¿Recuerdas ese primer pálpito de alegría, esa etérea sensación parecida a volar que te inundó la primera vez que viste la película de Ghibli El castillo ambulante? No sé si a ti te pasó lo mismo, pero conforme fui creciendo y devorando una obra tras otra, siempre me quedé con esa sensación extraña de que no habría nadie capaz de hacerme desear vivir en una fortaleza aparte, rodeada de cristales de colores y desayunando delicias terrenales sobre una sartén probablemente sucia desde hacía décadas.
Y sin embargo, Mi amigo Pierrot consigue recuperar esa sensación desde sus primeras páginas. A través de una historia tan mágica y apoyado en unas ilustraciones de un estilo preciosista, colorido, y cargado en detalles, Jim Bishop demuestra a través de este maravilloso volumen que el arte no está reñido con un magnífico guion ni con una historia capaz de robarte más de un suspiro enamorado. Esto es Mi amigo Pierrot. ¿Preparada para caer en el embrujo?
Cléa no quiere casarse. Es más, Cléa solo quiere bailar, pero como futura condesa, su compromiso con el Berthier, noble de la casa del agua, es algo que se escapa totalmente a su control. Conforme ve que su vida se escapa de entre sus dedos, solo tiene una única petición que hacerle a su prometido: que le acompañe una noche a la prohibida fiesta pagana donde los herejes, brujas y magos que viven en el bosque acuden a la ciudad a realizar todo tipo de tropelías.
Lo que Berthier no podía llegar a imaginarse era que Cléa sería secuestrada por Pierrot, un mago ambulante que se ha encaprichado de ella y que, contra todo pronóstico, quiere que sea libre.
Refugiados en mitad del bosque en un árbol centenario hueco, Pierrot le enseñará a Cléa las bases de la magia, felicidad y de una libertad que a veces hará que la joven se pregunte si realmente el mago no le está ocultando algo.
Mi amigo Pierrot te sumerge en un mundo de maravillas. Desde el primer instante en el que posas las manos en la cubierta y te topas con la canción francesa, un extraño embrujo te rodea: el de una carta de un mazo trucado, la de una quimera entre gato y pájaro que sobre tu hombro se posa, la del murmullo del bosque haciendo prender tu corazón de fuego.
Jim Bishop es un artista. Y uno de los mejores que he encontrado en mi vida. Su historia bebe directamente de la clásica película de Ghibli Howl no Ugoku Shiro (El castillo ambulante. 2004), en la que una joven acaba hechizada y viviendo por accidente en la casa itinerante de un excéntrico y atractivo mago, solo que Mi amigo Pierrot tuerce esta premisa para hacerla aún más compleja y fascinante.
No podemos negar que el comienzo, con su preciosa ciudad medieval y vestidos de colores e incluso la manera en la que Pierrot imita con su capa de estrellas el manto de Howl en las primeras escenas, hacen que comprendas que de alguna manera nos encontramos ante un homenaje a la obra de Hayao Miyazaki. Sin embargo, como he mencionado antes, Jim Bishop invoca la misma magia que tienen los escenarios, cielos eternos, ríos poderosos mágicos, agua desbordada que mana de los ojos de las doncellas y llamas con ojos y vida propia de tu corazón, para contarnos una historia diferente. Una historia más oscura. Una historia, para mí, mucho mejor.
Sí, es cierto que en Mi amigo Pierrot la pasión del corazón se traslada a los elementos que rodean a la protagonista y al propio mago, y que presenta un mensaje ecologista que puebla estudio Ghibli, pero también integra una oscuridad latente y peligrosa que puebla tanto el corazón de las personas como los caminos del bosque. El miedo, líquido y frío, tiñe de blanco el rostro de personajes amados en un par de páginas y el toque amenazante de los personajes del bosque se deja ver sin necesidad de indagar demasiado. Es un mundo donde los visitantes hablan con acertijos, las muchachas comen veneno, los espíritus de las doncellas acechan tras los bosques para poseer las almas de aquellos incautos y vengarse de sus amantes y los ancianos son en realidad brujas extraídas de lo más profundo del terror latente de los cuentos de Andersen.
En este contexto, en esta metafórica tabla que te mantiene a flote en un mundo de obras carentes de magia, la relación entre Cléa y Pierrot se alimenta de la esperanza del amor y de las nuevas relaciones y les mantiene en su madriguera arbórea, la cual funciona como cierto oasis de magia pura y aprendizaje dentro de un universo rodeado de nobles caballeros de corazón prohibido, moiras capaces de dejarte ciega, hadas protectoras de árboles espinudos y una brujería capaz de alimentarse de lo que sea para pervivir.
Pero antes de hablaros del amor y de cómo Mi amigo Pierrot trata temas complejísimos como la libertad, el poliamor, las relaciones tóxicas y la entrega, dejadme que os hable de uno de los aspectos para mí más relevantes de la obra: su precioso dibujo.
Mi amigo Pierrot demuestra que Jim Bishop tiene un talento absolutamente mágico para enamorarte de cada una de sus páginas. Y es que el autor domina absolutamente todos los aspectos de la narración visual.
Así, nos encontraremos con un cómic de 272 páginas donde el cambio de planos, perspectiva y tamaño de las viñetas va de la mano de las necesidades del argumento. El autor no teme saltar de picados a contrapicados, tomándose su tiempo entre viñetas para trasladarte los momentos de valle para que puedas sentir la calma o el desasosiego de la propia Cléa al reencontrarse consigo misma en el árbol o sentirse abandonada.
Jim Bishop dota a cada viñeta de tantos elementos, que simplifica por momentos para dotarle de mayor protagonismo a los personajes, que hace que en una primera lectura se te escape la innumerable cantidad de pequeñas pistas que anticipaban la conclusión del argumento y que están ahí.
La colorimetría sirve a un propósito no solo artístico sino también argumental y Cléa del reino de la llama se verá continuamente envuelta en tonos naranjas y rojos que reflejan su poder, su furia interna y, por qué no, esa pasión latente con la que se manifiesta su amor por Pierrot. Los momentos de gran tristeza o en los que el amor entre ambos acaba puesto en entredicho o pasa por una crisis, aparecerán bañados por una mortecina luz azul fría como el agua a punto de escaldar sus brasas. El morado, el color de la magia y de los mártires, también es el color del engaño y mientras el joven Berthier vaga desesperado por el bosque en busca de su amada, los verdes se desdibujan, se apagan y acaban mostrando un toque de podredumbre amenazante que concuerdan perfectamente con su situación personal.
Y es que Mi amigo Pierrot es una obra maestra: no hay demasiadas páginas que sean complementarias ni mucho menos viñetas pobres o poco cuidadas: cada una de ellas sería perfecta para escanear, imprimir y forrar las paredes de tu habitación con ellas (locura que, por cierto, empiezo a plantearme muy fuertemente). Jim Bishop le otorga espacios generosos a las viñetas que lo necesitan, recalcando el punto álgido de las emociones de Cléa o acompañándote en arriesgados planos voladores, inundados, calcinados o efervescentes que demuestran que Jim Bishop entiende la naturaleza primigenia de cómo mostrar los sentimientos.
En una primera lectura cualquiera podría llegar a la conclusión de que Mi amigo Pierrot es en realidad una historia acerca de la liberación de Cléa frente a las expectativas de una sociedad y de una madre que no la entienden, que prefieren sacrificar sus sueños a cambio de permanecer en un statu quo de confort donde, aunque no arriesgues, no puedes salir dañada. Y es precisamente este entorno de protección obsesiva, mediocre y asfixiante lo que hace que Cléa sienta de alguna manera que no puede ser feliz hasta el punto de ponerlo todo en peligro (porque, aunque quizás no te hayas fijado, una pequeña chispa de fuego brilla en sus ojos cuando en estas primeras páginas habla de su encierro).
Evidentemente, veremos a lo largo de su oasis con Pierrot cómo Cléa aprende a ser autosuficiente (porque recordemos que era una noble con sirvientes que lo hacían todo por ella) y cómo, en esta frustrante situación donde ella a veces se siente algo esclavizada, aprenderá a bailar solo para ella y a intentar realizar acciones que aparentemente parecen ser simples pero que entrañan una complejidad que nos irá dando pistas del verdadero talento que esperaba latente dentro de su corazón de fuego.
Incluso tratándose de una ilusión, la sensación existe en mí.
Sí, existe. Yo no la invento.
¿No será la verdad y el engaño una ilusión que juega con nuestros sentidos? ¿No será la mentira la ausencia de sentido?
Delirio por completo.
Sin embargo, conforme realizar una segunda lectura de Mi amigo Pierrot o te paras un poco a reflexionar, te das cuenta de que, en realidad, la obra trata también acerca del amor.
Del amor tóxico y egoísta que siente Berthier hacia ella, movido simplemente por el impulso de contentar a sus padres, seguir con el camino impuesto y de alguna manera, “cazar y arrastrar de vuelta” a la presa que se le ha escapado de vuelta a la jaula dorada a la que pertenece (al más puro estilo de *La prisionera de oro* de Raven Kennedy). Y es que Berthier no ha tenido tiempo para conocer lo suficiente como para amar a Cléa y nunca se ha preocupado por sus sentimientos. Así, la relación entre Cléa y Berthier se despliega como un juego de contrarios, donde ella, con su espíritu ardiente y ansias de libertad, choca contra la calma acuática y las expectativas convencionales de él. Todo esto ya se intuye desde el primer momento en el que se conocen y él le dedica poemas donde cada metáfora es una metáfora al agua y que no hace más que resaltar la distancia emocional y conceptual entre ellos. Al fin y al cabo ¿qué se puede esperar de un joven inocente que probará encarnar todo lo que está mal de las sociedades convencionales y heteropatriarcales a lo largo de la obra tras haberle prometido a ella que comprará su felicidad con sirvientes y dinero?
Cléa, atrapada en un mundo donde su voz y su elección parecen ahogarse en el mar de expectativas ajenas, encuentra en Pierrot no solo un escape, sino también un reflejo de su verdadero yo, alguien que ve y aprecia la llama que arde dentro de ella, a diferencia de Berthier, que sin quererlo, representa las cadenas que la atan a un destino prefijado y un amor que no comprende su esencia.
La relación entre Cléa y Pierrot es todavía más interesante que el vagar ciego de un Berthier que representa el mundo conservador que no cree en la magia, ya que a diferencia de este, está matizado por diferencias fundamentales en sus concepciones del mundo y del amor. Cléa, con su herencia noble, arrastra consigo ciertas expectativas sobre la monogamía y la fidelidad, principios inculcados desde su cuna que chocan con la naturaleza libre y desatada de Pierrot. Él, un espíritu indómito acostumbrado a vagar sin ataduras, representará un desafío que contradice el mensaje sobre confianza y libertad que le entrega a Cléa continuamente con cómo reacciona en el momento en el que ella toma ese poder para sí y toma decisiones en contra del propio mago.
A medida que su relación se profundiza, Cléa descubre que su celosía, aunque infundada en el ideal de libertad de Pierrot, revela grietas en su unión. Pierrot, por su parte, a pesar de su amor por Cléa, se ve incapaz de abrirse completamente, de compartir sus pensamientos más íntimos y oscuro y esto solo siembra dudas sobre Cléa la cual empezará a mostrarnos a un mago atenazado por el egoísmo, la inseguridad y el miedo en un estupendo guiño a la historia de Barbazul al negarse a dar explicaciones, evitar hablar de sus sentimientos y prohibirle la entrada a una torre donde esconde, bajo llave, el final de este magnífico argumento.
Mi amigo Pierrot es fascinante. Es maravilloso. Es perfecto. Podría seguir hablando y hablando de él: del significado del gato-pájaro de Schrödinger, del precioso mensaje ecologista que esconde, de la forma con la que Bishop demuestra que las palabras son mágicas, de las emociones que brotan en cada viñeta. Pero de hacerlo, esta reseña pasaría a ser la antesala de una extraña obra de ensayo sobre lo que me ha parecido el cómic.
Así que, sin más preámbulos, honestamente, os lo tengo que decir: este es el cómic más bonito y redondo a nivel de guion, historia, colorimetría, arte y personajes que me he encontrado. Quizás es que **Pierrot me ha robado de alguna forma el corazón. Dejo por aquí este frasquito con mis lágrimas. No me digáis que no os avisé
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