Brutal sigue al filo del cuchillo. Y vaya si no sigue siendo depravadamente interesante esta segunda parte de la obra de Kei Koga y Ryo Izawa. Y es que este segundo tomo tomo de Brutal nos sumerge de lleno en una trama que combina la sed de justicia con los abismos más oscuros del alma humana. Al igual que en el anterior tomo, este volumen profundiza en la dualidad del protagonista, Dan Hiroki, quien, bajo la fachada de un detective de homicidios excepcional, oculta la oscuridad de ser un asesino en serie que se regodea con cada muerte.
La trama una vez más nos invita a reflexionar sobre la fina línea que separa el bien del mal y si realmente es tan espantoso lo que el protagonista le hace a personas inimputables por las leyes convencionales. Pero déjame que te cuente más sobre este tomo que, a diferencia de la primera parte, nos muestra cada vez más criminales en la línea gris del corredor de la muerte de Dan.
Brutal, tomo 02 se divide, al igual que la primera parte, en dos historias retorcidas y cruentas de personas que, de alguna manera, quedarían impunes ante la ley si no fuera por nuestro salvaje protagonista. Sin embargo, a diferencia del tomo anterior, en esta ocasión los delitos o crímenes que comenten entran en una escabrosa línea gris que te hace preguntarte, de una forma menos evidente, si merecen o no la larga y tortuosa muerte que les da Dan Hiroki.
La primera historia acompaña a Masaharu Onizuka, periodista. Esta historia, compuesta por dos líneas argumentales diferentes, trata acerca de la responsabilidad de aquellos que, con sus actos, provocan el suicidio del resto. Masaharu, obsesionado por una buena historia y por vender periódicos, no deja de acosar a la madre de un adolescente que cometió un asesinato en serie, amparado bajo su idea de que la verdadera justicia está en su mano. Simultáneamente, Alice, su hija, que ha heredado de su padre la idea de ser intocable, le realiza un bullying brutal a un profesor joven y lo denuncia luego por malos tratos, provocando que este sea despedido.
La segunda historia acompaña a Yudai Ogata, un hombre de negocios con pinta de terf que odia al género femenino. Su cruzada contra cualquiera de ellas le lleva a realizar pequeños actos de venganza que podrían derivar en algo mucho peor, como soltar el cinturón de seguridad de un portabebés en un metro atestado de gente o chocarse de frente contra cualquier mujer que no se aparte de su camino en mitad del metro.
Brutal tiene la particularidad de que adapta situaciones o simbología de la cultura popular a las historietas que cuenta. De esta forma, así como en el primer tomo Dan Hiroki hacía un guiño al ritual de asesinato de Jeffrey Dahmer, este segundo tomo el modus operandi del periodista recuerda peligrosamente al de los paparazzi que rodearon a la princesa Diana hasta provocar su muerte. Su obsesión por desenterrar y exponer las vidas de aquellos tocados por el crimen, sin consideración por las consecuencias, refleja esa misma invasión destructiva de la privacidad que vimos en los años previos a la muerte de Diana. La tragedia de la Princesa sirve como un espejo oscuro para las acciones del periodista dentro de la narrativa de Brutal, enfatizando el impacto real y a menudo devastador que el periodismo sin escrúpulos puede tener sobre la vida de las personas.
Particularmente en Japón, donde el honor y la imagen pública son pilares de la identidad individual y colectiva, el daño que inflige este tipo de periodismo trasciende la esfera personal y se convierte en una condena social para las familias de aquellos involucrados. No se trata solo de vivir con el peso del crimen, sino de enfrentarse al rechazo de una sociedad que, alimentada por titulares sensacionalistas, condena sin juicio previo. La historia nos muestra, sin pelos en la lengua, cómo este periodista se convierte en ejecutor de una pena no escrita, empujando a sus sujetos hacia el abismo del desespero y la locura, todo por un puñado de lecturas más en la prensa escrita.
El propio Masaharu Onizuka, el periodista, declara directamente en el manga, en un momento de histeria que lo coloca en el epicentro del concepto de villano, que es su deber como periodista juzgar a la gente y exponerla. Esta superioridad basada en la aceptación tácita de la sociedad, es lo que también empaña la visión de su hija, Alice, que maltrata a su profesor de la forma más vejatoria posible amparada por el hecho de que el resto parecen aceptar su maldad como algo divertido, tendrá que enfrentarse a las consecuencias de sus actos.
Brutal treje un entramado moral en la primera historia que nos sumerge en una reflexión sombría sobre las consecuencias de empujar a alguien al suicidio, al no responsabilizarte de tus actos y al carecer totalmente de empatía. Al perseguir a la familia del chico asesino y acosar incluso a su propia hija tras hacerse público el escándalo con el profesor, el manga ilustra un vacío en el sistema de justicia: la impunidad ante el daño emocional y psicológico infligido por terceros. Aunque las leyes castigan el crimen físico, se quedan muy cortas ante las consecuencias generadas por la presión y el escrutinio público provocadas por Masaharu Onizuka.
Este planteamiento, que casa perfectamente con la famosa obra del filósofo alemán Hans Jonas en su obra El principio de responsabilidad y de la idea filosófica del utilitarismo nos invita a reflexionar sobre quiénes son los verdaderos culpables de los crímenes y el sufrimiento de la gente. Jonas argumenta que debemos considerar las consecuencias a largo plazo de nuestras acciones sobre otros seres y el entorno, ampliando la noción de responsabilidad más allá de las intenciones inmediatas hacia los efectos futuros de nuestras acciones
Dan Hiroki, nuestro psicópata protagonista, se erige así como un ángel vengador en esta narrativa, tomando la justicia en sus propias manos. Su decisión de castigar al periodista, actuando fuera de los límites de la ley, plantea un dilema ético profundo. ¿Puede considerarse justicia cuando se toma de forma unilateral y personal? ¿Dónde se traza la línea que separa la justicia y el vigilantismo? Brutal nos obliga a confrontar estas preguntas, dejando en el aire la reflexión sobre la efectividad y la moralidad de las leyes convencionales frente a los crímenes no tangibles pero igualmente destructivos. La historia desafía al lector a ponderar si, en ciertos casos, la justicia por mano propia es el único camino cuando el sistema falla en proteger a los más vulnerables.
La historia de Yudai Ogata, con su espectacular apariencia de empresario de éxito que odia a las mujeres y a los bebés, pueden sentar un maravilloso paralelismo con el personaje de Patrick Bateman en American Psycho de Bret Easton Ellis, donde la apariencia de éxito y normalidad esconde una violencia insondable. La elección de Ogata por métodos de agresión sutil, como manipular el cinturón de seguridad de un portabebés o el enfrentamiento físico en espacios cerrados**, refleja una escalofriante indiferencia moral y un deseo de dominación y control que se camufla en la rutina diaria.
La historia de Ogata, más que un simple relato de terror individual, se convierte en un espejo de las tensiones y conflictos de género que perviven en la sociedad. Su comportamiento evoca el concepto del "incel" (célibe involuntario), un fenómeno contemporáneo de hombres que, sintiéndose rechazados por las mujeres, canalizan su frustración en actitudes hostiles o violentas hacia el género femenino. La narrativa de Brutal no solo destaca por la complejidad de su antagonista, sino también por cómo interpela al lector sobre la raíz y las consecuencias de la misoginia en el tejido social, recordándonos que, a menudo, los monstruos más aterradores son aquellos que se esconden detrás de una fachada de normalidad.
Brutal: Confesiones de un detective de homicidios mantiene el nivel en este segundo tomo con su ritmo frenético y el estilo oscuro que ya me había enganchado desde la primera página del volumen anterior. No es solo la trama, que ya de por sí es una montaña rusa de emociones y giros inesperados, sino que el arte del cómic está cuidado, detallado y demuestra la maestría de los autores a la hora de transmitir las emociones y la tensión de cada momento.
Y es que la atención al detalle en cada pequeña viñeta, los fondos, la sutileza con la que Dan Hiroki se mueve en la sociedad es excepcional, casa perfectamente con el tono narrativo de la obra y nos transporta directamente al corazón de la historia, haciéndonos vivir cada momento de tensión y cada episodio de manía de los personajes como si estuviéramos allí.
En conclusión: este segundo tomo de Brutal te genera la necesidad de comprar inmediatamente el tercero. Estoy deseando saber cómo Kei Koga y Ryo Izawa me sorprenderán la próxima vez.
Sin duda, este manga sigue siendo un imprescindible en mi lista de recomendaciones.
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