unos días antes era temida por todos y que ahora se ha vuelto una molestia para los que la acompañan, o el desgraciado destino de María Coronel, hija y esposa de un traidor al rey de Castilla.
Y no voy a mentirte. Los sucesos son complejos, las guerras arduas, las traiciones, múltiples, los nombres se parecen, pero Álvaro Lozano consigue de alguna forma aterrizarte toda esta compleja parte de la guerra civil castellana para demostrarte al final que la historia es la que es: un resultado de pasiones, celos y envidias que se te trasladan en la obra con un lenguaje que palpita con emoción y profundidad.
Una novela histórica perfecta: las grandes virtudes que hacen de Olvido y crueldad una obra redonda
Breve, apasionada y circular
Una de las muchas virtudes que adornan Olvido y Crueldad es, sin duda, la habilidad de Álvaro Lozano para sumergir al lector en la compleja trama de la Castilla del siglo XIV con una precisión contextual impresionante de forma breve, sin añadir el tedioso relleno del que adolece la novela histórica contemporánea en España. La obra comienza con la ominosa predicción de la muerte de Don Pedro, tejiendo desde el comienzo un hilo de fatalidad que acompaña cada capítulo y que recorre la narración hasta culminar, de manera poética y trágica, en el desenlace fatal del rey. Hay algo de Olvido y crueldad que te recuerda a cada instante la fragilidad de la vida y lo rápidamente que el poder cambia de manos y todo por lo que has luchado se viene abajo en apenas unos segundos.
Cuando despunta esa mañana de septiembre, el rey don Pedro no ha muerto todavía. Aún le queda algún que otro año por vivir, pocos, no más de dos, aunque eso él no lo sabe. Se lo puede imaginar, es posible que sienta cómo lo va cercando el destino, pero no se puede decir que sea consciente de ello, al menos no de la misma manera en que sí es consciente de lo que hará al día siguiente, qué asuntos requieren con urgencia su atención, cuáles son los amigos a los que tiene que vigilar y cuáles los enemigos a los que debe agradar —o defenestrar— para retrasar ese momento: el final con el que a veces sueña y que teme por encima de todas las cosas.
La obra, que se aparta de una estructura narrativa lineal y cronológica, dedica cada capítulo a una de las figuras femeninas clave en la vida de Don Pedro. Y esto, lejos de generar confusión o repetitividad, le permite al autor explorar la vida o los momentos clave de cada mujer en profundidad. Y lo hace, y me repito mil veces, con una maestría encomiable, pues no es fácil saltar del presente al pasado dentro de un marco contextual histórico ampliamente desconocido y aun así que el lector comprenda qué papel cumple María de Padilla en la vida de Blanca de Borbón y cómo los hijos de Leonor de Guzmán aparecerán, en la poética conclusión del autor, al capítulo dedicado a la guerra. No es fácil. No lo es. Si me hubieran preguntado antes de leer esta obra, habría dicho que semejante hazaña solo podría estar bien ejecutada a manos de autores con más de veinte obras sobre sus espaldas. Pero de nuevo, me equivocaría, y qué delicioso es hacerlo a veces.
La capacidad de Lozano para contextualizar cada relato es, en verdad, excepcional. No solo logra capturar la esencia de la época y el drama humano que se desenvuelve en ella, sino que también ofrece al lector las herramientas necesarias para ubicar cada narrativa en el tiempo y el espacio.
[…]la sentencia ya ha sido dictada, y la palabra de un rey tiene rango de acción, se manifiesta inevitablemente en un hecho concreto y, de la misma manera en que aquello que los dioses antiguos hacían ya no podía deshacerse, así tampoco puede desdecirse el rey don Pedro
Una sinestesia conmovedora: ha llegado hasta mí, señor, el olor de las mujeres calcinadas y de la sangre empapando el mármol sin pulir.
Una de las facetas más impactantes y memorables de Olvido y Crueldad es, sin duda alguna, la sinestesia con la obra es capaz de golpearte, a mano abierta, guantelete de metal incluido, directamente en el estómago. Y es que no es solo que la novela esté repleta de imágenes potentes que se graban en la memoria gracias a la textura sensorial de la época de Pedro I de Castilla, sino que el autor cuenta con una prosa preciosista, maravillosa, cuidada y cargada de detalles que se percibe pulida mil y una veces.
Álvaro Lozano no solo narra eventos: recrea vivencias, permitiendo que los olores de las muchedumbres, la peste omnipresente, y hasta el aroma de los sahumerios que intentan en vano disimular el hedor de los féretros, se filtren a través de las páginas. El detalle con el que describe escenas, desde las moscas zumbando sobre los restos de los monarcas hasta el lodo verdecino que cubre la fuente en la que María de Padilla sumerge su cuerpo desnudo para provocar a una corte mojigata que no puede tocarla, permanecerán siempre conmigo.
Y ¿qué puedo decir de la muerte de Urraca Ossorio? Nunca antes había leído con un detalle tan fidedigno y desgarrador como son los últimos instantes de Urraca Ossorio en la hoguera, condenada por traición. A pesar de haber leído múltiples novelas sobre brujería y mujeres que mueren en la hoguera, la forma en que Lozano aborda esta escena supera cualquier expectativa y hace que desde el primer instante seas consciente de que estás ante una obra que apesta como los caminos de una comitiva de parásitos reales tras un féretro ahumado, que te marca como la sangre de un hermano al filtrarse sobre un suelo de mármol sin pulir y que te persigue como la risa del vulgo ante una mujer torturada.
Álvaro Lozano sabe dónde incidir. Sabe que este morbo cinematográfico de las escenas es potente porque es plausible y real y porque se explora desde una perspectiva humanista. Y, Dios bendito, ¡MENOS MAL QUE ALGUIEN SABE CONSTRUIR PERSONAJES EN ESTE GÉNERO ACIAGO! Lo hace bien porque se centra en las emociones de aquellas personas que vivieron y en lo último que sus ojos contemplaron antes de decaer, y con esta misma perspectiva describe una de las mejores escenas de batallas que yo, lectora ávida de literatura vikinga, fantástica e histórica, solo había llegado a contemplar en una ocasión con la afianzadísima obra de Joe Abercrombie en *Un tiempo de odio.* Olvida las largas descripciones de armas, movimientos y fintas, de números y estrategias y se centra en el miedo de un soldado de a pie, en el caos y la manía enfurecida con el que, trastornado y desprovisto de toda gloria, roba a los cadáveres de sus compañeros y del ejército vencido para poder comer caliente esa noche.
[…] Alonso se ha transformado en el propio miedo, en escalofrío, en piel de gallina, en retortijón en el vientre, en temblor de manos, en boca seca, en oídos que pitan, en rodillas que parecen a punto de claudicar en cualquier momento.
Todo se acerca lo máximo a la realidad más plausible de los eventos
Álvaro Lozano juega con la ruptura de la cuarta pared. Y lo hace en varias ocasiones. Y es que el autor es capaz de comprender, mejor que muchos historiadores, que todo lo que cuenta está de alguna manera supeditado a la veracidad de las fuentes documentales, de los testigos, de los oradores del momento y de las leyendas que enturbian el caso. Así, el autor en varias ocasiones se dirige como un narrador omnisciente a ese espacio etéreo que distancia al libro con el lector para explicarle que quizás así no fue como ocurrió, porque no se tienen fuentes de primera mano, pero que él lo cree totalmente plausible. El compromiso del autor con la veracidad histórica es un soplo de aire refrescante al eterno debate sobre cuán veraz debe ser una novela histórica (un debate en el que, como sabrán los que oyen el podcast, me posiciona en el extremo de los que creen que la mayor parte del libro debería estar basada en hechos reales).
Lo verdaderamente interesante es que Álvaro Lozano no relega a un epílogo final esta confesión, sino que aparece diseminado a lo largo de la narración, marcando puntos clave donde la línea entre la historia documentada y la interpretación del autor podría difuminarse. Este enfoque coloca, en mi modesta opinión, a Olvido y Crueldad en una posición única dentro del género histórico, haciendo que cualquier discusión sobre la precisión histórica en la novela parezca, en el contexto de esta obra, un debate superado.
Mi opinión sobre Olvido y crueldad
¿Me queda algo más que decir? Es posible que llegues hasta aquí porque quieras que me reitere en mis continuas alabanzas a una obra que, para vergüenza mía, llevaba meses esperando a que tuviera un momento que poder dedicarle. O quizás por el contrario te hayas saltado el análisis anterior y busques un resumen de mi opinión.
En tal caso, déjame que resuma mis impresiones en un par de líneas: Olvido y crueldad es una novela formidable, producto de un autor que rebosa el manido y a menudo mal usado término de talento. Su prosa preciosista hace que casi cada página sea subrayable y su capacidad para evocar imágenes de gran crueldad y plasmarlas sobre el papel con un efecto sinestésico tan palpable hace que cada capítulo que lees de Olvido y crueldad tenga algo que se te clave muy dentro.
No es una novela para todo el mundo. No veo a los devoradores de novedades y best sellers, acostumbrados a una narrativa ligera y personajes planos en busca de aventuras, encontrando en Olvido y crueldad la obra de innombrable y violenta belleza que yo veo.
Lo que está claro es que esta será una novela que yo no olvidaré. Y que de alguna forma me ha llegado tan adentro que no ser completamente honesta sobre lo que me ha hecho sentir, me parecería una crueldad.
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