Estrasburgo, 1518. Tras un verano de infierno en el que los campos se han secado y la gente muere de hambre, desamparados ante la crueldad de los poderosos, un grupo de mujeres empiezan a bailar hasta caer muertas en una plaza.
Así comienza El árbol de la danza: uno de esos maravillosos libros con corazón feminista que revisitan momentos de la historia a través de una óptica fresca y renovada y que cuentan historias que reconocemos a través de pequeñas píldoras de conocimiento y que de alguna manera se han filtrado al imaginario popular. En este caso, Kiran Millwood Hargrave y Ático de libros nos devuelven al caso más documentado y renombrado de la epidemia de baile a través de los ojos de una mujer llamada Lisbet constreñida a una vida sin amor, dominada por la furia de los hombres vengativos y por la ignorancia heteropatriarcal que les rodea. Esta es una historia sobre cómo las mujeres, al igual que las abejas, acaban formando una colmena de sororidad, protección y amor entre todas ellas.
Argumento de El árbol de la danza de Kiran Millwood Hargrave
Lisbet sabe que es un monstruo, pero lo esconde de su marido y sobre todo de su suegra mientras se arrastra por la granja de abejas que les sirve de sustento, embarazada de su decimotercer hijo. El silencio de los anteriores doce chiquillos muertos, de los doce embarazos anteriores que no llegaron a término, pesa sobre su ánimo y sobre su consciencia mientras hace todo lo posible por no enfadar a Dios y que este reclame a su nueva criatura.
Sin embargo, el statu quo y la situación cambian radicalmente cuando Agnette, la hermana de su hermano, vuelve, calva y torturada, de un monasterio en el que lleva siete años expiando una penitencia por un crimen del que nadie habla. Por si fuera poco, Plater, el secretario de los veintiuno y marido de Ida, la hija del molinero, se ha presentado en su casa con una reclamación de un monasterio cercano que claman la propiedad de las abejas que dan de comer a toda la familia.
Con su marido alejado en otra ciudad para poder reclamar su caso y mantener a las abejas, Lisbet, Ida y Agnethe formarán parte de un complicado trío y serán testigos de cómo la locura de un par de mujeres en Estrasburgo que bailaban hasta morir se convierte en un peligro de salud pública cuando empiezan a reunirse cientos y cientos sobre las tarimas de las plazas.
Contexto sobre la epidemia de danza
La epidemia de baile de Estrasburgo fue la que popularizó la famosa expresión del baile de San Vito; sin embargo, no fue, ni mucho menos, la primera de todas ellas. Existen otros brotes documentados de esta extraña enfermedad que hacía que la gente bailara sin descanso hasta morir. La primera de todas ellas fue en Aquisgrán en 1374, afectó a cientos de personas que salieron a las calles bailando y danzando de forma frenética y se extendió a varias regiones de Alemania y otros países cercanos. Sin embargo, hay documentados brotes en Madgeburg en 1237 y en Erfurt en 1247 en extraños casos que contagiaban única y exclusivamente a los niños (y que fue al parecer fuente de inspiración para el famoso cuento El flautista de Hamelin).
Las causas de la epidemia de danza que generaron el nombre de “El baile de San Vito”.
No se saben realmente cuáles fueron las causas de estos brotes que se repitieron a lo largo de los siglos de forma esporádica en centroeuropa y Kiran Millwood Hargrave, la autora, toma la inteligentísima idea de no posicionarse por ninguna de las teorías que se debaten al respecto, permitiendo que sea el propio lector el que extraiga sus conclusiones. Así, los historiadores plantean que esta enfermedad fue provocado por un hongo cornezuelo que crece en los cereales y que aparece reflejado en la obsesión de Frau Troffea (la primera mujer en documentarse que empezó a bailar durante la epidemia de Estrasburgo de 1518) en la apertura del libro al obsesionarse con llevarse algo de pan a la boca, por mucho que estuviera quemado o mohoso.
Otra de las hipótesis, también reflejadas dentro de la novela, es que este baile se debiera a factores psicológicos y de histeria colectiva provocados por la represión del poder, el hambre y las malas cosechas del momento y la necesidad de liberación de las mujeres. He de decir que gracias a su formato en el que se van intercalando capítulos cortos con breves narraciones sobre la vida de aquellas que empiezan a bailar con la historia de Lisbet las teorías sobre el origen de la pandemia salen a flote. En estos breves momentos, Kiran Millwood Hargrave aprovecha para aproximarnos a las vidas de esas jóvenes desconocidas y aportarnos una visión crítica de sus días, haciendo que cualquier lector pudiese extrapolar que el baile de San Vito se originó precisamente por cuestiones psicológicas o como protesta política y social.
Por último, la última explicación barajada por los historiadores apunta a un fenómeno religioso, parte de algún culto perdido que, de nuevo, también aparece reflejado en las breves historias de las bailarinas y de sus creencias paganas.
Pero ¿eran todas mujeres?
Como te he contado anteriormente, El árbol de la danza de Kiran Millwood Hargrave aprovecha para introducir entre los capítulos principales de la historia de Lisbet pequeñas píldoras de una o dos páginas donde nos introduce en las vidas de mujeres de todas las edades, pobres y ricas, que acaban bailando sobre el estrado.
Y es que en la obra la autora coloca de forma deliberada frente al foco de atención de los lectores un dato que a menudo pasa desapercibido ante aquellos que conocen la historia de la epidemia de Estrasburgo y que es precisamente que la mayor parte de las cuatrocientas personas registradas bailando, eran mujeres.
Es posible que la documentación del momento no sea del todo fiable. Sabemos que en el S.XVI en la zona centroeuropea acostumbraban a señalar a las mujeres como fuente de todo mal y no es descartable que las narrativas históricas destacasen la participación femenina en tales eventos, posiblemente debido a las percepciones de la época sobre las mujeres y la histeria. Sin embargo, también es plausible que haber sido más susceptibles a las presiones sociales y psicológicas que se cree contribuyeron a la epidemia, tales como el estrés, la pobreza y la tensión espiritual, hace que las epidemias de baile las atrajesen a ellas más que a los hombres.
Sea como sea, como ya os comenté, Kiran Millwood Hargrave realiza un estupendo juego del despiste al destacar la eminente presencia femenina en la epidemia, sin proveernos de razones exactas para su origen y generando suficientes anécdotas dentro de los relatos como para que el lector pueda escoger deliberadamente su favorita.
La represión heteropatriarcal en El árbol de la danza
Lo primero que percibes cuando empiezas a leer El árbol de la danza es cómo la novela hiede a sudor rancio, a heteropatriarcado y a represión masculina desde las primeras páginas. Y es que tal y como podemos ver la autora hace una lectura de la opresión de los hombres hacia las mujeres a varios niveles. Y me tienes que perdonar el tonito académico mientras revuelvo mi té endulzado con miel, pero te lo voy a describir por puntos.
El sometimiento de las mujeres a los hombres se puede percibir en un primer nivel a través de Lisbet y cómo su sexualidad ha quedado supeditada a una necesidad de concebir. A Frau Wiler, la joven protagonista, se le hace responsable de todos y cada uno de los abortos que ha sufrido. No solo eso, sino que, al no haber podido alumbrarlos con vida, los cuerpos de sus pequeños son desechados y olvidados, reducidos a la idea de un “fracaso femenino” y ni siquiera su marido o su suegra pregunta dónde están enterrados sus cuerpecitos.
Lisbet es una mujer que todavía siente deseo sexual, pero se le niega incluso la posibilidad de ser tocada, mimada o besada si no es con un fin reproductivo.
Ella todavía lo desea, aunque él cumple con su deber después de cada parto fallido con los ojos cerrados. Ahora la ve mirándolo y se vuelve para vestirse.
Los hombres controlan no solo lo que hacen las mujeres, sino también su vestimenta, su ropa y cualquier aspecto de su imagen. Esto es porque en Estrasburgo en el S.XVI las mujeres eran poco más que la propiedad de sus maridos y podía castigárselas física y violentamente si no iban lo suficientemente “decentes”. Así queda patente no solamente en la forma con la que Platter obliga a que su mujer Ida se cubra el cabello con un pañuelo incluso en momentos de gran violencia en la plaza, sino también en uno de los pequeños relatos en el que nos cuentan cómo a una niña llamada Edith Bucer sus hermanos la llaman prostituta por ponerse violetas en las muñecas y soltarse el pelo para un baile. Este tipo de violencia está tan imprimada en la mente de las protagonistas que se puede ver su pánico a veces a la hora de cruzar el río o internarse en el bosque por si se les sube las faldas y alguien puede verles las piernas.
La opresión masculina a través del control de la Iglesia y la penitencia está también muy presente en la obra y se canaliza especialmente a través de la figura de Agnethe y de su pecado al que rápidamente le pondremos nombre y apellidos. Nethe vuelve de un monasterio donde se supone que debía encontrar la paz espiritual mostrando un cuerpo torturado, deforme y violento debido a los continuos abusos que sufrió allí, representando de esta forma el día a día de las mujeres que caían en manos de una red de represión.
El aspecto de Agnethe Wiler no contribuye a disipar esta fantasía. Aparte de su estatura, que ostenta orgullosa, está su cabeza: afeitada y pálida como una cebolla pelada, y cubierta, por los repetidos afeitados, de numerosas mellas y cicatrices que van desde el marrón de la piel envejecida, como la corteza de una fruta conservada, al rosa más reciente. En el tosco cuello de la túnica tiene incluso una nueva mancha roja. Al desmontar, ha inclinado la cabeza hacia su madre y juntado las manos ante ella, y así ha visto que lucen cicatrices similares. Su rostro, ahora elevado hacia el sol por los dedos retorcidos de Sophey, está hueco bajo las mejillas, como si lo hubieran tallado hasta vaciarlos.
Las mujeres parecen ser el enemigo público de los Veintiuno, de su control sobre la población y de los males que aquejan a la población, y por eso de alguna forma se obsesionan tanto por controlarlas: adónde van, dónde están, qué piensan (si acaso son capaces de tener cualquier pensamiento original no influenciado por el diablo) y sobre todo que sean conscientes de que su vida, la persona a la que aman o su libertad está supeditada a las normas y el poder violento de los hombres y estos se cuidan enormemente de recordarles que su arbitraria voluntad puede supondrá el final de cuanto aman.
En el cruce hay una jaula suspendida de un poste, vacía y reluciente. El metal escaldaría la piel al tocarlo. Lisbet vio una vez a una mujer dentro, con una brida en la boca, como un animal.
En este contexto, no es de extrañar que una actividad tan liberadora, potencialmente sexual pero sobre todo capaz de comunicar una autodeterminación y falta de control tan poderoso como es el baile sea precisamente una forma de romper con la red de opresión heteropatriarcal el cual funciona como un mensaje no articulado por las mujeres pero que contagia un aura de rebeldía a todas las que se acercan a Estrasburgo.
Por último es fascinante ver cómo a través de la figura de Sophey, la suegra de Lisbet, la autora nos muestra cómo la opresión masculina a menudo llega a impregnar los sustratos de aquellas mujeres que deciden someterse y que se convierten de esa forma en cómplices, movidas por una necesidad de orden, obediencia o simple miedo; pero también de hombres que, como Eren, demuestran ser unos silenciosos pero firmes aliados.
Sororidad y colmenas
El árbol de la danza habla acerca del baile de San Vito, sí, pero a un nivel más profundo nos enseña mucho acerca de los misterios que envuelven a las mujeres. En ese sentido, podemos ver cómo Lisbeth encarna de alguna forma el papel sumiso de alguien que se resigna al papel que los hombres le han entregado en su vida: un papel desapasionado, cruel y carente de momentos de alegría.
Los árboles lo cubren todo y bordean los límites de la granja, donde hay que cortar y despejar las raíces en una batalla interminable. La luz ya se asoma por encima de ellos, violácea como las vetas de su vientre. El amanecer entra directo en su habitación, aunque nunca hay tiempo de verlo llegar.
Y es que continuamente veremos cómo los´únicos instantes de felicidad se reservan a esos pequeños momentos compartidos de sororidad femenina escondida: un poco de harina, un trapo húmedo que una pasa sobre la frente de la otra, algo de pan escondido y un mechón de pelo que nadie debe encontrar. Las mujeres, al igual que las abejas, conforman su propia colmena: una donde poco a poco van cobrando consciencia de la necesidad de apoyarse las unas a las otras, del poder que generan como enjambre de apasionada venganza femenina cuando zumban, descontroladas, bailando, sin permitir que ningún hombre pueda tocarlas ni hacerse con lo que simbolizan.
Asimismo, la novela también se llena de metáforas que se alimentan de la más sólida documentación histórica para hacer descripciones que sorprenden al lector de novela contemporánea pero que cobran todo el sentido del mundo al ponerlos en contexto con el momento. Por ejemplo, no podemos pasar por alto la ingente cantidad de romero que aparece en la obra, a menudo acompañando a Lisbet en cualquiera de sus actividades y quehaceres diarios.
Está demasiado lejos para que le llegue el olor a romero, pero ella misma lo lleva encima, en el pelo y en la ropa.
El romero se empleaba para atontar a las abejas cuando se trabaja con su panal, pero es también un poderoso símbolo de recuerdo y remembranza: algo que acompaña permanente a la protagonista, que arrastra la imagen de sus doce niños fallecidos anterirmente.
Maternidad y pérdida en El árbol de la danza
Al mismo tiempo, la autora aporta una brillante reflexión sobre el papel de la maternidad a través de Lisbet: sobre cómo sus hijos no merecen ni siquiera ser recordados o enterrados dignamente por haber fallecido antes de nacer, sobre cómo las madres cuidan a cada instante de sus pequeños siendo estos considerados propiedad del padre.
«Si fueras madre».
«Pero lo soy», se dice a sí misma. «Lo he sido muchas veces». Ama a cada uno de los niños que ha perdido, aunque no estén aquí, aunque lo único que tuviera de ellos fuera sangre o cuerpos sin sangre. «¿No es suficiente?». Sabe que Sophey ha perdido hijos, la mayoría de las mujeres los pierden, que lo inaudito son los constantes embarazos seguros de Ida. Pero si hay otras madres con los brazos vacíos, Lisbet no ha conocido a nadie que comprenda lo que es cargar con el peso de tanta ausencia.
En "El árbol de la danza", Kiran Millwood Hargrave aborda con maestría la temática de la maternidad y su relación con las percepciones de éxito y fracaso en una sociedad dominada por el patriarcado. A través de la figura de Lisbet, la autora ilustra cómo la maternidad, lejos de ser un proceso natural y personal, se convierte en un campo de batalla simbólico donde las victorias y derrotas se miden en términos de género. En este contexto, el éxito de un parto y la supervivencia de un niño se atribuyen al linaje masculino, considerándose un logro del padre, mientras que la pérdida de un hijo se ve como un fracaso exclusivamente femenino**. Esta visión distorsionada reduce a la mujer a mero vehículo de procreación, despojándola de su humanidad y agencia.**
Grita, llora y lleva su bebé a las escaleras de la catedral; reza por su almita, una pluma blanca que se aleja. El corazón de Edith se rompe con el peso de todo su amor, y el dolor pesa demasiado para sostenerlo.
La autora, con un lirismo conmovedor, sumerge al lector en el dolor y la soledad de Lisbet, quien lleva en silencio la carga de sus múltiples pérdidas. Este silencio no es solo una respuesta a la indiferencia y el desprecio de su entorno, sino también un mecanismo de defensa en un mundo que la responsabiliza injustamente por circunstancias más allá de su control. La novela resalta así cómo la sociedad patriarcal no solo ignora el sufrimiento femenino sino que lo trivializa, perpetuando un ciclo de dolor y culpa que se internaliza y perpetúa a través de generaciones.
El paralelismo entre la Iglesia heteropatriarcal opresora y El árbol de la danza
Por último, no podemos pasar por alto cómo la autora establece un paralelismo sutil pero potente entre la opresión impuesta por la Iglesia Católica y la experiencia de las mujeres en la sociedad. A través de la narrativa, la autora ilustra cómo los espacios sagrados paganos, simbolizados por los árboles, se convierten en refugios de libertad y autenticidad, contraponiéndose a la rigidez y el control ejercido por la Iglesia. Estos árboles no solo ofrecen a las mujeres un lugar donde pueden expresarse libremente y reconectar con su esencia y creencias, sino que también se presentan como espacios inclusivos donde personajes como Eren, de origen turco, encuentran aceptación. Este contraste resalta la naturaleza represiva de las instituciones dominantes y celebra la resistencia y la diversidad en espacios considerados marginales o alternativos, ofreciendo una visión de esperanza y unidad frente a la opresión.
Al instante reconoció lo que era, un árbol de la danza. Un árbol de perdición. Una reliquia de los paganos cuyas iglesias, abiertas, se desplegaban bajo Dios.
Mi opinión sobre El árbol de la danza
Desde que leí El árbol de la danza con Yolanda Rocha del blog 'Que el sueño me alcance leyendo', no he podido quitármelo de la cabeza. Y es que sus continuos simbolismos, metáforas escondidas, escarceos al bosque y escapadas han conseguido llegarme mucho más hondo de lo que pensaba. Y es que la obra combina magistralmente frases de una belleza y profundidad abrumadoras con un estilo narrativo accesible y sencillo de capítulos cortos que hace que cualquier lector, pueda engancharse fácilmente a la historia y fluir a través de sus páginas sin dificultad.
¿Pero por qué querrían volver? Regresar a ese lugar terrenal, y que al final por el sol, ese interminable verano en el que los sacerdotes predican su condena, en el que sus maridos, las arrastran de los pelos, y no les queda más remedio que ahogar a sus hijos para salvarlos del hambre
A pesar de tratar temas complejos como la opresión femenina, la maternidad y la influencia de la religión en la sociedad, El árbol de la danza lo hace con una gran sencillez y claridad, evitando el exceso de complejidad literaria que a veces puede alienar a los lectores y llegando al corazón de todas aquellas que sentimos alguna vez el opresor silencio que detenía nuestro zumbido.
Una obra sin duda recomendable, dónde va a parar.
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